Seminario 6: Clase 21, del 20 de Mayo de 1959

Retomemos nuestro tema en el punto donde lo habIamos dejado la última vez., es decir, en el punto donde de lo que se trata es de una especie de operación que yo había formulado para ustedes bajo el modo de una división subjetiva de la demanda.

Retomaremos esto porque nos conduce al examen de la formula del fantasma, en tanto que ella es el soporte de una relación esencial, de una relación pivot, aquella que intento promover para ustedes este año, en el funcionamiento del análisis.

Si recuerdan, yo les había escrito la última vez las siguientes letras: Imposición, proposición de la demanda en el lugar del Otro como siendo la etapa ideal primaria.

Bien entendido, esto es una reconstrucción y, por lo tanto, nada es más concreto, nada es más real, porque es en la medida en que la demanda del niño comienza a articularse, que el proceso se engendra o que, al menos, nosotros pretendemos mostrar que el proceso se engendra, de donde va a formarse esta Spaltung del discurso, que está expresada por los hechos del inconsciente.

Pero, como ya les dije, es considerando lo que sucede a nivel de la demanda, que vamos a continuar el proceso de la generación lógica que se produce a partir de esta demanda. De manera que lo que yo habla expresado el otro día trajo una forma que hacia intervenir al Otro como sujeto real – no sé si bajo esta forma o bajo otra que había escrito en el pizarrón – , que la demanda toma aquí otro alcance, que deviene demanda de amor, que, en tanto es demanda de satisfacción de una necesidad, ella está revestida, a ese nivel, de un signo, de una barra, que cambia esencialmente el alcance de eso.

Poco importa que haya empleado esas letras o no – es seguro que he utilizado ésas – , porque esto es lo que puede engendrar toda una gama, que es la de las experiencias reales del sujeto, en tanto que van a inscribirse en cierto número de respuestas que son gratificantes o frustrantes, y que son, evidentemente, esenciales para que allí se inscriba cierta modulación de su historia.

Pero no es eso lo que perseguimos en el análisis sincrónico, el análisis formal, que seguimos ahora. Es en la medida donde es el estadio ulterior a aquel de la posición del Otro como Otro real, que responde a la demanda, el sujeto se interroga como sujeto, es decir, donde él mismo se aparece como sujeto, en tanto que es sujeto para el Otro. Es, pues, en esa relación de primera etapa, en la cual el sujeto se constituye en relación al sujeto que habla, se re tome en la estrategia fundamental, que se instaura la dimensión de] lenguaje, y que no comienza sino a partir de esta dimensión del lenguaje. Es porque el Otro está estructurado en el lenguaje, que deviene sujeto posible de una tragedia, por la cual el sujeto mismo puede constituirse como sujeto reconocido por el Otro, como sujeto para un sujeto. No puede haber ahí otro sujeto más que un sujeto para un sujeto y, por otra parte, el sujeto primero no puede instituirse como tal, más que como sujeto que habla, como sujeto de la palabra. Es porque el Otro mismo está marcado por las necesidades del lenguaje, es porque este Otro se instaura, no como Otro real, sino como Otro, lugar de la articulación de la palabra, que se da la primera posición posible de un sujeto como tal, de un sujeto que puede asirse como sujeto, que se toma como sujeto en el Otro, en tanto que el Otro lo piensa, a él como sujeto.

Se los he hecho notar la última vez : Nada hay más concreto que eso. Esto no es jamas una etapa de la meditación filosófica. Es algo que se establece en la relación de confianza. ¿En qué medida y hasta que punto, puedo yo (je) contar con el Otro? ¿Qué es lo que hay de viable en los comportamientos del Otro? ¿Qué consecuencias puedo yo (je) esperar de lo que ya ha sido prometido por él?. Se da ahí, seguro, uno de los conflictos más primitivos, el más primitivo, sin duda, desde el punto de vista que nos interesa de la relación del niño al Otro. Esto es algo alrededor de lo cual vamos a girar, la instauración y base misma de los principios de su historia, y también, que eso se repite al nivel más profundo de su destino, aquello que ordena la modulación inconsciente de sus comportamientos. Es en otra parte que en una pura y simple frustración a las gratificaciones.

Es en la medida en que él puede fundarse sobre algún Otro que —ustedes lo saben— se instituye eso que nosotros encontramos en el análisis, incluso en la experiencia más cotidiana del análisis, eso que nosotros encontramos de más radical en la modulación inconsciente del paciente, neurótico o no.

Es ante el Otro como sujeto de la palabra, en tanto que ella se articula primordialmente, es en relación a ese Otro, que el sujeto mismo se constituye como sujeto que habla. Nunca como sujeto primitivo del conocimiento, ni sujeto de los filósofos, sino el sujeto en tanto que se plantea como mirado por el Otro, como pudiendo responderle en el nombre de una tragedia común, como sujeto que puede interpretar todo lo que el Otro articula, indica su intención más profunda, su buena o su mala fe.

Es esencialmente en ese nivel, si me permiten un juego de palabras, que la S se plantea verdaderamente no sólo como la S que se inscribe como una letra, sino también a ese nivel como la «Es» de la fórmula tópica que Freud da al sujeto, «eso» (ça) bajo  una forma interrogativa, también bajo la forma donde, si ustedes ponen aquí un punto de interrogación, el sujeto se articula.

S, es ahí todo lo que, en ese nivel, el sujeto formula, aún de sí mismo. El está en estado naciente, en presencia de la articulación del Otro, en tanto que ella le responde, pero a condición de que dicha articulación le responda más allá de lo que él ha formulado en su demanda.

S, es en este nivel que el su sujeto se suspende y que, en la etapa siguiente, es decir, en tanto que él va a dar ese paso en el cual él quiere tomarse en el más allá de la palabra, es él mismo como marcado por algo que lo divide primordialmente de sí mismo, en tanto que sujeto de la palabra. Es a ese nivel, como sujeto barrado, que él puede, que debe, que pretende encontrar la respuesta y que, además, no la encuentra, porque él encuentra en el Otro, a ese nivel, ese hueco, ese vacío, que yo he articulado para ustedes diciendo que no hay Otro del Otro. Que ningún significante posible garantiza la autenticidad de la continuación de los significantes que él depende, para eso, de la buena voluntad del Otro, que no hay nada que, al nivel del significante, garantice, autentifique, por más que eso sea la cadena y la palabra significante.

Y es aquí que se produce, por parte del sujeto, algo que, por otro lado, él toma, él hace además :l legar, llegar del registro de lo imaginario, de una parte de sí mismo en  tanto que él está enganchado en la relación imaginaria al otro . Y esto que llega aquí que surge en el lugar donde se lleva, donde se plantea la interrogación del Es, el lo permite decir que, por esto, él es verdaderamente) por esto, él quiere verdaderamente. Es ahí que se produce el surgimiento de algo que llamamos a, a, en tanto que es el objeto, el objeto del deseo, sin duda, y no en tanto que este objeto del deseo se coaptarla directamente por relación al deseo, sino porque este objeto entra en juego en un complejo que nosotros llamamos fantasma, el fantasma como tal, es decir, en tanto que ese objeto es el soporte alrededor del cual, en el movimiento donde e] sujeto se desvanece (s’evanouit), ante la carencia significante que responde de su lugar al nivel del Otro, encuentra su soporte en este objeto.

Es decir que, en ese nivel, la operación es división. El sujeto intenta reconstituirse, identificarse, reunirse en la demanda dirigida al Otro. La operación se detiene. Sin embargo, es aquí que el cociente que el sujeto busca alcanzar, porque él debe tomarse, reconstituirse, autentificarse como sujeto de la palabra, queda suspendido en presencia, a]. nivel del Otro, de la aparición de ese resto, por donde él mismo, el sujeto, suple, aporta el rescate, reemplaza la carencia al nivel del Otro del significante que le responde. .

Es en tanto que ese cociente y ese resto quedan aquí en presencia el uno del otro, y, si se puede decir, sosteniéndose el uno por el otro, que el fantasma no es ninguna otra cosa que el enfrentamiento perpetuo de este S de este S en tanto marca el momento de fatiga del sujeto, donde no encuentra nada, en el Otro, que lo garantice a él de una manera segura y cierta, que lo autentifique, que le permita situarse y nombrarse al nivel del discurso del Otro, es decir, en tanto que sujeto del inconsciente. Respondiendo a este momento es que surge como suplente del significante faltante este elemento imaginario, que nosotros llamamos en su forma más general, en tanto que término correlativo de la estructura del fantasma, soporte de S como tal, en el momento en el cual él intenta indicarse como sujeto del discurso inconsciente.

Me parece que no tengo más que decir aquí. Sin embargo, voy a decir más, para recordarles lo que esto significa en el discurso freudiano, por ejemplo, el «wo Es war, soll Ich werden»: ahí donde eso era, yo (je) debo advenir. Esto es muy preciso; es ese «ich» que no es «das ich», que no es el yo (moi). Es un «ich» utilizado como sujeto de la frase. Ahí donde eso estaba, ahí donde eso (ça) habla. Donde eso (ça) habla, es decir, donde, en el instante anterior, algo estaba, que es el deseo inconsciente, ahí yo debo designarme, ahí yo (je) debo ser ese yo (je) que es la meta, el fin, el término del análisis ante el cual él se nombra, se forma, se articula, en tanto no lo haga jabas, pues también, en formula freudiana, ese «soll Ich werden», ese «debe ser», ese «debo advenir», es el sujeto de un devenir, de un deber que le es propuesto.

Debemos reconquistar ese campo perdido del ser del sujeto, como dice Freud en la misma frase, en una divertida comparación, como la reconquista de Holanda sobre el Zuyderzeé de tierras ofrecidas a una conquista pacífica. .

Ese campo del inconsciente sobre el cual debemos ganar en la realización de la gran obra analítica, es seguro que se trata de eso. Pero antes de que esto sea hecho, ahí donde eso estaba, ¿qué es lo que nos designa el lugar de ese yo (je) que debe aparecer? ¿De que es Índice eso que nos lo designa?. Exactamente, de eso de lo que se trata, del deseo. Del deseo en tanto es función y término de eso de lo cual se trata en el inconsciente.

Y el deseo es aquí sostenido por la oposición, la coexistencia de los dos términos que son el S, el sujeto en tanto que, en este límite él se pierde, es que comienza el inconsciente  —eso quiere decir que no hay pura y simple privación de algo que se llamaría conciencia. Otra dimensión comienza donde no les es más posible saber donde él no es más conciencia.

Aquí se detiene toda posibilidad de nombrarse. Pero en este punto de detención, está también el Índice, el índice que es aportado, que es la función mayor, sean cuales fueren las apariencias de lo que en ese momento es sostenido ante él como el objeto que le fascina, pero también que lo retiene ante la anulación pura y simple, la síncopa de su existencia. Y esto es lo que constituye la estructura de lo que llamaremos el fantasma.

Hoy vamos a detenernos en esto. Vamos a ver lo que comporta como generalidad de aplicación esta formula del fantasma. También nosotros vamos a tomarla, porque hemos dicho la ultima vez que eso era en su función sincrónica, es decir, por el lugar que el ocupa en esta referencia del sujeto a sí mismo, del sujeto a eso que él es, al nivel del inconsciente, cuando es, en suma, llevado por la pregunta sobre lo que es. O sea, la definición de la neurosis.

Detengámonos de entrada en las propiedades formales, aquellas que la experiencia analítica nos permite reconocer, de este objeto a, en tanto interviene en la estructura del fantasma.

El sujeto, decimos, está al borde de esta nominación desfalleciente que es el rol estructural de eso que está señalado en el momento del deseo. Y él está en el punto donde sufre, si se puede decir, al máximo, en un punto de apogeo, eso que uno puede llamar la virulencia del logos, en tanto él se encuentra con el punto supremo del efecto alienante de su implicación en el logos.

Esta toma del hombre en la combinatoria fundamental, que da la carácterística esencial del logos, es una cuestión que otros, como yo, han decidido saber qué puede querer decir. Quiero decir, lo que significa que el hombre sea necesario en esta acción del logos en el mundo. Pero lo que nosotros tenemos que ver es lo que resulta para el hombre de eso, y como el le hace frente, como lo sostiene.

La primera fórmula que puede surgirnos es que es necesario que el la sostenga realmente, que la sostenga en su real, de el en tanto que real, es decir, de lo que le queda siempre como lo más misterioso.

Seguramente podemos ejemplificarlo como una disciplina, una ascesis, una elección. Y sabemos que lo que sale de eso, a saber, la ciencia, nuestra ciencia moderna, nuestra ciencia en tanto se puede decir que ella se distingue para nosotros por esta posición excepcional sobre el mundo que, de alguna manera, nos tranquiliza, cuando nosotros hablamos de la realidad.

Nosotros sabemos que tenemos una posición sobre lo real, pero ¿cual es? Es una posición de conocimiento. Y no puedo, al menos, sino indicar las preguntas. ¿Es eso que no aparece en la primera aproximación, en la primera aprehensión que tenemos de lo que resulta de ese proceso? ¿Es eso que, seguramente, en el punto donde nosotros estamos, en suma, en el punto de elaboración de la ciencia psíquica, que es la forma donde el éxito esta planteado lo más lejos posible de la posición de nuestras cadenas simbólicas, sobre algo que llamamos la experiencia, la experiencia construida, jamás aparece que tengamos el sentimiento de alcanzar algo que, en el ideal de la filosofía incipiente, de la filosofía en sus comienzos, se propone como el fin, la recompensa del esfuerzo del filósofo, del sabio, es decir, esta participación, este conocimiento, esta identificación, con el ser que está enfocado, que está presentado en la perspectiva griega, en la perspectiva aristotélica, como siendo lo que está en el fin del conocer, o sea, la identificación por el pensamiento del sujeto, que no se llamarla, en ese momento, sujeto, de aquel que perseguirla el conocimiento en el objeto de su contemplación?.

En los términos de la ciencia moderna, ¿a qué nos identificamos?. No creo, incluso, que haya una sola rama de la ciencia, que sea aquella en la cual nosotros hemos llegado a los resultados más perfectos, más pujantes, ni que sean aquellas mismas donde la ciencia intenta bosquejarse, dar el primer paso, como en los términos de una psicología behaviorista… Tanto que, en ultima instancia, estamos seguros de ser engañados en cuanto a lo que hay allí que conocer, que incluso cuando nos encontramos con una de las formas de esta ciencia que aún es balbuceante, que pretende imitar, como el pequeño personaje de La melancolía de Durero, el angelito que a los costados de la gran melancolía comienza a hacer simple behaviorismo, es decir que vamos a contentarnos con mirar, sobre todo que nos rehusamos desde el inicio mismo a toda visión que comporte esta asunción, esta identificación a lo que esta delante de nosotros.

Mas allá del me toco, eso va a consistir, de entrada, en rehusarnos a creer que podemos, al final, llegar a lo que esta en el antiguo ideal del conocimiento.

Hay sin duda, ahí, algo verdaderamente ejemplar, y que es natural que nos haga meditar sobre lo que cuando, por otra parte, una psicología que, si nosotros no la planteamos y no la articulamos como una ciencia es, a pesar a todo, algo que se plantea como paradojal en relación al método hasta aquí definido sobre el aporte científico, la psicología freudiana, ella nos dice que lo real del sujeto no es concebible como lo correlativo a un conocimiento.

El primer paso donde se sitúa lo real como real, como término de algo donde el sujeto está interesado, este real no se sitúa en relación al sujeto del conocimiento, porque algo, en el sujeto, se articula, que está más allá de su conocimiento posible y que, sin embargo, es ya el sujeto, y cuanto más el sujeto se reconoce en esto, más es sujeto de una cadena articulada.

Que algo que es del orden de un discurso desde un comienzo, que sostiene algún soporte, algún soporte que no es abusivo calificar con el termino de ser, si damos a ese término ser su definición mínima, que es la siguiente: Si el término ser quiere decir algo, eso es lo real, en tanto se inscribe en lo simbólico, lo real interesado en esta cadena que Freud nos dice ser coherente y comandar, más allá de todas sus motivaciones accesibles al juego del conocimiento, el comportamiento del sujeto.

Esto es algo que, en el pleno sentido, merece ser nombrado como del orden del ser, porque es algo que se plantea ya como un real articulado en lo simbólico, como un real que ha tomado su lugar en lo simbólico, y que ha tomado este lugar más allá del sujeto del conocimiento.

Es en este momento que se abrocha el paréntesis que había abierto ahora, en el momento donde, en nuestra experiencia de conocimiento, algo se oculta para nosotros en lo que está desarrollado sobre el árbol del conocimiento, donde algo en esa rama que se llama la ciencia se prueba, se manifiesta a nosotros como siendo algo que ha defraudado la esperanza del conocimiento.

Si, por otro lado, uno puede decir que eso ha ido quizá mucho más lejos que todo efecto esperado del conocimiento – es al mismo tiempo y en ese momento que, en la experiencia de la subjetividad, en aquella que se establece en la confidencia, en la confianza analítica, que Freud nos designa esta cadena donde fas cosas se articulan de una manera que esta estructurada de manera homogénea con otra cadena simbólica, con lo que conocemos como discurso, que, porque no es accesible a la contemplación, no es accesible al sujeto, en tanto que él podría recostarse ahí como el objeto en el cual él se reconoce.

Al contrario, fundamentalmente él se desconoce. Y en la medida en que él intenta abordar esta cadena, que él intenta nombrarse allí, retomarse, es precisamente ahí que no se encuentra. El no está ahí, sino en los intervalos, en los cortes… Cada vez que quiere tomarse, él no está más que en el intervalo.

Y es por eso que el objeto imaginario del fantasma sobre el cual él va a buscar soportarse, está estructurado de la manera que lo está. Eso es lo que quiero mostrarles ahora. Hay, seguro, otras cosas para demostrar sobre esta formalización S/  ( a , pero yo quiero mostrarles como se constituye el a.

Se los he dicho, es como corte y como intervalo, que el sujeto se encuentra en el punto último de su interrogación. Es también, esencialmente, como forma de corte que el a, en toda su generalidad, nos muestra su forma.

Aquí voy, simplemente, a agrupar cierto número de rasgos comunes que ustedes ya conocen, concernientes a las diferentes formas de este objeto. Para aquellos que aquí son analistas, puedo ir más rápido, no entrar en detalles, para volver a comentar.

Si se trata de que el objeto del fantasma sea algo que tenga la forma del corte, ¿en qué podremos reconocerlo?.  Francamente aire que, al nivel del resultado, pienso que ustedes ya se me adelantaron. Al menos, así lo espero.

Nosotros podemos, en una primera aproximación, dar tres ejemplos de esa relación que hace que el sujeto, en el punto en el cual el S/ se interroga como S/, no encuentra, para soportarse, sino una serie de términos que son los que aquí llamamos a, en tanto que objeto en el fantasma. Eso se implica que sea completamente exhaustivo. Casi lo es. Digo que no lo es completamente, en tanto toma las cosas al nivel de lo que llamara el resultado, es decir, del a constituido, no es una gestión totalmente legítima. Quiero decir que comenzar por ahí es hacerlos partir de un terreno ya conocido, el cual ustedes retomarían para hacer el camino más fácil. Esa no es la vía más rigurosa, como van a verlos cuando reunamos ese término por la vía más rigurosa de la estructura.  Es decir, la vía que parte del sujeto en tanto que barrado, en tanto es él quien levanta, suscita el término del objeto. Pero es del objeto de donde partiremos, porque es allí que ustedes encontrarán lo mejor.

Hay tres especies de eso, retomadas en la experiencia analítica, identificadas perfectamente, hasta el presente, como tales.

La primera especie es aquella que nosotros llamamos habitualmente el objeto pregenital. La segunda es esta especie de objeto que está interesado en lo que se llama complejo de castración. Y ustedes saben que bajo su forma más general, es el falo.La tercera especie es, quizá, el sólo termino lo que les sorprenderá como una novedad, pero en verdad pienso que aquellos de entre ustedes que han podido estudiar de bastante cerca lo que he podido escribir sobre la psicosis, no se encontrarán, sin embargo, esencialmente desconectados, la tercera especie de objeto, cumpliendo exactamente la misma función por relación al sujeto en su punto de desfallecimiento, de fatiga, eso no es ninguna otra cosa, ni más ni menos, que lo que se llama comúnmente el delirio, y muy precisamente, eso por lo cual Freud, casi desde el inicio de sus primeras aprehensiones, ha podido escribir: «Ellos aman su delirio como a sí mismos».

Vamos a retomar estas tres formas de objeto, porque ellas nos permiten tomar algo en su forma que le permite cumplir esta función: devenir los significantes que el sujeto extrae de su propia sustancia, para sostener ante el, precisamente, este agujero, esta ausencia del significante al nivel de la cadena inconsciente.

¿Qué quiere decir el a en tanto que objeto pregenital? .

En la experiencia animal, aunque ella se estructure en imagenes, no debemos evocar aquí el término mismo por donde más de una reflexión materialista llega a resumir lo que es, después de todo, el funcionamiento de un organismo, por humano que sea, al nivel de los intercambios materiales. Precisamente, no soy yo quien ha inventado la fórmula. Este animal, por humano que sea, no es, después de todo, sino una tripa con dos orificios, aquél por donde eso entra y aquél por donde eso sale.

Y de todos modos, es por eso por lo cual se constituye el objeto llamado pregenital, en tanto él llega a cumplir su función significante en el fantasma. Es por eso de lo cual el sujeto se nutre, se corta en algún momento de él, incluso que, en esta ocasión, es la inversión de la posición, el estadio sádico oral mismo es el corte, o al menos, hace el esfuerzo para cortarlo, y muerde. Es el objeto en tanto objeto de destete. Lo que quiere decir, propiamente hablando, objeto de corte de una parte; y por otro lado, en la otra extremidad de la tripa, en tanto eso que él rechaza se corta de él, y como además, todo el aprendizaje le es brindado de los ritos y de las formas de la limpieza él aprende que lo que el rechaza, lo corta de él mismo.

Es esencialmente eso que hacemos en la experiencia analítica común, la forma fundamental del objeto de las fases llamadas orales y anales, a saber, el pezón, esta parte del seno que el sujeto puede tener en su orificio bucal, es también eso de lo cual él está separado – es de todos modos, este excremento que deviene también para el sujeto, en otro momento, la forma más significativa de su relación a los objetos… Son precios (sic) elegidos muy precisamente, en tanto ellos son especialmente ejemplares, manifestando en la forma la estructura del corte, que están interesados en jugar ese rol de soporte al nivel donde el sujeto se encuentra, él mismo, situado como tal en el significante, en tanto que él está estructurado por el corte. El es, él mismo, en esta ocasión, el corte.

Y esto es lo que nos explica que esos objetos entre otros, y con preferencia a otros, sean elegidos. Pues uno no ha podido sino remarcar que, si se tratara de que el sujeto erótico tal o cual de sus funciones, en tanto que simplemente vitales. ¿Por qué no habría, también, una fase más primitiva que las otras, y también más fundamental, a la que él estaría relaciónado, tal vital como aquella que pasa por la boca, para terminar por la excreción del orificio intestinal, esto es, la respiración?.

Sí, pero la respiración no conoce en ninguna parte este elemento de corte. La respiración no se corta o, si se corta, es de una manera que no deja de engendrar algún drama. Nada se inscribe en un corte de la respiración, si no es de una manera excepcional. La respiración es ritmo, la respiración es pulsación, la respiración es alternancia vital, no es nada que permita sobre el plano imaginario simbolizar precisamente eso de lo que se trata, a saber, el intervalo, el corte.

Sin embargo, eso no es decir que nada de lo que pasa por el orificio respiratorio, pueda ser, como tal, escandido, porque precisamente, es por ese mismo orificio que se produce la emisión de la voz, y que la emisión de la voz es algo que se corta, que se escande, y además, es porque la reencontraremos ahora y, precisamente, al nivel de ese tercer tipo de a, que hemos llamado el delirio del sujeto.

En tanto que esta emisión, justamente, no es escandida, en tanto es simplemente pneuma, flatos, es evidentemente muy notable -y aquí les ruego que se dirijan a los estudios de Jones-, ver que, desde el punto de vista del inconsciente, ella no está individualizada en el punto más radical, como siendo algo que sea del orden respiratorio, sino precisamente en razón, justamente, de esta imposición de la forma de corte relaciónada, al nivel más profundo de la experiencia que nosotros tenemos de eso en el inconsciente. Y es el mérito de Jones haberlo visto. El flato anal que se encuentra paradojalmente y por esta suerte de desplazamiento sorpresa que los descubrimientos analíticos nos han aportado, se encuentra simbolizado en lo más profundo de lo que se trata, cada vez que, al nivel del inconsciente, es el falo que encuentra simbolizar al sujeto.

En el segundo nivel, y se trata, bien entendido, de un artificio de exposición, pues no hay ni primer ni segundo nivel, en el punto donde nos desplazamos, todos los a que tienen la misma función.

Ellos tienen la misma función. Se trata de saber por qué toman una forma o la otra, pero en la forma que nosotros describimos en la sincronía, lo que nosotros intentamos despejar son los rasgos, los carácteres comunes.

Aquí en el nivel del complejo de castración le encontramos otra forma, que es la de la mutilación. En efecto, si se trata de corte, es necesario y suficiente que el sujeto se separe de alguna parte de sí mismo, que sea capaz de mutilarse. Los autores analistas lo han percibido. La cosa no implica, incluso, una modalidad totalmente nueva en el primer aspecto, porque ellos han recordado, a propósito de la mutilación, en tanto que ella juega un rol importante en todas las formas, en todas las manifestaciones del acceso del hombre a su propia realidad, en la consagración de su plenitud de hombre – sabemos por la historia, por la etnografía, por la constatación de todos los procesos iniciáticos por donde el hombre busca, en un cierto número de formas de estigmatización, definir su acceso a un nivel superior de realización de sí mismo, sabemos esta función de la mutilación como tal. Y no es aquí que les haré recordar a ustedes el catálogo y el abanico que se despliega.

Es necesario y basta que les recuerde aquí, simplemente para hacerles, en esta ocasión, palpar que, bajo otra forma, es algo que aún podemos llamar corte de lo que se trata, sencillamente en tanto ella instaura el pasaje a una función significante, porque lo que queda de esta mutilación es una marca. Es lo que hace que el sujeto que ha sufrido la mutilación como un individuo particular en el rebaño, lleve en adelante sobre él la marca de un significante que lo extrae de un estado primero, para llevarlo, identificarlo a una potencia de ser diferente, superior. Este es el sentido de toda especie de experiencia de travesía iniciática, en tanto que nosotros encontramos su significación al nivel del complejo de castración como tal.

De todos modos, eso no es, les hago notar de paso , agotar la cuestión, pues desde que intento con ustedes acercarme a eso de lo que se trata al nivel del complejo de castración, han debido darse cuenta bien de las ambigüedades que reinan en torno a la función de este falo. Y en otros términos, que si es simplemente el resultado de ver que, por algún lado, es él quien está marcado, es el quien es llevado a la función significante, queda, no obstante, que la forma de la castración no está enteramente implicada en eso que nosotros podemos tener en el exterior, en los resultados de las ceremonias que concluyen en tal o cual deformación.

La marca llevada sobre el falo no es esta especie de extirpación de función particular de negativización Aportada al falo en el complejo de castración. Esto, no podemos tomarlo en ese nivel de la exposición. Pienso que volveremos ahí la próxima vez, cuando tengamos que explicar eso que, lo indico simplemente hoy , es el problema que se plantea ahora que nosotros reabordamos esas cosas, que nosotros hacemos el inventario. Es, a saber, en que y por qué Freud ha podido en el comienzo, hacer algo enorme como ligar el complejo de castración a algo que un examen atento muestra que no es totalmente solidario, a saber, de una función dominadora, cruel, tiránica, de una especie de padre absoluto.

Hay ahí un mito, seguramente. Y como todo lo que Freud ha aportado, es un hecho demasiado milagroso, es un mito que sostiene, y nosotros intentaremos explicar por qué.

Queda en su función fundamental, los ritos de iniciación, que se marcan, que se inscriben en cierto numero de formas de estigmatización, de mutilación hasta el punto donde las abordamos hoy, es decir, en tanto ellos juegan ese rol de a, en tanto que son, para los sujetos mismos que los experimentan, índices. Ellos están destinados a cambiar la naturaleza, eso que, en el sujeto, hasta ahí, en la libertad de los estadios preiniciatiácos que carácterizan las sociedades primitivas, ha sido abandonado a una suerte de juego indiferente de los deseos naturales..

Los ritos de iniciación toman la forma de cambiar el sentido de tesos deseos, de darlos, a partir de ahí precisamente, una función donde se identifica, donde se designa como tal el ser del sujeto, donde deviene, si uno puede decirlo, hombre, pero también mujer, en pleno ejercicio, donde la mutilación sirve aquí para orientar el deseo, para hacerle tomar, precisamente, esta función de índice, de algo que está realizado y que no puede articularse, expresarse, sino en un más allá simbólico, y un más allá que es aquel que nosotros llamamos hoy el ser, una realización de ser en el sujeto.

Uno podría, en esta ocasión, hacer algunas observaciones laterales, y darnos cuenta de que, si algo se ofrecía al alcance, a la marca significante del rito de iniciación, no en, por azar que eso sea, todo lo que puede ahí ofrecerse como apéndice. Ustedes saben, también, que el apéndice fálico no es lo único que, en esta ocasión empleado, que sin ninguna duda, también la relación que el sujeto puede establecer en toda referencia a sí mismo y que es aquél donde nosotros podemos concebir que la aprehensión vivida puede ser la más notable, es decir, la relación de tumescencia, designa, bien entendido, al primer plano del falo como algo que se ofrece de una manera privilegiada, en esta función de poder ofrecerse al corte, y además, de una manera que, seguramente, será más que en cualquier otro objeto, temido, escabroso.

En tanto que la función del narcisismo es relación imaginaria del sujeto a sí mismo, debe ser tomada por el punto de soporte donde se inscribe en el centro de esta formación del objeto significativo. Y ahí también, quizá, podemos percibir como lo que es aquí importante en la experiencia que nosotros tenemos de todo lo que sucede al nivel del estadio del espejo, a saber, la inscripción, la situación donde el sujeto puede colocar su propia tensión, su propia erección, en relación a la imagen de más allá de sí mismo que él tiene en el otro, nos permite darnos cuenta de que pueden tener de legitimas ciertas aproximaciones que la tradición de las psicologías filosóficas habían hecho de esta aprehensión de la función del Yo (moi).

Hago alusión aquí a lo que Maine de Biran nos ha aportado en su análisis tan fino del rol del sentimiento del esfuerzo. El sentimiento del esfuerzo, en tanto está empujado, aprehendido por el sujeto desde dos lados a la vez en tanto que él es el autor del empuje, pero es además el autor de eso que lo contiene, en tanto que el adopta este empuje de si como tal en el interior de sí mismo, he aquí que, traída esta experiencia de la tumescencia, nos hace darnos cuenta bien de cómo puede situarse ahí, y entrar en función en ese mismo nivel de la experiencia como eso por lo cual el sujeto se prueba, sin poder abrirse jamás, sin embargo, porque aquí tampoco hay, propiamente hablando, marca posible, corte posible, alguna cosa de la cual yo creo que el lazo debe ser re tomado, en tanto que el toma valor simbólico, sintomático, al mismo nivel de la experiencia que es aquella tan paradoja! de la fatiga.

Si el esfuerzo no puede, de ninguna manera, servir al sujeto, por la razón de que nada permite la impresión del corte significante, inversamente, parece que ese algo de lo cual ustedes saben el carácter de espejismo, el carácter inobjetivable a nivel de la experiencia neurótica, que se llama la fatiga del neurótico, esta experiencia paradojal que no tiene nada que hacer con ninguna de las fatigas musculares que nosotros podemos registrar sobre el plano de los hechos esta fatiga, en tanto ella responde, es de alguna manera la inversa, la secuela, el trazo de un esfuerzo que llamaré de significatividad.

Es ahí que podemos encontrar – y creo que al pasar importa notarlo – , algo que, en su forma general, es lo que, al nivel de la tumescencia, del empuje como tal del sujeto, nos da los limites donde llega a desvanecerse la consagración posible en la marca significante.

Llegamos a la tercera forma de este pequeño a, en tanto él puede aquí servir de objeto. Aquí, me gustaría que uno no se equivoque, y seguramente no tengo ante mi tanto tiempo como para poner el acento sobre lo que voy a intentar aislar aquí en todos los detalles. Creo lo más favorable mostrarles de lo que se trata y como lo entiendo yo, fuera de una atenta lectura que les ruego hacer de lo que he escrito sobre el tema, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», a saber eso que yo he articulado en lo que nos permite, de una manera tan pujante, tan elaborada, articular el delirio de Schreber, esto que nos va a permitir asir la función de la voz en el delirio como tal.

Creo que, porque nosotros debemos buscar de ver en que la voz, en el delirio, responde especialmente a las exigencias formales de ese a, en tanto el puede ser elevado a la función significante del corte, del intervalo como tal, es que nosotros comprendemos las carácterísticas fenomenológicas de esta voz.

El sujeto produce la voz. Yo daré mas: habremos de hacer intervenir esta función de la voz, incluso haciendo intervenir el peso del sujeto, el peso real del sujeto en el discurso. En la formación de la instancia del superyó, el vozarrón es para hacer entrar en juego algo que representa la instancia de un Otro manifestándose como real.

¿Se trata de la misma voz, en el delirante? ¿Es la voz del delirante eso que Cocteau ha intentado aislar en la función dramática bajo el título de «La voz Humana»? Es suficiente relaciónarse con esta experiencia que nosotros podemos tener, en efecto, bajo una forma aislada, ahí donde Cocteau, con mucha más pertinencia y olfato, ha sabido, él mismo, mostrarnos la incidencia pura de eso, a saber, en el teléfono.

¿Qué es lo que la voz nos enseña como tal, más allá del discurso que ella sostiene en el teléfono?. No hay, seguramente, que variar ahí, y ustedes pueden hacer un pequeño caleidoscopio de las experiencias que uno puede tener de eso. Que les baste evocar que, intentando pedir un servicio en no importa que casa de comercio o no importa que otra, ustedes encuentran tener, al final del hilo, una de esas voces que les enseña bastante sobre el carácter de indiferencia, de mala voluntad, de voluntad bien establecida para eludir lo que puede tener ahí de presente, de personal en vuestro pedido, y que es, muy esencialmente, esta suerte de voz que ustedes aprenden de eso bastante, sobre el hecho de que no tienen nada para escuchar de aquél a quien interpelan, una de esas voces que nosotros llamamos una voz de contramaestre. Ese término tan verdaderamente magníficamente hecho por el genio de la lengua. No que sea contra el amo, sino que es lo contrario del amo, verdaderamente.

Esta voz, esta suerte de presentificación de la vanidad, de la inexistencia, del vacío burocrático que puede darles, alguna vez, ciertas voces, ¿es lo que nosotros designamos mientras hablamos de la voz, en la función donde tenemos que hacerla intervenir al nivel del a?.

Absolutamente no. Si aquí la voz se presenta perfectamente bien y como tal, como articulación pura – y es seguro eso que hace la paradoja de lo que nos comunica el delirante cuando nosotros lo interrogamos y que algo que él tiene para comunicar sobre la naturaleza de las voces, parece esconderse siempre de manera tan singular -, nada más firme, para él, que la consistencia y la existencia de la voz como tal. Y es justamente porque ella es reducida bajo su forma más cortante, al punto por donde el sujeto puede tomarla como imponiéndose a él.

Y de todos modos, he puesto el acento, cuando nosotros analizamos el delirio del Presidente Schreber, sobre ese carácter de corte que es totalmente puesto en evidencia, que las voces escuchadas por Schreber son exactamente desde el comienzo, frases: «Sie sollen werden…», etc, y justamente las palabras más significativas, que se interrumpen, que se impelen, dejando surgir después del corte, el llamado a la significación.

El sujeto esta ahí verdaderamente interesado, pero propiamente hablando en tanto que el mismo desaparece, sucumbe, se hunde todo entero en esta significación que no lo enfoca más que de una manera global. Y es en esta palabra «interesado» que yo presumiré hoy, en el momento de dejarlos, algo que ya he intentado aprehender y asir para ustedes hoy.

Convengo en que esta sesión ha sido, quizá, una de las más difíciles de todas aquellas que he tenido que sostener para ustedes. Serán -espero- recompensados la próxima vez.

Vamos a proceder por dos vías menos áridas. Pero les he pedido hoy a ustedes sostener, alrededor de esta noción de «interesado». El sujeto está como siendo en el intervalo, como siendo lo que es en el intervalo del discurso inconsciente, como siendo, propiamente hablando, la metonimia de este ser que se expresa en la cadena inconsciente.

Si el sujeto se siente eminentemente  interesado por esas voces, por esas frases sin pies ni cabeza del delirio, es por la misma razón que, en todas las otras formas de este objeto que yo les he enumerado, es a nivel del corte, del intervalo, que él se fascina, que el se fija, para sostenerse en ese instante donde, propiamente hablando, él se vislumbra y se interroga como ser. Como ser de su inconsciente. Es eso alrededor de lo cual planteamos aquí la cuestión. Y no quiero, incluso, terminar, al menos para aquellos que vienen aquí la primera vez, sin hacerles sentir cual es el alcance de tal análisis de este pequeño eslabón que es mi discurso de hoy, en relación a aquello que sucede desde hace días. De todos modos, de lo que se trata es, justamente, de ver lo que nosotros debemos hacer en relación a ese fantasma. Pues ese fantasma, les he mostrado aquí las formas más radicales, las más simples, aquellas en las cuales nosotros sabemos que él constituye los objetos privilegiados del deseo inconsciente del sujeto. Pero ese fantasma es móvil, si uno lo contraria, no hace falta creer que él puede, como eso, dejar caer él uno de sus miembros. No hay ejemplo de que un fantasma, convenientemente atacado, no reaccióne reiterando en eso su forma de fantasma.

De todos modos, sabemos a cuáles formas de complicaciones este fantasma puede alcanzar, en tanto es, justamente, bajo su forma llamada perversa, él insiste, el mantiene, complica su estructura; él intenta, cada vez más cerca, cumplir su función.

¿Qué es interpretar el fantasma? Como se dice, ¿debe ser, pura y simplemente, volver al sujeto a un actual a nuestra medida, lo actual de la realidad que nosotros podemos definir como hombres de ciencia, o como hombres que nos imaginamos que, después de todo, todo es reductible a términos de conocimiento?

Parece bien que eso sea algo hacia lo cual tiende toda una dirección de la técnica analítica, de reducir al sujeto a las funciones de la realidad, esta realidad que, para algunos analistas, parece no poder articularse de otra manera que como eso que yo he llamado el mundo de abogados americanos. La empresa, sin ninguna duda, no está fuera del alcance de los medios de cierta dimensión donde nosotros tenemos que tener en cuenta eso que uno puede llamar las exigencias verdaderas del sujeto. Precisamente, esta dimensión, no de la realidad, de una reducción al mundo común, sino de una dimensión de ser, de una dimensión donde el sujeto lleva, en él, algo, mi Dios, que es quizá tan incómodo de llevar como el mensaje de Hamlet, pero que, de todos modos, para deber, quizá , prometerlo a un destino fatal, no es algo así no más, pues nosotros analistas, en tanto analistas, podemos, en la experiencia del deseo, encontrar más que un simple accidente, algo, después de todo, bien molesto, peto de lo cual no hay, en suma, que esperar que eso pase y que la vejez llegue, porque el sujeto reencuentra, naturalmente, las vías de la paz y de la sabiduría… Ese deseo nos señala, a nosotros analistas, otra cosa. ¿Cómo debemos operar, cuál es nuestra misión, cuál es, al fin de cuentas, nuestro deber con esa otra cosa que él nos designa? Esto es, aquí, la cuestión que yo planteo, hablando de la interpretación del deseo.