Seminario 6: Clase 4, del 3 de Diciembre de 1958

Los había dejado la última vez en un sueño, ese sueño extremadamente simple, al menos en apariencia. Les había dicho que nos ejercitaríamos sobre él o a su propósito, para articular el sentido propio que damos a ese término que es aquí el deseo del sueño, y el sentido de lo que es una interpretación.

Retomaremos eso. Pienso que sobre el plano teórico tiene también su precio y su valor.

Me sumerjo actualmente en una relectura de «La ciencia de los sueños», después de tantas otras, de la que les había dicho que nos llevaría este año a poner en cuestión a propósito  del deseo y su interpretación. Y debo decir que, hasta cierto punto, me he dejado llevar a hacer ese reproche de que en la comunidad analítica ése sea un libro bien conocido, cuyos rodeos se conocen muy mal.

Diría que ese reproche, como todo reproche por otra parte, tiene otra faz, que es una faz de excusa, pues a decir verdad, no basta aún haberlo recorrido cientos de veces para retenerlo, y creo que hay ahí un fenómeno —se me ha hecho evidente especialmente estos días— que conocemos bien. En el fondo cada uno sabe cómo todo lo que concierne al inconsciente se olvida, quiero decir, por ejemplo, que es muy sensible, y de manera muy significativa, y en verdad absolutamente inexplicada por fuera de la perspectiva freudiana, cómo se olvidan las historias divertidas, los buenos cuentos, eso que se llama los chistes. Ustedes están en una reunión de amigos y alguien  hace un chiste, ni siquiera un cuento gracioso, hace un retruécano al principio de la reunión  o al final de la comida, y cuando se pasa al café, ustedes dicen: «¿Qué pudo haber dicho de tan divertido hace un rato esta persona que se encuentra a mi derecha?» Nadie levanta la mano.  Pónganle la firma que, si es un chiste, escapa al inconsciente.

Cuando se lee y se relee «La ciencia de los sueños», uno tiene la impresión de un libro diría mágico, si la palabra mágico no se prestase en nuestro vocabulario, desgraciadamente, a tanta ambigüedad y a tantos errores. Uno pasea en «La ciencia de los sueños» como en el libro del inconsciente. Creo que hay ahí un fenómeno que merece ser destacado, y es la deformación verdaderamente casi insensata de la traducción francesa, donde en verdad, cuanto más avanzo, más encuentro que, a pesar de todo, no se pueden excusar las groseras inexactitudes.

Hay entre ustedes quienes me piden explicaciones, y yo me reporto inmediatamente a los textos. En la cuarta parte, «La elaboración de los sueños», un capítulo titulado «El cuidado de la representabilidad», cuya traducción francesa de la primera página es más que una trama de inexactitudes, y no tiene ninguna relación con el texto, eso trastorna, eso desconcierta. No insisto más.

Evidentemente todo eso no hace especialmente fácil el acceso a los lectores franceses, de «La ciencia de los sueños».

Para volver a nuestro sueño de la última vez que habíamos comenzado a descifrar de una manera que no les habrá parecido quizá muy fácil, pero no obstante inteligible, eso espero, para ver bien de qué se trata, para articularlo en función de nuestro grafo, comenzaremos por algunas notas.

Se trata de saber si un sueño nos interesa en el sentido en que le interesa a Freud, en el sentido de realización de deseo. Aquí en el deseo y su interpretación, es primero el deseo en su función en el sueño, en tanto el sueño es su realización. ¿Cómo podemos articularlo?

Primero voy a presentar otro sueño, un primer sueño que les he dado y del que verán el valor ejemplar. No es verdaderamente muy conocido; es necesario buscarlo en un rincón. Hay ahí un sueño del cual creo que ninguno de ustedes ignora su existencia: está al principio del capítulo III, cuyo título es «El sueño es una realización de deseo», y se trata de sueños de chicos, por lo cual nos son dados como lo que llamaría un primer estado del deseo en el sueño.

El sueño del que se trata está ahí, desde la  primera edición de la Traumdeutung, y nos es dado al principio de su apelación ante sus lectores de entonces, nos dice Freud, como la cuestión del sueño. Es necesario ver ese lado de exposición de desarrollo que hay en la Traumdeutung, que nos explica bien las cosas, en particular, que las cosas pueden ser tomadas primero, de una manera que supone cierta aproximación.

Cuando no se observa atentamente ese pasaje, no se atiende a eso que nos dice del carácter de algún modo directo, sin deformación, sin Enstellung, del sueño: eso designa, simplemente, la forma general que hace que el sueño nos aparezca bajo un aspecto que está profundamente modificado en cuanto a su contenido profundo, su contenido pensado, mientras que en el niño eso sería totalmente simple: el deseo diría de la manera más directa lo que desea, y Freud da ejemplo, y el primero quiere naturalmente, que se lo retenga, puesto que nos da verdaderamente su fórmula.

Teniendo mi hija menor – es Anna Freud- diecinueve meses, hubo que someterla a dieta durante todo un día, pues había vomitado repetidamente por la mañana. A la noche se la oyó exclamar enérgicamente en sueños: «Anna F(r)eud, F(r)esas, f(r)ambuesas, bollos, papilla». Y Freud nos dice: «La pequeña utilizaba su nombre para expresar posesión, y el menú que a continuación detalla, contiene todo lo que podía parecerle una comida deseable. El que la fruta aparezca en él repetida, constituye una rebelión contra nuestra policía sanitaria casera y tenía su motivo en la circunstancia, advertida sequramente por la niña, de que la niñera había achacado su indisposición a un excesivo consumo de fresas. Contra esta observación y sus naturales consecuencias toma ya en sueños su desquite».

Dejo de lado el sueño del sobrino Germán que toma… (Falta en el original) …en el curso de discusiones, en fin, ecos de posiciones de escuelas, y a la que Ferenczi ha contribuido al aportar el proverbio que dice: «El cerdo sueña con las bellotas y el ganso con el maíz». Y Freud en el texto -también agrega: «¿Con qué sueña el ganso?», y responde «con el maíz». Y en fin, el proverbio judío: «¿Con qué sueña la galina? – con el trigo».

Vamos a detenernos en esto, vamos incluso a comenzar por hacer un pequeño paréntesis, puesto que, en fin de cuentas, es en este nivel en el que es necesario tomar el problema que ayer evocaba a propósito de la comunicación de Granoff sobre el problema esencial, a saber, la diferencia de la directiva del placer y la directiva del deseo.

Volvamos un poco sobre la directiva del placer, y de una buena vez, lo más rápido posible, pongamos los puntos sobre las íes.

Esto tiene también una relación tan estrecha con las cuestiones que me son planteadas o que se plantean a propósito de la función que doy, en eso que llama Freud proceso primario, a la Vorstellung. Para decirlo rápidamente, esto no es más que un rodeo que es necesario concebir así: que una manera de entrar en este problema de la función de la Vorstellung, en el principio del placer, Freud la acorta, en suma podríamos decir que necesita un elemento para reconstruir aquello que ha percibido intuitivamente: en fin, hay que decir que la propia intuición genial de introducir en el pensamiento algo que hasta ese momento no había sido percibido, esta distinción del proceso primario como algo separado del proceso secundario. No nos damos cuenta de lo que hay de original en ello.

El proceso primario significa la presencia del deseo, pero no importa cuál; del deseo ahí donde se presenta como lo más despedazado, y Freud va a explicarlo con el elemento perceptivo del cual se trata.

En suma, vean los primeros esquemas que Freud nos presenta, concernientes a lo que pasa cuando sólo está en juego el  proceso primario. Cuando sólo está en juego el proceso primario, concluye en la alucinación; y esta alucinación es algo que se produce por un proceso de regresión que llama, precisamente, de regresión tópica. Freud hace muchos esquemas de eso que motiva lo que estructura el proceso primario, pero tienen en común lo que suponen como su fondo, que es para él el recorrido del arco reflejo, vía aferente y eferente de algo que se llama sensación, vía aferente y eferente de algo que se llama motilidad.

Sobre esta vía de una forma, diría, horriblemente discutible, la percepción es puesta como algo que se acumula, una parte que se acumula del lado sensorial de la afluencia de excitación, del estímulo del medio exterior; y estando puesto en este origen de lo que pasa en el acto, son supuestas toda clase de cosas, que pueden ser luego —y fundamentalmente es ahí  que se insertará la continuación de superposiciones que van desde lo inconsciente pasando por el preconsciente— algo que pasa o no pasa hacia la motilidad.

Vemos bien qué es lo que pasa cada vez que nos habla del proceso primario. Ocurre un movimiento regresivo. Siempre que la salida hacia la motilidad de la excitación está, por alguna razón, obstruido, se produce algo que es del orden regresivo, y aquí aparece una Vorstellung, algo que se encuentra para dar a la excitación una satisfacción alucinatoria.

Esta es la novedad introducida por Freud. Esto, literalmente, vale sobre todo si se piensa en orden a la calidad de la articulación de los esquemas que se presentan, en suma, por su valor funcional, quiero decir, para establecer —Freud lo dice expresamente— una secuencia, una continuidad en la que se subraya que es todavía más importante considerarla como secuencia temporal que como secuencia espacial.

Eso vale, diría, por su inserción en un circuito, y digo que en suma, eso que Freud nos describe como proceso primario, es, de alguna manera, algo que sobre ese circuito, se enciende. No haré allí una metáfora, no haré más que decir lo que Freud da como explicación en ocasión de la traducción  de que se trata, es decir, mostrarles sobre el circuito homeostático siempre implícito, y de distinguir esta serie de relevos y que el hecho de que pase algo a nivel de estos relevos, algo que en sí toma un cierto valor de efecto terminal en ciertas condiciones, es algo idéntico a eso que vemos producirse en una máquina cualquiera bajo la forma de una serie de lámparas , si puedo decirlo, la que el hecho de que una de ellas entre en actividad, indica  precisamente, no tanto lo que aparece, a saber un fenómeno luminoso, sino una cierta tensión, algo que se produce en función de una resistencia, e indica el estado en conjunto del circuito.

Entonces, digámoslo, que eso no responde de ningún modo al principio de la necesidad; bien entendido, ninguna necesidad se satisface por una satisfacción alucinatoria. La necesidad exige ser satisfecha, la intervención del proceso secundario, e incluso, de procesos secundarios de los que hay una gran variedad, procesos que están sometidos al principio de realidad.

Si hay procesos secundarios que se producen, no se producen sino porque ha habido procesos primarios. Sólo que es no menos evidente que esta perogrullada, que aquí esta aparición torna impensable al instinto bajo la forma en que se lo concibe. Está allí volatilizado, pues observen adónde conducen todas las investigaciones sobre el instinto, muy especialmente, las investigaciones modernas más elaboradas, más inteligentes. ¿A qué apuntan? A dar cuenta de cómo una estructura que no está puramente preformada, de una estructura que engendra su propia cadena, cómo esas estructuras dibujan en lo real, caminos hacia objetos no probados.

Eso es el problema del instinto, y se les explica que hay un estado apetitivo, un estado de conducta, de búsqueda. El animal, en una de esas fases, se coloca en un estado cuya motilidad se traduce por una actividad en toda clase de direcciónes . Y un segundo estado, la segunda etapa, es un estado de desencadenamiento específico, donde basta la aparición de un señuelo, es decir, conformado con el hecho de apoderarse de algún trapo de color, luego no queda otra cosa que esos trapos, los ha destacado en lo real .

Lo que quiero indicar es que hay una conducta alucinada que se distingue de la manera más radical de una conducta auto-guiada como el investimiento regresivo, de algo que va a traducirse por la iluminación de una lámpara sobre los circuitos conductores.

Eso puede iluminar, en todo caso, un objeto ya probado; si este objeto, por azar, ya está allí, no muestra de ninguna manera el camino; y menos lo muestra si no está ahí. Eso es lo que se produce en el fenómeno alucinatorio que se inaugura a partir de allí como el mecanismo de la búsqueda.

Freud nos lo articula igualmente a partir del proceso secundario, pero se distingue, puesto que ese proceso secundario, por el hecho de la existencia del proceso primario, Freud lo articula – no lo suscribo totalmente, repito el sentido de lo que Freud articula – un comportamiento  de prueba de esta satisfacción, ordenada primero como efecto de la lámpara una conducta de juicio. Eso va a ser una conducta de juicio. El vocablo es proferido cuando Freud explica las cosas en este nivel.

En fin de cuentas, según Freud, la realidad humana se construye sobre un fondo de alucinación previo,  que es el universo del placer en su ilusoria esencia, y todo ese proceso está perfectamente reconocido y articulado en los términos de los que Freud se sirve cada vez que explica la sucesión de huellas en las que se descompone el término; y en la Traumdeutung, en el nivel donde habla del proceso del aparato psíquico, muestra esta sucesión de capas en las que se vienen a inscribir —cada vez que se habla en este texto y en todos los otros con términos como Wiederschreiben— que están reglados en la sucesión de capas en las que se registran.

Los articula de manera diferente según los diferentes momentos de su pensamiento. En una primera etapa estarán por relaciones de simultaneidad; en otras, apiladas unas sobre otras; otras capas serán ordenadas por impresiones, por otras relaciones, separando el esquema de una sucesión de inscripciones, de Niederschrift que se superponen unas a otras; en una palabra, que no puede traducirse por una especie de espacio tipográfico, que deben ser concebidas todas las cosas que pasan originalmente antes de llegar a una forma de articulación que es la del preconsciente, a saber muy precisamente, en el inconsciente.

Esta verdadera topología de significantes, de la que no se nos escapa que si uno sigue la articulación de Freud, es de lo que se trata en la carta 52 a Fliess , se ve que está llevado necesariamente a suponer en el origen una especie de ideal que no puede ser tomado como una simple «Varneimung», posesión de la verdad. Si traducimos literalmente esta topología de significantes, no se llega a la «begrifen..»; es un término que emplea sin cesar; a la captura de la realidad no se llega de ninguna manera, allí, por la vía eliminatoria, selectiva, sea lo que fuera lo que aparezca, a lo que en toda la teoría del instinto ha sido el primer comportamiento aproximativo que dirije al organismo en las vías del éxito del comportamiento instintual

No es eso de lo que se trata, sino de una especie de crítica verdadera, de crítica recurrente, de crítica de esos significantes evocados en el proceso primario, crítica que no elimine lo anterior sobre lo que ella se asiente, pero lo complica.

Lo complica, al connotar ¿qué? Indices de realidad que son, ellos mismos, del orden significante.

No hay ningún medio de escapar a esta acentuación de lo que articulo como siendo eso que Freud concibió, y nos presenta como proceso primario. Por poco que nos dirijamos a cualquiera de los textos escritos por Freud, verán que en las diferentes etapas de su doctrina ha articulado, repetido, cada vez que ha tenido que abordar ese problema, ya sea que se tratase de la Traumdeutung o de lo que está en la introducción de «La ciencia de dos sueños», y a continuación, cuando al retomar más tarde, llega a los sueños, y a continuación, cuando al retomar, más tarde, llega al segundo modo de exposición de su tópica, es decir, de los artículos agrupados alrededor de la psicología del yo y de «Más allá del principio de placer».

Si me permiten imaginar un juego con las etimologías, lo que quiere decir esta posesión de la verdad que conduciría de una especie de sujeto ideal a lo real, pero las alternativas por donde el sujeto induce lo real en sus proposiciones, Vorstellung, lo descompongo así: Esas Vorstellung tienen una organización significante.

Si queremos hablar en otros términos que los freudianos, en términos pavlovianos, diríamos que han partido desde el origen, no en un primer sistema de significaciónes,  no de algo empalmado sobre la tendencia de la necesidad, sino de un segundo sistema de significaciónes. Ellas muestran algo que es el encendido de la lámpara en la máquina tragamonedas cuando la bolilla está bien caída en el buen agujero.

Freud lo articula igualmente: el buen agujero quiere decir en el mismo agujero en el cual la bolilla ha caído anteriormente. El proceso primario no apunta ahí a la búsqueda de un objeto nuevo, sino de un objeto a reencontrar, y esto, por la vía de la Vorstellung reevocada, puesto que era la Vorstellung correspondiente a una primera facilitación cuando el encendido de esta lámpara daba derecho a una primera, y esto no deja dudas, es el principio del placer.

Pero para que esta primera sea estimada, es necesario que haya una reserva de monedas en la máquina y la reserva de monedas en la máquina, en la ocasión, es consagrada a ese segundo sistema de procesos que se llaman procesos secundarios. En otros términos, el encendido de la lámpara no es una satisfacción más que en el interior de la convención total de la máquina, en tanto esta máquina es la del jugador, a partir del momento en que juega.

Ese sueño de Anna nos es dado por el sueño de la desnudez del deseo. Me parece totalmente imposible en la revelación de esta desnudez, eludir, elidir el mecanismo mismo donde esta desnudez se revela; dicho de otra forma, que si el modo de esta revelación no puede ser separado de esta desnudez misma.

Tengo la idea de que este sueño aparentemente desnudo, no lo conocemos en la ocasión más que de oídas, y cuando digo de oídas, no quiere decir del todo eso que me hace decir que en suma, se trata de una nota sobre el hecho que no sabemos jamás algo de un sueño sino por lo que se nos cuenta, y que todo lo que se relacióna con el sueño se incluiría en el paréntesis del hecho de ser relatado.

No es indiferente que Freud le acuerde bastante importancia a la Niederscrift que constituye ese residuo del sueño, pero que es bien claro que ese Niederscrift se relacióna a una experiencia de la que el sujeto nos hace saber. Es importante ver que las objeciones, no obstante evidentes que surgen por el hecho de que una cosa es un relato hablado y otra cosa una experiencia vivida, hace partir todo su análisis  hasta el punto de aconsejarlo como una técnica del Niederscrift, de eso que está ahí alojado en escritos del sueño; y nos muestra lo que él piensa en el fondo de esta experiencia vivida, a saber, que tiene toda la ventaja de ser abordada así, puesto que no ha intentado articularla. Ella está estructurada en una serie de Niederscriften, en una especie de escritura en palimpsesto.

Si se pudiera imaginar un palimpsesto donde los diversos trozos superpuestos tuvieran cierta relación, se trataría de saber aún cuáles son cuáles. Pero si los buscasen, verían que sería una relación a ubicar más en la forma de las letras que en el sentido del texto.

No les estoy diciendo eso. Digo que, en la ocasión, lo que sabemos del sueño, es lo que sabemos actualmente  en el momento en que pasa como un sueno articulado. Dicho de otro modo, que el grado de certeza que tenemos, concerniente a ese sueño, es algo ligado al hecho de que estaríamos igualmente bastante seguros de lo que sueñan cerdos y gansos si ellos mismos nos lo contaran.

Pero en este ejemplo original tenemos más, es decir, que el sueño sorprendido por Freud tiene el valor ejemplar de haber sido articulado en voz alta durante el dormir, y que no deja ninguna clase de ambigüedad sobre la presencia significante en su texto actual.

No hay allí ninguna duda posible para arrojar sobre un fenómeno concerniente al carácter, si se puede decir, sobreagregado de información sobre el sueño que podría tener lugar.

Sabemos que Anna Freud sueña porque articula: «Anna F(r)eud, Erdbeor, Horhbeer, Erer(s)peis, Papp». Las imagenes del sueño, de las que no sabemos nada en la ocasión,  encuentran aquí un afijo, si puedo expresarlo así, con la ayuda de un término prestado de la teoría de los nombres complejos, un afijo simbólico en esas palabras donde vemos, de alguna manera, al significante, presentarse en estado de precipitado, es decir, en una serie de nominaciones. Y esta nominación constituye una secuencia en la cual la elección no es indiferente, puesto que, como Freud nos lo dice, esa elección es, precisamente, todo lo que ha sido prohibido, interdicto, lo que a su demanda, se le había dicho que no; no necesitaba tomarlo, y ese común denominador introduce una unidad en su diversidad, sin que se pueda impedir que se note que, inversamente, esa diversidad refuerza esta unidad e, incluso, la designa.

Unidad, en suma que esta serie opone a la electividad de la satisfacción de la necesidad, tal en el ejemplo del deseo imputado tanto al cerdo como al ganso; no tienen más que reflexionar el efecto que eso haría si, en el proverbio, en lugar de decir que el cerdo sueña con el maíz, nos pusiésemos a hacer una enumeración de todo lo que sería suponer que el cerdo sueña. Verían que eso hace un efecto totalmente diferente; e incluso, si se pretendiese que sólo una insuficiente educación de la glotis impide al cerdo y al ganso hacérnoslo saber. Aún más: si se pudiese decir que podríamos suplir allí en un caso como en otro, el equivalente, si ustedes quieren, de esta articulación en algunos estremecimientos detectados en sus mandíbulas, no quedaría sino que sería poco probable que se llegase a que los animales se nombrasen como lo hace Anna Freud en la secuencia.

Admitamos, incluso, que el cerdo se llame Toto, y el ganso, Bel Azor. Si algo de ese orden se produjese, se comprobaría que ellos se nombran en un lenguaje en el que sería, esta vez, bien evidente, por otra parte, ni más ni menos evidente que en el hombre, que ese lenguaje no tiene nada que hacer con la satisfacción de su necesidad, puesto que ese nombre lo tendrían  en el corral, es decir, en un contexto de necesidades del hombre, y no de las suyas.

Dicho de otro modo, deseamos detenernos en el hecho – y lo hemos dicho siempre- de que:

–  Primero: Anna Freud articula el mecanismo de la motilidad. Y diremos que, en efecto, no está ausente de ese sueño; es por ahí que lo conocemos. Pero ese sueño revela por la estructuración significante de su secuencia que:

– Segundo: En esta secuencia nos detenemos en el hecho de que en la cabeza de la secuencia, literalmente, hay un mensaje, como pueden verlo ilustrado si saben cómo se comunica en el interior de esas máquinas complicadas de la era moderna, por ejemplo, de la cabeza a la cola del avión. ¿Qué se comienza a anunciar cuando se telefonea de una cabina a otra? Se anuncia el que habla. Anna Freud tiene diecinueve meses. Durante su sueño anuncia; dice: «Anna Freud», y hace su serie.

Nos vemos introducidos en lo que llamamos la topología de la represión, la más clara, la más formal igualmente, y la más articulada, de la que Freud nos subraya que esta topología no podría,  en ningún caso, si es la de otro lugar, de la Andere Schauplatz (la otra escena), subraya siempre que no se trata de ninguna manera, de otro lugar neurológico. Decimos que este otro lugar es para buscar en la estructura del significante mismo.

Lo que intento mostrarles aquí, es la estructura del significante mismo, desde que el sujeto se inscribe allí, quiero decir, con las hipótesis mínimas que exige el hecho de que un sujeto entre en su juego. Digo que, desde que el significante está dado y el sujeto, como lo que va a entrar allí en el significante, y ninguna otra cosa. Las cosas se ordenan a partir de esta necesidad, y la consecuencia que va a desprenderse de esto, es que hay una topología de la que es necesario y suficiente que la concibamos como constituida por dos cadenas superpuestas.

¿Cómo se presentan aquí las cosas, a nivel del sueño de Anna Freud? Es exacto que se presentan de una manera problemática, ambigüa, que permite, que legitima hasta cierto punto, a Freud, para distinguir una diferencia entre el sueño del niño y el sueño del adulto.

¿Dónde se sitúa la cadena de nominaciones que constituyen el sueño de Anna Freud? ¿Sobre la cadena superior o sobre la cadena inferior? Es una cuestión en la que han podido notar que la parte superior del gafo representa esta cadena bajo la forma punteada, poniendo el acento sobre el elemento de discontinuidad del significante; mientras que la cadena inferior del grafo, la representamos continua; y por otra parte, les he dicho que, bien entendido, en todo proceso están interesadas las dos cadenas.

En el nivel donde colocamos la cuestión, ¿qué quiere decir la cadena inferior? La cadena inferior, a nivel de la demanda, de la que les he dicho que el sujeto en tanto hablante tomaba allí esta solidez prestada de la solidaridad sincrónica del significante, es bien evidente que hay algo que participa de la unidad de la frase, algo que hace hablar de una manera que ha hecho correr mucha tinta: de la función de la holofrase de la frase, en tanto todo consiste en que la holofrase existe. No hay duda; la holofrase tiene un nombre: es la interjección.

Si quieren, para ilustrar a nivel de la demanda lo que representa la función de la cadena inferior, es «pan», o «socorro». Hablo del discurso universal; no hablo por ahora, del discurso del niño.

Existe otra forma de frase, diría incluso que en ciertos casos toma un valor totalmente urgente y exigente. Es de eso de lo que se trata; es la articulación de la frase, es el sujeto en tanto que esa necesidad que, sin duda, debe pasar por los desfiladeros del significante en tanto que necesidad, es expresada de una manera deformada pero, al menos, monolítica, a poco que el monolito del que se trata, es el sujeto mismo a ese nivel que lo constituye.

Lo que pasa en la otra línea es, completamente, otra cosa. Lo que se puede decir no es fácil de decir, pero por una buena razón; es que justamente, lo que está en la base de lo que pasa en la primera línea, la de abajo; pero seguramente lo que vemos, es algo que nos es dado por primitivo que sea ese sueño de un niño, el sueño de Anna Freud, algo nos marca que aquí el sujeto no está simplemente constituido en la frase y por la frase, en el sentido en que el individuo o la multitud, o el tumulto grita: «pan». Se sabe muy bien que ahí, todo el peso del mensaje se ubica sobre el emisor. Quiero decir que él es el elemento dominante, y se sabe incluso, que ese grito, en sí, es suficiente justamente en las formas que acabo de evocar, para constituir, ese emisor, aunque tenga cien o mil bocas, como un sujeto único. No tiene necesidad de anunciarse; la frase lo anuncia suficientemente.

Entonces, nos encontramos con que el sujeto humano, cuando opera con el lenguaje, se cuenta; y es tal su posición primitiva, que no sé si recuerdan un test del Sr. Binet, a saber, las dificultades del sujeto para franquear esa etapa que encuentro más sugestiva – en lo que a mí respecta – que alguna etapa indicada por el Sr. Piaget; y esta etapa, no les diría porque no quiero entrar en el detalle, parece como distintiva, y consiste en que el sujeto se da cuenta de que hay algo que cojea en la frase: «Tengo tres hermanos, Pablo, Ernesto y yo».

Hasta una etapa bastante avanzada, esto parece natural, y por una buena razón; porque, a decir verdad, ahí está la implicación del sujeto humano en el acto de la palabra, que allí se cuenta y allí se nombra; y por consecuencia, es la expresión más natural —si puedo decirlo— , más coordinada. Simplemente, el niño ha encontrado la buena fórmula, que seria simplemente ésta: «Somos tres hermanos, Pablo, Ernesto y yo». Pero aparte de esto, lejos estaríamos de tener que reprocharle el darnos las ambigüedades de la función del ser y del tener.

Está claro que basta con que un paso sea franqueado para que eso de lo que se trata, a saber, la distinción del yo (je) en  tanto que sujeto del enunciado, y el yo (je) en tanto que sujeto de la enunciación se haga, puesto que es eso de lo que se trata.

Lo que se articula a nivel de la primera línea cuando hacemos el paso siguiente, es el proceso del enunciado: en nuestro sueño del otro día, «él está muerto». Pero cuando anuncian algo del semejante en lo que les quiero hacer notar de paso toda la novedad de la dimensión que introduce la palabra en el mundo, está ya implicado, luego, para poder decir «está muerto»; no puede decirse de otro modo ni en otra perspectiva que en la del decir.

Está muerto; eso no quiere decir absolutamente nada. Está muerto es ‘no está más’; luego, no está para decirlo. Ya no está más para decir «está muerto». Es necesario que sea un ser soportado por la palabra. Pero no se le pide a nadie que se dé cuenta de eso, sino que, al contrario, es que el acto de la enunciación de «está muerto» exige comúnmente en el discurso mismo, toda clase de referencias que se distinguen de las referencias tomadas a partir del enunciado del proceso.

Si lo que digo ahí no es evidente, toda la gramática se volatilizaría. Estoy haciéndoles notar por un instante la necesidad del futuro anterior, en tanto hay ahí dos refefencias de tiempo: una, concerniente al acto del que se va a tratar; por ejemplo, «en esa época habré sido su marido»; se trata de la referencia de lo que va a transformarse, por casamiento, en el enunciado.

Pero por otra parte, puesto que se expresa en términos, de futuro anterior, es en el punto actual donde se habla del acto de la enunciación que refiere. Hay, pues, dos sujetos, dos yo (je), y la etapa a franquear por el niño en este test de Binet, la distinción de esos dos yo (je), me parece algo que no tiene literalmente nada que ver con esa famosa reducción de la reprocidad de la que Piaget nos hace el pivote esencial en cuanto a la aprehensión del uso de los pronombres personales.

Pero dejemos esto por un instante de lado. ¿A qué hemos llegado? A la aprehensión de dos líneas: una, como representante del proceso de la enunciación; y la otra, del proceso del enunciado. Que sean dos, no significa que cada una represente una función; es que siempre esta duplicidad, cada vez que se va a tratar de las funciones del lenguaje, debemos reencontrarla. Digamos que no sólo son dos, sino que tendrán, siempre, estructuraciones opuestas, discontinuas. Aquí, por ejemplo, cuando una es continua, la otra es discontinua, e inversamente.

¿Dónde se sitúa la articulación del sueño de Anna Freud?.

Esta topología no sirve para que les dé la respuesta. La cuestión se ubica en lo que representa esta articulación en la ocasión, que es la faz bajo la que se presenta para nosotros la realidad del sueño de Anna Freud, y que en ese niño que ha sido capaz de percibir el sentido de la frase de su niñera —verdadero o falso—, Freud la implica, y le supone, en tanto un niño de diecinueve meses comprende muy bien cuándo su niñera le hace una cagada, se articula bajo la forma que he llamado precipitado, esa sucesión de significantes en un cierto orden, posición, si puedo decirlo, en una columna, por el hecho de sustituirse unas a otras esas cosas como cada una, metáfora de la otra; de lo que se trata, entonces, de hacer surgir, es la realidad de la satisfacción en tanto que prohibida. No iremos con el sueño de Anna Freud, más lejos.

No obstante, daremos el paso siguiente. Entonces, una vez que habremos comenzado a desenredar suficientemente ésta cosa, nos preguntamos, puesto que se trata de una topología de la represión, para qué nos va a poder servir lo que comenzamos a articular, cuando se trata del sueño del adulto, cuál es la verdadera diferencia entre cierta forma que toma el deseo del niño en esta ocasión, en el sueño, y una forma seguramente más complicada en la interpretación, respecto del sueño del adulto.

Freud, en esto, no produce ninguna ambigüedad. No tiene ninguna dificultad; basta leer el uso y la función de eso que interviene en el orden de la censura, censura que se ejerce exactamente en aquello que he podido ilustrar en mis seminarios anteriores. No sé si recuerdan la famosa historia de si el rey de Inglaterra es un boludo. Entonces, todo está permitido, dice la crítica, en la revolución irlandesa. Pero no era de eso de lo que se trataba. Le había dado otra aplicación para explicar lo que es en Freud los sueños de castigo, muy especialmente, habíamos supuesto la ley siguiente: «El que diga que el rey de Inglaterra es un boludo, tendrá la cara cortada». Y evocaba: la noche siguiente, sueño que tengo la cara cortada.

Esto es lo que nos explica Freud de manera muy precisa, en cuanto a que es de la naturaleza de lo que es dicho, lo que nos coloca ante una dificultad muy particular, al mismo tiempo que abre muchas posibilidades muy especiales. Se trata, simplemente, de esto.

Eso con lo que el niño se las tenía que ver, era con lo prohibido (inter-dit), con lo dicho que no. Todo el proceso de la educación, algunos principios de censura, van a formar ese dicho que no, puesto que se trata de operaciones con el significante indecible; y eso supone que el sujeto percibe que el dicho que no, si es dicho, es dicho, e incluso si no es ejecutado, queda dicho. De ahí, el hecho de que no decir es distinto que obedecer para no hacer; dicho de otro modo, la verdad del deseo es, por sí misma, una ofensa a la autoridad de la ley.

Entonces, la salida que ofrece este nuevo drama, es censurar esta verdad del deseo. Pero esta censura no es algo  que de la manera en que se ejerza, pueda sostenerse de un plumazo, porque el proceso de la enunciación que está alcanzado, es necesario para impedir algún preconocimiento del proceso del enunciado; y todo discurso destinado a proscribir este enunciado del proceso de la enunciación se va a encontrar en delito más o menos flagrante con su meta. Es la matriz de esta posibilidad la que a ese nivel, y esto les dará otras matrices, está dado en nuestro grafo.

El sujeto, por el hecho de articular su demanda, es tomado en un discurso del que no puede hacer que no sea, él mismo, hilván en tanto agente de la enunciación, porque no puede renunciar allí sin este enunciado, puesto que es borrarse completamente como sujeto que sabe de lo que se trata.

La relación de una a otra de las dos líneas del proceso de la enunciación con el proceso del enunciado, es bien simple; es una gramática, una gramática racional que se articula en esos términos. Si la cosa los divierte, podría decirles dónde o cómo, en qué términos y en qué marco esto ha sido articulado. Pero por ahora, nuestro asunto es éste: Eso que vemos cuando la represión se introduce, está esencialmente ligado a la aparición absolutamente necesaria de que el sujeto se borre o desaparezca, a nivel del proceso de la enunciación.

¿Cómo y por qué vías empíricas el sujeto accede a esta posibilidad? Es completamente imposible articularlo, si no vemos cuál es la naturaleza del proceso de la enunciación.

Les he dicho: toda palabra, aparte de esos puntos de cruce que hemos designado por el punto A, es decir, que toda palabra, en tanto el sujeto está allí implicado, es discurso del Otro. Es por eso que primero, el niño no duda de que sus pensamientos sean conocidos, porque la definición de un pensamiento no es, como dicen los psicólogos, algo que sería un acto ya comenzado.

El pensamiento es, ante todo, algo que participa de la dimensión del no-dicho que acabo de introducir por la distinción del proceso de la enunciación y del proceso del enunciado, pero que ese no-dicho subsiste, en tanto que, para que sea un no-dicho, es necesario decir, es necesario decirlo a nivel del proceso de la enunciación, es decir, en tanto discurso del Otro; y es porque el niño no duda un sólo instante de que lo que representa para él ese lugar donde se sostiene ese discurso, es decir, sus padres, no sepan todos sus pensamientos.

Es en todo caso, un movimiento que subsistirá por mucho tiempo, en el cual no será introducido nada nuevo a lo que hemos articulado aquí, concerniente a la relación de la línea superior con la inferior, a saber, lo que las mantiene fuera de la gramática en una cierta distancia.

La gramática  mantiene a distancia las frases como «que no sepa que estaba muerto»,  «no está muerto que yo sepa», «no sabía que estuviese muerto». Es el temor de que estuviera muerto. Todas esas formas sutiles van del subjuntivo, a un ‘no’ (ne), que el Sr. Le Bidus (?) llama de una manera verdaderamente increíble en un filólogo que ha escrito en Le Monde, el ne expletivo. Todo esto es para mostrarnos que una parte de la gramática, en la parte esencial, las formas están hechas para mantener la distancia necesaria entre las dos líneas.

Les proyectaré, la próxima vez, sobre esas dos líneas, las articulaciones de las que se trata. Pero para el sujeto que todavía no ha aprehendido esas formas sutiles, está claro que la distinción de las dos líneas se hace mucho antes. Hay condiciones exigibles que forman la base de la interrogación que les aporto hoy. Esta distinción está ligada a algo que no es una referencia temporal, sino una referencia tensional, es decir, una diferencia de tiempos. Ven ahí la relación que puede haber entre eso y la topología del deseo.

Estamos ahí. El niño, durante un tiempo, está tomado en el juego de las dos líneas. ¿Qué es necesario que pase, para que pueda producirse la represión? Dudo de engancharme en una vía que pareciese concesiva, en cuanto a apelar a nociones de desarrollo, que todo quede implicado en el proceso empírico, a nivel donde se produce necesariamente la intervención de una incidencia empírica, de este accidente empírico, de lo que viene a retener, que precipita en su forma, es de otra naturaleza.

Sea lo que sea, el niño descubre en un momento dado, que esos adultos reputados de conocer todos sus pensamientos, y aquí justamente no va a franquear ese paso, que de una cierta forma podrá  reproducir más tarde la posibilidad, que es la posibilidad que llamaremos rápidamente la forma llamada (ele)mental de la alucinación, que aparece esta estructura primitiva de lo que llamamos el fondo último del proceso de la enunciación, paralela al enunciado corriente, de la existencia de lo que se llama el eco de los actos, el eco de los pensamientos expresados.

Que el conocimiento de una Verwerfung, es decir, de eso de lo que voy a hablar ahora, no haya sido realizado, es que el niño, en un momento, descubre que este adulto que conoce todos sus pensamientos , no los sabe para nada. El adulto no sabe; de qué se trata en el sueño, de que él sabe o no sabe que está muerto.

Veremos la próxima vez la significación ejemplar, en la ocasión de esa relación. Pero por el momento, vamos a relaciónar esos dos términos en razón de que no hemos avanzado bastante lejos en la articulación de lo que va a ser tocado en la represión. Pero la posibilidad fundamental lo que no puede ser más que el fin de la represión, si es exitosa, es decir, no simplemente que afecte lo no dicho de un signo, no que dice que no es dicho todo en el dejar dicho, sino que, efectivamente, el no-dicho sea un truco, sin ninguna duda esta negación es una forma tan primordial, que no hay ninguna duda de que en Freud la Verneinung aparece como una de las formas más elaboradas de la represión. La coloca inmediatamente después de la Bejahung primitiva, por una posibilidad, e incluso por una deducción lógica y no genética.

La Verdrängung, represión, no puede  ser algo tan fácil de aplicar, puesto que, si en el fondo se trata de que el sujeto se borra, es claro que es muy fácil hacer aparecer en ese orden que los otros, los adultos, no saben nada. Naturalmente, el sujeto que entra en la existencia, no sabe que, si ellos no saben nada, los adultos, como cada uno sabe, es precisamente porque ellos han pasado por toda clase de aventuras, las aventuras de la represión. El sujeto no sabe nada de eso y, para imitarlos es necesario decir que la tarea no es fácil, porque para que un sujeto se escamotee él mismo como sujeto, es una vuelta de prestidigitación un poco más fuerte que otras que me ha llevado a presentarles aquí. Pero digamos que esencialmente y sin ninguna duda, si vamos a rearticular los tres modos bajo los cuales el sujeto quiere hacerlo, en Verwerfung, Verleugnung y Verdrängung, la Verdrängung va a consistir en eso que, para golpear de una manera que sea, si no durable al menos posible, lo que se trata de hacer desaparecer de ese no-dicho, el sujeto va a operar por la vía del significante.

Es sobre el significante, y sobre el significante como tal que va a operar. Y es por eso que el sueño que he proferido la última vez, alrededor del cual seguimos dando vueltas, no obstante que no lo haya reevocado completamente en el seminario de hoy, el sueño del padre muerto, es para eso que Freud articula a ese propósito, que la represión se asienta esencialmente sobre la manipulación, la elisión de dos cláusulas, «según su deseo», y «él  no sabía que era según su deseo», «que fuese así según su deseo» (‘voeu’: deseo, voto) .

La represión se presenta, en su origen, en su raíz, como algo que en Freud no puede articularse de otra manera que asentada sobre el significante.

No les he hecho hacer un gran paso hoy, pero es un paso más, porque es un paso que nos va a permitir ver a nivel de qué clase de significante se asienta esta operación de la represión. Todos los significantes no son igualmente reprimibles, frágiles. Esto se ve en lo que he llamado dos cláusulas. Es de importancia esencial, y nos va a llevar a aquello que se designa cuando se habla de deseo en el sueño en primer término, y luego, de deseo a secas.