Seminario 6: Clase 1, del 12 de Noviembre de 1958

Vamos a hablar este año del deseo y su interpretación.

Un análisis es una terapéutica, decimos, un tratamiento psíquico que toma diversos niveles del psiquismo sobre lo que primeramente ha sido el primer objeto científico de su experiencia, eso que llamaremos los fenómenos marginales o residuales, el sueño, el lapsus, el chiste. He insistido el año pasado sobre síntomas.

Por una parte entramos en el aspecto curativo del tratamiento sobre síntomas en sentido amplio, no obstante que se manifiesten en el sujeto por medio de inhibiciones que estén constituidas en síntomas y sostenidas por esos síntomas; por otra parte, ese tratamiento modificador de estructuras, de esas estructuras que se llaman neurosis y neuro-psicosis, Freud primero las ha estructurado en realidad como neuropsicosis de defensa.

El psicoanálisis interviene a diversos niveles para tratar con diferentes realidades fenoménicas, en tanto ellas ponen en juego el deseo. Es especialmente bajo esta rúbrica del deseo, como significativos del deseo, que los fenómenos que he llamado hace poco residuales, marginales, han sido desde el principio aprehendidos por Freud. En los síntomas que vemos descriptos de una punta a la otra de su pensamiento (de Freud), la intervención de la angustia es el punto clave de la determinación de los síntomas, pero en tanto tal o cual actividad que va a entrar en el juego de dicha determinación está erotizada; decimos mejor, «tomada en el mecanismo del deseo».

En fin, ¿qué significa incluso el término defensa, a propósito de las neuro-psicosis, si no es defensa contra algo, contra alguna cosa que no es otra que el deseo?

Y no obstante esta teoría analítica en el centro de la cual es suficiente indicar que se sitúa la noción de libido, que no es otra cosa que la energía psíquica del deseo, es alguna cosa, si se trata de energía, ya lo he indicado al pasar, recuerden otra vez la metáfora de la usina, en que ciertas conjunciones de lo simbólico y de lo real son necesarias para que incluso subsista la noción de energía. Pero no quiero aquí ni detenerme ni ponerme pesado.

Esta teoría analítica reposa, pues, totalmente sobre esta noción de libido, sobre la energía del deseo. Es así que la vemos desde algún tiempo cada vez más orientada hacia alguna cosa que es la misma que sostiene esa nueva orientación, articulada ella misma muy conscientemente, al menos por los más conscientes entre los que la han tomado prestada de Fairbain. El ha escrito muchas veces , puesto que no cesa de articular ni de escribir, especialemente en la compilación que se de llama «Estudios psianalíticos de la personalidad», que la teoría moderna del análisis ha cambiado alguna cosa del eje que primero le había dado Freud, al hacer o al considerar que la libido no es más para nosotros «pleasure-seeking» (búsqueda de placer), como se expresa Fairbain, ella es «object-seeking» (búsqueda de objeto).

Es decir que el señor Fairbain es el representante más típico de esta moderna tendencia.

Lo que significa esta tendencia al orientar la función de la libido en función de un objeto que le estaría de alguna manera predestinado, es bajo mil formas las incidencias en la técnica y en la teoría analítica, eso que se ha creído muchas veces designar allí como entrañando desviaciones prácticas, algunas no sin incidencias peligrosas.

La importancia de lo que quiero señalarles para hacerles abordar hoy el problema, es, en suma, el velamiento de la palabra deseo que aparece en toda la manipulación de la experiencia analítica, y de alguna manera qué impresión no diría de renovación, sino de extrañeza, producimos al reintroducirla; quiero decir que en lugar de hablar de libido o de objeto genital, hablamos de deseo genital.

Nos parecerá quizá enseguida bastante difícil considerar como que va de suyo que el deseo genital y su maduración, impliquen por sí solos esta suerte de posibilidad, o de apertura, o de plenitud de realización sobre el amor que parece haber devenido de este modo doctrinal, en una cierta perspectiva de maduración de la libido. Tendencia y realización, e implicación en cuanto a la maduración de la libido, que parecen incluso tanto más sorprendentes que se produzcan en el seno de una doctrina que ha sido precisamente la primera, no sólo en poner de relieve, sino incluso en dar cuenta de eso que Freud ha clasificado bajo el título de degradación de la vida amorosa. Si en efecto el deseo parece entrañar consigo un cierto quantum de amor, es justa y precisamente, y a menudo, de un amor que se presenta a la personalidad como conflictual, de un amor que no se confiesa, de un amor que rechaza incluso confesarse.

Por otra parte, si reintroducimos también esa palabra deseo ahí donde términos como afectividad, como sentimiento positivo o negativo, son empleados corrientemente en una suerte de aproximación odiosa, si se puede decir, de las fuerzas todavía eficaces, y especialmente en la relación analítica, en la transferencia, me parece que por el sólo hecho del empleo de esta palabra, un clivaje se producirá que por sí mismo habrá de aclarar algo.

No se trata de saber si la transferencia esta constituida por una afectividad o por sentimientos positivos o negativos con lo que este término comporta de vago y de velado, sino que se trata, y aquí se nombra el deseo probado por sólo uno, deseo sexual, deseo agresivo en el sitio del análisis, que nos aparecerá enseguida y a primera vista. Estos deseos no están todos en la transferencia, y por ese mismo hecho la transferencia necesita ser definida por otras cosas que por referencias más o menos confusas que la noción positiva o negativa de la afectividad; en fin, de manera que si pronunciamos la palabra deseo, el último beneficio de este uso pleno es que nos preguntaremos qué es el deseo.

Eso no será una pregunta que habremos de o podremos responder. Simplemente, si yo no estaba aquí ligado por lo que podría llamar la cita que tengo con mis necesidades prácticas experienciales, me habría permitido una interrogación sobre el tema del sentido de esta palabra deseo, según aquellos que han estado más calificados para valorizar su uso, a saber: los poetas y los filósofos.

No lo haría, primero, porque el uso de la palabra deseo, la transmisión del término y de la función del deseo en la poesía, es algo que, diría, reencontraremos  «après-coup» si llevamos bastante lejos nuestra investigación. Si es verdadero, como lo que será la continuación de mi desarrollo este año, que la situación del deseo está profundamente marcada, unida a una cierta función del lenguaje, a una cierta relación del sujeto al significante, la experiencia analítica nos llevará, al menos lo espero, bastante lejos en esta exploración por la que nos encontramos siempre para ayudarnos, quizá por la evocación propiamente poética, que de esto puede haber, y además a comprender más profundamente hasta el final la naturaleza de la creación poética en sus relaciones con el deseo.

Simplemente remarcaré que las dificultades en el fondo mismo del juego de ocultación que verán en el fondo de lo que nos descubrirá nuestra experiencia, aparece ya en la poesía, de cómo la relación poética con el deseo se acomoda mal en la pintura de su objeto. Diría, a este respecto, que la poesía figurativa —evoco casi las rosas y los lirios de la belleza— tiene algo que no expresa el deseo más que en el registro de una singular frialdad; al contrario la ley propiamente hablando de este problema de la evocación del deseo, está en una poesía que curiosamente se presenta como la poesía que se ha llamado metafísica, y para los que leen en inglés, no tomaría aquí más que la referencia más eminentes de los poetas metafísicos de la literatura inglesa, John Donne, para que puedan reportarse allí y constatar cómo está muy precisamente evocado el problema de la estructura de las relaciones del deseo en un poema célebre, por ejemplo, «The ecstasy», y cuyo título indica bastante los anzuelos, en cuya dirección se elabora poéticamente sobre el plan lírico el acceso poético del deseo cuando es buscado, aludido él mismo, propiamente hablando .

He dejado de lado eso que seguramente va bastante más lejos para presentificar el deseo, el juego del poeta cuando se arma de la acción dramática. Es muy precisamente la dimensión sobre la que habremos de volver este año. Lo anuncio ya, puesto que el año pasado nos hemos aproximado, en la dirección de la comedia.

Pero dejemos a los poetas. No los he nombrado más que a título de indicación liminar, y para decirles que los encontraremos después de manera más o menos difusa. Quiero detenerme en eso que ha sido en este sitio la posición de los filósofos, pues creo que ha sido muy ejemplar en el punto donde se sitúa para nosotros el problema.

He tomado la  precaución de escribirles  ahí arriba esos tres términos: «pleasure-seeking», en tanto que buscan el placer, en tanto que buscan el objeto. Es como ha sido desde siempre puesto por la reflexión y por la moral —entiendo la moral teórica, la moral que se enuncia en preceptos y reglas, en operaciones de filósofos, muy especialmente, se dice, de éticos. Ya les he indicado— noten el pasaje en fin de cuentas, base de toda moral que podría llamarse fisicalista como podría verse en qué el término tiene el mismo sentido que en la filosofía medieval cuando se habla de teoría física del amor, en el sentido en que precisamente es opuesta a la teoría extática del amor.

La base de toda moral que ha sido expresada hasta el presente, hasta un cierto punto en la tradición filosófica, vuelve en suma a eso que podría llamarse la tradición hedonista, que consiste en hacer establecer una suerte de equivalencia entre esos dos términos, placer y objeto, en el sentido en que el objeto es el objeto natural de la libido, en el sentido en que está bien hecho, en fin de cuentas a admitir el placer en el rango de los bienes buscados por el sujeto, hasta incluso rechazar allí lo que con el mismo criterio tiene el rango de soberano bien.

Esta tradición hedonista de la moral es una cosa que seguramente no es capaz de cesar, de retomarse, más que a partir del momento (ilegible) alguna manera está comprometida en el diálogo de la escuela, que no se da cuenta más de sus paradojas, a fin de cuentas, ¿qué más contrario de lo que llamaremos la experiencia de la razón práctica, que esta pretendida convergencia del placer con el bien?

Al fin de cuentas, si se mira allí de cerca, si se mira, por ejemplo, lo que esas cosas ocupan en Aristóteles, ¿qué es lo que vemos elaborarse? Y es muy claro, las cosas son muy puras en Aristóteles. Es seguramente algo que no llega a realizar, esta identificación del placer y del bien, más que en el interior de eso que llamaría una ética del amo o alguna cosa en la que en el ideal halagüeño son los términos de la temperancia o de la intemperancia, es decir, algo que revele del dominio del sujeto en relación con sus propios hábitos.

Pero la inconsecuencia de esta teorización es totalmente evidente. Si releen esos pasajes célebres que conciernen precisamente al uso de los placeres, verán allí que nada entra en esta óptica moralizante que no sea del registro de este dominio de una moral de amo, de eso que el dominio puede disciplinar, puede disciplinar bastantes cosas, principalmente que resultan relativas a sus hábitos, es decir, al manejo y al uso de su yo (moi). Pero para lo que es el deseo, verán a qué punto Aristóteles mismo debe reconocer, es muy lúcido y muy consciente de que lo que resulta de esta teorización moral práctica y teórica, es que los (escritura en giego) deseos se presentan muy rápidamente más allá de cierto límite que es precisamente el límite del dominio y del yo (moi) en el dominio de lo que se llama señaladamente la bestialidad.

Los deseos están exiliados del campo propio del hombre, en el supuesto de que el hombre se identifica a la realidad del amo, en la ocasión es alguna cosa como las perversiones, y además tiene una concepción a este respecto singularmente moderna, del hecho de que algo en nuestro vocabulario podría traducirse bastante bien por el hecho de que el amo no podría ser juzgado en esto, lo que vendría casi a decir en nuestro vocabulario, no podría ser reconocido como responsable.

Estos  textos valen la pena ser recordados. Diríjanse a eso e infórmense allí.

Lo opuesto a esta tradición filosófica, es alguien que sin embargo querría nombrar aquí, renombrar como a mi parecer el precursor de algo que creo nuevo, que necesitamos considerar como nuevo en, digamos, el progreso, el sentido de ciertas relaciones del hombre consigo mismo, que es el del análisis que Freud constituyó.

Es Spinoza que, después de todo,creo que es en él, en todo caso, con un acento bastante excepcional, que se puede leer una fórmula como ésta: que «el deseo es la esencia misma del hombre». Para no aislar el comienzo de la fórmula de su continuación, agregaremos: «en cuanto es concebida como determinada a hacer algo por una afección cualquiera dada en ella».

Ya se podría hacer bastante a partir de ahí para articular lo que en esta fórmula queda, si puedo decirlo sin revelar, digo sin revelar porque bien entendido no puede traducirse Spinoza freudianamente. Es incluso muy singular, les doy como un testimonio muy singular, sin duda tengo personalmente más propensión que otros, y en tiempos muy lejanos he practicado bastante Spinoza. No creo sin embargo que sea por eso que se relea a partir de mi experiencia, me parece que alguien que participa de la experiencia freudiana puede encontrarse también a gusto en textos de quien ha escrito «De servitute humana», y para quien toda la realidad humana, sus estructuras, se organizan en función de los atributos de la sustancia divina.

Pero dejemos de lado también, por el momento, libre de volver, a esta línea. Quiero darles un ejemplo bastante más accesible, y sobre el cual terminará esta referencia filosófica concerniente a nuestro problema. He tomado ahí el nivel más accesible, hasta el más vulgar acceso que ustedes puedan tener a esto. Abran el dicciónario del encantador difunto Lalande, El Vocabulario Filosófico, que es siempre, debo decir, en toda especie de ejercicio de esta naturaleza, el de hacer un vocabulario, siempre una de las cosas más peligrosas y al mismo tiempo más fructíferas, de tal modo que el lenguaje es dominio en todo lo que son estos problemas.

Es seguro que organizar un vocabulario será siempre algo sugestivo. Aquí encontramos esto: «Deseo (Begerang, Beguerung —no es inútil recordar eso que articula el deseo en el plano filosófico alemán— tendencia espontánea y consciente hacia un fin que imaginan».

«El deseo reposa pues sobre la tendencia, de la cual es un caso particular y más complejo. Se opone, por otra parte, a la voluntad o a la volición en que se superpone primero la coordinación, al menos momentánea, de las tendencias; segundo, la oposición del sujeto y del objeto; tercero, la conciencia de su propia eficacia; cuarto, el pensamiento de los medios por los que se realizará el fin querido».

Estos recuerdos son muy útiles, sólo si es para hacer notar que en un artículo que quiere definir el deseo, hay dos líneas para situarlo en relación con la tendencia, y que todo ese desarrollo se relacióna con la voluntad. Es efectivamente a eso que se reduce el discurso sobre el deseo en ese Vocabulario, aparte de lo que aún allí agrega:

«En fin, según ciertos filósofos, hay aún la voluntad de un fiat! (¡hágase!) de una naturaleza especial irreductible a las tendencias, y que constituye la libertad».

No sé qué aire de ironía es evidente ver surgir en estas últimas líneas sobre este autor filósofo. En nota: «El deseo y la tendencia a procurar una emoción ya probada o imaginada, es la voluntad natural de un placer».(Cita de Roque). Este término de voluntad natural tiene todo su interés de referencia.

A lo que Lalande personalmente agrega: «Esta definición aparece demasiado estrecha en que no tiene bastante en cuenta la anterioridad de ciertas tendencias en relación con las emociones correspondientes. El deseo parece ser esencialmente el deseo de un acto o de un estado, sin que sea necesario en todos los casos la representación del carácter afectivo de este fin».

Pienso que eso quiere decir del placer, o de algo otro. Sea lo que sea, no es ciertamente sin ubicar el problema de saber de qué se trata, si es de la representación del placer, o si es del placer.

Es cierto que no pienso que la tarea de que se opere por la vía del vocabulario, para tratar de ceñir la significación del deseo, sea una tarea simple, tanto más que quizá la tarea no la tendrán tampoco absolutamente preparada por la tradición a la que se revela. ¿Después de todo el deseo es la realidad psicológica, rebelde a toda organización, y en fin de cuenta por la sustracción de los carácteres indicados por ser los de la voluntad, que podremos llegar a aproximarnos a lo que es la realidad del deseo?.

Tendremos entonces lo contrario de la no coordinación, incluso momentánea, de las tendencias, la oposición del sujeto y del objeto será verdaderamente retirada. Además, estaríamos ahí en una presencia, una tendencia sin conciencia de su propia eficacia, sin pensar las palabras por las que se realizará el fin deseado. Ahora bien, seguramente estamos en un campo en el cual en todo caso el análisis ha aportado ciertas articulaciones muy precisas, puesto que en el interior de esas determinaciones negativas, el análisis designa muy precisamente en el nivel, en sus diferentes niveles, la pulsión, en tanto es justamente esto: la no coordinación, incluso momentánea, de las tendencias, el fantasma en tanto que introduce una articulación esencial, o más exactamente, una especie totalmente carácterizada en el interior de esta vaga determinación por la no oposición del sujeto y del objeto.

Será precisamente aquí nuestra meta este año intentar definir eso que es el fantasma, quizá incluso un poco más precisamente que como la tradición analítica ha llegado a definirlo hasta hoy.

Y por lo demás, últimos restos de idealismo y pragmatismo que están aquí implicados, no retendremos más que una cosa: precisamente cuán difícil parece ser situar el deseo y analizarlo en función de referencias puramente objetales.

Vamos a detenernos aquí para centrar, hablando con propiedad, en los términos en que pienso poder articularlos, el problema de nuestra experiencia, que es especialmente el del deseo, del deseo y su interpretación. El lazo interno, el lazo de coherencia en la experiencia analítica del deseo y su interpretación presenta ya en sí mismo algo que sólo la costumbre nos impide ver; cuán sugestivo es en la interpretación en sí del deseo, el que esté ligado de una manera interna a la manifestación del deseo.

Saber de qué punto de vista, no diría partimos, caminamos, no es de hoy que estamos juntos, quiero decir que hace cinco años que intentamos designar los lineamientos de comprensión para ciertas articulaciones de nuestra experiencia. Saben que esos lineamientos vienen a converger este año sobre el problema que puede ser el punto de confluencia de todos esos otros, alejados unos de otros, de los que quiero preparar el abordaje.

El psicoanálisis —y hemos marchado juntos en el curso de estos cinco años—, el psicoanálisis nos muestra esencialmente eso que llamamos la captura del hombre en lo constituyente de la cadena significante.

Esta captura está sin duda ligada, a propósito del hombre, sin ser coextensiva, al hecho de que el hombre habla sin duda pero para hablar ha de entrar en el lenguaje y en su discurso preexistente. Diría que esa ley de subjetividad que el análisis destaca especialmente, su dependencia fundamental del lenguaje, es tan crucial que literalmente escurre toda la psicología. Diremos que hay una psicología «servida» por cuanto podemos definirla como suma de los estudios concernientes a lo que podemos llamar, en sentido amplio, una sensibilidad que está en función del mantenimiento de una totalidad o de una homeostasis, en síntesis, funciones de la sensibilidad en relación a un organismo. Ven que allí está todo implicado, no sólo dos datos experimentales de la psico-física, sino también – todo lo que puede aportar en el orden más general la puesta en juego de las nociones de la forma, en cuanto a la aprehensión de los medios del mantenimiento de la constancia del organismo. Todo un campo de la psicología está… (falta en el original)

Pero la subjetividad de que se trata, en tanto el hombre está tomado en el lenguaje lo quiera o no, y que está capturado más allá de saber que de ello tenga, en una subjetividad que no es inmanente a una sensibilidad en tanto ésta, aquí, signifique el par estímulo-respuesta, por la siguiente razón: el estímulo está dado en función de un código que impone su orden a la necesidad, la cual debe traducirse allí.

Digo aquí la emisión, y no de un signo como en rigor puede decirse, al menos en la perspectiva experimental, en la prueba experimental de la que llamo ciclo estímulo-respuesta. Se puede decir que es un signo que el medio exterior da al organismo para que deba responder o defenderse. Si cosquilleamos la pata de una rana, ella realiza un signo y responde mediante un relajamiento muscular.

Pero en tanto que la subjetividad es tomada por el lenguaje, hay emisión no de un signo, sino de un significante, es decir, retengan esto que parece simple: el significante vale, no como se dice en la teoría de la comunicación, que vale en relación a algo tercero que ese signo representa; se puede leer esto de tres maneras minimum, es necesario que tenga un receptor, el que oye, es suficiente a continuación del significante, no hay necesidad de hablar de emisor, basta con un signo, y decir que ese signo significa una tercera cosa a la que representa.

La construcción es falsa, porque el signo no vale por relación a una tercera cosa que él representa, sino que vale por relación a otro significante que él no es. En cuanto a los esquemas que tracé en el pizarrón (Ver esquemas aparte).

Quiero mostrarles no la génesis, pues no imaginen que se trata allí de etapas, aún  cuando algo de etapa puede reencontrarse realizada efectivamente por el sujeto, es  necesario que el sujeto tome su lugar.  No vean allí etapas en el sentido típico de etapas de evolución; se trata sobre todo de generación y de marcar la anterioridad lógica de cada uno de estos esquemas sobre el siguiente.

¿Qué representa lo que llamamos D, para partir de una gran D? Esto representa la cadena significante. ¿Qué quiere decir esto? Esta estructura base, fundamental, somete toda manifestación del lenguaje a la condición de estar reglada por una sucesión, en otras palabras por una diacronía, algo que se desarrolla en el tiempo. Decimos que seguramente toda la plenitud de la materia temporal no está allí aplicada. En su momento volveremos sobre ello.

Aquí las cosas se resumen en la noción de sucesión con lo que trae e implica la noción de escanción. Pero no estamos aún allí. El único elemento discreto, es decir, diferencial, es la  base sobre la cual va a instaurarse nuestro problema de la implicación del sujeto en el significante.

Ello implica, desde lo que les he hecho destacar, que el significante se define por su relación con otro significante de un sistema de oposición significante; esto se desarrolla en una dimensión que implica a la vez una cierta sincronía de significantes.

Esta sincronía de significantes, la existencia de una batería significante, puede plantear el problema de saber cuál es la batería mínima. No los alejaría demasiado de vuestra experiencia saber si después de todo se pue-…  (Falta en el original)

No creo que sea impensable, pero dejémoslo de lado.

En el estado actual de las cosas, estamos lejos de estar reducidos a ese minimum. Lo importante está aquí indicado por la línea de puntos que viene a recortar, de adelante para atrás, cortando en dos puntos la línea representante de la cadena significante; es la forma en que el sujeto ha de entrar en el juego de la cadena significante. Lo que está representado por la línea de puntos representa el primer encuentro a nivel sincrónico, al nivel de la simultaneidad de los significantes. Aquí está lo que llamo punto de encuentro con el código. En otras palabras, es porque el niño se dirige a un sujeto al que sabe hablante, al que ha oído hablar, que lo ha penetrado de relaciones desde el comienzo de su despertar a la luz del día, es porque tiene algo que juega como juego significante, como molino de palabras, que el sujeto debe aprender bien temprano que ésa es una vía estrecha por donde deben someterse todas las manifestaciones de las necesidades para ser satisfechas.

El segundo punto de recorte es donde se produce el mensaje y está constituido por esto: es siempre por un juego retroactivo de la serie de los significantes que la significación se afirma y se precisa, es après-coup que el mensaje toma forma a partir del significante que está antes de él, del código que le antecede y sobre el cual, inversamente, él, el mensaje mientras se formula en todo instante, anticipa tirándose un lance cada vez.

Ya les indiqué lo que resulta de ese proceso . En todo caso lo que resulta y es remarcable sobre ese esquema es esto: Lo que está originalmente bajo la forma de eclosión de la necesidad, de la tendencia, como dicen los psicólogos, que está ahí representada en un esquema a nivel de ese Ello que no se sabe qué es, que estando tomado en el lenguaje no se refleja por ese aporte inocente del lenguaje en el que el sujeto se hace discurso. Resulta que aún reducido a sus formas más primitivas de aprehensión de eso por el sujeto, que está en relación con otros sujetos parlantes, se produce algo al final de la cadena intencional que he llamado aquí la primera identificación primaria, la primera realización de un ideal del que no podemos decir que se trata de un Ideal del yo en ese momento del esquema, pero que seguramente el sujeto ha recibido la marca, signum, de su relación con el otro.

La segunda parte del esquema puede recubrir de algún modo una cierta etapa evolutiva, con la simple condición de que no se las considere como resueltas. Hay cosas resueltas en la evolución ; no es al nivel de esas etapas del esquema en que esas cesuras se encuentran allí. Esas cesuras, como Freud lo destacó, se marcan al nivel del juicio de atribución en relación a la nominación simple. No es de eso que quiero hablarles; ya volveremos.

En el primer y segundo piso del esquema se trata de la diferencia de un nivel infans del discurso, no es siquiera necesario que el niño hable todavía para que esa marca, esa impronta puesta por la demanda sobre la necesidad se ejerza al nivel de los gritos alternantes. Puede ser suficiente .

La segunda parte del esquema implica que aún si el niño no puede todavía sostener un discurso, igual ya sabe hablar, y bien pronto. Cuando digo que sabe hablar quiero decir que se trata, a nivel de la segunda etapa del esquema, de algo que va más allá de la captura en el lenguaje. Hay relación, hablando con propiedad, por cuanto hay llamado al otro como presencia, sobre el fondo de un sentido de ausencia, es el momento señalado del Fort-Da que tan vivamente impresionó a Freud en la fecha que podemos fijar en 1915, habiendo sido llamado por uno de los niños (que luego se convirtió en analista) que había sido objeto de su observación.

He ahí lo que nos hace pasar al nivel de esa segunda etapa de realización del esquema en el sentido de que aquí, más allá de lo que articula la cadena del discurso como existente, más allá del sujeto imponiéndole su forma, lo quiera o no, más allá de la aprehensión inocente, si así puede decirse, de la forma lingüisteril por el sujeto. Algo distinto va a producirse que está ligado al hecho de que en esa experiencia del lenguaje, se funda su aprehensión del otro como tal. De ese otro que puede darle su respuesta, la respuesta a su llamado; aquel otro al cual plantea fundamentalmente la pregunta que vemos en «El diablo enamorado» de Cazotte, como siendo el grito de la forma terrorífica que representa la aparición del superyó, en respuesta a aquél que lo ha evocado en una caverna napolitana: Che vuoi?, ¿qué quieres?

La pregunta hecha al otro de lo que él quiere, en otros términos, de allí donde el sujeto hace su primer encuentro con el deseo en tanto es, en primer lugar, deseo del Otro, deseo gracias al cual percibe que se realiza como ente, ese más allá alrededor del que gira, el que el Otro haga que un significante u otroesté o no presente en la palabra, en que el Otro le da la experiencia de su deseo, al mismo tiempo que una experiencia esencial porque hasta el presente era en la batería significante misma en la que una elección podía hacerse. Pero ahora es en la experiencia donde esa elección se muestra conmutativa. Está al alcance del Otro hacer que uno u otro significante esté allí, introduciéndose en la experiencia.

Los dos nuevos principios que se suman a lo que inicialmente era principio de sucesión implicando principio de elección. Tenemos ahora un principio de sustitución – y esto es esencial – es a partir de esta conmutatividad que se establece para el sujeto lo que, entre significante y significado, llamo la barra; hay entre significante y significado esa coexistencia, esa simultaneidad que al mismo tiempo está marcada por cierta impenetrabilidad, es decir, el mantenimiento de la diferencia, de distancia entre significante y significado.  S    

          s

Curiosamente, la teoría de los grupos tal como se la aprende en el estudio abstracto de los conjuntos, nos muestra el nexo absolutamente esencial de toda conmutatividad con la posibilidad de usar lo que llamé el signo de la barra del que nos servimos para la representación de las fracciónes.

Dejemos esto aparte; es una indicación lateral de aquello de lo que se trata. La estructura de la cadena significante a partir del momento en que ha realizado el llamado al Otro, es decir, donde la enunciación se superpone, se distingue de la fórmula del enunciado, exigiendo algo que es justamente la captura del sujeto que era inicialmente inocente, pero que aquí el matiz es esencial, es inconsciente en la articulación de la palabra.

A partir del momento en que la conmutatividad del significante deviene una dimensión esencial para la producción del significado, a saber, que de una forma efectiva y resonante en la conciencia del sujeto, la sustitución de un significante a otro significante será el origen de la multiplicación de esas significaciónes que carácterizan el enriquecimiento del mundo humano.

Otro término se dibuja, otro principio, que es el de semejanza, el que hace que en el interior de la cadena, por relación al hecho de que en la seriación de la cadena significante uno de sus términos resulte o no semejante a otro, se ejerce aquí una cierta dimensión de hechos que es, hablando con propiedad, dimensión metonímica.

Les voy a mostrar a continuación que es esencialmente en esta dimensión que se producen los efectos que son carácterísticos y fundamentales de lo que podemos llamar el discurso poético, los efectos de la poesía.

Es pues al nivel de la segunda etapa del esquema que se produce lo que nos permite poner al mismo nivel que el mensaje, en la parte izquierda del esquema, lo que era mensaje en el primer esquema, la aparición de lo que es significado del Otro, por oposición al significante dado por el Otro que lo produce sobre la cadena de puntos, de puntos porque está parcialmente articulado,donde está implícito que no representa aquí al sujeto sino en tanto él es soporte de la palabra.

Se los he dicho, es en la experiencia del Otro en tanto que Otro y teniendo un deseo, que se produce esa segunda etapa de la experiencia. El deseo desde su aparición, su origen, se manifiesta en ese intervalo, esa hiancia que separa la articulación lisa y llana, la lingüistería de la palabra, de lo que marca que el sujeto realiza allí algo de sí mismo que no tiene alcance, sentido, sino por relación a esa emisión de la palabra que es lo que el lenguaje llama su ser.

Es entre los avatares de la demanda y lo que tales avatares le hacen devenir, y por otra parte esa exigencia de reconocimiento por el otro, que podemos llamar exigencia de amor, donde se sitúa un horizonte de ser para el sujeto de quien se trata, de saber si el sujeto puede alcanzarlo o no. Es en ese intervalo, en esa hiancia que se sitúa la experiencia que es la del deseo, aprehensible primero como siendo del deseo del Otro y en cuyo interior el sujeto ha de situar su propio deseo. Su propio deseo como tal no puede situarse sino en ese espacio. Esto representa la tercera etapa, la tercera forma o fase del esquema. Está constituida por esto: ante la presencia primitiva del deseo del Otro como opaco, como oscuro, el sujeto está sin recursos. Está «hilflos; hilflosing heit», empleo el  término de Freud, en francés se llama «detresse» (indefensión) del sujeto. He allí el fundamento  de lo que en análisis ha sido explorado, experimentado, situado como la experiencia traumática.

Lo que Freud nos trajo después de encaminar lo que permitió situar en su verdadero lugar la experiencia de la angustia, es algo que para mí no tiene nada de ese carácter en cierto modo difuso de lo que llamamos la experiencia existencial de la angustia. Que sí se pudo definir, en una referencia filosófica, que la angustia es algo que nos confronta con la nada, fórmula justificable en cierta perspectiva de la reflexión. Sepan que sobre este tema Freud tiene una enseñanza articulada, positiva; él hace de la angustia algo situado en una teoría de la comunicación. La angustia es una señal. No está a nivel del deseo, suponiendo que el deseo debiera producirse en el mismo lugar donde se origina y se experimenta la indefensión; no es a nivel del deseo que se produce la angustia. Retomaremos atentamente este año, renglón por renglón, el estudio de «Inhibición, síntoma y angustia» de Freud.

Hoy en esta primera lección no puedo hacer otra cosa que mostrarles algunos puntos mayores para poder encontrar la continuidad del asunto. Freud nos dice que la angustia se produce como una señal en el yo bajo el fundamento de la indefensión, a lo que está llamada, como señal a remediar.

Sé que voy muy rápido, que esto merecería un seminario entero, pero no puedo hablarles de nada si no comienzo por mostrarles el dibujo del camino que vamos a recorrer.

En tanto que al nivel de esa tercera etapa interviene la experiencia especular, la experiencia en relación a la imagen del otro en tanto fundante del Urbild del yo que vamos a reencontrar este año, a utilizar en un contexto que le dará una resonancia muy distinta, lo que hemos articulado al fin de nuestro primer año, concerniente a las relaciones del yo ideal y del ideal del yo, vamos a ser llevados a repensar todo ello en ese contexto que es la acción simbólica que les muestro aquí como esencial.

Van a ver qué utilización puede tener. No hago sólo alusión a lo que ya he dicho y articulado sobre la relación especular, la confrontación en el espejo del sujeto con su propia imagen; hago alusión al esquema: «a…»; es decir, al uso del espejo cóncavo que nos permite pensar la función de una imagen real reflejada que no puede ser vista como reflejada sino a partir de una cierta posición, de una posición simbólica que es la del ideal del yo.

Se trata de esto: en la tercera etapa del esquema tenemos la intervención del elemento imaginario en tanto que tal, de la relación del yo al otro como siendo el que va a permitir al sujeto remediar esa indefensión en la relación al deseo del Otro, ¿por qué? Por algo que es tomado del juego de dominio que el niño, en una edad electiva, aprendió a manejar en cierta referencia a su semejante en tanto que tal.

La experiencia del semejante en el sentido en que es mirada, donde es el otro quien los mira, donde hay que hacer jugar un número de relaciones imaginarias entre las que están, primeramente, las de prestancia, de sumisión y de derrota. Es en medio de eso, como Aristóteles dice que el hombre piensa, hay que decir que el hombre piensa, no hay que decir que el alma piensa, pero el hombre piensa con su alma. Hay que decir que el sujeto se defiende. Es lo que nos muestra nuestra experiencia.

Con su yo se defiende contra esa indefensión, y con el medio que la experiencia imaginaria de la relación con el otro le da, reconstruye algo que es la diferencia de la experiencia especular flexible con el otro, porque lo que el sujeto refleja no es simple juego de prestancia, no es su oposición al otro en el prestigio y en la finta, es él mismo como sujeto hablante, y es por eso que lo designo aquí como siendo ese lugar de salida, de referencia por donde el deseo va a aprender a situarse, es el fantasma. Es por eso que al fantasma lo simbolizo, lo formulo con esos símbolos, la S/ aquí. Les diría por qué está tachada la S, es decir, el sujeto en tanto hablante, en tanto se revela al otro como mirada, al otro imaginario.

Cuando tengan que vérselas con algo que es propiamente un fantasma, verán que es articulable en términos de referencia al sujeto como hablante al otro imaginario. Es lo que define al fantasma… (Falta una página).

Esto es por lo que comencé por allí. No digo que les hice la experiencia más fácil, es por eso que ahora, para aligerar esta experiencia, voy a darles ya pequeñas ilustraciones. Tomaré primero una, y verdaderamente al nivel más simple porque se trata de relaciones del sujeto al significante, lo menos y lo primero que se puede exigir de un esquema es el ver si sirve a propósito de la conmutación.

Me acordé de algo que leí la otra vez en el libro de Darwin sobre la expresión en el hombre, en el animal y que debo decir que me divirtió mucho. Darwin cuenta que un tal Sidney Smith que, supongo, debía ser un hombre de la sociedad inglesa de su tiempo, de él dice Darwin, planteando una pregunta, he escuchado a Sidney Smith decir en una velada, tranquilamente, la siguiente frase: «Ha llegado a mis oídos que la querida vieja Lady Cock se cortó». («y a coupé»). En realidad «over look» quiere decir que el inspector no reparó en eso, en sentido etimológico. «Over look» es de uso corriente en la lengua inglesa. No tiene correspondiente en el uso corriente francés. Es por eso que el uso de las lenguas es tan útil y dañino a la vez porque nos evita de hacer la sustitución de significantes en nuestra propia lengua gracias a lo cual podríamos llegar a apuntar un cierto significado, ya que se trata de cambiar todo el contexto para obtener el mismo efecto para una sociedad análoga. Eso podría querer decir: el ojo lo pasó por encima, y a Darwin le maravilla que fue claro para todos, y sin ninguna duda, lo que quiso decir, que el diablo la tenía olvidada, que había olvidado arrastrarla a la tumba, la cual parecía ser en ese momento, en el espíritu del auditorio, su lugar natural, deseado. Darwin deja abierto el punto de interrogación: ¿cómo hizo aquél para lograr ese efecto?. Y admite: «soy incapaz de decirlo».

Podemos estarle reconocidos a él por marcar en la experiencia que allí hace, de una manera especialmente significativa y ejemplar, su propio límite en el abordaje de ese problema. Que haya tomado de una cierta manera el problema de las emociones, decir que la expresión de las emociones está interesada justamente a causa del hecho de que el sujeto no manifiesta estrictamente ninguna, que dice eso «placidely», es quizá para llevar las cosas un poco más lejos. En todo caso, Darwin no lo hace, está verdaderamente muy sorprendido de eso que hay que tomar al pie de la letra, porque como siempre cuando estudiamos un caso no hace falta reducirlo tornándolo vano.

Darwin dice: todo el mundo comprendió que el otro hablaba del diablo en tanto que el diablo no esta por ninguna parte, y eso es lo interesante, el que Darwin nos dice que el escalofrío del diablo pasó por todos.

Tratemos de comprender un poco.

No nos vamos a detener sobre las limitaciones mentales propias de Darwin, igual llegaremos al asunto, pero no enseguida. Lo que hay de cierto es que desde el principio algo que participa de un conocimiento sorprendente, porque no hay necesidad de haber planteado los principios del efecto metafórico, de la sustitución de un significante a otro significante; no hay necesidad de exigir de Darwin que tenga el presentimiento por el que se percata del efecto que en todos los casos llega a lo que él no articula, en el hecho de que una frase que comienza cuando dice «Lady Cock» se termina normalmente por «ill», enferma. He oído decir también que hay algo que no va de un lado a otro, puesto que la sustitución de algo que parece que se oye, una noticia concerniente a la salud de la vieja dama, porque es siempre de su salud que se ocupa en principio cuando se trata de las viejas damas, y reemplazado por cualquier otra cosa, hasta irreverente en cierto modo.

No dice ni que está por morir, ni tampoco que se porta muy bien. Dice que ha sido olvidada.

¿Qué es lo que interviene para que ese efecto metafórico, a saber en todo caso, otra cosa que lo que querría decir «over look» podría ser considerada? Es en tanto no considerado que es sustituido a otro significante, que un efecto de significado nuevo se produce, que no está ni en la línea de lo que se tentó ni en la de lo no considerado. Si esa desconsideración no estuviera carácterizada justamente como tal, algo original habría estado realizado de una cierta manera en el espíritu de cada uno según ángulos de refracción propios.

En todos los casos hay apertura de un nuevo significado a algo que hace que, por ejemplo, Sidney Smith pase en el conjunto por un hombre de chispa, que no se expresa por clichés.

Pero, ¿por qué diablo?

Si nos remitimos a nuestro pequeño esquema, nos ayudará mucho. Es para eso que sirve, si se hacen esquemas, para servirse de ellos. Se puede igualmente llegar al mismo resultado sin ellos (en s’en passant) pero el esquema de alguna manera nos guía, nos muestra muy evidentemente lo que pasa en lo real, lo que se presentifica, un fantasma hablando con propiedad, y ¿por qué mecanismos? Es aquí que el esquema puede también ir más lejos que lo qué permite, diría yo, una noción de tipo ingenua de que las cosas están hechas para expresar algo, que se comunicaría una emoción, como se dice, como si las emociones no plantearan, en sí tantos otros problemas, como ser, lo que ellas son, si tienen en si necesidad de comunicación.

Nuestro sujeto, se nos dice, está perfectamente tranquilo, se presenta en estado puro, siendo la presencia de su palabra puro efecto metonímico; quiero decir, su palabra en tanto palabra en su continuidad de palabra, y en esa continuidad de palabra precisamente hace intervenir eso: la presencia de la muerte en tanto que el sujeto puede o no puede escaparle, sin embargo evoca esa presencia de algo que guarda gran parentesco con la llegada al mundo del significante. Quiero decir que si hay una dimensión donde la muerte, o el hecho de que no esté allí, puede ser a la vez directamente evocada, al mismo tiempo velada y en todo caso encarnada por llegar inmanente a un acto, es la articulación significante. Es por cuanto el sujeto que habla tan ligeramente de la muerte que no la quiere en especial a esa dama, y por otra parte, la perfecta placidez con que habla implica, justamente, que al respecto ha dominado su deseo, en tanto el deseo como en «Volpone» podría expresarse por la amable fórmula: púdrete y revienta. (puet creve).

No dice eso, articula simplemente que es el nivel que nos vale lo que cada uno a su turno por un instante olvidó, pero eso, si así puedo decirlo, no es el diablo y (…..) eso (Ça) llegará un día u otro, y a la vez ese personaje se plantea como no dudando en igualarse con aquella de la que habla, de ponerse al mismo nivel, bajo el peso de la misma falta, de la misma legalización terminal para el amo absoluto aquí presentificado.

En otras palabras, aquí el sujeto se revela respecto de lo que está velado en el lenguaje como teniendo una suerte de familiaridad, de completud, de plenitud de manipuleo del lenguaje, que sugiere, ¿qué? Justamente algo sobre lo que quiero terminar porque es lo que falta a todo lo que dije en el desarrollo en tres etapas, para que aquí el resorte, el relieve de lo que quiero articularles, sea completo.

A nivel del primer esquema tenemos una imagen inocente. Es inconsciente que no demanda más que pasar al saber. No olvidemos que en la inconsciencia era una dimensión de tener conciencia, aún en francés, implica esta noción.

Al nivel de la segunda y tercera etapas del esquema, les dije que tenemos un uso más consciente del saber, quiero decirles que el sujeto sabe hablar y habla. Es lo que hace cuando llama al otro, y por tanto es allí donde se encuentra la originalidad del campo que Freud descubre y que llama lo inconsciente, es decir, ese algo que pone siempre al sujeto a cierta distancia de su ser, lo que hace que precisamente ese ser no se le junte jamás, y que por eso es necesario que no pueda hacer otra cosa que alcanzar su ser en esa metonimia del ser en el sujeto que es el deseo.

¿Por qué? Porque al nivel en que el sujeto está empeñado, metido él mismo en la palabra y por ahí en la relación al Otro como tal, como lugar de la palabra, hay un significante que falta siempre. ¿Por qué? Porque es un significante, y el significante está especialmente delegado a la relación del sujeto con el significante. Ese significante tiene nombre: es el falo.

El deseo es la metonimia del ser en el sujeto; el falo es la metonimia del sujeto en el ser. Volveremos. El falo, en tanto es elemento significante sustraído a la cadena de la palabra, en tanto enlaza toda relación con el Otro, es ahí el principio límite que hace que el sujeto en tanto implicado en la palabra, caiga bajo el golpe de lo que se desarrolla en todas sus consecuencias clínicas bajo el término de complejo de castración.

Es lo que sugiere toda especie de uso, no digamos puro, puede ser más impuro de los vocablos (mot) de la tribu, toda especie de inauguración metafórica, por poco audaz que se haga y en desafío de lo que la lengua siempre vela, y eso que vela en último lugar, es la muerte.

Eso siempre tiende a hacer surgir esa figura enigmática del significante faltante, el falo , que aquí aparece como siempre bajo la forma llamada diabólica, oreja, pene, aún el mismo falo, y si en ese uso (du cage) de jaula la tradición del «jeu d’esprit» inglés, ese contenido que no disimula menos el deseo más violento, pero ese uso se basta a sí para hacer aparecer en lo imaginario, en el otro que está como espectador, en el pequeño a, esa imagen del sujeto en tanto marcado por la relación a ese significante especial, que se llama lo prohibido, en tanto viola una interdicción, en tanto muestra que más allá de las prohibiciones que hacen la ley del lenguaje, no se habla así de las viejas damas.

Hay al menos un señor que oye hablar plácidamente del mundo y hace aparecer al diablo, en ese punto el querido Darwin se pregunta: ¿Cómo diablos hace eso?

Aquí los dejaré hoy. Retomaremos la próxima vez un sueño en Freud, trataremos de aplicarle nuestros métodos de análisis, lo que también nos permitirá situar los diferentes modos de interpretación.