Seminario 6: Clase 6, del 17 de Diciembre de 1958

Hice alusión la última vez a la gramática francesa de Jacques Damourette y de Edouard Pichon. Lo que he dicho de la negación, del forclusivo y del discordancial, está repartido en dos puntos de esta gramática, en el segundo volumen en un artículo sobre la negación, donde fija los carácteres del forclusivo y del discordancial. Este forclusivo que está tan singularmente encarnado en la lengua francesa por los ‘pas’, ‘point’ o ‘personne’, ‘ríen’, que llevan en ellos mismos ese signo de su origen en la huella, como ustedes ven, por esto, son las palabras (mots) que designan la huella; es allí que la acción de forclusión, el eje simbólico de forclusión esta rechazado en francés, quedando el ‘no’ reservado a lo que él es más originalmente, al discordancial.

La negación, en su origen, en su raíz lingüística, es algo que emigra de la enunciación hacia el enunciado, como he intentado mostrarles la última vez. Les mostré como se lo puede representar sobre ese pequeño grafo del que nos servimos.

Quedamos la última vez en esta ubicación de los términos del sueño, «que él no sabia que estaba muerto»; y es alrededor de ese «según» (selon), del «según su deseo» (selon son voeu) que hablamos designado el punto de incidencia real, en tanto que el sueño, al mismo tiempo, marca y porta el deseo.

Nos resta, para seguir avanzando en nuestra pregunta sobre cómo y por qué tal acción es posible, mostrar alrededor de qué entendía interrogar esta función del deseo tal como está articulada en Freud, a nivel del deseo inconsciente.

Entendía interrogarlo alrededor de esta fórmula con la que hemos mostrado la estructura de ese sueño, eso en lo que consiste, a saber, ese enfrentamiento. El sujeto es otro, un a minúscula en la ocasión. El padre reaparece vivo a propósito del sueño y en el sueño, y se encuentra siendo en relación al sujeto, relación de la cual hemos comenzado a interrogar las ambigüedades. Estas que hacen que el sujeto se cargue de eso que hemos llamado el dolor de existir, aquél del que él ha visto el alma agonizar, del que ha anhelado la muerte; anhelado la muerte, ya que nada es más intolerable que la existencia reducida a ella misma, esa existencia más allá de todo aquello que pueda sostenerla, esa existencia sostenida, precisamente, en la abolición del deseo.

Y hemos indicado que se presiente allí, en esta repartición, diría, de las funciones intersubjetivas, qué hace que el sujeto se cargue con el dolor del otro, arrojando sobre el otro lo que él no sabe y que no es, en la ocasión, otra cosa que su propia ignorancia de sí, ignorancia en la cual es precisamente el deseo del sueño que desea sostenerse, que desea entretener, y es aquí que el deseo de muerte toma su pleno sentido. El deseo de no despertar, no despertar al mensaje que es precisamente aquel más secreto, que está en el sueño mismo y que es el siguiente: es que el sujeto, por la muerte de su padre, esta de allí en más injustamente enfrentado a eso de lo que, hasta ahí, la presencia del padre lo protegía; es decir, a eso que está ligado a la función del padre, eso que está presente en el dolor de existir, eso que es el punto pivote alrededor del cual gira aquello que Freud descubrió en el completo de Edipo, la x, la significación de la castración. Tal es la función de la castración.

¿Qué significa asumir la castración? ¿Es alguna vez verdaderamente asumida la castración? Esta especie de punto alrededor del cual vienen a quebrarse las últimas olas del análisis terminado o indefinido, como dice Freud, ¿qué es esto y hasta qué punto en ese sueño, y a propósito de ese sueño, el analista puede y tiene derecho a interpretarlo, y esté en posición de hacerlo?

Es esto sobre lo que al final de lo que decíamos la última vez, dejé planteada la cuestión: las tres formas, por parte del analista, de reintroducir el «según su deseo» (selon son voeu).

La forma según la palabra del sujeto, según aquello que el sujeto ha querido, y de lo cual tiene perfectamente el recuerdo, que no es el punto olvidado; es decir que «según su deseo» reestablece allí, a nivel de la línea superior de «según su deseo», reestablece a nivel del enunciado escondido del recuerdo inconsciente, las huellas del complejo de Edipo, del deseo infantil de la muerte del padre, que es eso de lo que Freud nos dice que es, en toda formación del sueño, el capitalista, aquel deseo infantil que, en ocasión de un deseo actual, se expresa en el sueño y que, siendo un deseo inconsciente, encuentra su socio industrial.

Ese «según su deseo», restaurado a nivel del deseo infantil, no es algo que se encuentra allí en posición de ir en el sentido del deseo del sueño, puesto que se trata de interponer en ese momento crucial de la vida del sujeto la que es realizada por la desaparición del padre, porque se trata, en él sueño, de interponer esta imagen del objeto e, indiscutiblemente, el presente, como soporte de un velo, de una ignorancia perpetua, de un apoyo dado a lo que en suma es, justo ahí, la coartada del deseo.

Es así que la función misma de prohibición vehiculizada por el padre, es algo que da al deseo su forma enigmática, abismal, algo de lo que el sujeto se encuentra separado; resguardo, defensa, al fin de cuentas, que muy bien entrevió Jones. Veremos hoy que Jones ha tenido ciertas percepciones extraordinarias de algunos puntos de esta dinámica psíquica, pretexto moral para no afrontar su deseo.

¿Podemos decir que la interpretación pura y simple del deseo edípico, no sea algo que, en suma, se engancha a alguna etapa intermedia de la interpretación del sueño?

Permitiendo al sujeto hacer qué? Hablando propiamente, aquello cuya naturaleza reconocerán ustedes en la designación de identificarse con el agresor, eso es otra cosa que la interpretación del deseo edípico, en ese nivel y en esos términos en que ustedes han querido la muerte de vuestro padre en tal fecha y por tal razón.

En vuestra infancia, en alguna parte en la infancia, está la identificación con el agresor. ¿No han ustedes reconocido típicamente que, por ser una de las formas de la defensa, esto es esencial? ¿No hay allí algo que se propone en el mismo lugar en el que esté elidido el «según su deseo»? ¿Es que el «según» y su sentido no están para una interpretación plena del sueño?

Sin duda alguna, dejando de lado las oportunidades y las condiciones que permiten al analista llegar justo allí, ellas dependerán del tiempo del tratamiento, del contexto de la respuesta del sujeto en los sueños, porque sabemos que en análisis, el sujeto responde al analista, al menos a lo que deviene el analista en la transferencia, con sus sueños.

Pero esencialmente, diría, en la posición lógica de los términos, ¿es que en el «según su deseo» no está hecha una pregunta a la que nos arriesgamos siempre a dar una forma precipitada, una respuesta prematura, un evitamiento de eso de lo que se trata, ofrecido al sujeto, a saber, el callejón sin salida en el que lo coloca esta estructura fundamental que hace del objeto de todo deseo, el soporte de una metonimia esencial, y algo donde el objeto del deseo humano como tal se presenta bajo una forma evanescente, por lo que posiblemente podamos entrever que la castración se encuentra siendo lo que podemos llamar el temperamento último?

Henos aquí, pues, conducidos a retomar por la otra punta, es decir, por aquélla que no esta dada en los sueños, para interrogar más de cerca lo que quiere decir, lo que significa el deseo humano. Y esta fórmula, quiero decir este algoritmo, el $ enfrentado, puesto en presencia, enrostrado al a, al objeto, y con ese propósito nos hemos introducido en esas imagenes del sueño, y del sentido que allí nos es revelado. No es algo que podamos intentar someter a la prueba de la fenomenología del deseo, tal como ella se nos presenta.

Tratemos de ver bajo qué forma se presenta el deseo para nosotros, analistas. Este algoritmo no va  a poder guiarnos juntos por el camino de una interrogación que es la de nuestra experiencia común, de nuestra experiencia de analistas, de la forma en la cual en el sujeto, en el sujeto que no es obligatoriamente, ni siempre, el sujeto neurótico, del que no hay razón suponer que sobre este punto, su estructura no esté inconclusa, aunque sea reveladora de una estructura más general.

En todos los casos está fuera de duda que el neurótico se encuentra situado en alguna parte, en esto que representa sus prolongaciones, los procesos de una experiencia que, para nosotros, tiene valor fundamental.

Está, justamente aquí, el punto sobre el cual se desarrolla toda la construcción de la doctrina freudiana.

Antes de entrar en una interrogación sobre algunas de las formas en las que ya ha sido abordada esta dialéctica de las relaciones del sujeto con su deseo, y fundamentalmente, lo que anuncié hace un rato del pensamiento de Jones, pensamiento que ha quedado en el camino y que ha entrevisto, seguramente, verán ustedes algo. Quiero referirme a algo recogido de una experiencia clínica de la más común; es un ejemplo que ha llegado recientemente a mi experiencia y me parece adecuado para introducir lo que tratamos de ilustrar.

Se trataba de un impotente. No está mal partir de la impotencia para comenzar a interrogarse sobre lo que es el deseo. Estamos seguros, en todo caso, de estar en el nivel humano. Había allí un joven sujeto quien, por supuesto como muchos impotentes, no era del todo impotente. Había hecho el amor muy normalmente en el curso de su existencia y había sostenido algunos lazos. Esto no está llevado al extremo de la impotencia, por estar localizado, precisamente, en el objeto con el que, para el sujeto, las relaciones son más deseables, ya que amaba a su mujer. El término no parece apropiado.

Ahora bien, veamos un poco más de cerca lo que resurge al cabo de cierto tiempo de prueba analítica de los decires del sujeto.

No se trataba para nada de que le faltara todo impulso, sino que, si se dejaba llevar por él una tarde, y se agregara algo de lo vivido en el período actual del análisis, ¿podría este impulso contenerse? Las cosas habían ido muy lejos en el conflicto arrastrado por esa carencia que acababa de atravesar. ¿Tenía derecho de imponer aún una nueva prueba a su mujer, una nueva peripecia de sus ensayos y fracasos? En fin, ese deseo del que sentía efectivamente a cada momento que no estaba ausente de toda tendencia, de toda posibilidad de cumplimiento; este deseo, ¿era legítimo?

Y no pudiendo llevar aquí más lejos la referencia a este caso preciso, del que por varias razones no puedo darles aquí la observación, por ser un análisis en curso y por algunas otras razones aún, es el inconveniente que hay siempre para hacer alusiones a análisis presentes; tomaré prestado de otros análisis el término, de hecho, tan decisivo en ciertas evoluciones, a veces conducente a separaciones, para ver en eso que se llaman las «perversiones» otra importancia estructural que la que se ha jugado al desnudo, si se puede decir, en el caso de impotencia.

Evocaré, pues, el relato que se produce en ciertos casos en la experiencia, en lo vivido de los sujetos, y que aparece a diario en el análisis, una experiencia que puede tener una función decisiva, pero que, como en otros sitios, revela una estructura: el punto en el que el sujeto se interroga, el problema: ¿Hay un falo suficientemente grande?

Bajo ciertos ángulos, bajo ciertas incidencias, esta pregunta, por sí misma, puede arrastrar al sujeto en toda una serie de soluciones, las que se superponen unas con otras, se suceden y se adicionan, pudiendo arrastrarlo muy lejos del campo de una ejecución normal, para la que tiene todos los elementos.

Ese falo suficientemente grande, o más exactamente, ese falo, esencial para el sujeto, en un momento de su experiencia, se encuentra caduco, y es eso que volvemos a encontrar bajo mil formas, no siempre desde luego aparentes ni manifiestas, latentes, pero es precisamente en este caso, como diría Monsieur La Palice, es en este momento de esta etapa que está allí a cielo abierto, que podemos tenerla, tocarla, y también, darle su alcance.

Veremos al sujeto más de una vez en la confrontación, en la referencia a esa cosa que nos es necesario tomar allí en ese momento de su vida, a menudo alrededor y en el despertar de la pubertad, donde reencuentra el signo.

El sujeto está allí confrontado a algo que,  como tal, es del mismo orden de lo que venimos evocando desde hace rato; el deseo por algo de otro se encuentra legitimado, sancionado, y de cierta forma, lo que aquí aparece como un destello, se muestra en la fenomenología bajo la cual el sujeto lo expresa, podemos asumirlo en la siguiente fórmula: ¿Tiene o no el sujeto el arma absoluto? A falta de tener el arma absoluta, va a encontrarse arrastrado en una serie de identificaciones, de coartadas, de juegos de escondidas de los que, se los repito, no podemos desarrollar aquí las dicotomías, pueden llevarlo muy lejos. Lo esencial es lo siguiente; lo que quiero indicarles es cómo el deseo encuentra el origen de su peripecia a partir del momento en que se trata de que el sujeto está como alienado en algo que es un signo, en una promesa, en una anticipación: conteniendo, por otra parte, como tal, una pérdida posible; cómo el deseo esta ligado a la dialéctica de una falta, subsumido en un tiempo que, como tal, es un tiempo que no está ahí; tampoco el signo es el deseo.

Eso con lo que el deseo tiene que enfrentarse es a ese miedo, a que él no se mantenga bajo su forma actual, artijifa (artifex: artificio-fijo), si puedo expresarme así, que perezca. Pero bien entendido, este artifijo que es el deseo que el hombre siente, prueba, como tal, este artifijo no puede perecer más que comparándose con el artificio de su propio decir. Es en la dimensión del decir que este temor se elabora y se estabiliza.

Es ahí que volvemos a encontrar ese término tan sorprendente y curiosamente dejado de lado en el análisis, aquél del que les dije que Jones había desmenuzado como soporte de su reflexión que es aquella de la afanisis.

Creado por Jones, se detiene, medita sobre la fenomenología de la castración, fenomenología que ustedes verán por su experiencia, por las publicaciones, que queda cada vez más velada en la experiencia psicoanalítica, si se puede decir, moderna. Jones, en la etapa del análisis en que se encontraba, confrontado a todo tipo de tareas que son diferentes de aquellas que ofrece la experiencia moderna, cierta relación de la enfermedad en el análisis, que no es aquella que ha sido desde entonces orientada según otras normas a una cierta necesidad de interpretación, de exégesis, de apologética, de explicación del pensamiento de Freud. Jones, si se puede decir, intenta encontrar ese intermediario, el medio para hacerse entender a propósito del complejo de castración, que eso de lo que el sujeto teme ser privado, es de su propio deseo.

No es necesario sorprenderse de que el término ‘afánisis’, que quiere decir eso, desaparición, y sobre todo, del deseo, verán que en el texto de Jones es claramente de eso de lo que se trata; es eso lo que él articula, ese término que le sirve de introducción, en razón de una problemática que le ha dado muchas preocupaciones: las relaciones de la mujer con el falo, de lo cual no se liberó jamás.

Él usa inmediatamente esta afanisis para ubicar bajo el mismo denominador común las relaciones del hombre y de la mujer a su deseo, lo que lo arroja en un impasse, ya que lo ignorado es, precisamente, que esas relaciones son fundamentalmente diferentes, y únicamente, puesto que está allí lo que Freud ha descubierto, a causa de sus asimetrías en relación al significante falo.

Esto, pienso que ustedes ya lo tienen bastante comprendido como para pasar a considerar, a título provisorio hoy, que hay aquí algo de adquirido.

Puesto que esta utilización de la afanisis, que esté en el origen de la invención o que esté solamente en sus consecuencias, marca una especie de inflexión que, en suma, desvía a su autor de lo que es la verdadera cuestión, a saber: ¿Qué significa, dentro de la estructura del sujeto, esta posibilidad de afanisis? A saber: ¿No nos obliga ella, justamente, a una estructuración del sujeto humano, en tanto que tal, en tanto que es un sujeto para quien la existencia es suponible y supuesta más allá del deseo; un sujeto que ex-siste, quien sub-siste fuera de lo que es su deseo?

La cuestión no es saber si vamos a tener en cuenta objetivamente el deseo en su forma más radical, el deseo de vivir, los instintos de vida, como decimos. La cuestión es bien diferente; se trata de lo que el análisis nos muestra como puesta en juego de lo vivido del sujeto. Es esto mismo, quiero decir que no es solamente que lo vivido humano esté sostenido, como seguramente nosotros sospechamos, por el deseo. Sino que el sujeto humano, teniendo en cuenta, si puedo decir, que él cuenta con el deseo como tal, teme, si puedo expresarme así, que el impulso vital, ese querido impulso vital, esa encantadora encarnación – y ésta es la ocasión para hablar del antropomorfismo del deseo humano en la naturaleza- que justamente ese famoso impulso con el que nosotros intentamos empezar esta naturaleza de la que no comprendemos gran cosa, esto es lo que, cuando se trata de este impulso vital, el sujeto humano ve, delante suyo, él teme que pueda faltarle.

Sólo queda aquí sugerida, al menos, la idea de que no haríamos mal en tener algunas exigencias de estructura, ya que se trata también allí, de otra cosa que de reflejos del inconsciente, quiero decir, de esa relación del sujeto-objeto inmanente, si puedo decir, a la pura dimensión del conocimiento. Y que, puesto que se trata del deseo, como por otra parte nuestra experiencia nos lo prueba, es decir, la experiencia freudiana, esto va a plantearnos problemas algo más complicados.

En efecto, podemos, ya que hemos partido de la impotencia, llegar al otro término. Si la impotencia teme, no es temor ni a la potencia ni a la impotencia. El sujeto humano, en presencia de su deseo, llega también a satisfacerlo, a anticiparlo como satisfecho.

Es igualmente interesante ver esos casos donde, en condiciones de satisfacerlo, es decir, no marcado de impotencia, el sujeto teme mucho la satisfacción de su deseo, y es lo más común que, al mismo tiempo que el sujeto teme satisfacer su deseo, lo hace depender a la vez, de aquí en más, de aquél o aquélla que va a satisfacerlo, a saber, del otro.

El hecho fenomenológico es cotidiano; es asimismo el texto corriente de la experiencia humana. No hay necesidad de llegar a los grandes dramas que han tomado forma de ejemplo e ilustración de esta problemática, para ver cómo, todo a lo largo del curso de una biografía, el tiempo se desarrolla en un sucesivo evitamiento de lo que siempre ha estado puntuado como el deseo más subyacente.

¿Dónde está esta dependencia del otro? Esta dependencia del otro que, de hecho, es la forma y el fantasma bajo el que se presenta lo que para el sujeto es tan temido; y ¿qué lo hace apartarse de la satisfacción de su deseo?

No es, tal vez, simplemente lo que se puede llamar el temor al capricho del otro, ese capricho que, no sé si ustedes se dan cuenta, no tiene mucha relación con la etimología vulgar, ésa del dicciónario Larousse que lo refiere a la cabra y al camaleón.

Caprice, ‘capricho’ en italiano, quiere decir estremecimiento, de donde nosotros lo hemos tomado, que no se trata de otro que de aquel mismo vocablo tan querido por Freud, que se llama Sichstraüben, erizarse. Y ustedes saben que a través de toda su obra esta ahí una de las formas metafóricas bajo la cual, para Freud, se encarna a cada paso. Hablo de los temas más concretos. Hable él de su mujer, hable de Irma, hable del sujeto de la resistencia en general, es una de las formas bajo las cuales encarna de la manera más sensible su apreciación del sujeto que resiste en general.

No es esencialmente en tanto tal que el sujeto depende, ya que él se representa al otro como tal en su capricho. Y esto es lo que le está velado, es, justamente, que el otro marca ese capricho con signos, y que no hay signo suficiente de buena voluntad del sujeto, sino la totalidad de signos de donde él subsiste, que no hay, en verdad, otro signo del sujeto, que el signo de su abolición como sujeto.

Esto es lo que se escribe así: S (A/) [A tachada].  Esto les muestra que en cuanto a su deseo, en suma, el hombre no está en lo cierto, ya que sea un poco o mucho el coraje que él ponga en esto, la situación se le escapa radicalmente. Que, en todo caso, ese desvanecimiento, ese algo que alguien llamo, luego de mi último seminario, hablando conmigo, umbilicación del sujeto a nivel de su querer, y yo recojo gustosamente esa imagen, de lo que he querido hacerles comprender a través del $ en presencia del objeto a, tanto más, dado que estrictamente acorde a lo que Freud designa cuando habla del sueño; punto de convergencia de todos los significantes. En donde, finalmente, el sueño se implicaba tanto, que él lo llama lo desconocido mismo. No ha reconocido que este ‘Unbekawnte’, término muy extraño bajo la pluma de Freud, no es otro, justamente, que aquél por donde traté de indicarles eso que hacía la diferencia fundamental del inconsciente freudiano. Esto es que no es que él se constituye; se instituye como inconsciente, simplemente en la dimensión de la inocencia del sujeto en relación al significante: sino que se organiza, que se articula en su lugar.

Esto es lo que hay en esa relación del sujeto al significante, este impasse esencial, como acabo de formular: No hay otro signo del sujeto que el signo de su abolición como sujeto.

 Las cosas no se sostienen allí, si ustedes lo piensan bien, ya que, en principio, si no se tratara más que de un impasse, como dijimos, que no nos llevaría lejos. Lo propio de los impasses es, justamente, que son fecundos; y este impasse no tiene otro interés que el de mostrarnos lo que éste desarrolla como ramificaciones que son, justamente, en las que va a engancharse efectivamente el deseo.

Tratemos de distinguirlas.

Esta afanisis, hay un momento en el que es necesario que, en vuestra experiencia, quiero decir esta experiencia en tanto ella no es simplemente la experiencia de vuestro análisis, sino la experiencia, también, de los modos montales bajo los cuales están llevados a pensar esta experiencia sobre el punto del Complejo de Edipo donde ella aparece clara, que es cuando se dice que en el Edipo invertido, es decir, en el momento en que el sujeto entrevé la solución del conflicto edípico en el hecho de atraer para si, pura y simplemente, el amor del más potente, es decir, del padre. El sujeto se sustrae a causa de que su narcisismo está allí amenazado. Por lo tanto, recibir este amor del padre implica, para él, la castración.

Esto va de suyo, ya que, desde luego, cuando no se puede resolver una cuestión, se la considera como comprensible. Esto es lo que hace que habitualmente esto no sea tan claro como aquello.

El sujeto une ese momento de solución posible, una solución tanto más posible ya que, en parte, ésa será la falsa vía, puesto que la introyección del padre bajo la forma del ideal del yo, seré algo que se parece a aquello.

Hay una participación de la función llamada invertida del Edipo en su solución normal, que de todas maneras, es un momento puesto en evidencia por una serie de experiencias, especialmente en la problemática de la homosexualidad, en donde el sujeto experimenta el amor del padre como especialmente amenazante, como comportando esta amenaza que nosotros calificamos, a falta de poder darle un término más, y después de todo, éste no es un término tan inapropiado; los términos han conservado en el análisis, felizmente, bastante sentido y plenitud de carácter denso,  pesado y concreto, para que sea eso lo que al fin de cuentas, nos dirige. Nos damos cuenta, localizamos que está en este asunto en juego el narcisismo, y que el narcisismo esta interesado en ese rodeo del Complejo de Edipo.

La cosa nos será confirmada, sobre todo, por las vías ulteriores de la dialéctica, cuando el sujeto sea arrastrado por las vías de la homosexualidad. Ellas son, ustedes lo saben, mucho más complejas que aquéllas de una pura y simple exigencia sumaria de la presencia del falo en el objeto, pues fundamentalmente, ella está ahí encubierta.

No es por ahí que quiero meterme. Simplemente, esto nos introduce en esta proposición que es que, para hacer frente a esa suspensión del deseo, en la horda de la problemática del significante, el sujeto va a tener ante sí más de una astucia, si se puede decir. Esas astucias llevan, en primer lugar, esencialmente, a eso de la manipulación del objeto, del a de la fórmula.

Esta captura del objeto en la dialéctica de las relaciones del sujeto con el significante, no debe ser puesta en el principio de todo tipo de articulación de la relación que he intentado realizar estos últimos años con ustedes, ya que la vemos todo el tiempo, y por todas partes.

Es necesario que ustedes recuerden ese momento de la vida de Juanito en el que, a propósito de todos los objetos, él se pregunta: «¿tiene o no tiene falo?».

En principio, es suficiente tener un niño para percibir bajo todas sus formas esta función esencial que allí juega claramente, a cielo abierto.

En el caso de Juanito, se trata de la «cosita de hacer pi-pi» (fait pi-pi). Ustedes saben durante qué período, a propósito de qué y en cuál rodeo, a los dos años, esta pregunta se plantea para él frente a todos los objetos, definiendo una clase de análisis que Freud señala incidentalmente como un modo de interpretación de esta fobia.

Por supuesto que esto no es una posición que, de alguna manera, no hará más que traducir la presencia del falo en la dialéctica. Esto no nos informa, de ninguna manera, ni sobre el uso, el fin que traté de hacerles ver en su momento; no sobre la estabilidad del procedimiento.

Lo que quiero indicarles simplemente, es que tenemos, todo el tiempo, testimonio. No nos desviamos al saber que los términos que se presentan son los siguientes: el sujeto, por su desaparición, su enfrentamiento a un objeto, algo que de tanto en tanto se revela como siendo el significante esencial alrededor del cual se juega la suerte de toda relación del sujeto con el objeto.

Ahora, para evocar rápidamente en qué sentido, en el sentido más general, se produce este incidente concerniente al objeto, es decir, a la a minúscula de nuestro algoritmo, lo que se podría llamar la especificidad instintual desde el punto de vista de la necesidad.

Sabemos ya lo que sucede en una relación imposible, si podemos decir, vuelta posible, con el objeto, por la presencia, por la interposición del significante, ya que el sujeto tiene que sostenerse, ahí, en presencia del objeto. Está claro que el objeto humano sufre una especie de volatilización, que es lo que llamamos, en nuestra práctica concreta, la posibilidad de desplazamiento, lo que no quiere decir simplemente que el sujeto humano, como todos los sujetos animales, vea desplazarse su deseo de objeto en objeto, sino que ese desplazamiento mismo es el punto en donde puede mantenerse el frágil equilibrio de su deseo.

¿De qué se trata al fin de cuentas? Se trata, decía, de considerar, por un lado, impedir la satisfacción, preservando siempre un objeto de deseo. De cierta forma, es un modo aún sé simbolizar metonímicamente la satisfacción, si puede decirse así; y avanzamos allí, directamente, en la dialéctica del cofre y el avaro.

Esta dialéctica está lejos de ser la más complicada. Todavía se ve poco de lo que se trata. Es que es necesario que el deseo subsista en esta ocasión, en una cierta retención del objeto, como decimos, haciendo intervenir la metáfora anal.

Pero en tanto que este objeto retenido es, él mismo, objeto de algún otro goce, que esta retención sirve de soporte del deseo. Es el caso decirlo; la fenomenología jurídica aporta las huellas: Se dice que se goza de un bien. ¿Qué es lo que esto quiere decir, si no es, justamente, que es totalmente concebible humanamente, el tener un bien del cual no se goce, y que sea otro quien goce de él?

Aquí el objeto revela su función de prenda del deseo, si se puede decir así, por no decir de rehén del deseo. Y si ustedes quieren que tratemos de hacer aquí la conexión con la psicología animal, evocaremos lo que ha sido dicho por quien es de la etología, por uno de nuestros colegas más ejemplares, más imaginativos. En cuanto a mí, tengo bastante tendencia a creerle. No quisiera contarles, pues esto los llevaría a distracciónes. Este folleto acaba de aparecer; se llama «El orden de las cosas». Es, felizmente, un pequeño libro de Jacques Brosser, personaje hasta ahora completamente desconocido; apareció  en Plon.

Se trata de una especie de pequeña historia natural. Y es como tal que se las interpreto. Una pequeña historia natural a la medida de nuestro tiempo. Quiero decir que: Primero, esto nos restituya eso tan sutil y tan encantador que es lo que encontramos en la lectura de Buffon, y nunca más en ninguna publicación científica, aunque, sin embargo, podríamos entregarnos a este ejercicio, en tanto que sabemos sobre el comportamiento, sobre la etología de los animales aún mucho más que Buffon. En las revistas especializadas esto es ilegible.

Segundo, lo que es dicho en ese pequeño libro lo verán expresado en un estilo, debo decirlo, muy notable. Leerán sobre todo, algo que esté por el medio y que se llama «Vidas paralelas»: la vida de la cigarra, la vida de la hormiga. He pensado en este pequeño libro porque su autor tiene eso en común conmigo, que para él la cuestión de los mamíferos está resuelta. No hay, fuera del hombre, un mamífero tan esencialmente problemático, no hay más que ver el rol que juegan las mamas en nuestra imaginación; no hay, además del hombre, más que un mamífero serio; éste es el hipopótamo. Todo el mundo esté de acuerdo acerca de eso; basta que tenga un poco de sensibilidad. El poeta T. S. Elliot, quien tiene funestas ideas metafísicas, pero que, sin embargo, es un gran poeta, de un primer golpe ha simbolizado la Iglesia militante, en el hipopótamo. Volveremos a esto más tarde.

Volvamos al hipopótamo. ¿Qué es lo que hace este hipopótamo? Se nos subrayan las dificultades de su existencia. Ellas, parece ser que son grandes, y una de las cosas esenciales es que custodia el campo de sus pastanzas, porque le es necesario aún cuando él tenga ciertas reservas de recursos en sus extremos. Este es un punto esencial. Él señala lo que llamamos su territorio, limitándolo por una serie de relevos, de puntos marcados suficientemente antes para todos aquellos que tienen que reconocerse en esto, a saber, sus semejantes, que aquí se está en su casa. Esto es para decirles que sabemos bien que no es que no haya esbozos de actividad simbólica en los animales. Como ven ustedes, es un simbolismo muy especialmente excremencial en el mamífero. Si, en suma, el hipopótamo logra defender su pastura con sus excrementos, encontramos que el progreso realizado por el hombre, y la verdad es que no sabría aquí cómo entrar en la cuestión, si no tuviéramos ese singular intermediario del lenguaje, ése que no sabemos de dónde viene, pero es lo que hace intervenir allí dentro la complicación esencial. Es decir, que él nos ha conducido a esa relación problemática con el objeto. Es que no es su pastura lo que el hombre cuida con la mierda, puesto que es su mierda lo que él cuida como prenda de la pastura esencial, de la pastura esencialmente a determinar; y es ésta la dialéctica de lo que se llama el simbolismo anal, si puedo expresarme así, del hombre con su objeto, que es una de las dimensiones absolutamente insospechadas, hasta el momento en que la experiencia freudiana nos la reveló.

En fin de cuentas, he querido simplemente indicarles aquí, en qué dirección y por qué se produce esto que es, en suma, la misma cuestión en su polémica con Proudhon, Marx, sin resolverla, y de la cual nosotros, sin embargo, podemos dar un pequeño enfoque al menos de explicación. Que es lo que hace que los objetos humanos pasen, de un valor de uso, a un valor de intercambio.

Es necesario leer ese fragmento de Marx, ya que es una buena educación para el espíritu; se llama «Filosofía de la miseria, miseria de la filosofía». Se dirige a Proudhon, haber decretado que un pasaje de uno al otro se hace por una especie de puro decreto de los cooperativistas, de los que sé trata de saber por qué han llegado a ser cooperativistas, y con la ayuda de quién. La forma en que Marx lo destripa durante algunas veinte o treinta buenas páginas, sin contar el resto de la obra, es algo bastante saludable y educativo para el espíritu.

He aquí, entonces, que todo eso que para el objeto, seguramente, y el sentido de esta volatilización de esta valorización, que es igualmente desvalorización del objeto, quiero decir, ese desprendimiento del objeto del campo puro y simple de la necesidad, es allí algo que, ante todo, no es otra cosa que un recuerdo de la fenomenología esencial, de la fenomenología del bien, hablando propiamente, en todos los sentidos de la palabra ‘bien’, figúrense ustedes.

Pero dejemos por el momento, hoy, esto, simplemente en estado de esbozo. Digamos, simplemente, que a partir del momento en que lo que está interesado como objeto, es el otro, es el prójimo, es el partenaire sexual, especialmente, esto, bien entendido, arrastra un cierto número de consecuencias; las que son tanto más sensibles puesto que se trataría desde hace rato del plano social.

Es claro que aquí, eso de lo que se trata, está en la base del contrato social, ya que tiene que tener en cuenta las estructuras elementales de pensamiento, en tanto que el partenaire femenino, bajo una forma que es, ella misma, una forma no sin latencia ni sin retorno es, aquí, como nos lo ha revelado Lévi-Strauss, objeto de intercambio.

Este intercambio no viene totalmente solo. Para decirlo todo, diremos que, como objeto de intercambio, la mujer es, si se puede decir, una ocupación muy peligrosa para aquellos que realizan la operación, puesto que, por otra parte, todo esto nos introduce en esa movilización, si podemos decir, real, que se llama la prestación, el alquilar los servicios del falo.

Nos ubicamos allí en la perspectiva, naturalmente, del utilitarismo social, y como ustedes saben, esto no deja de presentar ciertos inconvenientes. Es de aquí mismo que partí hace un rato. La mujer sufre en esto una fuerte e inquietante transformación, a partir del momento en que ella está incluida en esta dialéctica, a saber, como objeto socializado, esto es algo de lo que es verdaderamente divertido ver cómo en Freud, en la inocencia de su juventud, en las páginas 192 y 193 del tomo I de Jones, puede hablar.

La manera en la que, a propósito de los términos emancipatorios de la mujer en Mill, de lo cual ustedes saben que Freud se hizo traductor en un momento, a instancias de Compers, en la que Mill habla de temas emancipatorios, y de lo que en una carta a su propia novia él le presenta para qué sirve una mujer, una buena mujer, eso vale mil, cuando pensamos que él estaba en el máximo de su pasión, esta carta que finaliza en el hecho de que una mujer debe mantenerse bien en su lugar, y prestar todos los servicios, los que no son demasiado diferentes a los de los famosos «K, K, K»: Kinder, Kirche, Küche (Niños, iglesia, cocina).

Y el texto finaliza con un pasaje que debo leérselos en inglés, ya que ese texto no ha sido publicado en otra lengua: ( leído en francés) «Ni la ley ni la costumbre han tenido mucho para dar a la mujer de la que ha sido precedentemente retirada, pero fundamentalmente la posición de las mujeres debe ser seguramente, la que es en la juventud, una adorable querida (un adorable mueblecito, un jarrón angelical), una mujer amada».

El otro aspecto posible, no es para nada que hemos entrado aquí en la dialéctica social, es que, ante esta posición problemática, hay otra solución para el sujeto, y esto también lo sabemos por Freud: es la identificación.

¿Identificación a qué? La identificación al padre. ¿La identificación al padre por qué? Se los he indicado ya, en tanto que él es quien, de alguna manera, es distinguido como aquél que ha logrado superar realmente ese lazo al impasse, a saber, aquél a quien se considera haber realmente castrado a la madre, diría, que es considerado, porque, bien entendido, él no es otra cosa que considerado, y que, por otra parte, hay aquí algo que se plantea esencialmente.

He aquí la problemática del padre, y tal vez, si vuelvo hoy a esto con cierta insistencia, es en la línea de algo que ha sido tratado ayer a la tarde en nuestra reunión científica, que es, justamente, la función del padre, la función imaginaria del padre en ciertas esferas de la cultura.

Es evidente que hay aquí una problemática que no deja de presentar todo tipo de posibilidades de deslizamientos, porque lo que es necesario ver es que la solución aquí preparada, es una solución directa: el padre es ya un tipo, en el sentido propio del término, tipo presente, sin duda alguna, en las variaciones temporales. Nosotros no podríamos interesarnos de tal manera en algo que no tuviera esas variaciones, sino que no podemos nosotros concebir aquí la cosa de otra manera, que en sus relaciones con una función imaginaria, negando la relación del sujeto con el padre, esta identificación al ideal del padre, gracias a la cual puede ser (peut etre) al fin de cuentas, podemos decir, que el término medio de las noches de bodas son exitosas y resultan bien, aunque la estadística no haya sido hecha jamás de una forma estrictamente rigurosa.

Esto está ligado, evidentemente, a datos de hecho, pero también a datos imaginarios, y no resuelve en nada la problemática para nosotros, ni para nosotros ni, por otra parte, para nuestros pacientes. Y es posible sobre este punto nos confundamos; esto no resuelve en nada, para nosotros, la problemática del deseo.

Vamos a ver, en efecto, que esta identificación a la imagen del padre no es más que un caso particular de lo que es necesario abordar ahora como siendo la solución más general, quiero decir, en las relaciones, en ese enfrentamiento del S/ con el a del objeto, la introducción de la forma más general de la función imaginaria, el soporte, la solución, la vía de solución que ofrece, al sujeto, la dimensión del narcisismo, que hace que el Eros humano esté comprometido en cierta relación con su propio cuerpo, y en la cual va a poder producirse este intercambio, esta intervención en la que voy a intentar articular para ustedes la forma en la que se presenta el problema del enfrentamiento del S/ con la a minúscula.

Es sobre este punto que retomaremos, dado que son ya las doce menos cuarto, luego de las vacaciones. Retomaré el 7 de Enero, ya que no he podido hoy adelantar las cosas más lejos. Verán ustedes cómo, sobre el a minúscula que hemos de tener la ocasión de precisar en su esencia, en su función, a saber, la naturaleza esencial del objeto humano en tanto que, como ya lo he esbozado largamente en los seminarios precedentes, todo objeto humano está, básicamente, marcado por una estructura narcisista, por la relación profunda con el Eros narcisista.

¿Cómo este objeto humano, en tanto que marcado por esto, se encuentra, en la estructura más general del fantasma, recibiendo normalmente la más esencial de las angustias del sujeto, a saber, ni más ni menos que su afecto en presencia del deseo, ese miedo, esa inmanencia en la que designé hace un rato, lo que retiene al sujeto al borde de su deseo? La naturaleza toda del fantasma de transferirlo al objeto.

Esto lo veremos estudiando, retomando un cierto número de fantasmas, que son, justamente, aquéllos de los  que tenemos que desarrollar aquí la dialéctica. Y esto no sería más que a partir de uno fundamental, uno de los primeros descubiertos, el fantasma «Pegan a un niño», donde ustedes verán los rasgos más esenciales de esa transferencia del afecto del sujeto en presencia de su deseo, sobre su objeto en tanto que narcisista. Inversamente, eso que deviene el sujeto, el punto donde él se estructura, puesto que él se estructura como yo (moi) e ideal del yo (moi).

Esto no podrá, a fin de cuentas, entregárseles, a saber, distinguido por ustedes en su necesidad estructural absolutamente rigurosa, más que como siendo el retorno, el reenvío de esta de legación que el sujeto ha hecho de su afecto a este objeto, a éste del que aún no hemos jamás hablado verdaderamente, como siendo su reenvío: quiero decir cómo, necesariamente, debe colocarse él mismo, no en tanto que a, sino en tanto que imagen de a, imagen del otro, lo que es una sola y misma cosa con el yo (moi), esta imagen del otro estando marcada por este índice, por una (gran) I mayúscula, por un ideal del yo (moi), en tanto que él es el heredero de una relación primera del sujeto, no con su deseo, sino con el deseo de su madre, el ideal tomando el lugar de lo que, en el sujeto, ha sido experimentado como, efectivamente, un niño deseado.

Esta necesidad, este desarrollo, es por lo que viene a inscribirse en cierta huella, formación del algoritmo que puedo ya inscribir en el pizarrón, para anunciárselos para la próxima vez:

i(a) (I)($)  a($)

en cierta relación con el otro, dado que él está afectado de un otro, es decir, del sujeto mismo en tanto que I está afectado por su deseo.

Esto, lo veremos la próxima vez.