Seminario 7: Clase 13, La Muerte de Dios, 16 de Marzo de 1960

Este artículo de Sperber cuya traducción les ha ofrecido la Sra. Hubert la última vez, era algo enganchado a nuestro discurrir sobre la sublimación y quería que lo conocieran. No me lanzaré a una crítica demasiado profunda de este texto; espero que a la mayoría de ustedes, después de varios años de enseñanza seguidos aquí, algo ha debido molestarles en este modo de proceder.

Quiero decir que si bien la mira del artículo es algo incuestionablemente interesante —además no nos habríamos demorado allí sin eso— pienso que el modo de demostración ha debido parecerles débil. Quiero decir que el apoyarse, el referirse para demostrar una especie de origen sexual común, bajo una forma sublimada, de las actividades humanas fundamentales, al hecho de que palabras con significación que se presume originariamente sexual se pusieran a vehiculizar sucesivamente todo un reguero de sentidos siempre progresivamente más alejados de su significación primitiva, es evidentemente tomar una vía cuyo carácter de demostración me parecía que debía ser eminentemente refutable a los ojos de todo espíritu con sentido común.

Esto se siente primero, porque además el hecho de que palabras con significación primitivamente sexual en cierta forma se hayan extendido como una mancha de aceite en cuanto al campo de la significación para llegar a recubrir significaciónes muy alejadas, no quiere decir sin embargo, que este demostrado que todo el campo de la significación esté por ello recubierto. Esto no quiere decir que todo lo que usamos como lenguaje sea reductible al fin de cuentas, a estas palabras clave que él da, y cuya valorización evidentemente, cuya postura, está considerablemente facilitada para la demostración por el hecho de que se admite incluso como demostrado lo que es allí más cuestionable, la noción de raíz o de radical, en el sentido en que la raíz y el radical estarían ligados constitutivamente, en el lenguaje humano, a un sentido.

El poner de relieve las raíces y los radicales en las lenguas flexionales es algo que plantea problemas particulares que están lejos de ser aplicables a la universalidad de las lenguas. Sería muy difícil ponerlo de relieve para lo que ocurre por ejemplo con el chino, donde todos los elementos significantes son monosilábicos.

La noción de la raíz es de las más huidizas; de hecho, se trata justamente de una ilusión ligada al desarrollo significativo del lenguaje, del uso de la lengua donde todo lo que es sólo podría sernos muy sospechoso.

Lo que no quiere decir que todo lo que han escuchado producir frente a ustedes como observaciones concernientes al uso que esas palabras, digamos de raíz sexual, en las lenguas, por lo demás todas indoeuropeas, no tenga interés. Pero en la perspectiva en la cual pienso ahora haberlos curtido y formado suficientemente, que consiste en distinguir bien la función del significante, de la creación de la significación , por el uso por un lado, metafórico y por el otro metonímico de los significante; no podría satisfacernos.

Diría que evidentemente el problema comienza acá. ¿Por qué esas zonas en las cuales la significación sexual, como yo decía recién, se extiende como una mancha de aceite, por qué esos ríos en que se esparce ordinariamente, y han visto ustedes que no era cualquier sentido, son en suma especialmente elegidas para que se las utilice para alcanzar las palabras que han tenido ya empleo en el orden sexual?

Es extremadamente interesante, por ejemplo, preguntarse por qué es justamente a propósito de un acto más o menos amortiguado, ahogado, un acto más o menos destrozado, de cortar, de dividir, un acto a medias falido, que se hará resurgir el presumido origen en la perforación de los trabajos más primitivos, con una significación de operación sexual, de penetración fálica. En otros términos, ¿por qué se hará resurgir la metáfora coger (foutre) a propósito de algo mal terminado? ¿Por qué se hará resurgir la metáfora «foutre» (joder) a propósito de algo tan mal parido (mal foutu)? ¿Por qué surgirá la imagen de la vulva para expresar diversos actos entre los cuales figuran el de sustraerse, el de fugarse, el de largarse, como se ha traducido repetidas veces el término alemán del texto?

Les digo que he intentado encontrar el testimonio de esta expresión tan linda, largarse (se tailler). para decir fugarse, sustraerse; quiero decir el momento en que la vemos aparecer como tal con este sentido en la historia, y tuve un tiempo demasiado corto para hacerlo. En los dicciónarios o los recursos que tengo a mi disposición, no la he encontrado. Me gustaría que alguien pudiera hacer esta investigación. Es cierto que no tengo en París los dicciónarios que conciernen al uso familiar de las palabras. Es de todos modos una pregunta.

Entonces, ¿por qué en la vida se trata de cierto tipo de significación, ciertos significantes marcados por un primitivo uso para la relación sexual en un uso metafórico? ¿Cómo utilizar tal o cual término de germania que tiene primitivamente una significación sexual, para situaciones que no lo son en un uso metafórico como yo lo defino? Y este uso metafórico es utilizado para obtener determinada modificación.

¿No hay pues, en este artículo más que ese algo que es una ocasión de ver a propósito de un caso completamente particular cómo se valen de usos en el lenguaje, según el modo metafórico, en la evolución normal, diacrónica, cómo se hace uso y por que, de referencias sexuales, en cierto uso metafórico? ¿Sería reducir a esto el alcance del artículo? ¿Es decir, mostrar que había perdido totalmente su mira?

Seguramente no, si no fuera más que por eso, es decir que este artículo pudiera ser tomado como un ejemplo más de ciertas aberraciones de la especulación psicoanalítica, no lo hubiera hecho producir aquí frente a ustedes. Creo que lo que le mantiene su valor es ese algo que está en su horizonte, que no está demostrado, pero a lo que se apunta en su intención, que es justamente aquello por lo cual una relación absolutamente radical, la de las relaciones instrumentales primeras, de las primeras técnicas, de los actos mayores de la agricultura, el de abrir el vientre de la tierra, los actos mayores de la fabricación del vaso (vasija) sobre el que puse tanto el acento, y tal y tal otro acto se encuentra tan naturalmente metaforizado alrededor de algo muy preciso que es menos el acto sexual que el órgano sexual femenino.

Quiero decir que es en tanto el órgano sexual femenino, más exactamente la forma de abertura y de vacío, estaba en el centro de todas estas metáforas, que el artículo adquiría su interés y su valor centrante para la reflexión. Ya que está muy claro que hay una abertura, un salto de la referencia supuesta —es una idea muy interesante— del llamado sexual como tal, de la vocalización que se supone acompañaba al acto sexual, como habiendo podido brindar el incentivo, el origen del uso del significante a los hombres para designar ya sea sustantivamente el órgano y especialmente el órgano femenino, ya sea verbalmente el acto de hacer el coito (coïter).

El salto en este artículo, es a saber, que si el uso de un término que significa primitivamente coito, es susceptible de una extensión que se presume casi indefinida; que el uso de un término que significa originalmente vulva es susceptible de todo tipo de usos metafóricos, esto nos hace el puente entre lo que es supuesto, a saber que la prevalencia del uso vocal del significante en el hombre puede tener su origen en el hecho de que en ciertas actividades, estas actividades acompañadas por llamados cantados que se supone son los de la relación sexual primitiva en los hombres como lo son en determinados animales, especialmente en los pájaros .Ustedes perciben qué diferencia hay entre el grito más o menos tipificado que acompaña una actividad y el empleo de un significante que separa tal elemento de articulación, a saber, ya el acto, ya el órgano.

Además, inclusive si admitimos que es por esta vía —y no deja de tener interés suponerlo— cómo el hombre ha sido introducido en el empleo del significante, es demasiado claro que en tanto no tenemos la estructura significante, a saber que nada implique ya en el horizonte, en el dato del llamado sexual natural, que el elemento de oposición que hace la estructura del uso del significante, aquél que ya está enteramente desarrollado en el Fort-Da del cual tomamos el ejemplo original, esté dado en el llamado sexual.

El llamado sexual puede remitirse a una modulación temporal de un acto cuya repetición puede implicar la fijación de determinados elementos de la actividad vocal; no es aún ese algo que puede darnos el elemento estructurante, inclusive el más primitivo. Hay allí una abertura. No obstante, el interés del artículo es mostrarnos por cuál rodeo puede concebirse lo que es por otra parte, tan esencial en la elaboración de nuestra experiencia y en la doctrina de Freud.

Igualmente, es como el simbolismo sexual, en el sentido ordinario del término, puede hallarse en el origen polarizando completamente el juego metafórico del significante. Por lo demás, no iré más allá por hoy, con riesgo de volver a ello posteriormente.

Me he interrogado sobre la manera en que reanudaré el hilo y sobre qué retomaré hoy. Me he dicho, por haberlo percibido en la conversación con algunos, que en suma no estaba desprovisto de interés que les diese una idea de las conferencias, conversaciones o charlas a las que me libré en Bruselas. Además tengo algo para transmitirles. Esto permanece siempre en el centro de la línea de mi discurso y no hago más, incluso cuando lo transporto afuera, que retomarlo aproximadamente  en el punto donde lo sostengo.

Con seguridad no es ni uno ni dos seminarios más lo que hice frente a mis oyentes en Bruselas; es sin embargo algo que se sitúa en el punto en que estamos de lo que articulo aquí, lo que he intentado decir frente a ellos.

Lo que arriesgo pues, es atravesar demasiado rápido para ustedes el salto, suponiéndolo implícitamente ya conocido por ustedes —no es sin embargo seguro, ya que además lo que he dicho frente a una audiencia diferente puede haber implicado, traído, elementos aún no dichos aquí, que de todos modos es interesante que no sean eludidos aquí en nuestro discurso.

Esto puede parecerles después de todo demasiado descaro en el modo de proceder sobre lo que tengo para decir. Con el camino que nos queda por recorrer, no tengo demasiado tiempo de detenerme, hablando con propiedad, en preocupaciones de profesor. Esa no es mi función, como se los he dejado entender e incluso dicho formalmente. Incluso me disgusta, para decir el término, tener que ponerme frente a un auditorio en posición de enseñanza, ya que un psicoanalista que habla frente a un auditorio no introducido, toma siempre un sentido de propagandista.

Si acepté hablar en esa universidad, que es la Universidad Católica de Bruselas, lo hice con determinada idea que no es a mis ojos el modo de ver que deba ponerse en primerísimo plano, sino en segundo lugar, con una idea de ayuda mutua, y a los fines de llegar por algún lado —me atrevo a esperar que lo he hecho— a conciliar la presencia y la acción de aquéllos que son nuestros, amigos, nuestros camaradas en Bélgica.

Estaba entonces frente a un público, seguramente muy amplio, y del cual todo me ha causado la mejor impresión, convocado por el llamado de una Universidad Católica, y esto por sí sólo podrá motivarles por qué les he hablado primero de algo, a saber en la primera lección, de lo que se relacióna en Freud al tema y la noción y a la función del Padre.

Como podía esperarse de mí, no me anduve con vueltas ni escatimé los términos, a saber que no intenté atenuar frente a tal auditorio la posición de Freud con respecto a la religión. Sin embargo ustedes saben cuál es mi posición concerniente, si puedo decirlo, al dominio de lo que se llaman las verdades religiosas.

Quizás una vez, en esta ocasión, esto merece ser precisado aunque creo que por mis palabras, por mi manera de proceder con ellas, lo he traído bastante claro. Es que por hallarse uno mismo —sea simplemente por una posición personal, sea en nombre de una posición de método, de una posición llamada científica en la que se sostiene gente que es por otra parte creyente que sin embargo en cierto dominio creen poner de lado como se dice, el punto de vista propiamente confesional— ya sea en un caso, ya sea en el otro, existe cierta paradoja en llegar a esta posición de excluir prácticamente del debate, de la discusión, del examen de las cosas, términos, doctrinas, que han sido articulados en el campo propio de la fe, como permaneciendo desde entonces en cierta forma en un dominio que sería reservado a los creyentes.

Cierta vez ustedes me han escuchado engranar directamente sobre un trozo de la Epístola de San Pablo a los Romanos, a propósito del tema de la ley que hace el pecado. Y han visto que al precio de un artificio del cual por otra parte, hubiera muy bien podido pasarme, la sustitución de ese término aún en blanco, en el momento en que yo hacía mi discurso, de la cosa, por lo que en el texto de San Pablo se llama pecado, se llegaba a una formulación muy exacta, y muy precisa de lo que yo quería decirles entonces con respecto a las relaciones, el nudo de la ley del deseo.

Este ejemplo, que adquiere a propósito de un caso particular, su propio orden de eficacia, es algo sobre lo cual experimento la necesidad de volver, ya que no considero que se tratase de un préstamo de casualidad, de algo que se encontró particularmente favorable a una especie de escamoteo, en aquello a lo que quería llegar en ese momento  para ustedes.

Creo por el contrario, que no hay ninguna necesidad de prestar esta forma de adhesión, cualquiera sea, sobre lo cual no tengo incluso que entrar aquí, cuyo abanico puede desplegarse en el orden de lo que se llama la fe, para que se nos plantee, a nosotros analistas, quiero decir a nosotros que pretendemos, en fenómenos que son de nuestro propio campo, querer ir más allá de determinadas concepciones de una pre-psicología, a saber, abordar estas realidades humanas sin prejuzgar, considero que no podemos no solamente dejarlas, si no que no podemos no interesarnos del modo más preciso en lo que se ha articulado, en estos propios términos, en la experiencia religiosa— por ejemplo, bajo los términos del conflicto entre la libertad y la gracia.

Una noción tan articulada, tan precisa y tan irremplazable como la de la gracia, cuando se trata de la psicología del acto, es algo sobre lo cual no encontramos en otra parte, quiero decir en la psicología académica clásica, nada equivalente. Y considero pues, que no sólo las doctrinas, si no el texto histórico, la historia de las elecciónes, es decir de las herejías que han sido hechas, que están atestiguadas en el curso de la historia en ese registro, la línea de los arrebatos que han motivado cierto número de direcciónes en la ética concreta de las generaciones, es algo que no sólo pertenece a nuestro examen, sino que requiere, insisto, en su registro propio, en su modo de expresión, toda nuestra atención.

No basta que determinados temas no sean usuales, sólo usados en el campo de la gente acerca de la cual podemos decir que creen creer, —después de todo qué sabemos sobre eso— para que este dominio les quede reservado. Para ellos no son creencias; si suponemos que creen en ello verdaderamente, son verdades. Es en lo cual creen, ya sea que crean en ello o que no creen —nada es más ambigüo que la creencia— hay algo cierto, y es que creen saberlo. Es un saber como otro, y a ese título esto cae en el campo del examen que debemos hacer, desde el punto en que estamos, a todo saber, en la medida misma en que en tanto analistas pensamos que no hay ningún saber que no se eleve desde un fondo de ignorancia.

Es esto lo que nos permite admitir como tales muchos otros saberes aparte del saber fundado científicamente.

He creído entonces deber, frente a una audiencia que me parece que no es inútil haberla afrontado, menos por tal o cual oreja que he podido hacer erguirse —lo que siempre es problemático y que sólo el porvenir puede demostrar. Pero  después de todo, me permite frente a ustedes que son una audiencia totalmente distinta, valorar cierto número de rasgos que no tienen quizás para ustedes el mismo alcance que pueden tener para la otra.

Freud, tomó la posición más cortante sobre el tema de la experiencia religiosa, a saber, dijo que todo lo que era en ese orden aprehensión sentimental, literalmente no le decía nada, que era para él literalmente, ir hasta la letra muerta Sólo si tenemos con respecto a la letra la postura que nos pertenece, eso no resuelve nada, ya que por más muerta que sea esta letra, sin embargo, puede haber sido una letra completamente articulada, y articulada precisamente al menos en cierto campo, en determinado dominio, precisamente del mis modo que la ha articulado la experiencia religiosa.

En otros términos, frente a gente que supuestamente responde al llamado de una Universidad Católica, que supuesta mente no pueden no solidarizarse con cierto mensaje, en tanto al menos interesa a Dios Padre, puedo adelantar con absoluta certeza que al menos en cuanto a lo que se articula sobre este mensaje en tanto concierne la función del Padre, en tanto esta función está en el corazón de la experiencia que se define como religiosa, Freud, como yo lo expresaba en un subtítulo que me habían propuesto para mi conferencia, pero que ha espantado un poco, Freud es el que pesa.(da la talla)

Aquí es más que fácil demostrarlo. Les basta abrir ese librito que se llama Moisés y el Monoteísmo sobre el cual, Freud, después de haberlo maquinado durante cerca de diez años a partir de Tótem y Tabú, pensaba sólo en eso, en esa historia de Moisés y de la religión de sus padres, articula lo que concierne al monoteísmo. Ya que es menester igualmente saber leer, darse cuenta de qué se trata, dónde va Freud en ese libro, sobre el cual en el final de su vida, casi, si no tuviera el artículo sobre el Splitting en la Spaltung del Ego (Ichspaltung), podría decirse que la pluma se le cae de la mano con el final de Moisés y el Monoteísmo. Contrariamente a lo que me parece que se insinúa, si creo lo que me cuentan desde hace algunas semanas sobre lo que puede decirse sobre la producción intelectual de Freud en el final de su vida, no creo en absoluto que estuviera declinando. Nada me parece en todo caso más firmemente articulado, más conforme a todo el pensamiento anterior de Freud, que este Moisés y el Monoteísmo

¿Alrededor de qué gira la cuestión de Moisés y el Monoteísmo? Se trata evidentemente, del modo más claro, del mensaje monoteísta como tal. Es eso lo que interesa a Freud; es lo que por otra parte de entrada no tiene necesidad para él de ser discutido en el orden de la connotación de valor. Quiero decir que para él no hay duda de que el mensaje monoteísta implica en sí mismo un acento incuestionable de valor, superior a cualquier otro. El hecho de que Freud se haya palpado allí no cambia nada.

Queda que para un ateo, Freud, no digo para cualquier ateo, hay que verlo, en todo caso para él, la mira del mensaje monoteísta tomada en su fundamento radical es algo que tiene un valor decisivo. Es posible decir que por allí algo pasa a la izquierda, hay ciertas cosas que desde entonces están superadas, perimidas, que no pueden ya sostenerse más allá de la manifestación de este mensaje. A la derecha es otra cosa.

El asunto es absolutamente claro en el espíritu de la articulación de Freud. Fuera del monoteísmo, no quiere decir que no haya nada, lejos de ello. Hace alusión —no nos da una teoría de los dioses, pero hay suficientemente dicho sobre ello para que recordemos la atmósfera que habitualmente connotamos como pagana, lo que es como ustedes saben, una connotación tardía, y ligada a su borramiento, a su reducción en la esfera campesina; pero en la atmósfera pagana, mientras no se la llamaba así, cuando estaba en pleno florecimiento, si puede decirse, el númen surge a cada paso, en todos los codos de los caminos, surge en la gruta, en el cruce de caminos. Este númen tiñe la experiencia humana. Podemos aún percibir las huellas de ese modo de vehículo; existen aún en la existencia humana muchos campos de ello. Es algo que, con respecto a la manifestación, a la profesión monoteísta, es una cierta relación de contraste.

Digo que el numen surge a cada paso; e inversamente diré que cada paso del numen deja una huella, engendra, si puedo decirlo, un memorial. No es menester mucho para que se eleve un templo, para que se instaure un nuevo culto. El numen pulula y actúa por todos lados en la existencia humana, por otra parte tan abundante, que al final algo debe manifestarse de igual modo para el hombre de dominio que no se deja desbordar

Es esta misma envoltura y al mismo tiempo una degradación, en la fábula. Esas fábulas antiguas, tan ricas que aún podemos entretenernos, y de las que nos cuesta concebir cómo eran compatibles con lo que fuese que implicaba una fe a esos dioses, ya que también estas fábulas aunque sean heroicas, épicas, o vulgares están de todos modos marcadas por no se qué desorden, por no se qué ebriedad, por no sé que anarquismo, si puede decirse, de las pasiones divinas. La risa de los dioses en la Ilíada ilustra suficientemente en el plano heroico. Habría mucho para decir sobre esta risa de los olimpianos. Sólo quiero hoy demorarme en esta frase a la que eran sensibles los paganos.

Tenemos su huella bajo la pluma de los filósofos. Y es de índole al revés de esta risa o del carácter irrisorio de las aventuras de los dioses. Es eso lo que nos cuesta concebir.

¿Frente a eso qué tenemos? Tenemos entonces el mensaje monoteísta y es a ello que Freud consagra su examen. ¿Cómo es posible este mensaje monoteísta, cómo ha aflorado? Es capital la manera en que Freud lo articula para apreciar el nivel donde se sitúa la procesión de Freud.

Como saben, todo reposa sobre la noción de Moisés, el egipcio. No pienso que frente a un auditorio como éste, esté obligado a hacer un seminario donde alguien analizará Moisés y el Monoteísmo. Creo que gente que como ustedes son en un 80 % psicoanalistas, deben saber ese libro de memoria. Todo reposa entonces sobre la noción de Moisés, el egipcio y de Moisés, el Madianita.

Moisés, el egipcio es el gran hombre, el legislador, y también el político, el racionalista, aquél cuya vía Freud pretende descubrir en la aparición histórica en una fecha precisa, en el siglo XIV antes de J.C. de la religión de Akhenaton, atestiguada por descubrimientos recientes. Es a saber, algo que promueve la función única, el unitarismo de la energía de donde irradia, si puede decirse, la distribución del mundo simbolizado por el órgano solar. El personaje que es Moisés, el egipcio, está para Freud más allá de los vestigios humanos de esta primera empresa de una visión enteramente científica, racionalista del mundo, que se supone en este unitarismo, que es unitarismo de lo real, unidad sustancial del mundo centrada en el sol, y cuyo fracaso como ustedes saben, la historia de Egipto ha demostrado, a saber, que apenas desaparecido Akhenaton, el hormigueo de los temas religiosos, multiplicados más que en otro lugar en Egipto, el pandemonium de los dioses retoma el timón, y reduce a nada toda la reforma de Akhenaton.

Un hombre guarda con él la antorcha de esta mira racionalista; es Moisés, el egipcio, quien elige un pequeño grupo de hombres para conducirlos a través de la prueba que los tornará dignos de fundar una comunidad aceptando esos principios en su base. He aquí el texto de Freud.

En otros términos, alguien que quería hacer el socialismo en un sólo país. Excepto que además no había país. Había  un puñado de hombres para hacerlo.

He aquí la concepción freudiana de lo que esencialmente es el verdadero Moisés, el gran hombre, aquél de quien se trata de saber cómo su mensaje nos es aún actualmente transmitido.

Seguro, naturalmente me dirán, de todos modos ese Moisés era un tanto mago. Eso no tiene tanta importancia. Cómo Moisés operaba para hacer de golpe abundar las langostas y las ranas, es su asunto. No es una cuestión de un interés esencial desde el punto de vista que nos ocupa, de su posición religiosa. Y dejemos de lado el uso de la magia. Esta no lo ha molestado por otra parte a este Moisés el egipcio, jamás a los ojos de nadie.

Y está Moisés el Madianita, el hijo de Jethro, y es aquél cuya figura, según nos enseña Freud, ha sido confundida con la del primero. Moisés el Madianita, que Freud llama también el de Sinaí, del Horeb. Esa es en efecto la cuestión. Es aquél quien escucha surgir de la zarza ardiente la palabra, a mis, ojos completamente decisiva, que no podría ser elidida en la materia. Freud elide esta palabra fundamental que es ésta: (yo) soy, no como toda la gnosis cristiana ha intentado hacerlo entender, es decir introducirnos en las dificultades concernientes al ser que no están cerca de terminar, y que quizás no han dejado de comprometer la llamada exégesis, aquél que es, sino (yo) soy lo que (yo) soy. Es decir un Dios que se presenta como esencialmente oculto.

Este Dios oculto es un Dios celoso; y este Dios oculto parece muy difícil de disociar de aquél que igualmente, en el mismo entorno de fuego que lo vuelve inaccesible, hace oír, nos dice la tradición bíblica, los famosos mandamientos al pueblo reunido alrededor, que no tiene el derecho de acercarse, de atravesar determinado límite.

A partir del momento en que estos mandamientos se evidencian para nosotros como mandamientos a toda prueba; se sabe que aplicados o no, aún los oímos, he subrayado frente a ustedes el carácter indestructible; a partir del momento en que estos mandamientos pueden evidenciarse como las mismas leyes de la palabra (parole), como he intentado demostrárselos, es cierto que se abre un problema; para decirlo todo, Moisés el Madianita me parece que plantea su propio problema, aquél que yo quisiera saber justamente, frente a quién, frente a qué estaba sobre el Sinaí y sobre el Horeb. Pero en fin, a falta de haber podido sostener el resplandor de la cara de aquél que dijo: (yo) soy lo que (yo) soy, nos contentaremos desde el punto en que estamos, con decir en suma: la zarza ardiente era la Cosa de Moisés, y luego, con dejarla allí donde está, con riesgo de calcular las consecuencias que ha tenido la revelación de estas cosas.

Sea lo que fuere el problema para Freud con respecto a estas consecuencias, es resuelto de otra manera. Es resuelto del siguiente modo. Es porque Moisés el egipcio ha sido asesinado por su menudo pueblo, menos dócil que los nuestros frente al socialismo en un sólo país, por gente que luego se consagró sabe Dios a qué paralizantes observancias, algunos turbios ejercicios de innombrables vecinos —ya que no olvidemos lo que es efectivamente la historia de los judíos.

Basta con releer un poquito esos antiguos libros para percatarse de que en materia de colonialismo imperativo, sabían arreglárselas un poco en Canaán—les sucedía incluso el incitar lentamente a las poblaciones vecinas a hacerse circuncidar ,para luego aprovechando esa parálisis que les dura algún tiempo  entre las piernas después de esa operación, propiamente exterminarlos. Esto no es para hacerles reproches respecto de un período de la religión hoy superado.

Dicho esto, Freud no duda ni un instante que el interés mayor de la historia judía es el de ser el vehículo del mensaje del Dios único.

Ven pues dónde están al respecto las cosas. Tenemos la disociación entre el Moisés racionalista y el Moisés inspirado, oscurantista, del que apenas se habla. Pero, fundándose en el examen de las huellas de la historia, Freud sólo puede encontrar una vía motivada al mensaje del Moisés racionalista, en la medida en que ese mensaje se trasmitió en la oscuridad; es decir, en la medida en que ese mensaje estuvo relaciónado, en la represión, con el asesinato del Gran Hombre. Precisamente por esta vía, nos dice Freud, pudo ser transportado, conservado, en un estado de eficacia que podemos medir en la historia. Esto es tan cercano a la tradición cristiana que impresiona—en la medida en que el asesinato primordial del Gran Hombre llega a emerger en un segundo asesinato, el de Cristo, el mensaje monoteísta de algún modo culmina, lo traduce y lo hace nacer. En la medida en que la maldición secreta del asesinato del Gran Hombre, que en sí misma sólo tiene poder pues resuena sobre el fondo del asesinato inaugural de la humanidad, el del padre primitivo, en la medida en que éste surge a la luz, se realiza lo que realmente hay que llamar, porque está en el texto de Freud, la redención cristiana.

Sólo esta tradición prosigue hasta su término la obra de revelar aquello que está en juego en el crimen primitivo de la ley primordial.

¿Después de esto, cómo no comprobar la originalidad de la posición freudiana en relación a todo lo que existe en materia de historia de las religiones? La historia de las religiones consiste esencialmente en desprender el común denominador de la religiosidad. Hacemos del lóbulo religioso del hombre una dimensión en la que nos vemos obligados a incluir religiones tan diferentes como una religión de Borneo, la religión de Confucio,la taoísta, la religión cristiana. Esto no deja de presentar ciertas dificultades, aunque, cuando uno se libra a las tipificaciones no hay razón alguna para no culminar en algo. Y aquí se culmina en una clasificación de lo imaginario, que se opone a lo que distingue a la tradición monoteísta, que está integrado en los mandamientos primordiales en la medida en que ellos son las leyes de la palabra—no harás de mí imagen tallada, pero para no correr el riesgo de hacerla, no harás imagen alguna.

Y ya que sucedió que les hablé de la sublimación primitiva de la arquitectura, diré que se plantea el problema del templo destruído, del que no quedan huellas.¿ Qué precauciones, qué simbólica particular, qué disposiciones excepcionales habían podido ser llenadas para que fuera al menos reducido hasta su más extremo rincón, lo que fuera que en las paredes de ese vaso pudo hacer resurgir, y Dios sabe si es fácil, la imagen de los animales, de las plantas, de todas las formas que se perfilan en las paredes de la caverna, para hacer que ese templo no fuese más que el envoltorio de lo que estaba en el centro, a saber, el Arca de la alianza.? A saber el símbolo puro, el símbolo del pacto, del nudo entre aquél que dice (yo) soy lo que (yo) soy, y (yo) te he dado estas leyes, estos mandamientos para que entre todos los pueblos esté marcado el que tiene leyes sabias e inteligentes. ¿Cómo debía ser ese templo para evitar todas las trampas del arte?

Eso no es algo que pueda ser resuelto por ningún documento, por ninguna imagen sensible. Dejo aquí abierta la cuestión

De lo que se trata y a lo cual somos conducidos es pues que Freud, cuando nos habla en Moisés y el Monoteísmo del asunto de la ley moral, ya que para él de eso se trata, lo integra plenamente a una aventura que sólo ha hallado, escribe textualmente, su culminación, su pleno despliegue en la historia, en la trama judeo-cristiana. Está escrito que las otras religiones que llama vagamente orientales —pienso que hace alusión a toda la gama, a Buda, a Lao-Tse, y a muchos otros—, se carácterizan todas, dice por una audacia ante la cual no hay más que inclinarse, por más aventurada que nos parezca; sólo es al fin de cuentas, nos dice, el culto del gran hombre.

No estoy suscribiendo a eso en absoluto.

Dice que simplemente las cosas se quedaron a mitad de camino, más o menos abortadas, a saber, qué quiere decir el asesinato primitivo del gran hombre. Pienso que piensa lo mismo a propósito de Buda. Y seguramente en la historia de los avatares de Buda encontraríamos mucha cosas donde él reencontraría su esquema, legítimamente o no. Es por no haber en el  fondo llevado hasta el extremo el desarrollo del drama; hasta el extremo, a saber hasta el término de la redención cristiana, que estas otras religiones quedaron allí.
Es inútil decirles que ese muy singular cristocentrismo es del mismo modo, por lo menos sorprendente bajo la pluma de Freud. Y para que se deje deslizar allí casi sin darse cuenta, es menester de todos modos que haya en eso cierta razón.

Sea como sea, henos aquí conducidos a lo que para nosotros es la continuación del camino. Es la siguiente: para que algo en el orden de la ley sea vehiculizado, es menester que pase por el camino trazado por el drama primordial, por aquél que se articula en Tótem y Tabú, a saber el del asesinato del padre, y como ustedes saben, sus consecuencias. Este asesinato que se nos propone al principio, en el origen de la cultura como estando condicionado por figuras de las que verdaderamente no se puede decir nada, para las que el término de temible* sólo puede doblarse del de temido, tanto como de dudoso, a saber, el del personaje todopoderoso de la horda primordial, personaje mitad animal, matado por sus hijos.

A continuación de lo cual, articulación en la que uno no se detiene a veces lo suficiente, se instaura algo que podemos llamar una especie de consentimiento inaugural que es de todos modos un tiempo esencial en la institución de esta ley en que todo el arte de Freud es ligarla para nosotros al asesinato mismo del padre, identificarla a la ambivalencia que funda en ese momento las relaciones del hijo con el padre, a saber a ese retorno del amor después de llevado a cabo el acto donde se ve bien que justamente allí reside todo el misterio, y que en suma esta hecho para velarnos la falla, que consiste en esto: no sólo el asesinato del padre no abre la vía hacia el goce que la presencia del padre se suponía que prohibía, sino, si puedo decirlo, refuerza la prohibición. Todo está allí y es eso lo que puede denominase según todos los puntos de vista —quiero decir en el, hecho y también en la explicación— la falla. Es a saber: estando exterminado el obstáculo bajo la forma del asesinato, el goce no es menos prohibido. Aún más, ya lo he dicho, ésta prohibición es reforzada.

Esta falla prohibidora es pues, si puedo decirlo, sostenida, articulada, tornada visible por el mito, pero es al mismo tiempo, profundamente camuflada por él. Es justamente por qué lo importante de Tótem y Tabú es ser un mito. Como se ha dicho, quizás el único mito del cual haya sido capaz la época moderna. Y es Freud quien lo ha inventado.

Esto es lo importante: consagrarnos a lo que implica esta falla; al hecho de que todo lo que la atraviesa, lo que la franquea, se hace objeto de una deuda en el gran libro de la deuda. Todo ejercicio del goce implica algo que se inscribe en este libro de la deuda en la ley. Aún más, es menester que algo en esta regulación sea o paradoja o el lugar de alguna alteración, ya que lo contrario, el franqueamiento de la falla en el otro sentido, no es equivalente.

Freud escribe El Malestar en la cultura para decirnos que todo lo que viró del goce a la prohibición va en el sentido de un refuerzo siempre creciente de la prohibición. Quienquiera se aplique a someterse a la ley moral, ve siempre reforzarse las exigencias cada vez más minuciosas, más crueles de su superyó.

¿Por qué no sucede lo mismo en sentido contrario? Es un hecho, que no hay nada, y que quienquiera avance en la vía del goce sin frenos, en nombre de cualquier forma que sea de rechazo de la ley moral, encuentra obstáculos cuya violencia nuestra experiencia nos muestra todos los días bajo formas innumerables, y que no suponen menos quizás, algo único en su raíz.

Es en el punto en que lleguemos a la fórmula de que es necesaria una transgresión para acceder a este goce, y que para coincidir con San Pablo, es precisamente para eso que sirve la ley; que la transgresión en el sentido del goce sólo se cumple apoyándose sobre el principio contrario, sobre las formas de la ley. Y si las vías hacia el goce tienen en sí mismas algo que se amortigua, que tiende a ser impracticable, es la prohibición quien les sirve, si puedo decirlo, de vehículo terreno, de tanque oruga para salir de esos anillos que conducen siempre al hombre, dando vueltas en redondo, hacia el atolladero de una satisfacción corta y atascada.

En esto nos introduce, con la condición de que seamos guiados por la articulación de Freud, ese algo que es simplemente nuestra experiencia. Era menester que el pecado tuviera la ley para que, dice San Pablo, pudiera devenir. Nada dice que él llegara, pero pudo entrever devenir desmesuradamente pecador. Está en el texto.

Esperando, lo que vemos aquí, riguroso es el nudo estrecho del deseo y de la ley, por medio de lo cual seguramente el ideal de Freud, es ese ideal atemperado de honestidad que podemos llamar, dando su sentido idílico a la palabra, honestidad patriarcal, es hecho allí donde el padre de familia, con un rostro tan lloroso como les guste —todo un cierto ideal humanitario que vibra en tal pieza burguesa de Diderot; inclusive en tales rostros en los que se complace el grabado del siglo XVIII—; esta honestidad patriarcal que nos ofrece la vía de acceso más mesurada a deseos atemperados, a deseos normales.

Así lo que Freud propone ante nosotros es su mito, y su mito no está de todos modos allí en su novedad, sin haber sido exigido por algún sesgo. No es justamente difícil ver qué es lo que lo exige.

Si el mito del origen de la ley se encarna en el asesinato del padre, esos prototipos que se llaman sucesivamente el animal tótem, luego tal dios más o menos poderoso, más o menos celoso, al fin de cuentas el dios único, y Dios padre, salieron de allí; el mito del asesinato del padre es el mito de un tiempo para el que Dios está muerto.

Pero si Dios está muerto para nosotros, lo está desde siempre, y es eso lo que Freud nos dice. Sólo ha sido el padre en la mitología del hijo, es decir la del mandamiento que ordena amarlo, a él, el padre, y en el drama de la pasión que nos muestra que hay una resurrección más allá de la muerte. Es decir que el hombre que ha encarnado la muerte de Dios está siempre allí. Está siempre allí con ese mandamiento que ordena amar a Dios.

Ustedes saben que es frente a lo que Freud se detiene. Al mismo tiempo, la cosa esta articulada en El Malestar en la cultura; se detiene ante el amor al prójimo.

El amor al prójimo nos parece algo insuperable, incluso incomprensible, e intentaremos la próxima vez decir por qué.

Lo que quería acentuar hoy solamente, es que no fui yo quien he empleado la fórmula ni hecho la observación de que hay cierto mensaje ateo del mismo cristianismo. Como saben, fue Hegel, en el sentido en que por el cristianismo se completa la destrucción de los dioses.

El hombre sobrevive a la muerte de Dios asumida por sí mismo, pero al hacerlo se propone ante nosotros. La leyenda pagana nos dice que sobre el mar Egeo, en el momento en que se desgarraba el velo del templo, resonó el mensaje: el gran Pan ha muerto. Henos aquí conducidos a las relaciones del gran Pan con la muerte.

Aunque Freud moralice en El Malestar en la cultura se detiene frente al mandamiento del amor al prójimo; de todos modos vamos a ser conducidos al corazón de este problema por toda su teoría del sentido de la tendencia. En las relaciones del gran Pan con la muerte, viene a tropezar todo el psicologismo de sus discípulos presentes.

Es por ello que he hecho girar mi segunda conferencia en Bruselas, alrededor del amor al prójimo. Como ven, era aún un tema de encuentro con mi público. Les daré la ocasión de juzgar la próxima vez, lo que he efectivamente encontrado allí.