Seminario 6: Clase 26, del 24 de Junio de 1959

La dificultad con la que nos tenemos que ver no data de ayer.  Es, de aquellas, después todo, por las que toda tradición moralista ha especulado, a saber, las del deseo caído.  No tengo necesidad de reflotar desde el fondo de las edades la aventura de los sabios o de los pseudosabios sobre el carácter engañoso del deseo humano. La cuestión toma una forma explicitada en el análisis, en tanto que en principio la primera experiencia analítica nos muestra los objetos en su naturaleza parcial.  La relación con el objeto al suponer una complejidad. Una complicación con e] increíble riesgo en la disposición de estas pulsiones parciales, termina haciendo depender la conjunción con el objeto de estas disposiciones.  

La combinación de las pulsiones parciales nos muestra verdaderamente el carácter funcionalmente problemático  de todo acceso al objeto, al mostrar una teoría que al precio de contrariar aquello que podemos concebir en un principio de la noción de instinto, que de todos modos, aún cuando dejemos extremadamente flexible su hipótesis finalista, no obsta a que, sea cual sea la teoría del instinto es una teoría del centramiento del objeto. A saber, que el proceso en el organismo viviente hace que un objeto esté progresivamente fijado en cierto campo y captado en cierta conducta, proceso que por sí mismo se presenta bajo una forma de concentración  progresiva del campo.                  

Muy distinto es el proceso, muy distinta es la dialéctica que nos muestra el análisis que se progresa, por el contrario, por adición, combinación de estas pulsiones parciales y que llega a concebir el advenimiento de un objeto satisfactorio, aquel que corresponde a los dos polos de la masculinidad y de la femineidad, al precio de la síntesis de toda suerte de pulsiones intercambiables, variables, y combinables para llegar a sucesos muy diversos. Es porque en cierta forma ustedes podrían pensar que definiendo allí por el S; a, aquí ubicado en el esquema o grafo del cual nos servimos para explicar, para expresar la posición del deseo en un sujeto hablante, no hay acá después de todo nada más que una notación muy simple; en el deseo algo es exigible en la relación del sujeto con el objeto, donde a es el objeto. La S es el sujeto, y nada más.  Nada más original en esta notación, que esta pequeña barra que recuerda que el sujeto, en este punto de acmé que representa la presentación del deseo es, él mismo, marcado por la palabra.

Y después de todo esto no es diferente de aquello que recuerda que las pulsiones están fragmentadas. Conviene notar que esto no es a lo que se limita, el alcance de esta notación.  Esta notación designa, pero no una relación del sujeto con el objeto, sino el fantasma, fantasma que sostiene a este sujeto como deseante, es decir, en ese punto más allá de su discurso donde se trata del deseo.  Esta notación significa que en el fantasma el sujeto está presente como sujeto del discurso inconsciente. El sujeto está presente en tanto está representado en el fantasma por la función del corte, que es la suya esencial, de corte en un discurso tal, que le escapa: el discurso del inconsciente. Esto es esencial y si ustedes siguen allí el hilo no podrán dejar de ser sorprendidos por lo que se pone de relieve, de una dimensión siempre omitida, cuando se trata de los fantasmas perversos. Ya les he indicado el otro día la prudencia con la que conviene abordar lo que llamamos fantasma perverso. El fantasma perverso no es la perversión.

El error más grande es el de imaginarnos que todos nosotros comprendemos la perversión, en tanto que somos más o menos neuróticos sobre los bordes, por lo tanto tenemos acceso a estos fantasmas perversos.  Pero el acceso comprensivo que tenemos al fantasma perverso no da sin embargo la estructura de la perversión, aún cuando de alguna manera ella llama allí a la reconstrucción, y si ustedes  me permiten tomar un poco de libertad en mi discurso de hoy, es decir, dar un pequeño brinco hacia afuera, les evocaré ese libro marcado por el sello de nuestra época contemporánea que se llama Lolita. No les impongo más lectura de ésta obra que de una serie de otras que parecen indicar una cierta constelación de interés alrededor justamente del resorte de] deseo.  Hay cosas mejor hechas que Lolita sobre el plano, si se puede decir, teórico. Pero Lolita  es a pesar de  todo una producción bastante ejemplar. Para aquellos que la entreabrirán nada parecerá oscuro en cuanto a la función devuelta a un otro. Y evidentemente de una manera tanto menos ambigüa, que uno puede decir que curiosamente el autor se coloca en una posición seguramente articulada con lo que él llama la charlatanería freudiana, y no da allí sino muchas reanudaciones de una manera que le pasa verdaderamente desapercibidas el testimonio más claro de esta función simbólica de la imagen de otro.

Comprende allí el sueño que él tiene poco tiempo antes, al aproximar de manera decisiva y que lo hace aparecer bajo la forma de un monstruo peludo y hermafrodita. Pero esto no es lo importante. Lo importante en la estructura de esta obra, es que tiene todas las carácterísticas de la relación del sujeto con el deseo, con el fantasma, hablando propiamente, neurótico, por la simple razón que estalla en el contraste entre el primero y el segundo volumen entre el carácter centelleante del deseo mientras es meditado, mientras ocupa treinta años de la vida del sujeto y su prodigioso vencimiento (échéance) en una realidad hundida, sin ningún medio incluso de alcanzar al compañero, que constituye el segundo volumen y el miserable viaje de esta pareja a través de la bella América.

Lo que es importante, y en cierta manera ejemplar, es que por la única virtud de una coherencia constructiva, el perverso se lanza a hablar, aparece en un otro, en un otro que no es más el doble del sujeto, es otra cosa, que aparece acá literalmente como un perseguidor, que aparece al margen de la aventura como si, y en efecto es todo lo que está más confesado en el libro, el deseo del que se trata en el su sujeto no pudiera vivir más que en otro, y es acá donde es literaImente impenetrable y seguramente descolorido.

El personaje que se sustituye al héroe en un momento de la intriga, el personaje que propiamente ha hablado es el perverso quien realmente accede al objeto,  es un personaje cuya clave nos es dada en los gemidos últimos que emite en el momento en que cae bajo  los golpes del revólver del héroe. Esta especie de negativa del personaje principal que es aquella en Ia cual descansa efectivamente la relación con el objeto a, algo bien  ejemplar y que puede servirnos de esquema para comprender que no es más que al precio de una extrapolación que podemos realizar la estructura perversa. La estructura del deseo en la neurosis es algo de una naturaleza muy distinta que la estructura del deseo en la perversión, y sin embargo estas dos estructuras se oponen.  A decir verdad, la más radical de estas posiciones perversas del deseo, es aquella que está puesta por la teoría analítica como en el punto más original en la base del desarrollo y también en el punto terminal de las regresiones más extremas, a saber el masoquismo.  

No podemos aquí recordar palpar, en una evidencia la procurada por el fantasma, en qué puntos los planos están descuidados, para enunciar en fórmulas colapsadas la naturaleza de esto en presencia de lo cual estamos. Tomo aquí el masoquismo porque nos servirá de polo para éste abordaje de la perversión. Y cada uno sabe que tendemos a reducir al masoquismo en sus diversas formas a una relación que, en último término se presentaría de una manera seguramente radical, del sujeto en relación a su propia vida: a hacerlo confluir, en nombre de indicaciones válidas y precisas que ha dado Freud sobre este  sujeto con un instinto de muerte por el cual se hacía sentir de una manera inmediata y al nivel mismo de la pulsión del impulso considerado como orgánico, algo contrario a la organización de los instintos. Sin duda hay algo que en el límite, presenta un punto de mira, una perspectiva sobre la cual sin ninguna duda no es para nada indiferente fijarse, para plantear ciertas cuestiones.  

No nos apuremos, para plantear como aquí se sitúan sobre este esquema, las letras que indican en él la relación, la posición del deseo, esencial en una división de la relación del sujeto al discurso.  Es algo que aparece de manera brillante, y que no debemos aligerar en el interior mismo de la fantasmática de esto que llamamos masoquismo. De este masoquismo sobre el cual, haciendo de él la salida del instinto más radical los analistas sin ninguna duda están de acuerdo para apercibirse de que lo esencial del goce masoquista no sería pasar un cierto límite de malos tratos.  

Tal o cual rasgo, al ser puesto de relieve, está hecho para aclararnos acerca de algo que nos permite reconocer acá la relación del sujeto con lo que es hablando propiamente, el discurso del otro. Es necesario haber entendido las confidencias de un masoquista, es necesario haber leído el mínimo de los numerosos escritos que allí son consagrados, y de los que son más o menos buenos, los que han salido recientemente, para reconocer una dimensión esencial del goce masoquista ligado a esta especie de pasividad particular, que aprueba, y de la cual goza el sujeto , para representarse su salida como jugándose debajo de una cabeza entre cierto número de personas, que están alrededor de él, y literalmente sin tener en cuenta su presencia, todo esto que se prepara de su destino, siendo discutido delante de él, sin que se lo tome en cuenta a él mismo. ¿Es que no están acá los trazos, las dimensiones más eminentemente salientes, perceptibles, y sobre las cuales por otra parte el sujeto insiste como siendo uno de los constituyentes de la relación masoquista? He aquí en suma una cosa donde se toma, donde aparece esto que se puede palpar, que es en la constitución del sujeto en tanto que sujeto, y es en tanto que esta constitución es inherente al discurso, y la posibilidad está colocada en el extremo, que este discurso como tal aquí se revela abierto, desarrollado en el fantasma, sosteniéndolo al sujeto para nada, que encontramos una de las primeras maneras. Manera, mi Dios, bastante importante ya que es sobre ella, a partir de ella que, cierto número de manifestaciones sintomáticas se desarrollan. Manera que nos permitirá ver en el horizonte la relación que podría haber allí entre el instinto de muerte considerando como una de las instancias más radicales, y este algo eh el discurso que da este soporte sin el cual no podríamos desde ninguna parte acceder a él, este soporte de este no-ser que es una de las dimensiones originales, constitutivas, implícitas, en las raíces mismas de toda simbolización. Nosotros hemos articulado ya durante todo un año, consagrado a Más allá del Principio del placer, esta función propia de la simbolización que está esencialmente en el fundamento del corte, pues es aquello por lo cual la corriente de tensión original , cualquiera que sea está tomada en una serie de alternativas que introducen lo que podemos llamar la máquina fundamental que es propiamente lo que reencontramos como destacado, como desarrollado, en el principio de la esquizotecnia del sujeto, en que el sujeto se identifica con la discordancia de esta máquina en relación a la corriente vital, a esta discordancia como tal.

En este sentido, les hago notar en el pasaje, ustedes  lo palparán de una manera ejemplar, a la vez radical, y seguramente accesible, una de las formas más eminentes de la función de esta Verwerfung. En tanto el corte es a la vez constitutivo y al mismo tiempo irremediablemente externo al discurso, en tanto lo constituye, es que podemos decir que el sujeto, en tanto se identifica con el corte, está Verwetfen. Es acá que él se aprehende, se percibe como real. No hago aquí más que indicarles otra forma, no creo que funcionalmente distinta, sino seguramente articulada de otra manera y profundizada del «pienso, «luego soy».  

Quiero decir que es en tanto el sujeto participa en este discurso y no hay más que esto además de la dimensión cartesiana, que este discurso es un discurso que le escapa, y lo ayuda sin saberlo, es, en tanto es el corte de este discurso, que él es, en el supremo grado de un «yo soy» que tiene esta propiedad singular en esta realidad  que es verdaderamente la última de la que un sujeto se toma, a saber, la posibilidad de poder cortar por alguna parte el discurso, de colocar la puntuación.  

Esta propiedad donde reside su ser esencial, su ser, donde él se apercibe en tanto que la única intrusión real que aporta radicalmente al mundo como sujeto, (no) lo excluye sin embargo a partir de esto de todas las relaciones vivientes , al punto que es necesario todos los discursos que los analistas sabemos, para que yo (je) lo reintegre allí. La ultima vez hemos hablado brevemente de la manera en que pasan las cosas en la neurosis. Lo hemos dicho, para el neurótico el problema pasa por la metáfora paterna, por la ficción, real o no, de aquel que goza en vez del objeto, ¿al precio de qué? de algo perverso.

Porque nosotros lo hemos dicho, esta metáfora es la máscara de la metonimia. Detrás de esta metáfora del padre, como poseedor tranquilo del goce, se esconde la metonimia de la castración. Miren de cerca, y verán que la castración del hijo no es aquí más que la continuación y el equivalente de la castración del padre. Con todos los mitos detrás del mito freudiano primitivo del padre y el mito primitivo del padre lo indica bastante: Cronos castra a Júpiter, Júpiter castra a Cronos antes de llegar a la naturaleza celeste. La metonimia de la que se trata sostiene al último término en esto: es que no hay más que un sólo falo en juego, y es justamente, el que en la estructura neurótica se trata de impedir que se vea.  

El neurótico el falo más que en nombre de otro. Hay entonces alguien, que es aquel de quien depende su ser.  No hay otra cosa que lo que cada uno sabe que se llama complejo  de castración.  Pero si no hay nadie para tenerlo, lo tiene aún menos, naturalmente. El deseo del neurótico, si ustedes  me permiten esta fórmula, es, en tanto está enteramente suspendido, —como todo el desarrollo de la obra de Freud nos lo indica—, en esta garantía mítica de la buena fe del significante en la cual es necesario que el sujeto se prenda para poder vivir de otra forma que en el vértigo. Esto nos permite llegar a la fórmula que el deseo del neurótico y cada uno sabe que hay una relación estrecha, histórica, entre la anatomía que el freudismo hace de este deseo, y algo carácterístico de cierta época en que vivimos, y de lo cual no podemos saber sobre que forma humana, vagamente vaticinada por profetas de diversos. . . . . . . . . . . . . . . . . . pero lo que es cierto es que algo es sensible en nuestra experiencia por poco que dudemos en articularlo, en el deseo del neurótico digo yo de una manera condensada, es aquello que nace cuando no hay Dios. No me hagan decir lo que yo no he dicho, a saber, que la situación es más simple cuando en ella uno (quand il y en un).

La cuestión es ésta: en el nivel de esta suspensión de un garante supremo lo que esconde en él el neurótico que se sitúa y se detiene y se suspende  este deseo del neurótico. Este deseo del neurótico es lo que ‘ solo’ es un deseo el  horizonte de todos sus comportamientos. Porque , y ustedes  me permitirán hacerles la comunicación de una de éstas fórmulas donde se puede reconocer el estilo de un comportamiento, diremos que en relación a este deseo en que se sitúa, el neurótico está siempre en el horizonte de sí mismo, preparando el advenimiento.

El neurótico, si ustedes  me permiten  una expresión que creo calcada sobre toda clase de cosas que vemos en la experiencia cotidiana, está siempre ocupado preparando su equipa je, su examen de conciencia, u organizando su laberinto, es lo mismo. El los asemeja a su equipa je, y se olvida de eso, o los pone en la consigna, pero se trata siempre de equipajes para un viaje que no hace jamás. Esto es absolutamente esencial considerarlo si queremos apercibirnos de que hay un contraste del todo al todo, aunque diga en ello un pensamiento parecido que se arrastra como un caracol a lo largo del fenómeno, sin querer asemejar allí en ningún momento una perspectiva cualquiera. . .  se trata de oponer a esto la estructura del deseo perverso.

En el perverso seguramente se trata también de una hiancia. No puede tratarse así mismo más que del sujeto suprimiendo su ser en el corte. Se trata de saber cómo en el perverso este corte es vivido, soportado. Y bien, acá seguramente el trabajo, a lo largo de los años, de los analistas, en tanto que sus experiencias con enfermos perversos les han permitido articular estas teorías a veces contradictorias, mal coordinarlas unas con otras, pero sugestivas en cuanto al orden de dificultad con el cual han tenido que ver, es algo de lo cual podemos de alguna manera, tomar parte.

Quiero decir, de lo cual podemos hablar como de un material que en sí mismo traiciona ciertas necesidades estructurales que son aquellas que, hablando propiciamente, son las que tratamos aquí de formular. Diré entonces que en este ensayo que hacemos aquí de institución de la función real del deseo, podemos incluir hasta un discreto delirio, bien organizado, al cual han sido llevados quienes se han aproximado a este sujeto por la vía de esos sujetos, quiero decir, de los psicoanalistas.

Voy a tomar un ejemplo de eso. Creo que actualmente, mirándolo bien, nadie ha hablado mejor de la perversión que un hombre muy discreto tanto como pleno de humor en su persona, quiero decir N. Gylespie.  Les aconsejo a aquellos que leen inglés, que sacarán de ello el mayor provecho, el primer estudio de Gylespie que ha abordado al sujeto a propósito del fetichismo bajo la forma «Artículo y contribuciori del fetichismo» (Octubre 1940 v.i.p.) sequido de las notas que ha consagrado  en análisis y sexual perversion, en el número 23 (1952 , cuarta y quinta parte), y finalmente el último que ha dado en el número de Julio-Octubre de 1956 (NY 37, 4ta y 5ta parte): La teoría general de las perversiones.

Algo se despejará allí para ustedes: es que alguien que es tan libre, y pesa bastante bien los diversos caminos por los cuales se ha tentado abordar la cuestión netamente, más compleja naturalmente de lo que uno pueda imaginarlo en una perspectiva somera, la de la perversión siendo pura y simplemente la pulsión mostrándose a cara descubierta. Esto no es tampoco decir, sin embargo, como se ha dicho, que la perversión pueda resumirse en una especie de aproximación que tiende en suma a homogenizarla a la neurosis.

Voy directo a lo que se trata de explicar, a lo que nos servirá en adelante de señal para interrogar de diversos modos la perversión. La noción de Splitting es allí esencial, demostrando ya algo en lo cual podríamos aplaudirnos. Y no creo que yo vaya a precipitarme allí como recubriendo de alguna manera la función, la identificación del sujeto a la hendidura o corte del discurso, que es aquélla en que yo les enseño a identificar el componente subjetivo del fantasma.  

Esto no quiere decir que la especie de precipitación que implica este reconocimiento no se haya ofrecido y no haya abundado la ocasión para una especie de idea un poco vergonzosa de sí mismo los escritores que se hayan ocupado de la perversión. Yo no tengo para testimoniar sobre ello, más que referirme al tercer caso, al que M. Gylespie, en el segundo de sus artículos se refiere.  Es el caso de un fetichista.

Este caso quiero bosquejarlo brevemente. Se trata de un fetichista de 30 años, cuyo fantasma se verifica después del análisis, expresamente como de ser rajado en dos por la hendidura madre, cuya prueba penetrante, si puedo decir, está aquí representada por sus pechos mordidos (¿o loco?), tanto como por la hendidura que le acaba de penetrar y que se transforma repentinamente en un. . . . . . . . . . . . . . . . . Brevemente, todo un retorno sobre una descomposición la cual M. Gylespie llama la angustia de castración, y evita relaciónada a una serie de desarrollos donde interviene además la primitiva exigencia de la madre o la primitiva pena de la madre, y por otro lado una  concepción, debo decir, no demostrada, sino supuesta en fin de cuentas en el fin del análisis por el analista, con la identificación a la hendidura. Digamos que al término del articulo, M. Gylespie escribe sobre esta especie de apreciación o de intuición medio asumida, interrrogatoria, cuestionadora, pero que es a mi ver, seguramente significativa desde, el punto extremo al que es llevado alguien que sigue con atención, quiero decir, después de desarrollos en el tiempo, después de esta explicación que unicamente el análisis nos da de lo que se encuentra en el último fondo de la estructura perversa : la configuración del material en este momento nos conduciría a una especulación alrededor del fantasma asociado con ese split ego. El ego refendu (¿yo divido?), si aceptamos este término de dividido del cual se sirve bastante gustosamente para hablar de este splitting sobre el cual Freud de alguna manera ha terminado su obra. Porque ustedes  saben, pienso, el artículo inacabado de Freud sobre el splitting del ego, la pluma le ha caído de las manos, si se puede decir, ha dejado inacabado este artículo que fuera reencontrado después de su muerte. Esta división del yo (moi) tiene una especulacion alrededor del fantasma asociado con la división del yo (moi) y el objeto dividido. Es la misma palabra que podemos emplear si empleamos este término. Es el splitting ego y el splitting object. Es que el órgano genital femenino —es Gylespie quien se interroga— no es el objeto dividido, el «split object» por excelencia. El fantasma de un ego, de un split ego no puede provenir de una identificación con el órgano genital que es una hendidura, el split genital. Tengo en cuenta, dice él, que cuando hablamos de splitting del ego, de la hendidura del yo, y del objeto correspondiente, nos referimos al mecanismo que presumimos en el fenómeno.  

Quiero decir con esto que nosotros hacemos de la ciencia, que nos desplazamos en conceptos científicos. Y el fantasma corresponde a un nivel diferente del discurso. El orden de interrogacion que se plantea M.  Gylespie es interesante. No obstante los fantasmas, los nuestros no menos que los de nuestros pacientes, deben jugar siempre un papel en la manera en la que conceptualicemos este proceso subyacente. Nos parece en consecuencia que el fantasma de ser él mismo dividido en dos pedazos por estar seguramente apropiado en el mecanismo mental del splittirtg del objeto y de la introyección del objeto dividido conduciendo la división del ego . Está implícito en tal fantasma un objeto dividido que fue una vez intacto, y la división, splitting, es el resultado de un ataque sádico, sea por el padre, o por sí mismo. Está que nos encontramos acá ante algo que para un espíritu prudente y mesurado como M. Gylespie, no puede dejar de golpear como algo donde se juega él mismo en ir al extremo de un pensamiento reduciendo en él algo que no es en la ocasion nada menor que Ia estructura misma de la personalidad del sujeto, ya que aquello de lo cual se trata a todo lo largo de este artículo -no hay más que este caso para citar- es de este algo tan sensible y que se descompone en la transferencia con los perversos, es a saber de los splitting, que son lo que llamaríamos en la ocasión corrientemente, verdaderas divisiones de la personalidad. Adherir de alguna manera la división de la personalidad del perverso sobre las dos malvas de un órgano original de la fantasmatización, es acá algo que está bien hecho para hacer sonreir, incluso despistar. Pero a decir verdad, aquello que encontramos en efecto, y acá esto debe ser tomado en todos los niveles y bajo formas extremadamente diferentes de la formación de la personalidad del perverso, es algo que ya hemos indicado por ejemplo en uno de nuestros artículos, aquel que hemos hecho a propósito del caso de André Gide, notablemente estudiado por el profesor Delay.

Es algo también que se presenta como una oposición de dos hojas (postigos, tablas) identificatorias. Aquello ligado más especialmente a la imagen narcisística de sí mismo, i(a), por un lado, que es lo que regla en el ilustre paciente del cual tenemos la confidencia bajo mil formas en una obra. Y sin duda tenemos que tener en cuenta la dimensión de esta obra, porque agrega algo al equilibrio del sujeto, y no es con esta intención que quiero desarrollar plenamente esto que les indico, porque después de todo el año está cerca de acabarse, es necesario adelantar, lanzar en adelante pequeños trazos sobre los que podamos aproximar nuestras ideas; es la relación que hay en el título que les he puesto en primer lugar acá particularmente saliente entre justamente lo que ese esquema articula, a saber el deseo y la letra. Que es decir, si esto solamente es en este sentido, debe ser buscado hablando propiamente en la reconversión del deseo en esta producción que se expresa en el símbolo, el cual no es la super-realidad que se cree, sino esencialmente al contrario, hecho de su fractura, de su descomposición en parte significante, es en la reconversión del impasse del deseo en esta materialidad significante que debemos situar, y esto si queremos dar un sentido conveniente al término, el proceso de la sublimación como tal.

Nuestro André Gide, indiscutiblemente, merece estar situado en la categoría que nos plantea el problema de la homosexualidad. Y que es esto que vemos: vemos esta doble relación con un objeto dividido en tanto que es el reflejo de ese chico mal agraciado, como se expresaba un escritor a ese respecto, que fuera el pequeño André Gide en el origen, es que en esta relación furtiva con un objeto narcisístico la presencia del atributo fálico es esencial. Gide es homosexual. Pero es imposible, esta acá el mérito de su obra, de haberlo mostrado, es seguramente imposible centrar, de concentrar la visión de una anomalía sexual del sujeto si nos ponemos enfrente , aquello de lo cual él mismo ha testimoniado, ésta fórmula: esto que es el amor de un uranista.

Y acá se trata de su amor por su mujer, a saber de este amor hiperidealizado, del cual trató sin ninguna consideración en este artículo de asemejar a lo que en el libro de. . . . . . . . .  está planteado con gran cuidado, a saber, toda la génesis por la cual este amor por su mujer se vincula a su relación con la madre. Tampoco únicamente la madre real, tal como nosotros la conocemos, sino la madre, en tanto que encubre una estructura de la cual ahora la cuestión va a ser revelar la verdadera naturaleza.

Una estructura, diría enseguida, donde la presencia del objeto malo, diria más; la topografía de este objeto malo, es esencial. No puedo retrasarme en el largo desarrollo que retome poco a poco, punto por punto, toda la historia de Andre Gide, como su obra, en diferentes etapas, ha tenido cuidado de desarrollar.  Pero para decir en que punto el instinto de un niño puede errar, quiero indicar más precisamente dos de mis temas de goce, uno me había sido proporcionado en este cuento de Gribouille que se arroja al agua un día que le gusta mucho, no para preservarse de la lluvia así como sus villanos hermanos han intentado hacernos creer, sino para preservarse de sus hermanos. «En el río, el se esfuerza y nada algn tiempo. El se abandona, flota, siente ahora volverse todo pequeño, ligero, raro, vegetal. Lleva hojas por todo el cuerpo, y pronto el agua del río ha tendido sobre la orilla del delicado ramo de roble en que nuestro amigo Gribouille se ha transformado». «Absurdo, hace gritar el escritor a su interlocutor». Pero es seguramente porque yo lo cuento. Es la verdad. Y sin duda la abuela casi no pensaba escribir acá algo repugnante. Pero yo testimonio «que ninguna página de «Le Afrodite» puede turbar a ningún escolar tanto como esta metamorfosis de Gribouille en vegetal hizo del pequeño ignorante que yo era».

Agrego para volver a esto, ya que no hay que desconocer en ello la dimensión; el otro ejemplo de este fantasma provocador en estos goces primitivos que nos da «Habrá allí también, en una estúpida piecita de Mme. de Segur: las cenas de Mlle. Justine, un pasaje donde las domésticas aprovechan la ausencia de los amos para hacer una parranda.  Registrar todos los placards, se regodean, mientras Justine a hurtadillas se inclina y retira una pila de platos del placard.  El cochero viene a sorprenderlas. Justine la susceptible, suelta la pila, la vajilla se rompe.  El estrago me hizo desfallecer». Si es necesario más para tomar relación, el fantasma del segundo con este algo seguramente primordial, que se trata de articular en la relación del sujeto con el corte, les citaré, esto es totalmente común ante tales sujetos, que uno de los fantasmas fundamentales en la iniciación masturbatoria, fuera también por ejemplo el fantasma de, una revelación verbal concerniente más precisamente a algo que es la cosa imaginada en el fantasma, a saber por ejemplo una iniciación sexual como tal tomada como tema del fantasma en tanto existente. La relación revelada en el primero de estos fantasmas del sujeto tiene algo destacado y que progresivamente florece en algo notable, en tanto que nos presentifica este algo que está demostrado por cientos de observaciones analíticas, a saber, el tema ahora seguramente admitido y corriente, del orden de identificación del sujeto al falo, en tanto sumergido de una fantasmatización de un objeto interno en la madre. Esta es una estructura comúnmente reencontrada y que por el momento no tendrá ninguna dificultad en ser aceptada y reconocida como tal por ningún analista.

Lo importante está aquí, lo vemos, manifestado como tal en el fantasma, tomado en el fantasma como soporte de algo que representa para el sujeto una de las experiencias de su vida erótica inicial, y esto que importa para nosotros, es saber más precisamente que se trata de cierta especie de identificación. Lo hemos dicho, la metonimia del neurótico está esencialmente constituida por esto: él no está en el limite, es decir en un punto que alcanza en la perspectiva huidiza de sus síntomas, en tanto que el no tiene el falo. Y es de lo que se trata de revelar. Es decir, que encontramos en él, a medida que el análisis progresa, una creciente angustia de castración.  

Hay en la perversión algo que podemos llamar una inversión del proceso de la prueba. Lo que es a probar para el neurótico, a saber, la subsistencia de su deseo, deviene aquí en la perversión, la base de la prueba. Vean allí algo como esta especie de retorno honorable que en el análisis llamamos razonablemente por el absurdo. Para el perverso es la conjunción, este hecho que une en un sólo término introduciendo esta ligera abertura que permite una identificación con el otro seguramente especial, que une en un sólo término el él lo es y el él lo tiene.  Basta para esto que este él lo tiene sea en la ocasión ella lo tiene.  

Es decir el objeto de la identificación primitiva. El tendrá el falo, el objeto de identificación primitiva, sea este el objeto transformado en fetiche en un caso, o en ídolo en el otro. Tenemos todas las pruebas entre la forma fetichista de sus amores, el homosexual, y la forma idolátrica ilustrada por Gide. El lazo está instituido , si se puede expresar así en el soporte natural.

Nosotros diremos que la perversión se presenta como una especie de simulación natural del corte.  Es en esto que la intuición de Gylespie está acá como un índice. Lo que el sujeto no tiene, está en el objeto. Lo que el sujeto no es, su objeto ideal es. Brevemente, una cierta relación natural está tomada como materia de esta hendidura subjetiva que es lo que se trata de simbolizar en la perversión como en la neurosis. El es el falo en tanto que objeto interno de la madre y él lo tiene en su objeto de deseo. He aquí más cercanamente lo que vemos en el homosexual masculino. En la homosexual femenina, recuerden ustedes , el caso articulado por Freud, y que hemos analizado aquí en comparación con el caso Dora. ¿Qué sucede en el retorno donde la joven paciente de Freud se precipita en la idealización homosexual?. Ella es el falo ¿pero cómo? También en tanto que objeto interno de la madre. Y aquí se ve de manera muy neta cuando en la cumbre de la crisis, arrojándose debajo de la barrera del tren, Freud reconoce que en este Miederkonen hay algo que es la identificación con este atributo material.  Ella se hace ser (se fait etre) en este supremo esfuerzo de don a su ídolo, que es su suicidio.  Ella elige como objeto ¿por qué?, para darle lo que es el objeto del amor, darle lo que ella no tiene, llevar al máximo la idealización, darle este falo objeto de su adoración al cual se identifica el amor homosexual por esta persona singular que es el objeto de sus amores. Si tratamos de llevar esto a propósito de cada caso, si hacemos en cada caso un esfuerzo de interrogación, encontraremos acá aquello que  pretendo adelantar como una estructura.  
Ustedes pueden siempre reencontrar no solamente en la perversión, sino especialmente en esta forma de la cual se le reprocha explicitamente con pertinencia, que es extremadamente polimorfa, a saber la homosexualidad, sobre todo con el uso que damos a este término de homosexualidad en cuantas formas la experiencia en efecto, no nos la presenta en ella. Pero en fin, aún cuando no había allí interés en esto que situamos al nivel de la perversión, algo que podría constituir el centro como tal de algo, admitiendo en ello que toda clase de formas periféricas intermediarias entre la perversión y por ejemplo digamos la psicosis, la toxicomanía, o tal o cual otra forma de nuestro campo nosográfico, la homosexualidad comparada a eso que la última vez, por ejemplo, nosotros intentamos formular, como siendo el punto sobre el cual el deseo de deseo que es e neurótico se apoya, a saber, se soporta en la imagen del otro; gracias a la cual puede establecer todo este juego de sustitución donde el neurótico no tiene jamás que hacer la prueba de que aquello de lo cual se trata, a saber, que él es el falo.

Diremos que tenemos aquí algo que es una cierta relación con la identificación primitiva, con la identificación narcisística, especular, que es i(a). Es en tanto que algo existe ya, que una esquizia está ya designada entre el acceso del sujeto identificatorio, simbólico, relación primordial con la madre, y las primeras verwerfung, es en tanto que esto se articula a la segunda identificación imaginaria del sujeto en su forma especular, a saber i(a), es aquí que esta utilizado por el sujeto para simbolizar lo que con Gylespie llamaremos la hendidura (frente). A saber, esta en la cual el sujeto interviene en su relación fantasmática. Y aquí el falo es el elemento significante esencial en tanto que surge de la madre como símbolo de su deseo, del deseo del Otro que hace el terror del neurótico,ese deseo donde se siente correr todos los riesgos. Es esto lo que hace el centro alrededor del cual se va a organizar toda la construcción del perverso. Y sin embargo este deseo del Otro es seguramente lo que la experiencia nos muestra también en su caso más refundido, de más difícil acceso.

Es esto mismo que hace a la profundidad y la dificultad de estos análisis que nos han sido permitidos, y al primitivo acceso que ha sido donado por la vía de la experiencia infantil de las construcciónes y de las especulaciones especialmente ligadas a las primitivas identificaciones objetales. Gide no se ofrece a la exploración analítica. Sin embargo por superficial que en fin de cuentas sea un análisis que no está desarrollado más que en la dimensión llamada sublimada, tenemos sobre este punto extrañas indicaciones.  Y yo creo que nadie en mi conocimiento ha puesto su precio por este pequeño trazo que aparece como una singularidad de comportamiento que signa casi un acento sintomático, aquello de lo cual se trata, a saber, el más allá del personaje maternal, o más exactamente su interior, su corazón mismo. Porque este corazón de la identificación primitiva se reencuentra en el fondo de la estructura del sujeto perverso en sí mismo. Si en el neurótico el deseo está en el horizonte de todas sus demandas Iargamente desplegadas y literalmente interminables, podemos decir que el deseo del perverso está en el corazón de todas sus demandas.

Y si nosotros lo nombramos en su evolución indiscutiblemente anidado alrededor de exigencias estéticas, nada puede por, lo tanto impactar  más que la modulación de los temas alrededor de los cuales se sucede. Y ustedes  se dan cuenta de que esto que aparece desde las primeras líneas , es las relaciones del sujeto con una visión fragmentada un caleidoscopio que ocupa las 6 ó 7 primeras páginas del volumen. ¿Como no sentirse llevados más lejos de la experiencia que fragmenta?. Pero hay más, la noción, la percepción que toma en tal momento, y que él mismo articula en esto que sin duda está dicho, la realidad de los sueños, pero hay también una segunda realidad.  

Y más lejos aún —es acá que quiero llegar— en el más minúsculo de los incisos, pero cada uno sabe que para nosotros son los más importantes, nos cuenta la historia llamada «del nudo en la madera de una puerta». En la madera de esta puerta, en alguna parte de Uzes, hay un agujero porque un nudo ha sido extraído.  Y lo que hay en el fondo es una bolita que «tu padre ha puesto allí cuando tenía tu edad». Y nos cuenta para admiración de los aficionados a los carácteres, que a partir de sus vacaciones pasó un año en dejarse crecer la uña del dedito para tenerla lo bastante larga para la próxima vez ir a extraer esta bolita en el agujero de la madera. Esto a lo cual llega en efecto, para tener en la mano sólo un objeto grisáceo que él se avergonzaría de mostrar a cualquiera, mediante lo cual, creo que lo dice, lo vuelve a su lugar, corta su uñita, y no se lo cuenta a nadie, salvo a nosotros, la posteridad que va a inmortalizar esta historia. Creo que es difícil una mejor introducción a la noción arrojada en una magnífica escena, todo es una perseverancia de algo que nos presenta la figura de la forma sobre la cual se presenta la relación del sujeto perverso con el objeto interno. Un objeto que está en el corazón de algo. La relación de este objeto como tal, en tanto es la dimensión imaginaria del deseo, en la oración del deseo de la madre, de orden primordial, que viene a jugar el rol decisivo, el rol simbolizador central, que permite considerar que aquí al nivel del deseo, el perverso está identificado con la forma imaginaria del falo. Está acá esto sobre lo cual la próxima vez haremos nuestra ultima lección sobre el deseo, este año.