Seminario 7: Clase 18, La Función de lo Bello, 18 de Mayo de 1960

Me pareció que no era excesivo comenzar esta mañana mi seminario, planteando esta pregunta: ¿hemos pasado la línea?. No se trata de lo que hacemos aquí, se trata de lo que ocurre en este mundo en que vivimos No es porque lo que se prefiere haga un ruido demasiado vulgar para que no lo escuchemos. En el momento en que les hablo de la paradoja del deseo en lo que consiste, que los bienes la enmascaran, ustedes pueden escuchas afuera los discursos espantosos de la poesía. No hay que preguntarse si son sinceros o hipócritas, si quieren la paz, si calculan los riesgos. Si en un momento semejante hay una impresión que domine, es justamente la de lo que puede pasar por un bien prescriptible; la información servirá de llamado, de captura, para las muchedumbres impotentes a las— cuales se las derrama como un licor, que aturde en el momento en que se desliza hacia el matadero. Uno debe preguntarse si osaría hacer estallar el cataclismo si primero no se aflojara la brida a ese gran ruido de voces.

¿Hay algo más consternaste que ese eco repercutido, en esos pequeños aparatos de los que todos estamos provistos de lo que se llama una conferencia de prensa? A saber, esas preguntas estúpidamente repetidas a las cuales el líder responde con una falsa comodidad requiriendo preguntas más interesantes y permitiéndose en esa ocasión, hacer humor. Ayer, hubo uno, no se dónde, en París o en Bruselas, que nos hablo de los mañanas que desencantan», me hace gracia. ¿No les parece que la única manera de acomodar su oreja a lo que ha resonado sólo puede formularse en forma de: ¿Qué es lo que está pretende?  ¿Dónde quiere «eso» llegar? Sin embargo, todos se duermen con la muelle almohada de «eso no es posible». Mientras que no hay nada más posible, que es inclusive eso por excelencia lo posible, que el dominio de lo posible al que el hombre apunta en lo posible, es para que eso sea posible Eso es posible porque lo posible es lo que puede responder a la demanda del hambre y el hombre no sabe lo que pone en movimiento con su demanda. Lo desconocido temible, más allá de la línea, es ese algo que en el hombre, es lo que llamemos inconsciente, es decir la memoria de lo que olvida, y después de todo, ustedes pueden ver en qué dirección está lo que olvida, aquello con respecto a lo cual todo está hecho para que no piense en eso: es la hediondez, es la corrupción siempre abierta como un abismo, es la vida, es la podredumbre, es más aún después de algún tiempo, es realmente actual para nosotros: esta anarquía de las formas, esta destrucción segunda de la cual Sade les hablaba el otro día en la cita que traje de él, aquélla que apela a la subversión más allá del ciclo de la generación—corrupción; a esta destrucción segunda, ese movimiento de las formas en tanto se reengendran, a esta posibilidad repentina tangible para nosotros, con el efecto amenazador de anarquía cromosómica, que incluso sean rotas las amarras de las formas de la vida. Los monstruos obsesionaban mucho a aquellos que, los últimos en el siglo XVIII, hablaban aún, dando un sentido a esa palabra naturaleza. Hace mucho que no se da más importancia a los terneros de 6 patas, a los niños con dos cabezas, que sin embargo, quizás ahora va más a verlos reaparecer por millares, si las cosas comienzan. Es por lo cual, cuando preguntamos aquí: ¿qué hay más allá de esta barrera custodiada por la estructura del mundo del bien, y donde está, sin embargo, ese punto que hace virar, dar vuelta, gravitar, picotear, sobre sí mismo ese mundo del bien para esperar que nos arrastre a todos a nuestra pérdida? Es por lo cual nuestra pregunta tiene un sentido del cual creo que no es vano recordarles su carácter terriblemente actual.

¿Qué hay más allá de esta barrera? No olvidemos al comienzo, que si bien sabemos que hay barrera y que hay más allá, no sabemos nada de qué hay más allá. Es falso, es un falso comienzo decir como algunos han dicho, partiendo de la psicología individual, partiendo de nuestra experiencia, que es el mundo del miedo. Centrar nuestra vida, es igualmente centrar nuestro culto sobre eso como término último; es un error que no tenemos el derecho de cometer porque sabemos que el mundo del miedo y de su». fantasmas es una defensa ya localizable; ya tiene para nosotros un sentido; es ya para el hombre una protección contra algo que está más allá y que precisamente es lo que no sabemos. Es justo el momento, el momento en que estas cosas son posibles allí, posibles y sin embargo envueltas en una especie de «prohibido pensar en ello», de hacerles notar la distancia y la proximidad que liga ese posible con esos textos extravagantes que he tomado este año como pivote de cierta demostración, los textos de Sade, y hacerles notar que si la lectura de esos textos y su acumulación de horrores sólo engendran —no digamos a la larga, simplemente como se estila— en nosotros incredulidad y disgusto, y es sólo, en cierto modo, al pasar, en un breve flash, en un rayo, que tales imagenes pueden hacer vibrar en nosotros, ese algo extraño que se llama el «deseo perverso», en tanto para nosotros vuelve allí el segundo plano del esos natural, que al fin de cuentas todo contacto, toda relación imaginaria, incluso real, de la búsqueda propia del deseo perverso no está allí para nada más que sugerirnos la impotencia del deseo natural, del deseo de naturaleza de los sentidos a ir muy lejos en ese sentidos Es éste quien en este camino cede rápido y cede primero. Es en esto en lo que se ve que si es cierto que a justo titulo el pensamiento del hombre moderno busca allí el comienzo, la huella, el punto de partida, un sendero, hacia el conocimiento de sí mismo, hacia el misterio del deseo, por otra parte parece que toda la festinación que este comienzo ejerce sobre los estudios tanto científicos como literarios, sobre los jugueteos del Sexus, plexus y del Nexus de un escritor ciertamente no sin talento, al fin de cuentas todo esto va a parar en una especie de delectación bastante estéril, donde seguramente es menester que el hilo del método nos falte para que, después de todo, veamos que todo lo que ha podido ser elucubrado, científico o literario, en ese sentido, esta superado desde hace tiempo, por anticipado y radicalmente perimido, por las elucubraciones, después de todo, del que sí lo era un pequeño hidalgüillo de provincia, manifestando un ejemplar social de la descomposición del tipo de noble en el momento en que iban a ser radicalmente abolidos esos privilegios. Lo cual no quiere decir que toda esta formidable elucubración de horrores ante los cuales no sólo los sentidos y la posibilidad humana, sino también la imaginación, flaquean, no son estrictamente nada en comparación con lo que pasará, lo que se verá, lo que será efectivamente bajo nuestros ojos en la escala colectiva, si el grande, el real desencadenamiento que nos amenaza, estalla.

La única diferencia que hay entre la exorbitancia de las descripciones de Sade y lo que representará tal catas trefe, es que en la modificación de la segunda, no habrá entrado ningún motivo de placer. No serán los perversos los que la pondrán en marcha, serán los burócratas, de los cuales no se trata tampoco de saber si estarán bien o mal intencionados. Será desencadenado con orden y eso se perpetuará según las reglas en curso, los escalones que obedecerán, las voluntades, abolidas, doblegadas hacia una tarea de la que después de todo esperan, quienes pierden aquí su sentido y volviéndolos a su dimensión constante y última para el hombre, sin disipación, habrá podido tener algunas carácteres conjuratorio que será la reabsorción de insondable desperdicio. Ya que no olvidemos que allí está desde siempre una de las dimensiones en la cual podría definirse, reconocerse lo que el otro el dulce soñador, llamaba gentilmente la hominización del planeta.

Por lo que respecta a reconocer el pasaje, el pus la marca, la huella, la palma del hombre, podemos estar tranquilos. Si encontramos una acumulación gitanesca de concha de ostras, sólo puede ser manifiestamente de los hombres qué pasaron por allá. Quiero decir una acumulación de desperdicios en desorden. Hay épocas geológicas que han dejado también, sus desechos: nos permiten reconocer algo, un orden, a pila de órdenes. he aquí uno de los aspectos de la dimensión humana que convendría no desconocer.

Ahora, después de haber perfilado este cúmulo en horizonte posible de la política del bien, del bien genera del bien de la comunidad, vamos a retamar nuestra marcha  la hemos dejado la última vez, y trataremos de comprender lo que quiere decir, lo que significa, lo que implica el horizonte de la búsqueda del bien a partir del momento en que ha sido desmitificado. De este error de juicio, cuyo término les he dado en el pasaje de San Agustín, debe saberse que es por el procedimiento mental de la sustracción del bien al bien que se llegaría a este método que refutaría la existencia de toda otra cosa que el bien en el ser, con el pretexto de que lo irreductible, siendo entonces como tal más perfecto que lo que era antes, no podría ser el mal.

El razonamiento de San Agustín es algo que nos sorprende. Diera que dejo abierta la cuestión. ¿Qué significa la aparición histórica de tal forma de pensamiento? Nos es menester pensar en dejarla atrás. ¿Qué significa la posición definida tal como lo hamos hecho la última vez? Del bien como algo que, en la creación simbolice, es considerado como el inicio de donde parte el destino del sujeto humano en su explicación con el significante, eso que en ese bien se presenta como el objeto del reparto y al mismo tiempo manifiesta su verdadera naturaleza, su duplicidad profunda de bien que es que no es pura y simplemente el bien natural, aquello que res pende a una necesidad, sino eso que es poder posible, potencia de satisfacer y quien, por eso, organiza toda la relación del hombre con lo real de los bienes con respecto a ese poder, que es el poder que tiene el otro, el otro imaginario, se los he dicho, de privarlo de él. Para retamar los términos, que son aquellos alrededor de los cuales he organizado el primer año de mi comentario de los Escritos técnicos de Freud, el yo ideal y el ideal del yo, retomados en mi grafo; por otra parte, en tanto imagen del otro, el ideal del yo, la forma primitiva sobre la cual se modela el yo, se instala en sus funciones de pseudo-matriz. Definiremos en este caso el ideal del yo del sujeto, en la perspectiva de los bienes como tales, como representando precisamente ese poder de hacer el bien que en sí mismo contiene esta dimensión entera que se hunde, este más allá que hoy hace nuestra pregunta, a saber, ¿qué resulta de ello?, ¿cómo, a partir del momento en que todo se organiza alrededor de ese poder de hacer el bien, ese algo totalmente enigmático se nos propone y nos vuelve sin cesar de nuestra propia acción como la amenaza siempre creciente en nosotros de una exigencia a las consecuencias desconocidas? El yo ideal, el otro imagina río que tenemos enfrente de nosotros, al mismo nivel que aquél para el cual no sé si he introducido la última vez el término privados, el otro en tanto representa para sí mismo en su existencia, a aquél que nos priva.

Diré que en los dos polos de esta estructuración del mundo de los bienes, se perfila lo que hace, por un lado, desde el momento del revelamiento al cual llega toda la revelación de la filosofía clásica, a saber, el momento en que Hegel es como se dice, vuelto a poner sobre sus pies—, que ese fondo de guerra social se revele solamente a partir de ese momento, como siendo el hilo rojo que da su sentido al segmento iluminado de la historia, en el sentido clásico del término, y por otro lado, en el otro extremo, ese algo que para el pensamiento que se nos presenta con la forma de la interrogación permitiendo la esperanza, ejerciéndose algo de un resarcimiento científico en el terreno de lo que se llama problemáticamente el humano nos ha descubierto que desde hace largo tiempo, muy largo tiempo y fuera del campo de esta historia, algo habla sido dado a luz por el hombre de sociedades no histéricas, según se croe; que algo fue percibido, concebido por ellos, como teniendo una función saludable en el mantenimiento de la relación intersubjetiva, una función esencial, eso milagrosamente, después de todo a nuestros ojos, está al como la pequeña piedra hecha para indicarnos que no está tomado en este dialéctica necesaria de la lucha por los bienes, del conflicto por los bienes, y de la catástrofe naces’ ría que éste engendra. Es que ha existido un mundo, del cual estamos buscando huellas, donde positivamente fue concebido que la destrucción de los bienes como tales podía ver una función reveladora de valor. El potlach —pienso que ustedes son bastante poco de un nivel demasiado elemental, como para que tenga que (en todo caso, no es hoy mi objeto, ni el campo de lo que tengo que enseñarles) recordarles que el potlach indica simplemente que se trata, brevemente, de ceremonias rituales que implican la destrucción extendida de bienes diversos que son, unos, bienes de consumo, otros, bienes de representación y de lujo, a asignar en las sociedades, dónde por lo demás no se trata ya para nosotros de restos y vestigios de la existencia social de un modo humano que nuestra expansión tiende a abolir— el potlach entonces, está allí para testimoniar que el hombre ya ha podido tener con respecto ¿este destino en el lugar de los bienes, ese retroceso, esta percepción, esta perspectiva posible, que ha podido hacerle llegar el mantenimiento, la disciplina, si puede decirse, de deseo en tanto es eso con lo cual tiene que vérselas en su destino; hacer depender esta disciplina de algo, que se manifestaba de un modo positivo, confesado, evidenciado, como ligado a la destrucción como tal de los bienes. Muy especialmente, propiedad colectiva 0 individual, propiedad privada para lo privado, ese algo alrededor de lo cual gira el problema, el drama, los rebotes y las vueltas de la economía del bien.

Por lo demás, a partir del momento en que nos es da esta clave, desde luego vemos que no es ése el privilegio las sociedades primitivas. No voy a encontrar hoy, por otra parte, la ficha en la cual había anotado de la forma más concisa, esa etapa histórica,  en la cual los he detenido un instante este ano, en tanto marcaba en la superficie de nuestra historia bien historizada —a saber en ese comienzo del siglo XVII—, la emergencia en la cultura europea de problemática que desea como tal, precisamente a propósito amor cortés…En ese momento vemos aparecer en tal rito fa del —quiero decir representado por una especie de fiestas reunión de barones— en alguna parte del lado de Narbona, manifestación completamente análoga, implicando la enorme tracción no sólo de bienes inmediatamente consumidas en el de festín, sino de bestias y arneses, como Si, por ese sólo hecho, apareciera en primer plano esta problemática del deseo algo como un correlativo necesario aparecía en la necesidad de estas destrucciónes que llamemos destrucciónes de prestigio, en tanto, en efecto, se manifiestan como tales, es decir, que estas formas gratuitas cara a cara, enfrentándose y representando lo que en la colectividad se manifiesta entonces como los sujetos elegidos por lo que otorga su sentido a la ceremonia, que frente a frente, los señores y aquellos que en esta ceremonia se afirman como tales, se desafían, rivalizan, en quién se mostrará capaz de destruir más de estos bienes.

Tal es el otro polo, el único que tenemos en los ejemplos de la manifestación de cierto dominio, de cierta conciencia, en la relación del hombre con sus bienes, el único ejemplo que tenemos de aleo que en este orden, sucede conscientemente, sucede de un modo dominado, ocurre, en otros términos, de un modo diferente de lo que causan y determinan las inmensas destrucciónes, a las cuales todos nosotros —ya que algunos anos no significan generaciones tan distantes— hemos podido asistir, de consumo de bienes, destrucciónes inmensas, esos modos que nos aparecen como algunos accidentes inexplicables, vuelta del salvajismo, mientras que más bien se trata de algo tan necesariamente ligado como es posible, a lo que para nosotros es el avance de nuestro discurso.

Ya que es claro que se nos plantea un problema nuevo que, inclusive para Hegel, no era claro. Hegel trató largamente, en la Fenomenología del Espíritu, de articular la tragedia de la historia humana en términos de conflictos de discursos. Se complació, entre todas las tragedias, con la de Antígona, en tanto le parecía ver oponerse alié del modo más claro, el discurso de la familia al del Estado.

Las cosas, como lo veremos, serán para nosotros mucho menos claras. Nosotros, para ese discurso de la comunidad, ese discurso del bien general, tenemos que vérnosla con los efectos de un discurso de la ciencia, donde se muestra de velada, por primera vez, una pregunta que propiamente es la nuestra, a saber, lo que quiere decir, lo que manifiesta la potencia del significante como tal. Quiero decir que para nosotros, se plantea la cuestión que es subyacente al orden de pensamiento que intento desarrollar ante ustedes, a saber, si del desarrollo repentino, prodigioso, de esta potencia del significante, de este orden, surge un discurso de las letritas de los matemáticos, discurso que se sostiene, discurso que se diferencia de todos los discursos sostenidos hasta entonces, discurso que, con respecto a nosotros, se transforma, en cierta forma, en una alienación suplementaria. ¿En qué? En que el discurso salido de las matemáticas es un discurso que, por estructurar por definición, no olvida nada, a diferencia del discursó de esta memorización primera, que prosigue en el fondo de nosotros, sin saberlo nosotros, el discurso memorial del inconsciente, cuyo centro está ausente, cuyo lugar y organización en el (…) están situados por el «él no sabía», que es propiamente el signo de esta omisión fundamental en que el sujeto viene a situarse, y el hombre, en un momento, ha aprendido a servirse, a lanzar, a hacer circular en do real y en el mundo, ese discurso de las matemáticas que no podría proceder a menos que nada sea olvidado. Cuando sólo una pequeña cadena significante comienza a funcionar en ese principio, parece que las cosas prosiguen como si ellas funcionasen solas, ya que además allí donde llegamos se trata de poder preguntarnos si este discurso de la física, este discurso engendrado por la omnipotencia del significante, raya en la integración de la naturaleza o en su desintegración.

Tal es lo que para nosotros, complica y singularmente, aunque sin dada, no sea más que arda de sus fases, el problema de nuestro deseo. Digamos que para aquél que les habla, es allí hablando propiamente, donde se sitúa, la revelación del carácter decisivamente original del lagar en que se ubica el deseo humano como tal, en esa relación del hombre con el significante y en el hecho de saber si debe o no destruir esa relación.

No hay otro sentido y pienso que ustedes han podido escuchar en lo que dicen fue aportado de la meditación de un discípulo, simplemente, muy fino, abierto, cultivado, no de otro modo genial, de Freud, y es que allí se extiende la cuestión del sentido de la pulsión de muerte. Muy exactamente, en tanto esta pulsión está ligada a la historia, se plantea el problema; es una cuestión aquí y ahora y no aquí una cuestión aad aeternum, es en función de que el movimiento del deseo está pasando la línea de una especie de Revelamiento, que el advenimiento de la noción freudiana de pulsión de muerte tiene para nosotros sentido.

Diciendo esto, entonces, no sabemos nada sino que está la cuestión y que se plantea en estos términos, la relación del ser humano viviente con el significante como tal, con el significante en tanto en el nivel del significante pare de ser vuelto a cuestionar para él todo ciclo posible del «siendo», comprendido el movimiento de pérdida y el retorno de la vida misma. Seguramente, es justamente eso lo que da su sentido no menos trágico a aquello de lo cual nosotros, analistas, nos encontramos siendo los portadores, ya que en verdad, ningún paso real fue hecho, a partir del momento en que esto se debe, sino saber que este inconsciente en su propio ciclo se nos presenta actualmente, inclusive señalado como tal como el campo de un no saber. Y sin embargo, el campo en el cual tenemos que operar todos los días, ya que a partir del momento en que lo hamos localizado, no podemos no reconocer lo que está al alcance de un niño, de un simple, con respecto a la posición, a la situación de todo hombre de buena voluntad, de aquél cuyo deseo es hacer el bien. A saber, es que sin duda quiere hacer el bien, que sin dada de esa forma también ha venido a encontrarlos, es para encontrarse bien, es para encontrarse de acuerdo consigo mismo, es para estar idéntico con algunas normas; y sin embargo, ustedes saben lo que encontramos en el margen, pero porque no en el horizonte de todo lo que se desarrolla como dialéctica ante nosotros, de ese progreso del conocimiento de su inconsciente. Es este margen irreductible el que hace que siempre en el horizonte —esta búsqueda de esta prosecución de su propio bien— el sujeto se revele al misterio jamás enteramente resuelto de lo que es su deseo. La referencia del sujeto a todo otro, cualquiera sea, tiene algo irrisorio cuando lo vemos, nosotros que vemos de todos modos a algunos, incluso, referirse mucho, siempre al otro como a alguien que vive en el equilibrio, en todo caso, él mismo es más feliz, no se plantea preguntas, duerme sobre las dos orejas. No tenemos necesidad de haber visto al otro, tan sólido, tan bien sentado ¿amo esté, venir a extenderse en nuestro diván, para saber que este espejismo, esta distancia, esta referencia de la dialéctica del bien, tiene algo más allá, algo que, para ilustrar lo que quiero decirles, yo llamaría al bien no toquen y el texto mismo de nuestra experiencia.

Diré más: fuera de este registro de un goce, como siendo lo que como tal sólo es accesible al otro y la única dimensión en la que podemos situar ese malestar singular y tan fundamental que sólo, creo —y quizás me equivoca la lengua alemana— ha sabido anotar, como a otros matices psicológicos muy singulares de la abertura humana, bajo el término Lebensneid. No es una envidia ordinaria, es incluso la cosa más extraña y más singular; es esta envidia que puede nacer en un sujeto con respecto a otro en tanto el otro haya sido justamente percibido, como pudiendo participar de cierta forma de goce, de superabundancia vital, en tanto ésta es, hablando con propiedad, concebida y percibida por el sujeto como eso que él mismo no puede aprehender por la vía de algún movimiento, aunque fuese el más afectivo, el más elemental. ¿No hay algo realmente singular en que un ser se evidencie, se confíe se, se manifieste como envidiando en el otro y hasta hacer surgir el odio y la necesidad de destrucción, aquello que él no es capaz, de ninguna manera, ni de aprehender por ninguna vía intuitiva? Si puede decirse, el punto de referencia casi conceptual de este otro como tal, puede bastarle por s! sólo, para provocar ese movimiento de malestar, con respecto al cual, no creo que sea necesario solamente ser analista para ver correr a través de la trama de los sujetos sus ondulaciones perturbadoras.

Henos aquí sobre la misma frontera donde vamos a preguntarnos: ¿qué es lo que va a permitirnos, al fin de cuentas, atravesarla? Se los he dicho, es otra marca, otro punto de franqueamiento en esta frontera, el que puede permitirnos localizar allí con precisión un elemento del campo, del campo del más allá del principio del bien. Ese elemento, se los he dicho, es lo bello. Hoy quisiera simplemente introducirles la problemática de lo bello; sobre lo bello, creo que es menester atenerse a las articulaciones más próximas que se nos ofrecen.

Seguramente podemos notar en ello que Freud se manifestó como de una singular prudencia; nos dijo: el analista no ha hecho verdaderamente sobre el fondo, sobre la naturaleza de lo que se manifestaba como creación en lo bello, nada, salvo decir que en el dominio cifrado del valor de la obra de arte como tal, nos hallamos en la posición, no diré, ni siquiera, de escolares, en la posición de gente que podrá reunir los índices, las migas, seguramente, no articular eso de lo cual se trata en la creación misma. Esto no es todo, y el texto de Freud se muestran en eso muy débil. A ese titulo, las cosas se vuelven absolutamente claras desde el comienzo, desde que debemos dar a las definiciones que el da de la sublimación, en tanto es ella la que está en juego en la creación del artista, él no hace estrictamente nada más que mostrarnos el contragolpe yo diría la vuelta de los efectos de lo que ocurre en algún lado a nivel de la sublimación de la pulsión o del instinto cuando el resultado, la obra del creador de lo bello, entra en ese campo de los bienes, cuando estos se han vuelto mercaderías con los carácteres cuasi grotescos de esta especie de resumen que nos da Freud de lo que en suma es la carrera del artista a saber, es dar bella forma al deseo prohibido para que cada uno, comprándole su pequeño producto de arte le brinde de algún modo, la recompensa y la sanción de su audacia. Es una forma de provocar un cortocircuito en todo este problema y de un modo tan manifiestamente visible cuando se agrega el hecho de que Freud aparte de sí, como una cuestión que está fuera del alcance de nuestra experiencia, el problema de la creación, sea ésta literaria o de toda otra forma artística; él tiene perfecta conciencia de los límites en los que se confina.

Somos remitidos aquí a todo lo diversamente pedante que en el curso de los siglos, ha podido decirse sobre lo bello.

Por más pedante que sea, hay de qué clamar; todos saben que en ningún dominio, aquellos que tienen algo que decir a saber, los creadores de lo bello, de los cuales ningún dominio más legitimo, no están menos satisfechos en cuanto a lo que a ese respecto, ha podido formularse de pedante.

Sin embargo, es cierto que algo que ha sido articulado por (….) dos, seguramente por los mejores, corre, pero además en (….) de la experiencia más común, hay cierta relación de lo bello con el deseo. Mas esta relación es singular ya que es ambigüa, no parece que en todo el campo, no podamos descubrir el término, la categoría, el registro de lo bello; que pues jamás ser eliminado este horizonte del deseo. Y sin embargó no es menos claro, menos manifiesto, que lo bello, como se I expresado desde el pensamiento antiguo hasta Santo Tomás, lo provee de fórmulas con mucha precisión. ¿Hasta cuando lo tiene por efecto suspender, disminuir, desarmar, diría, el deseo? Lo bello, en tanto se manifiesta, intimida, prohibe el deseo, No es decir que no pueda, en tal o cual momento, ser conjunto al deseo, pero, muy misteriosa y singularmente, es siempre bajo esta forma, para la cual no creo hallar mejor término lingüístico para designarla que el de (injuria) ultraje, en tanto ese término en sí mismo lleva la estructura del pasaje de no sé qué línea invisible.

Parece por lo demás, que pertenece a la naturaleza de lo bello, permanecer insensible ante el ultraje. Y no es ése tampoco uno de los elementos menos significativos de su estructura. Les mostraré también en el texto, en el detalle de la experiencia analítica, quiero decir con los puntos de referencia que les permitirán que se despabile en el momento de su pasaje, quiero decir en una sesión de análisis y a propósito de cosas que les serán contadas, cómo ustedes podrán, con una certidumbre de contador Geiger, como se dice, en las referencias que el sujeto en sus asociaciones, en su monólogo desatado, roto, les dará del registro estético, sea en forma de cita, de recuerdos escolares, ya que, desde luego, no tienen siempre que vérselas con creadores, pero tienen que vérselas con gente que han tenido alguna relación con el campo convencional de la belleza… Podrán estar seguros que este tipo de referencias, y a medida que aparecerán más singularmente esporádicas, cortantes con respecto a los textos del discurso, son correlativas de algo que, en ese momento, se presentifica y que es siempre del registro de una pulsión destructiva.

Pueden estar seguros que es en el momento en que el sujeto va a hablarles de un sueño, donde va a aparecer manifiestamente, que se trata de un pensamiento que se llama agresivo, en el lugar de uno de tos términos fundamentales de su constelación subjetiva, que va a surgir, en su nacionalidad tal cita de la Biblia, tal referencia a un autor clásico o no, o tal evocación musical. Se los señalo hoy para decirles que no estamos lejos del término de nuestra experiencia. Se trata de ese bello en su función singular con respecto al deseo, en su función, contrariamente a la del bien y no nos engaña en ese sentido que nos despierte y quizás nos acomode en el deseo en tanto está ligado él mismo a cierta estructura de engaños Eso es en lo que quisiera intentar dirigirlos para que este lugar, tal como es, este lugar en tanto ustedes ya lo ven ilustrado por el fantasma, por ese fantasma en tanto que, si es un bien, no toquen, les decía yo recién, el fantasma, es un no-toquen-lo-bello; el fantasma puede estar en la estructura de ese campo enigmático cuyo primer margen, lo conocemos, es el que nos impide entrar en el principio de placer, es el margen del dolor. Es menester que nos interroguemos sobre lo que constituye ese campo: Freud ha dicho pulsión de muerte, masoquismo primario. ¿Esto no es ya hacer un salto demasiado grande en la cuestión? ¿El dolor que defiende el margen es todo el contenido del campo? ¿Todos los que se manifiestan como habiendo penetrado, como manifestando las exigencias de ese campo, son masoquistas? Les digo ya que no lo creo.

El masoquismo, fenómeno marginal, tiene en si algo de casi caricaturesca que después de todo, las exploraciones moralistas des fines del siglo XIX han desanudado bastante bien. En cierto modo, este dolor masoquista termina por asemejerse en su economía a la de los bienes. Se quiere compartir el dolor como se comparte por lo demás una pila de otras cosas; es muy justo si uno no se pelea alrededor. ¿Pero no se trata allí de algo en donde interviene la toma pánica en esta dialéctica de los bienes? A decir verdad, todo en el comportamiento del masoquista, hablo del masoquista perverso, nos indica que justamente allí hay algo estructura en su comportamiento. Lean a Sacher—Masoch, autor fuertemerte instructivo aunque de mucha menor envergadura que Sade; verán allí que en los últimos términos, el deseo de reducirá a sí mismo a esa nada que es un bien, esta cosa que se trata como un objeto, este esclavo que uno se transmite, y comparó y ¿tiene para esa nada que en un bien y verdaderamente, la verdadera punta de horizonte donde se proyecta la posición del masoquismo perversos.

Es menester no ir nunca demasiado rápido en la ruptura de las homonimias inventivas; que el masoquismo ha sido llamado masoquismo tan lejos como el psicoanálisis lo hecho, no deja sin duda de tener razón. Creo que la unidad que se desprende de todos los campos donde el pensamiento analítico ha promulgado el masoquismo, está precisamente hecha de ese algo que, siempre, en todos estos campos, hace participar al dolor del carácter de un bien.

Nos interrogaremos la próxima vez a partir de documento. Ese documento no es precisamente nuevo; es aquí sobre el cual tos discursos se han hecho las uñas y los dientes todo a lo largo de los siglos. Lo que nos aparece como el juego, el campo en que se ha elaborado la moral de la felicidad, y los griegos —lo sabemos ya desde hace un rato, no tienen un campo en que el horizonte haya quedado cerrada la infraestructura, y como siempre, allí donde la infraestructura es la más brillante, es donde se ve más en superficie. Lo que ha causado más problemas en el curso de las edades de Aristóteles hasta Hegel, y lo verán, hasta Goethe, es una tragedia; es la tragedia que Hegel consideraba como la más perfecta por las peores razones, es Antígona. Antígona y el carácter profundamente desconsiderado de la severidad de nuestro tiempo, para haber podido atacar, si me atrevo a decir ese tema, focalizando la luz sobre la figura del tirano.

Retomaremos juntos ese texto de Antígona que nos permite puntualizar —y pienso convencerlos de ello— un momento esencial en lo que significa cierta elección absoluta, cierta elección que no motiva ningún bien, que nos permite asegurarnos un dato esencial para nuestra investigación concerniente a lo que el hombre quiere y a aquello contra lo que se defiende.