Seminario 9: Clase 16, del 4 de Abril de 1962

Los que por diversas razones personales o no, se destacaron por su ausencia en la reunión de la Sociedad que se denomina provincial, van a sentirse víctimas de un pequeño aparte; ya que por el momento voy a dirigirme a los demás, dado que estoy con ellos en deuda, en una deuda gentil. Tal vez les haya venido la sospecha, pues dice algo en ese pequeño congreso. Ha sido para defender el partido que tomaron, lo que no dejaba de disimular en mí, debo decirlo, cierta insatisfacción a su respecto.

Es necesario de todos modos filosofar un poco sobre la naturaleza de lo que se denomina un congreso. Es en principio uno de esos modos de encuentro donde se habla, pero donde cada cual sabe que algo de lo que dice participa de alguna indecencia, de modo que es natural que no diga allí más que nulidades pomposas, permaneciendo de ordinario cada cual clavado al rol a conservar.

No es exactamente lo que ocurre en lo que nosotros llamamos más modestamente nuestras jornadas. Pero desde hace algún tiempo todo el mundo es muy modesto. Se lo denomina coloquio, encuentro. Lo que no cambia en nada el fondo del asunto; se trata siempre de congresos.

Está la cuestión de los «rapports». Me parece que ese término merece que nos detengamos en él, porque al fin de cuentas es bastante raro si lo miramos de cerca: ¿rapport a qué?, ¿de qué?, ¿rapport entre qué?, incluso, ¿rapport contra qué?, como se dice, el pequeño rapporteur (informante-soplón) ¿Es eso verdaderamente lo que se quiere decir? Habría que ver. En todo caso si el término es claro cuando se dice: «el informe de fulano sobre la situación financiera», no se puede decir que uno esté totalmente cómodo al darle un sentido que debe ser análogo a un término como «rapport sobre sobre la angustia», por ejemplo. Confiesen que es bastante curioso que se haga un informe sobre la angustia, o sobre la poesía por ejemplo, o sobre un cierto número de términos de ese tipo. Ojalá vean la extrañeza de la cuestión específica no sólo de los congresos de psicoanalistas, sino de cierta cantidad de otros congresos, digamos, de filósofos en general.

El término de de rapport, debo decir, hace dudar; tanto que en un tiempo yo mismo no dudaba en llamar discurso lo que pudiera tener que decir con términos análogos «Discurso sobre la causalidad psíquica» por ejemplo. Lo que suena preciosista, Volví a «rapport» como todo el mundo.

Asimismo este término y su empleo están hechos para hacerles plantear justamente la cuestión del grado de conveniencia con el que se miden esas relaciones extrañas con sus extraños objetos. Es seguro que hay cierta proporción de: dichos rapports con un cierto tipo constituyente de la cuestión a la que se reitere (rapporte): el vacío del centro de mi toro por ejemplo cuando se trata de la angustia o el deseo, es muy perceptible. Lo que nos permitiría creer, comprender, que el mejor eco del significante que podríamos tener del termino informe (rapport) científico en este caso debería ser tomado con lo que se llama también la relación (rapport) cuando se trata de la relación sexual; uno y otro no son sin relación con la cuestión en juego, pero apenas (tout juste).

Es allí que reencontramos esta dimensión del «no sin» como fundadora del punto mismo en que nos introducimos en el deseo y en la medida en que el acceso al deseo exige que el sujeto no sea sin tenerlo, ¿tener qué? Está allí toda la cuestión. Dicho de otro modo, el acceso al deseo reside en un hecho, en ese hecho de que la codicia del ser llamado humano tenga que deprimirse inauguralmente para restaurarse sobre escalas de una potencia de la que se pregunta qué es. Y sobre todo, esta potencia hacia qué se esfuerza. Ahora, eso hacia lo cual se esfuerza visiblemente, sensiblemente, a través de todas las metamorfosis del deseo humano, parece que es hacia algo cada vez más sensible, más preciso, que es aprehendido por nosotros como ese agujero central, esa cosa de la que hay que dar cada vez más la vuelta para que se trate del deseo que conocemos, ese deseo humano en tanto está cada vez más informado; es eso lo que hace entonces hasta cierto punto legitimo que su rapport, en particular el del otro día, informe (rapport) sobre la angustia, no pueda acceder a la cuestión sino por no estar sin relación (rapport) con la cuestión.

Lo que no quiere decir sin embargo que el sin , si puedo decir, deba seguirse demasiado paso a paso, dicho de otro modo, que se crea un poco demasiado fácilmente responder al vacio constitutivo del centro de un sujeto por exceso de carencia en los medios de su abordaje; y aquí me permitirán evocar el mito de la virgen loca que en la tradición judeocristiana, responde tan bellamente al de la (escritura en giego) de la miseria en el Banquete de Platón. La (escritura en giego) logra su cometido porque de hecho es de Venus; pero no es forzoso: la imprevisión que simboliza dicha virgen loca puede perfectamente hacer fracasar su embarazo.

Entonces, donde está el límite imperdonable en este asunto, -porque al fin es de eso de lo que se trata: es del estilo de lo que puede comunicarse en un cierto modo de comunicación que tratamos de definir, el que me obliga a volver aquí sobre la angustia; no es cuestión de retomar ni de darles la lección a aquellos que hablaron de eso, no sin flaquezas -límite evidentemente buscado, a partir del cual se pueden reprochar a los congresos sus resultados, ¿dónde debe ser buscado?

Ya que hablamos de algo que nos permite aprehender el vacío cuando de trata por ejemplo de hablar del deseo, vamos acaso a buscarlo en esta especie de pecado en el deseo contra no sé qué fuego de la pasión, de la pasión de la verdad, por ejemplo, ¿que es el modo bajo el cual podríamos alfiletear perfectamente por ejemplo una cierta apariencia, un cierto estilo: la apariencia universitaria por ejemplo? Eso sería demasiado cómodo, demasiado fácil.

Por supuesto no voy a parodiar aquí el famoso rugido del vómito del Eterno ante una tibieza cualquiera, cierto calor conduce también -como es sabido- a la esterilidad Y, en verdad, nuestra moral, una moralidad que se sostiene ya muy bien, la moral cristiana, dice que no hay más que un sólo pecado, el pecado contra el espíritu. Y bien, nosotros diremos que no hay pecado contra el deseo, como tampoco hay temor de la aphanisis, en el sentido en que la entiende Jones.

No podemos decirnos en ningún caso que podamos  reprocharnos no desear lo suficiente. No hay más que una cosa -y no hay nada que podamos hacerle- no hay más que una cosa a temer: es esa torpeza para reconocer la curva propia del recorrido de ese ser infinitamente chato cuya propulsión les muestro necesaria en este objeto cerrado que denomino aquí el toro, que no es, a decir verdad, más que la forma más inocente que dicha curvatura puede tomar ya que en tal forma que no es menos posible ni menos extendida, ocurre en la estructura misma de esas formas a las que los he introducido la última vez, que el sujeto al desplazarse se encuentra con su izquierda ubicada a la derecha y esto, sin saber cómo ha podido ocurrir, cómo se produjo Todos los que aquí me escuchan no tienen a este respecto ningún privilegio; hasta cierto punto diría que yo tampoco esto puede ocurrirme como a los otros.

La única diferencia entre ellos y yo hasta el momento, me parece, no reside más que en el esfuerzo que pongo, en la medida en que rinde un poquito más que ellos.

Puedo decir que en un cierto numero de cosas que han sido adelantadas sobre un tema que sin duda no he abordado: la angustia -no es esto lo que me decide a anunciarles que ése será el tema de mi seminario del año próximo, si el siglo que nos permite que haya uno- sobre ese asunto de la angustia he oído muchas cosas extrañas, cosas aventuradas, no todas equivocadas y que no voy a retomar, dirigiéndome en especial a tal o cual, una por una. Me parece no obstante que lo que ha revelado allí cierta flaqueza, era aquella de un sin y en absoluto de naturaleza tal que recubra lo que denomino el vacío del centro. De todos modos, algunas reflexiones de mi último seminario hubieran debido prevenirlos sobre los puntos más vivos; y es por eso que me parece también legítimo abordar hoy la  cuestión por este sesgo, ya que se encadena perfectamente con el discurso de hace una semana.

Asimismo no por nada he acentuado, recordado, la distancia que separa en nuestras coordenadas fundamentales, -aquellas donde deben insertar este año nuestros teoremas sobre la identificación-, la distancia que separa al otro de la cosa, ni tampoco lo que en propios términos he creído deber señalarles, la relación de la angustia al deseo del Otro.

A falta verdaderamente de partir de allí, de agarrarse de eso como una especie de puño cerrado; y por no haber hecho más que girar alrededor por no sé qué pudor -pues verdaderamente en ciertos momentos, diría casi todo el tiempo- y hasta en sus relaciones de las que he hablado por no sé qué que se sostiene de esta especie de falta que no es la buena, hasta en esas relaciones pueden de todos modos connotar al márgen ese no sé qué que era siempre la convergencia que se impone con una especie de orientación de aguja, de brújula, que el único término que podía dar unidad a esa especie de movimiento de oscilación alrededor de lo que la cuestión temblaba, era este término: la relación de la angustia al deseo del Otro y es esto lo que yo querría, porque seria falso, vano, y no sin riesgo no marcar aquí algo al pasar, que pueda ser como un gérmen para recoger todo lo que se dijo sin duda interesante en el transcurso de las horas o esa pequeña reunión en la que las cosas cada vez más acentuadas llegaba a enunciarse, para que eso no se disipe, para que se enlace a nuestro trabajo, permítanme intentar aquí muy masivamente, como al margen y casi por anticipado, pero no sin también una pertinencia de puntos exactos, en el punto al que hablamos llegado, puntuar un cierto número de referencias primeras que no deberían faltarles en ningún momento.

Si el hecho de que el goce, en tanto goce de la cosa, está prohibido en su acceso fundamental, si es eso lo que les dije durante todo el año del seminario sobre la Etica, si es en esa suspensión, en el hecho de que este goce está suspendido, aufgehoben, que yace propiamente el plano de apoyo que va a constituirse como tal y sostener se el deseo -es verdaderamente la aproximación más lejana de todo lo que la gente puede decir- ustedes no ven que podemos formular que el Otro, ese Otro en tantos se plantea a ser y a la vez no es, en tanto el es a ser el Otro aquí cuando nos adelantamos hacia el deseo vemos que en tanto su soporte es el significante puro, el significante de la ley que el Otro se presenta aquí como metáfora de esta interdicción.

Decir que el Otro es la ley o que en el goce en tanto que prohibido es lo mismo. Entonces, alerta con aquel -no está por otra parte aquí hoy- que ha hecho de la angustia el soporte y el signo y el espasmo del goce de un sí identificado, identificado exactamente como si no fuera mi alumno con ese fondo inefable de la pulsión como corazón, centro del ser donde justamente no hay nada. Sin embargo, todo lo que les enseño sobre la pulsión es justamente que no se confunde con ese sí mítico, que no tiene nada que ver con lo que se hace de él en una perspectiva jungiana. Evidentemente no es corriente decir que la angustia es el goce de lo que se podría llamar el último fondo de su propio inconsciente. Es hacia allí que se dirigía ese discurso. No es corriente y no por no corriente es verdadero.

Es un punto extremo al que uno puede ser llevado cuando se está en un cierto error que repone enteramente en la elisión de esa relación del otro a la cosa, en tanto antinómica; el Otro es a ser, entonces no lo es tiene de todas maneras cierta realidad, sin ella yo no podría siquiera definirlo como el lugar donde se despliega la cadena significante, el único Otro real, ya que no hay ningún otro del otro, nada que garantice la verdad de la ley, siendo el único Otro real aquel del que se podría gozar sin la ley. Esta virtualidad define al Otro como lugar; la cosa en suma elidida, reducida a su lugar, he allí al Otro con O mayúscula.

Y vamos enseguida y rápidamente a lo que tengo que decir a propósito de la angustia: pasa, les anuncié, por el deseo del Otro. Es allí que estamos con nuestro toro, es allí que tenemos que definirlo paso a paso. Es allí que haré un primer recorrido un poco rápido: lo que nunca es malo porque se puede volver hacia atrás.

Primer abordaje: vamos a decir que esa relación que articulo diciendo que el deseo del hombre es el deseo del Otro, lo que por supuesto quiere decir algo, pero ahora lo que está en juego, lo que eso introduce ya, es que evidentemente digo algo totalmente distinto. Digo que el deseo x del sujeto ego es la relación al deseo del Otro, estaría en una relación al deseo del Otro, en una relación beschrankung, de limitación, vendría a configurarse en un simple campo de espacio vital o no, concebido como homogéneo, vendría a limitarse por sus choques. Imagen fundamental de todo tipo de pensamientos cuando se especula sobre los efectos de una conjunción psico-sociológica. La relación del deseo del sujeto, del sujeto al deseo del Otro no tiene nada que ver con cualquier cosa que sea intuitivamente soportable en ese registro.

Un primer paso sería elide avanzar que si medida quiere decir medida de tamaño, no hay entre ellos medida común, y con sólo decir eso reencontramos la experiencia. ¿Quién ha encontrado alguna vez una medida común entre su deseo y cualquiera con el que tenga relación como deseo? Si no se antepone eso en toda ciencia de la experiencia, cuando se tiene el título de Hegel, el verdadero título de la «Fenomenología del espíritu», uno puede permitirse todo, incluso las prédicas delirantes sobre la bienaventuranza de la genitalidad. Es justamente eso lo que quiere decir mi introducción del símbolo [raíz cuadra de] -1 ; es algo destinado a sugerirles que [raíz cuadra de] -1  multiplicado por [raíz cuadra de] -1, el producto de mi deseo por el deseo del Otro[raíz cuadra de] -1 x [raíz cuadra de] -1 = -1 no da ni puede dar sino una falta: -1, la falta del sujeto en ese punto preciso.

Resultado: el producto de un deseo por el otro no puede ser más que esa falta, y hay que partir de allí para sostener algo. Lo que quiere decir que no puede haber allí ningún acuerdo, ningún contrato, en el plano del deseo, que aquello de lo que se trata en esta identificación del deseo del hombre al deseo del Otro, es esto que les mostraré en un juego manifiesto haciendo mover ante ustedes las marionetas del fantasma en tanto son el soporte, el único soporte posible de lo que puede constituír en sentido apropiado una realización del deseo.

Y bien, cuando hayamos llegado allí, -pueden de todas maneras verlo indicado en mil referencias las referencias a Sade para tomar las más cercanas, el fantasma: «pegan a un niño», para retomar uno de esos primeros bordes con los que comencé a introducir ese juego –lo que mostraré es que la realización del deseo significa, en el acto mismo de esta realización, no puede significar más que ser el instrumento, servir el deseo del Otro que no es el objeto que tiene enfrente en el acto sino un otro que está detrás.

Se trata del término posible en la realización del fantasma, no es más que un término posible y antes de hacerse ustedes mismos el instrumento de ese otro en un hiperespecio tienen que vérselas con deseos, deseos reales. El deseo existe, está constituido, se pasea a través del mundo y ejerce sus estragos ante toda tentativa de vuestras imaginaciones eróticas o no para realizarlo; e incluso no queda excluido que ustedes lo reencuentren como tal, el deseo del Otro, del Otro real tal como lo he definido hace un momento.

Es en ese punto que nace la angustia; la angustia es más tonta que un repollo. Es increíble que en ningún momento yo haya podido ver ni siquiera el esbozo de esto que parecía en ciertos momentos, como se dice, un juego de chache-tampon, tan simple. Se ha ido a buscar la angustia y más exactamente lo que es más original que la angustia: la preangustia, la angustia traumática. Nadie habló de esto: la angustia es la sensación del deseo del Otro. Sólo que, como cada vez que alguien adelanta una fórmula, no sé lo que ocurre, las precedentes caen en el fondo de los bolsillos, de donde no salen más. Tengo que ilustrar esto -me disculpo- y aún groseramente para hacer sentir lo que quiero decir, presto a que traten de servirse de ello, lo que puede servir en todos los lugares donde hay angustia.

Pequeño apólogo que no es tal vez el mejor. La verdad, lo he forjado esta mañana, diciéndome que era necesario que trate de hacerme comprender. Habitualmente me hago comprender de costado, lo que no está mal; eso les evita engañarse en el lugar correcto. Voy a intentar hacerme entender en el lugar correcto y evitarles cometer errores: supónganme en un lugar cerrado, sólo con una mantis religiosa de tres metros de alto -es la proporción justa para que yo tenga la altura del macho y estoy vestido con una piel del tamaño de dicho macho que mide 1,75 m., aproximadamente mi altura. Me observo, observo mi ridícula imagen en el ojo facetado de la mantis religiosa. ¿Es eso la angustia?

Está muy cerca. No obstante al decirles que es la sensación del deseo del Otro, esta definición se manifiesta en lo que ella es, a saber puramente introductiva. Deben necesariamente que referirse a mi estructura del sujeto, es decir, conocer todo el discurso antecedente para comprender que si se trata del Otro con mayúscula, no puedo contentarme sin ir más allá de esta representación de mi pequeña imagen como mantis macho en el ojo facetado del otro. Se trata, hablando con propiedad, de la aprehensión pura del deseo del Otro como tal, ¿si desconozco justamente qué? Mis insignias: a saber que estoy disfrazado con los despojos del macho. No sé lo que soy como objeto para el Otro. La angustia, se dice, es un afecto sin objeto, pero esa falta de objeto hay que saber dónde está, está de mi lado. El afecto de angustia está en efecto connotado por una falta de objeto, pero no por una falta de realidad. Si no me sé más objeto eventual de ese deseo del Otro, ese otro que está frente a mí, su figura me es enteramente misteriosa sobre todo en la medida en que esa forma que tengo delante mío no puede en efecto tampoco estar constituida para mí en objeto, pero donde puedo sentir un modo de sensaciones que constituyen toda la sustancia de lo que se denomina la angustia, de esa opresión indecible por la que llegamos a la dimensión misma del lugar del otro en tanto puede aparecer el deseo.

Eso es la angustia. No es sino a partir de allí que ustedes pueden comprender los diversos caminos que toma el neurótico para arreglársela en esa relación con el deseo del otro. Entonces, en el punto en más encontramos, ese deseo, se los he mostrado la vez pasada como incluido primero necesariamente en la demanda del Otro.

Por otra parte, ¿qué es lo que encuentran ustedes aquí como verdad primera si no es lo corriente de la experiencia cotidiana? Lo que es angustiante casi para cualquiera, no sólo para los niños que todos somos, es    «( … )» en alguna demanda lo que puede ocultarse de esa x impenetrable y angustiante por excelencia del «¿qué puede querer en ese lugar?» Allí configuración, aquí demanda. Ustedes lo ven, es un medium entre demanda y deseo, Este medium tiene nombre, se llama falo.

La función fálica no tiene otro sentido que el de ser lo que da la medida de ese campo a definir en el interior de la demanda como el campo del deseo, y también, si se quiere, que todo lo que nos cuenta la teoría analítica, la doctrina freudiana, sobre esta materia, consiste justamente en decirnos que es per allí que al fin de cuentas todo se arregla.

No conozco el deseo del Otro: la angustia; pero conozco su instrumento el falo; y sea quien sea, me veo obligado a pasar allí, y no haber historias: lo que en el lenguaje corriente se llama seguir los principios de papá, y como todas saben que desde hace un tiempo papá no tiene más principios es con eso que comienzan las desgracias; pero mientras papa esté allí, en la medida en que es el centro alrededor del que se organiza la transferencia de lo que en esta materia es la unidad de intercambio, es decir 1/j,  es decir la unidad que se instaura, que se convierte 1/j en la base y principio de todo apoyo, de todo fundamento, de toda articulación del deseo, y bueno, las cosas pueden marchar, estarán exactamente tendidas entre el «me funaï «puede no haberme nunca engendrado» en el limite y lo que se denomina la baraka en la tradición semita e incluso bíblica hablando con propiedad, a saber, al contrario, lo que me constituye prolongación viva, activa de la ley del padre, del padre como origen de lo que va a transmitirse como deseo.

Entonces ustedes van a ver que la angustia de castración tiene -dos sentidos y dos niveles; ya que si el falo es ese elemento de mediación que da su soporte al deseo, y bueno, la mujer no es la más perjudicada en este asunto porque después de todo es para ella muy- simple ya que no lo tiene no tiene más que desearlo; y les juro que en los casos más afortunados es una situación a la que en efecto ella se acomoda perfectamente bien. La dialéctica del complejo de castración en tanto introduce para ella el Edipo, nos dice Freud, no quiere decir otra cosa. Gracias a la estructura misma del deseo humano para ella el camino necesita menos desvíos -el camino normal- que para el hombre. Puesto que para el hombre, para que su falo pueda servir a ese fundamento del campo del deseo, va a ser necesario que lo pida para tenerlo. Es de algo así de lo que se trata a nivel del complejo de castración, es un pasaje transicional de lo que en él es el soporte natural vuelto medio extraño, vacilante, del deseo a través de esa habilitación por la ley, en la que ese trozo, esa libra de carne, va a convertirse en la prenda,  algo por donde va a designarse en el lugar donde va a manifestarse como deseo en el interior del círculo de la demanda..

Esta preservación necesaria del campo de la demanda que «humaniza» por la ley el modo de relación del deseo a su objeto, he allí de lo que se trata en este punto y lo qué hace que el peligro para el sud eto es no sin, como se lo dice en todas esas desviaciones que hacemos desde hace años por tratar de contrariar el análisis, que el peligro para el suj eto no consiste en ningún abandono por parte del Otro sino en su abandono como sujeto a la demanda. Pues en la medida en que vive que desarrolla la constitución de su relación al falo estrechamente en el campo de la demanda, es allí que esta demanda no tiene término, hablando con propiedad; pues ese falo -aún cuando sea necesario para introducir, para instaurar ese campo del deseo, que sea demandado- como ustedes saben no está propiamente en poder del Otro hacer de él un don en el plano de la demanda.

Es en la medida en que la terapéutica no llega a resolver mejor de lo que la hace la terminación del análisis, no llega a hacerlo salir del circulo propio de la demanda, que tropieza, que termina al final sobre esta forma reivindicatoria, en esta forma insaciable, endliche que Freud en su último artículo, «Análisis terminable e interminable» señala como angustia de castración no resuelta en el hombre, como penis-neid en la mujer.

Pero una posición justa, una posición correcta de la función de la demanda en la eficiencia analítica y de la manera de dirigirla podría tal vez permitirnos, si no tuviéramos a su respecto tal retraso, retraso ya señalado suficientemente por el hecho de que manifiestamente no es sino en los casos más raros que tropezamos con ese término señalado por Freud como punto de detención de su propia experiencia. Quiera el cielo que lleguemos allí aún si se trata de un impasse! Probaría al menos hasta dónde podemos llegar cuando se trata efectivamente de saber si llegar hasta allí nos conduce a un impasse o si se puede pasar más allá.

Antes de dejarlos tengo que indicarles algunos de esos puntitos que  les darán satisfacción por mostrarles que nos encontramos en el lugar correcto al referirnos a algo de la experiencia del neurótico. ¿Que hace la histérica o el neurótico obsesivo en el registro que acabamos de tratar de construir, qué es lo que hacen tanto uno como otro en el lugar del deseo del Otro como tal?

Antes de caer en la trampa de incitarlos a jugar todo el juego en el plano de la demanda, de imaginarnos -lo que no es por otra parte una imaginación absurda- que llegaremos en el límite a definir el campo fálico como la intersección de frustración qué es lo que hacen espontáneamente?

La histérica, es sencillo, el obsesivo también, pero menos evidente. La histérica no necesita haber asistido a nuestro seminario para saber que el deseo del hombre es el deseo del Otro, y que en consecuencia el Otro puede perfectamente suplantarla, a ella, la histérica, en esta función del deseo. La histérica vive su relación al objeto fomentando el deseo del Otro, con o mayúscula, por este objeto. Recuerden el caso Dora. Pienso haber articulado esto suficientemente a lo largo y a lo ancho como para tener que evocarlo aquí. Hago implemente recurso a la experiencia de cada uno y a las llamadas operaciones de intriga refinada que ustedes pueden ver desarrollarse en todo comportamiento de histérica consistente en sustentar en su entorno inmediato el amor de tal por tal otro que es su amigo y verdadero objeto último de su deseo, permaneciendo por supuesto siempre la profunda ambigüedad de saber si la situación no debe comprenderse en el sentido inverso.

¿Por qué? Es lo que por supuesto ustedes podrán ver como perfectamente calculable en lo que sigue por el hecho de la función del falo que puede siempre pasar de uno al otro de los dos «partenaires» de la histérica.

Sobre esto volveremos en detalle. ¿Qué es lo que hace verdaderamente el obsesivo en lo que concierne, hablo directamente, a su asunto con el deseo del Otro? Es más astuto, ya que ese campo del deseo está constituido por la demanda paterna en tanto es ella la que preserva, la que define el campo del deseo como tal, al prohibirlo. Y bueno, que se lea arregle entonces por sí mismo el que está encargado de sostener el deseo en el lugar del objeto en la neurosis obsesiva: el muerto. El sujeto tiene el falo, puede incluso exhibirlo en la oportunidad, pero es el muerto a quien se le ruega servirse de él. No es por nada que he señalado en la historia del Hombre de las Ratas la hora nocturna en que luego de haberse largamente contemplado en erecclón en el espejo, va a la puerta de entrada, abre al fantasma de su padre, le ruega constatar que todo esta listo para el supremo acto narcicístico que es para el obsesivo ese deseo.

Fuera de esto no se sorprendan que con tales medios la angustia no aflore más que de tiempo en tiempo, que no este ahí todo el tiempo, que está sin embargo mucho más y mucho mejor apartada en la histérica que en el obsesivo, siendo la complacencia del Otro mucho más grande que aquella de un muerto que es siempre difícil sin embargo de mantener presente, si puedo decir. Es por lo cual el obsesivo de tiempo en tiempo, cada vez que no puede ser repetido hasta la saciedad todo el arreglo que le permite arreglarse con el deseo del Otro, ve resurgir, de una manera más o menos desbordante el afecto de angustia.

De ahí solamente al volver hacia atrás les hace comprender que la historia fóbica marca un primer paso en esta tentativa que es propiamente el modo neurótico de resolver el problema del deseo del Otro, un primer paso digo de la manera en que esto puede revolverse. Es un paso como ustedes saben, éste, que está lejos de alcanzar esta solución relativa de la relación de angustia.

Bien por el contrario, no es sino de una manera absolutamente precaria que esta angustia es dominada,  ustedes lo saben, por el intermediario de este objeto cuya ambigüedad respecto de el nos ha sido ya bastante subrayada entre la función pequeño a y la función pequeña j. El factor común que constituye el pequeño j en todo deseo a del deseo está ahí de alguna manera extraída y revelada. Es sobre lo cual pondría el acento la próxima vez para precisar a partir de la fobia en que consiste esta función del falo.

Hoy groseramente, ¿qué ven? Es que al fin de cuentas la solución que percibimos del problema de la relación del sujeto al deseo en su fondo radical se propone así: ya que se trata de demanda y que se trata de definir el deseo, y bien, digámoslo groseramente: el sujeto demanda el falo y el falo el deseo. Es tan tonto como eso. Es de ahí al menos que hay que partir como fórmula radical para ver efectivamente lo que se ha hecho de esto en la experiencia.

Este modelo se modula en torno a esa relación del sujeto al falo en tanto que, lo ven, es esencialmente de naturaleza ( … ) puede provocar ese surgimiento de angustia ligado al temor de una pérdida, es el falo. ¿Porqué no el deseo? No hay temor de la aphanisis, hay temor de perder el falo porque sólo el falo puede dar su campo propio al deseo.

Pero que no se nos hable tampoco ahora de defensa contra la angustia. Uno no se defiende contra la angustia como tampoco hay temor de la afanisis. La angustia está en el inicio de la detensa, pero uno no se defiende de la angustia. Por supuesto que si les digo que voy a consagrar todo un año al tema de la angustia es porque no pretendo haber hoy realizado este recorrido, que esto no plantee problemas. Si la angustia -es siempre a este nivel que les he definido casi caricaturalmente mi apólogo, que sitúa la angustia- si la angustia puede convertirse en signo, es que por supuesto transformada en signo ella no es tal vez totalmente lo mismo que eso con lo que intenté planteárselas al comienzo en su punto esencial.

Hay también un simulacro de angustia. En ese nivel se puede estar tentado de minimizar su alcance, en la medida en que es verdaderamente sensible que el sujeto se envíe a sí mismo signos de angustia, y manifiestamente o para que sea más divertido. Pero no es tampoco de allí que podemos partir para definir la función de la angustia; y finalmente para decir, como pretendí únicamente hacerlo hoy, cosas masivas, que se abran a este pensamiento de que si Freud nos dijo que la angustia es una señal que se desarrolla a nivel del yo es necesario de todos modos saber que, ¿es una señal para quien? No para el yo, ya que es a nivel del yo que se produce. Y también lamente mucho que en nuestro último encuentro nadie haya siquiera pensado en hacer esta simple observación.