Seminario 9: Clase 10, del 21 de Febrero de 1962

Los dejé la última vez en la aprehensión de un paradoja que se refiere a los modos de aparición del objeto. En consecuencia, esta temática del objeto en tanto metonímico se interrogaba sobre lo que hacemos cuando hacemos aparecer a este objeto metonímico como factor común de esta línea.

Esta línea, llamada del significante, cuyo lugar designaba por el del numerador en la gran fracción sausurriana: _S_   significante sobre significado, es lo que hicimos cuando los hicimos aparecer como significante, cuando
 s  
designábamos este objeto como el objeto de la pulsión oral, por ejemplo. Como este tipo nuevo designaba el género del objeto, para hacércelos aprehender les he mostrado lo que es aportado de novedoso a la lógica, por el modo en el que es empleado el significante en matemáticas, en la teoría de los conjuntos, modo justamente impensable si no ponemos en primer plano como constitutiva la famosa paradoja denominada «Paradoja de Russell» para hacerles palpar aquélla con lo que comerme, es decir que el significante no sólo no está como tal sometido a la llamada ley de Contradicción, sino que, hablando con propiedad es incluso su soporte, a saber que a es utilizable como significante en la medida en que a no es a; de donde resultaba que a propósito del objeto de la pulsión oral, en tanto lo consideramos como el cuidado primordial, a propósito de esta mama genérica de la objetalización analítica, se podría plantear la pregunta: en estas condiciones, ¿el seno real es mamario? Les decía que no, como es evidente, ya que en la medida en que el seno se encuentra erotizado en la erótica oral, lo es en la medida en que es algo distinto a un seno, como ustedes no ignoran, y alguien, después de una clase, se aproximó para decirme: en esas condiciones, ¿el falo es fálico? Lo que hay que decir es que, en la medida en que el significante falo aparece como factor revelador del sentido de la función significante en un cierto estadio, en  la medida en que el falo aparece en el mismo lugar en la función simbólica donde estaba el seno, y en la medida en que el sujeto se constituye como fálico, no solamente se puede decir que el pene que está en el interior del paréntesis del consulto de los objetos que alcanzan para el sujeto el estadio fálico, no es más fálico que el seno mamario, sino que cosas mucho más graves se nos plantean, a saber que el pene-parte del cuerpo real que cae bajo el golpe de esta amenaza que se llama castración. Es en razón de la función significante del falo como tal que el pene real cae bajo el golpe de lo que en un comienzo fue aprehendido en la experiencia analítica como amenaza, a saber, amenaza de castración.

He ahí el camino por el cual los guío, les muestro aquí el objetivo y el fin. Se  trata ahora de recorrerlo paso a paso, dicho de otro modo, de retomar lo que  desde el inicio de este año preparo y vamos abordando poco a poco, a saber la función privilegiada del falo en la identificación del sujeto.

Entendamos que si este año hablamos de identificación, es que a partir de un cierto momento de la obra freudiana, la cuestión de la identificación aparece en primer plano domina, revisa toda la teoría freudiana. Es en la medida en que —uno se sonroja casi de tener que decirlo— a partir de un cierto momento, para nosotros después de Freud, para Freud antes que nosotros, la cuestión del sujeto se plantea como tal, a saber, qué es lo que está allí, qué es lo que funciona, qué es lo que habla, qué es lo que muchas otras cosas más, y es en la medida en que de todas maneras había que esperarlo en una técnica que es groseramente una técnica de comunicación, de dirigirse uno a otro, y  para decirlo todo, de vínculo: habla de todas maneras que saber quién habla a quién.

Es por eso que este año hacemos lógica. No puedo evitarlo: no se trata de saber si me gusta o me disgusta; no me disgusta; puede no gustarle a otros. Pero lo que es seguro es que es inevitable. Se trata de saber a qué lógica nos conduce esto. Han podido ver que ya les he mostrado —me esfuerzo en ser lo más breve posible, les aseguro que no me hago la rabona— donde nos situamos en relación a la lógica formal, y seguramente no dejamos de tener alguna palabra que decir.

Les recuerdo el pequeño cuadrante que construí para todo tipo de fines útiles, y sobre el que tal vez tendremos que volver en más de una ocasión, a menos que en razón del tren que estamos obligados a llevar para alcanzar este año nuestro objetivo, no deba permanecer nuevamente suspendida una proposición durante algunos meses o años, a la ingeniosidad de aquellos que se toman el trabajo de volver sobre lo que les enseñó.

Pero seguramente no se trata sólo de lógica formal. Se trata acaso de —es lo que después de Kant se denomina, quiero decir, de una manera bien constituida después de Kant—  lógica trascendental, dicho de otro modo, ¿la lógica del concepto? Seguramente no, tampoco. Incluso es sorprendente ver hasta qué punto la noción de concepto está aparentemente ausente del funcionamiento de nuestras categorías.

No vale la pena preocuparse demasiado por el momento de dar a lo que hacemos un alfileteamiento más preciso, es una lógica de la que algunos dicen en principio que yo traté de constituir como una especie de lógica elástica. Pero finalmente ésta no basta para constituir algo tranquilizante para el espíritu. Hacemos una lógica de funcionamiento del significante, pues sin esta referencia constituida como primaria, fundamental, de la relación del sujeto al significante, y que les adelanto es, hablando con propiedad, impensable, aún si se logra situar dónde está el error en el que se comprometió progresivamente todo el análisis, y que se debe precisamente a que no hizo esta crítica de la lógica trascendental que los hechos nuevos que aporta imponen estrictamente.

Esto —voy a hacerles la confidencia de que en sí mismo no tiene una importancia histórica pero creo poder de todos modos comunicarles a título de estímulo— me condujo, durante un tiempo corto o largo, durante el cual estuve separado de ustedes y de nuestros encuentros semanales, a volver a meter las narices, no como lo había hecho hace dos años en la Crítica de la Razón Práctica, sino en la Crítica de la Razón Pura. La casualidad hizo que, por olvido, no haya traído más que un ejemplar en alemán, no hice una relectura completa sino sólo la del capítulo llamado «Introducción de la analítica trascendental», y aunque deplore que los escasos diez años durante los cuales me dirijo a ustedes, no hayan tenido, creo, mucho efecto en cuanto a la propagación del estudio del alemán entre ustedes, lo que no deja de asombrarme y que constituye uno de esos pequeños hechos que me hacen, a veces, reflejarme a mí mismo mi propia imagen como la de ese personaje de un film surrealista muy conocido que se llama «El perro andaluz», imagen que es la de un hombre que, ayudado por dos cuerdas, arrastra tras de sí un piano sobre el cual reposan —sin alusión— dos asnos muertos. Que al menos todos aquéllos que ya conocen alemán, no duden en abrir el capítulo que les señalo de la Crítica de la Razón Pura. Esto los ayudará seguramente a centrar esta especie de reinversión que trato de articular para ustedes este año.

Creo poder recordarles simplemente que la esencia responde a la manera radicalmente distinta, descentrada, con la que trato de hacerles aprehender una noción que es la que domina toda la estructuración de las categorías en Kant. Con lo que él no hace más que poner el punto purificado, la historia acabada, el punto final a lo que ha dominado el pensamiento filosófico hasta  eso con  lo que de algún modo, él lo completa la función del Einheit, fundamento de toda síntesis, de la síntesis a priori como él dice, y que parece en efecto imponerse desde la época de su progresión a partir de la mitología platónica como la vía necesaria: el Uno, el gran 1 que domina todo el pensamiento desde Platón a Kant, el Uno que para Kant, en tanto función sintética, es el modelo mismo de lo que en toda categoría a priori aporta consigo, dice él, la función de una norma, entiendan bien, de una regla universal. Y bien, digamos, para agregar su punta sensible a lo que desde comienzos de este año artículo para ustedes, que si en verdad que la función el Uno en la identificación  como la estructura y la descompone el análisis de la experiencia freudiana es, no la del Einheit, sino la que intenté hacerles sentir concretamente desde el comienzo de año como el acento original de lo que denominé el rasgo unario, es decir, algo totalmente distinto al círculo que agrupa, en el que en suma desemboca a un nivel de intuición imaginaria sumaria, toda la formalización lógica, no el círculo sino algo totalmente distinto: a saber lo que denominé un 1: ese trazo, esta cosa insituable, esta aporía para el pensamiento que consiste en que justamente es tanto más depurado, simplificado, reducido a cualquier cosa con suficiente reducción de sus apéndices, cuanto que puede terminar por reducirse a esto: un 1; lo que hay de esencial, lo que constituye la originalidad de esto, de la existencia de este rasgo unario y de su función e introducción … ¿por dónde? Es lo que dejo en suspenso justamente, pues no es tan claro que sea por el hombre, es por cierto lado en todo caso posible, cuestionado por nosotros que sea de allí que el hombre haya salido.

Entonces este 1, su paradoja, está constituída justamente porque más él reúne, quiero decir, más todo lo que es diversidad de apariencias se borra, más soporta, más encarna, diría, si ustedes me prestan esa palabra, la diferencia como tal.

La inversión de la posición alrededor del Uno hace que del Einheit kantiano pasemos al  Einzigkeit, la unicidad expresada como tal. Si es por ahí, si puedo decir, que trato, -para tomar prestada una expresión a un título que espero sea célebre para ustedes, de una improvisación literaria de Picaso, si es por allí que intento este año hacer  lo que espero conducirlos a hacer, es decir atrapar el deseo por la cola, si es por allí, es decir, no por la primera forma de identificación definida por Freud, que no es fácil de manejar, la del Einverleibung, la de la consumición, del enemigo, del adversario, del padre, si partí de la segunda forma de identificación, a saber, esta función del rasgo unario, es evidentemente con ese objetivo; pero ustedes ven donde está la inversión , es que esta función, (creo que es el mejor término que podemos tomar, porque es el más abstracto, el más ligero, hablando con propiedad es el más significante, es simplemente una F), si la función que damos al Uno no es más la del Einheit sino la del Einzigkeit, es que hemos pasado —lo que convendría de todas maneras no olvidar y constituye la novedad del análisis— de las virtudes de la norma a las virtudes de la excepción. Cosa que ustedes han retenido un poquito de todas maneras y con motivo: la tensión del pensamiento que me las arregla diciendo: «la excepción confirma la regla». Como muchas boludeces es una boludez profunda. Basta con saber simplemente descascararla. No habré retomado esta boludez absolutamente luminosa como uno de esos faritos que se ven en el techo de los autos de policía, lo que es ya una ventajita en el plano de la lógica.

Pero evidentemente es un beneficio lateral. Lo verán, sobre todo si alguno de ustedes, tal vez algunos podrían sacrificarse, hasta hacer en mi lugar un pequeño resumen de la manera en que hay que volver a puntuar la analítica kantiana. Ustedes creen que ya hay esbozos de eso: cuando Kant distingue el juicio universal y el juicio particular, aísla el juicio singular mostrando sus afinidades profundas con el juicio universal —puedo decir eso de lo que todo el mundo se había percatado antes que él- pero mostrando que no es suficiente que se los reagrupé en la medida en que el juicio singular tiene su independencia hay allí como una piedra de espera, el esbozo de esta inversión de la que les hablo.

Esto no es más que un ejemplo. Hay muchas otras cosas que anuncian esta inversión de Kant. Es curioso que no se la haya hecho antes. Es evidente que lo que hacía alusión ante ustedes al pasar la penúltima vez, a saber, el lado que tanto escandalizaba a Jeffersen, lingüista -lo que prueba que los lingüistas no están de ninguna manera provistos de alguna infalibilidad- a saber que habría alguna paradoja en el hecho de que Kant ponga la negación en la rúbrica de las categorías que designan las cualidades, a saber  como segundo tiempo, ni se puede decir, de las categorías de la cualidad, siendo la primera la realidad, la segunda la negación y la tercera la limitación.

Lo que nos sorprende, y sorprende que sorprenda tanto a este lingüista en ese largo trabado que Jeffersen publicó sobre la negación en los Anales de la Academia Danesa. Uno está tanto más sorprendido cuanto que este largo artículo sobre la negación ha sido escrito de cabo a rabo para mostramos que en suma, linguisticamente la negación es algo que no se sostiene -si puedo decir- sino por una subasta perpetua. No es entonces algo tan simple como para ponerlo en la rúbrica de la cantidad donde se confundiría pura y simplemente con lo que es en la cantidad, es decir el cero.

Pero justamente les he ya indicado bastante sobre esto; doy la referencia a aquellos que esto interesa: el gran trabajo de Jeffersen es algo verdaderamente considerable  pero si abren el dicciónario de etimología latina de Ernout y Meillet y buscan simplemente el articulo ne (no) percibirán la complejidad histórica del problema del funcionamiento de la negación, a saber la profunda ambigüedad que hace que después de haber tenido esta primitiva función de discordancia sobre la que insistí al mismo tiempo que sobre su naturaleza original es necesario que se apoye siempre en algo que es justamente la naturaleza del Uno tal como intentamos ceñirla aquí, la negación no es nunca linguisticamente un cero sino un no uno, hasta el punto en que el sed non latino, por ejemplo, para ilustrar lo que pueden encontrar en la obra publicada por la Academia Danesa durante la guerra de 1914- y  por lo tanto muy difícil de encontrar el non latino que aparenta tener la forma de la negación más simple del mundo, ya es un  ne oinon, oinon, en la forma del unum. Es ya un no uno y al cabo de cierto tiempo se olvidan de que es un no uno y se vuelva a poner un uno a continuación y toda la historia de la negación es la historia de esta consumación por algo que está…¿dónde? Es justamente lo que intentamos ceñir, la función del sujeto como tal.

Es por eso que las observaciones de Pichon son muy interesantes y nos muestran que en francés se ve muy bien jugar a los dos elementos de la negación, la relación del ne con el pas, que permite decir que el francés tiene, en efecto, este privilegio, por otra parte no único entre las lenguas, de mostrar que en francés no hay verdadera negación. Por otra parte es curioso que no se perciba que si las cosas son así, esto debe ir un poco más lejos que el campo del dominio francés, si puedo expresarme así. Es muy fácil, en efecto, percibir en todo tipo de formas que es forzosamente igual en todas partes dado que la función del sujeto no está suspendida hasta la raíz en la diversidad de las lenguas. Es muy fácil percibir que el «not» es en un cierto momento de la evolución del lenguaje inglés, algo  como «naught».

Volvamos hacia atrás a fin de que les reasegure que no perdemos nuestro objetivo. Volvamos al año pasado, a Sócrates, a Alcibíades, y a toda la banda que deseo los haga hecho divertirse en su momento. Se trata de unir esta inversión lógica que concierne a la función del 1 con algo de lo que nos ocupamos desde hace mucho tiempo, a saber, el deseo; como desde hace tiempo no les hablo de él, es posible que las cosas se les hayan vuelto un poco evanescentes. Voy a hacer brevemente un repaso, que considero apropiado a la exposición de este año, acerca de lo que —ustedes recuerdan, es un hecho discursivo, es por allí que introduje el año pasado la cuestión de la identificación cuando abordamos lo que, en lo que concierne a la relación narcisista debe constituirse para nosotros como consecuencia de la equivalencia aportada por Freud entre libido narcicista y libido de objeto. Ustedes saben como lo he simbolizado en su momento: un pequeño esquema intuitivo, quiero decir algo que se representa, un esquema, no un esquema en sentido kantiano. Kant es una muy buena referencia. En francés, es gris. ( … ) han realizado de todas maneras el esfuerzo de hacer  la lectura de la Crítica de la Razón Pura de la que no es absolutamente impensable que se pueda decir que, bajo un cierto ángulo, se la puede leer como un libro erótico, como algo absolutamente monótono y polvoriento. Tal vez gracias a mis comentarios ustedes podrán, incluso en francés, restituir esa especie de pimienta que no es exagerado decir que ella comporta.

En todo caso, me había dejado persuadir de que en alemán estaba mal escrita, porque en primer lugar, los alemánes, salvo excepciones, tienen la reputación de escribir mal, y no es cierto: la Crítica de la Razón Pura está tan bien escrita como los libros de Freud —y no es decir poco.

El esquema es el siguiente: sujeto
Seminario 9, clase 10
Se trataba de lo que nos decía Freud en este nivel de » Introducción al narcicismo», a saber que amamos al otro por la misma sustancia húmeda de la que nosotros somos el reservorio, que se llama la libido, y que es en la medida en que ella está aquí en 1 que puede estar allí en 2 (ver esquema), es decir, circundando, ahogando, mojando al objeto de enfrente. La referencia del amor a lo húmedo no es mía, se encuentra en el Banquete que hemos comentado el año pasado.

Moraleja de esta metafísica del amor —es de esto de lo que se trata— el elemento fundamental de la Liebesbedingung, de la condición del amor, moraleja: en un cierto sentido no amo —lo que se llama amar, lo que llamaremos aquí amar, cuestión de saber también lo que hay como resto más allá del amor, lo que se llama entonces amar de una cierta manera- más que mi cuerpo, incluso cuando transfiero este amor sobre el cuerpo del otro. Por supuesto, queda siempre una buena dosis en el mío. Es hasta un cierto punto indispensable, aunque más no fuera en el caso extremo del nivel de lo que es necesario que funcione autoeróticamente, a saber, mi pene, adoptar para simplificar el punto de vista androcéntrico. Esta simplificación no tiene ningún inconveniente, como van a ver, ya que no es eso lo que nos interesa.

Lo que nos interesa es el falo. Entonces implícitamente les propuse, sino explícitamente en el sentido de que es más explícito aún ahora que el año pasado, definir en relación a lo que amo en el otro lo que está sometido a esta condición hidráulica de equivalencia de la libido, a saber que cuando sube de un lado, sube también del otro, lo que deseo, lo que es diferente de lo que experimento, es lo que bajo la forma de puro reflejo de lo que permanece de mi investido en todo estado de causa es justamente lo que falta al cuerpo del otro en tanto que está constituido por esta impregnación de lo húmedo del amor.

Desde el punto de vista del deseo, ese nivel del deseo, este cuerpo del otro, al menos por poco que lo ame no vale sino por lo que le falta, y es precisamente por eso que iba a decir que la heterosexualidad es posible. Pues hay que entender, si es verdad como el análisis nos lo enseña, que es el hecho de que la mujer esté efectivamente desde el punto de vista peniano, castrada, lo que asusta a algunos, si lo que decimos no es insensato (y no es insensato ya que es evidente: se lo encuentra a cada vuelta en el neuróticos insisto: digo que es allí que lo hemos descubierto, quiero decir, que estamos seguros en razón de que es allí que los mecanismos juegan con un refinamiento tal que no hay otra hipótesis posible para explicar la manera con la que el neurótico instituye, constituye, su deseo: histérico u obsesivo, lo que nos conducirá este año a articular completamente para ustedes, el sentido del deseo del histérico, y el deseo del obsesivo, y muy rápidamente, pues diré que hasta un cierto punto es urgente). Si es así es aún más consciente en el homosexual que en el neurótico: el homosexual les dice por sí mismo que le produce un efecto muy penoso (pénible) estar ante este pubis sin pito. Es justamente a causa de esto que no podemos fiarnos tanto, y por otra parte tenemos razón. Es por esto que mi referencia la tomo del neurótico.

Dicho todo esto, queda un montón de gente que no tiene miedo de esto, y que en consecuencia no es una locura —digamos simplemente que estoy obligado a encarar la cosa así, porque después de todo nadie lo ha dicho así cuando se los haya dicho dos o tres veces creo que terminará por resultarles totalmente evidente— no es una locura pensar que lo que en los seres que no pueden tener una relación normal satisfactoria, quiero decir de deseo con el partenaire del sexo opuesto, no solamente esto no le da miedo sino que justamente, y  es eso lo interesante, no porque el pene no esté, el falo no está. Diré incluso que al contrario. Lo que permite encontrar en un cierto número de cruces que en particular lo que el deseo busca en el otro es menos el deseable que el deseante, es decir lo que le falta, y les ruego aquí de nuevo recordar que es ésta la primer aporía, el abc de la cuestión tal como comienza a articularse cuando abren el famoso Banquete que no parece haber atravesado los siglos, ello para que se haga en torno a él, teología. Trato de hacer otra cosa, a saber hacerles percibir que en cada línea se habla efectivamente de lo que está en juego, a saber de Eros.

Deseo al otro como deseante y cuando digo deseante no digo ni siquiera, no digo expresamente como deseándome: pues soy yo el que desea, y deseando el  deseo, este deseo no podría ser deseo de mi más que si me encuentro en este giro donde estoy por supuesto, es decir, si me amo en el otro, dicho de otro modo, si soy yo lo que amo.

Pero entonces abandono el deseo. Lo que acentúo es este límite, esta frontera que separa el deseo del temor: lo que no quiere decir por supuesto que ellos no lo condicionen por todos lados —reside allí todo el drama— ya que creo que ésta debe ser la primera obsevación que deben hacer sobre vuestra experiencia de analistas ya que ocurre en este nivel de la realidad humana como a muchos otros sujetos y es a menudo el hombre corriente el que está más cerca de lo que llamaré en esta ocasión el hueso. Lo que hay para desear es siempre evidentemente lo que falta, y es por eso que en francés el deseo (désir) se denomina desidorium, lo que quiere decir echar de menos (regrets).

Lo que retoma también lo que el año pasado acentúe como el punto de mira de la ética de la pasión que es hacer, no digo esta síntesis sino esta conjunción, de la que se trata justamente de saber si no es estructuralmente imposible, si no permanece como un punto ideal fuera de los límites de este plano que llamo la metáfora del verdadero amor, que es la famosa ecuación

(escritura en griego)

donde el deseante se sustituye, el (escritura en griego) se sustituye al deseado en este punto, y por ésta metáfora equivalente a la perfección del amante, como está igualmente  articulado en el Banquete, a saber: esta inversión de toda la propiedad de lo que se puede denominar lo amable natural, el arrancamiento en el amor que pone todo lo que puede ser de sí deseable fuera del alcance del encariñamiento, si puedo decir, ese noli me amare, que es el verdadero secreto, la verdadera última palabra de la pasión ideal, de ese amor cortés del que no por nada ubiqué el término tan poco actual, quiero decir, tan perfectamente confusional como se ha convertido, en el horizonte de lo que había articulado el año pasado prefiriendo sustituirlo como más actual, más ejemplar, por este orden de experiencia no del todo ideal sino perfectamente accesible, que en la nuestra, bajo el nombre de transferencia, y que les he ilustrado, mostrado en el Banquete bajo esa forma absolutamente paradójica de la interpretación analítica, hablando con propiedad, de Sócrates después de esa larga declaración loca y exhibicionista, la regla analítica aplicada a toda máquina a lo que es el discurso de Alcibíades.

Sin duda han podido retener la ironía implícitamente contenida en esto que no está escondido en el texto, que el que Sócrates desea en esa hora para la belleza de la demostración es Agatón, dicho de otro modo, el deconógrafo, el puro espíritu, el que habla del amor de tal manera como se debe hablar sin duda comparándolo a la paz de los torrentes, en un tono francamente cómico, sin haberlo a propósito e incluso sin percibirlo.

¿Qué es lo que Sócrates quiere decir? ¿Por qué Sócrates no amaría a Agatón si justamente la tontería en él como M. Teste,  ¿es lo que le falta? La  tontería no es mi especialidad, es una enseñanza, pues eso quiere decir —y esto está entonces articulado con todas las letras— a  Alcibíades : «Mi bello amigo, habla siempre pues es a él, tú también, a quién amas». Todo este largo discurso es para Agatón. «Sólo que la diferencia es que tú, no sabes de lo que se trata: tu fuerza, tu maestría, tu riqueza te engañan», y en efecto sabemos bastante sobre la vida de Alcibíades, para saber que pocas cosas le han faltado del orden de lo más extremo de lo que se puede tener. A su manera, completamente distinta de la de Sócrates, tampoco era de ninguna parte, recibido por lo demás con los brazos abiertos a donde fuera, la gente siempre feliz de semejante adquisición. Una cierta  (….)  fue su suerte. El mismo era un estorbo. Cuando llega a Esparta encuentra simplemente que hacía un gran honor al rey de Esparta —la cosa está referida en Plutarco, articulada claramente—, al hacerle un hijo a su esposa, por ejemplo, esto para mostrarles su estilo, es la menor de las cosas, hay quienes son duros.

Pero para Sócrates lo importante no está allí. Lo importante es decir: «A!cibíades, ocúpate un poco más de tu alma», lo que créanme, estoy convencido, no tiene en absoluto el mismo sentido en Sócrates que el que ha tomado después a partir del desarrollo platónico de la noción del uno. Si Sócrates le responde : «No sé nada, sino tal vez de lo que es de la naturaleza del Eros», es que la función eminente de Sócrates es la de ser el primero que ha concebido que ella era la verdadera naturaleza del deseo.

Y es exactamente por esto que a partir de esta revelación hasta Freud, el deseo como tal en su función, el deseo en tanto esencia misma del hombre, dice Espinoza —y  cada cual sabe lo que quiere decir eso, el hombre en Espinoza es el sujeto, es la esencia del sujeto- el deseo ha permanecido durante un número respetable de siglos, una función a medias, a tres cuartos, a cuatro quintos oculta en la historia del conocimiento.

El sujeto del que se trata, aquél cuya huella seguimos, es el sujeto del deseo y no el sujeto del amor, por la simple razón de que no se es sujeto del amor: de ordinario se es normalmente su víctima, lo que es totalmente diferente.

En otros términos, el amor es una fuerza natural, lo que justifica el punto de vista que se denomina zoologizante de Freud. El amor, es una realidad, es por esto que por otra parte les digo «los dioses son reales». El amor es Afrodita que golpea. Se lo sabía muy bien en la Antiguedad. Esto no asombra a nadie.

Me permitirán un lindo juego de palabras. Hace algunos días me lo hizo uno de mis más divinos obsesivos: «la horrorosa duda de la Hermafrodita» («l´affreux doute de l´Hermaphrodite»). Quiero decir que no puedo menos que pensar en eso desde que, evidentemente, han ocurrido cosas que nos han hecho deslizar la Afrodita (Aphrodite) a la horrorosa duda (affreux doute). Quiero decir: hay mucho que decir en favor del cristianismo, yo no sabría sostenerlo demasiado,  muy especialmente en cuanto al despejamiento del deseo como tal.

No quiero desflorar demasiado al sujeto, pero estoy decidido a hacerles avanzar de múltiples maneras. Que de todas maneras para obtener este loable fin, ese pobre amor haya sido puesto en posición de devenir un mandamiento, es haber pagado caro la inauguración de ésta búsqueda, que es la del deseo.

Nosotros, los analistas, sería necesario que supiéramos resumir un poco la cuestión del  sujeto; lo que hemos avanzado sobre el amor es que constituye la fuente de todos los males. Eso los hace reír. La menor conversación está allí para mostrarles que el amor de la madre es la causa de todo. No digo que se tenga siempre razón, pero es en esta vía que hacemos el manejo de todos los días. Es lo que resulta de nuestra experiencia cotidiana.

Entonces, está bien planteado que en lo que se refiere a la búsqueda de lo que es el sujeto en el análisis, a saber a lo que conviene identificarlo, más no fuera de manera alternante, no podría, tratarse sino de aquél del deseo.

Los dejaré por hoy aquí, no sin hacerles observar que aún cuando por supuesto estemos en condiciones de hacerlo mucho mejor que lo que ha sido hecho por el pensador que voy a nombrar, no estamos en el «no man’s land». Quiero decir que inmediatamente después de Kant hay alguien que lo advirtió que se llama Hegel, cuya Fenomenología del Espíritu parte de allí, de la Begierde. No tuvo absolutamente más que un error, el de no tener ningún conocimiento, aún cuando se pueda designar su lugar, de lo que era el estadío del espejo.

De dónde, esta confusión irreductible, que pone todo bajo el ángulo de la relación del amo y el esclavo, y que vuelve inoperante esa reflexión, y que obliga a retomar las cosas a partir  de allí.

En cuanto a nosotros, esperemos que favorecidos por el genio de nuestro maestro, podamos poner a punto de una manera más satisfactoria la cuestión del sujeto del deseo.