Seminario 9: Clase 21, del 23 de Mayo de 1962

Por qué un significante es aprehendido por la más mínima cosa, puede aprehender la más mínima: cosa?
He ahí la cuestión, una cuestión de la que no es tal vez excesivo decir que no se la ha planteado aún en razón de la forma que ha tomado clásicamente la lógica. En efecto, el principio de predicación que constituye la proposición universal, no implica más que una cosas lo que se aprehende son seres reducibles a nada: dictum de omni et nullo. Para los que no están familiarizados con estos términos y que en consecuencia no comprenden bien, les recuerdo lo que les vengo explicando desde hace varios encuentros, a saber, tomar el círculo de Euler como soporte, lo que es tanto más legítimo cuanto que lo que se trata de subsumir es otra cosa, el círculo de Euler, como todo círculo ingenuo, si puedo decir, círculo a propósito del cual no se plantea la cuestión de saber si circunda un trozo, un fragmento. Lo propio del círculo, aún cuando destaque un fragmento de la superficie hipotéticamente implicada, es que puede reducirse progresivamente a nada. La posibilidad de la universal es la nulidad. Todos los profesores -les dije una vez porque elegí este ejemplo para no recaer siempre en los mismos problemas- todos los profesores son letrados; y bien, si por casualidad en algún lado ningún profesor merece ser calificado como letrado, poco importa: tendremos profesores nulos. Observen que esto no es equivalente de decir que no hay profesores. La prueba es que tenemos profesores nulos. Cuando digo «tener», tomen este «tener» en sentido fuerte, en el sentido de que se trata. No es un término resbaladizo destinado a dejar escapar el jabón. Cuando digo «tenemos», quiero decir que estamos habituados a tenerlos. Del mismo modo, tenemos montones de cosas así: tenemos la república, como decía un campesino con el que conversaba hace no mucho tiempo: este año hemos tenido la helada, y después los  boys-scouts. Sea cual fuera la precariedad definicional de sus meteoros para el campesino, el  verbo tener tiene aquí su sentido.

Tenemos también, por ejemplo, los psicoanalistas
; y es evidentemente mucho más complicado: porque los psicoanalistas comienzan a hacernos entrar en el órden de la definición existencial. Entra allí por la vía de la condición. Se dice por ejemplo: no hay, nadie podrá decirse psicoanalista si no ha sido psicoanalizado. Y bien, se corre un gran peligro de creer que esa relación es homogénea con lo que hemos evocado precedentemente, en el sentido en que, para servirnos de los círculos de Euler, estaría el círculo de los psicoanalizados; pero como cada cual sabe, como todos los psicoanalistas deben haberse psicoanalizado, el círculo de los psicoanalistas podría entonces trazarse incluído dentro del círculo de los psicoanalizados.
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No tengo necesidad de decir que si nuestra experiencia con los psicoanalistas no ha podido ser analizada, es probablemente porque las cosas no son simples, a saber que después de todo si no es evidente en el nivel del profesor que el hecho mismo de funcionar como profesor pueda aspirar al seno del profesor, a la manera de un sifón, algo que lo vacía de todo contacto con los efectos de la letra, es por el contrario completamente evidente que para el psicoanalista está todo allí. No basta con reenviar la cuestión al: ¿qué es estar psicoanalizado? Pues por  supuesto lo que se cree hacer así, y supuesto naturalmente, no sería más que desviar a la persona, poner en primer plano la cuestión de qué es ser psicoanalizado. Pero en la relación al psicoanalista, no es esto lo que se trata de aprehender -si queremos atrapar la concepción del psicoanalista se trata de saber qué es lo que hace al psicoanalista el hecho de estar psicoanalizado, y en tanto psicoanalista y no parte de los psicoanalizados. No sé si me hago entender, pero voy a conducirlos una vez más al a b c, a lo elemental. Si de todos modos entienden el más viejo ejemplo de lógica, el primer paso que se ha hecho para empujar a Sócrates al agujero, a saber: todos los hombres son mortales, después del tiempo que les rompen los oídos con esta fórmula, sé perfectamente que han tenido tiempo para endurecerse, pero para refrescarlo, el mismo hecho de la promoción de este ejemplo en el corazón de la lógica no puede no ser la fuente de cierto malestar, de cierto sentimiento de estafa. ¿Pues en qué nos interesa una fórmula semejante, si se trata de aprehender al hombre? A menos que de lo que se trate -y es justamente lo que los círculos concéntricos de la inclusión euleriana escamotean -, no es saber que hay un círculo de los mortales y en el interior el círculo del hombre, lo que no tiene estrictamente ningún interés, sino saber qué es lo que le produce al hombre el ser mortal, atrapar el torbellino que se produce en alguna parte en el centro de la noción de hombre por el hecho de su conjunción con el predicado mortal, y es por eso que corremos detrás de algo; cuando hablamos del hombre, tocamos justamente ese torbellino, ese agujero que se produce allí en alguna parte en el centro de la noción de hombre por el hecho de su conjunción con el predicado mortal, y es por eso qué corremos detrás de algo; cuando hablamos de hombre, tocamos justamente ese torbellino, ese agujero que se produce allí en alguna parte en el medio.

Recientemente abrí un excelente libro de un autor americano del que se puede decir que su obra engrandece el patrimonio del pensamiento y de la elucidación de la lógica. No les voy a decir el nombre porque sino ustedes van a buscar quién es. ¿Por qué no lo hago? Porque tuve la sorpresa de encontrar en las páginas que él trataba tan bien, un sentido vivo de la actualidad del progreso de la lógica, donde justamente interviene mi ocho interior.

No hace de él en absoluto el mismo uso que yo. No obstante me conduce a la idea de que algunos mandarines de mi auditorio vendrían un día a decirme que lo he ido a pescar allí. Sobre la originalidad del pasaje de Jakobson tengo en efecto, la referencia más fuerte. Creo necesario decir que en este caso, creo haber comenzado a llevar adelante la metáfora y la metonimia en nuestra teoría en alguna parte del lado del discurso de Roma donde apareció, hablando con Jakobson me dijo: «Claro, esta historia de la metáfora y la metonimia, recuerdese, hemos retorcido eso juntos el 14 de Julio de 1950». Para el lógico en cuestión hace mucho tiempo que está muerto, y su pequeño otro interior precede incontestablemente su promoción aquí. Pero cuando entra con paso decidido en su exámen de lo universal afirmativo, hace uso de un ejemplo que tiene el mérito de no encontrarse en todas partes. Dice: «Todos los santos son hombres, todos los hombres son apasionados, entonces todos los santos son apasionados». El recoge esto por lo que ustedes deben sentir en un ejemplo semejante, el problema es saber dónde esta pasión predicativa es la más exterior, de este silogismo universal, caber qué especie de pasión reaparece en el corazón para constituir la santidad.

He pensado en esto esta semana, quiero decírselos así para hacerles sentir lo que está en juego en lo que concierne a lo que denominé un cierto  movimiento de torbellino. ¿Qué es lo que tratamos de perseguir con nuestro aparato en lo que se refiere a las superficies, superficies en el sentido que entendemos dar uso aquí, para tranquilizar a mis inquietos auditores, que es quizás poco clásica entre mis excursiones, pero que de todos modos es algo que consiste en ninguna otra cosa más que en renovar, reinterrogar la función kantiana del esquema? Pienso que el radical ilogismo de la experiencia de la inclusión, la relación de la extensión a la comprensión, al círculo de Euler -toda esa dirección se enganchó con el tiempo lógico- no es acaso aún en el extravío el recuerdo de lo que fue en su inicio olvidado, lo que fue en su inicio el objeto del que se trate -aunque fuera el más puro: es o será, hágase lo que se haga, el objeto del deseo- y si se trata de ceñirlo para atraparlo lógicamente, es decir con el lenguaje, es que se trata primero de aprehenderlo como objeto de nuestro deseo, guardarlo una vez aprehendido, lo que quiere decir cercarlo, y ese retorno de la inclusión al primer plano de la formalización lógica encuentra su raíz en esa necesidad de poseer en la que se funda nuestra relación al objeto del deseo como tal.

El Begriff evoca la aprehensión porque es por correr detrás de la aprehensión de un objeto de nuestro deseo que hemos forjado el Begriff. Y cada cual sabe que todo lo que queremos poseer para el deseo, y no para la satisfacción de una necesidad, nos escapa y se sustrae. ¡Quién no lo evoca en la prédica moralista! Finalmente no poseemos nada. Hay que abandonarlo todo, dice el famoso cardenal, ¡qué tristeza! No poseemos nada, dice la prédica moralista porque la muerte existe.

Lo que nos promueve al nivel del hecho de la muerte real no es lo que está en cuestión, no por nada durante un año largo los hice pasearse en este espacio que mis auditores calificaron de entre dos muertes. La supresión de la muerte real no arreglaría nada el asunto de la sustracción del objeto del deseo porque se trataba de la otra muerte, la que hace que aún si no fuéramos mortales, si tuviéramos la promesa de una vida eterna, la cuestión permanecerla abierta de saber si esta «vida eterna», es decir aquélla de la que habría alejado toda como promesa de fin, no es concebible como una forma de morir eternamente. Lo es seguramente ya que nuestra condición cotidiana, y debemos tenerlo en cuenta en nuestra lógica de analistas porque es así, si el psicoanálisis tiene algún sentido, si. Freud no estaba loco. Pues es eso lo que designa ese punto llamado instinto de muerte.

Se puede decir que ya el fisiólogo más genial entre todos aquellos que tienen el sentido del sesgo de la aproximación biológica, Bichat, dice: «La vida es el conjunto de fuerzas que resisten a la muerte». Si algo de nuestra experiencia puede reflejarse, puede un día tomar un sentido anclado en ese plano tan difícil, es esa precesión producida por Freud de esa forma de torbellino de la muerte sobre cuyas llamas la vida se aferra, para no pasar. Porque lo único que hay que agregar para volver esta función completamente clara para cualquiera, es que basta con no confundir la muerte con lo inanimado, cuando en la naturaleza inanimada basta con que recojamos al agacharnos la huella de lo que es una forma de muerte, el fósil, para que comprendamos que la presencia de lo muerto en la naturaleza es otra cosa que lo inanimado.

Es claro que hay allí; conchillas y restos, ¿una función de la vida? Es resolver un poco cómodamente el problema cuando se trata de saber por qué la vida se retuerce así. En el momento de retomar la cuestión del significante ya abordado por la vía de la huella, me vino la idea irónica, repentinamente salida de los diálogos platónicos, de pescar que esa impronta un poco escandalosa que Platón constata pensando en la marca dejada en la arena del estadio por los culos desnudos de los bien amados, expresiones hacia las que se precipitaba la adoración de los amantes y cuyos buenos modales consistían en borrar, hubieran hecho mejor en dejarlas en su lugar. Si los amantes hubieran estado menos obnubilados por el objeto de su deseo, hubieran sido capaces de sacar partido y ver allí el esbozo de esta curiosa línea que les propongo hoy, como es la imagen de la ceguera que lleva con él demasiado viva todo deseo.

Volvamos a partir de nuestra línea a la que hay que tomar bajo la forma en la que nos es dada: cerrada y anulable, la línea del cero original de la historia efectiva de la lógica. Si aprendemos volviendo allí de aquí en más que nadie es la raíz de todos, al menos la experiencia no habrá sido realizada en vano.

Nosotros denominamos esta línea el corte, una línea es nuestro punto de partida, que debemos considerar a priori como cerrada. Está allí la esencia de su naturaleza significante. Nada podrá nunca probarnos, porque está en la naturaleza de cada una de esas vueltas el fundarse como diferentes, nada en la experiencia puede permitirnos fundarse como siendo la misma línea. Es esto justamente lo que nos permite aprehender lo real. Es por esto que siendo su retorno estructuralmente diferente, siempre otra vez, si se parece, hay entonces sugestión, probabilidad de que el parecido provenga de lo real. Ningún otro medio de introducir de una manera correosa la función del semejante. Pero no es ésa más que una indicación que les doy. Para ir más lejos, me parece que lo he repetido numerosas veces, si no fuera para no tener que volver, que de todos modos al recordarlo los remito a esa obra de un genio precoz y como todos los genios precoces, demasiado precozmente desaparecido, Jean Nicaud, «La Geometría del Mundo sensible», en la que el pasaje referido a la línea axiomática -tal vez algunos de ustedes que se interesan auténticamente en nuestro progreso pueden remitirse a él- muestra cómo el escamoteo de la función del círculo significante en este análisis de la experiencia sensible es quimérico, lleva al autor, a pesar del incontestable interés que promueve, al paralogismo que no dejarán de encontrar allí. Tomamos al comienzo esta línea de la que la existencia de la función de las superficies topológicamente definidas ha servido en un comienzo para revertirles la evidencia engañosa de que el interior de la línea es algo unívoco, ya que basta que la línea sea dibujada en una superficie definida de cierta manera, el toro, por ejemplo, para que sea aparente que aún permaneciendo en su función de corte, no podría de ningún modo cumplir allí la misma función que la superficie que me permitirán sin más denominar aquí fundamental, la de la esfera, a saber definir un fragmento anulable. Para los que asisten por primera vez, esto quiere decir una línea cerrada dibujada aquí, o aún esta otra que no podría de ningún modo reducirse a cero, es decir que la función de corte que ellas introducen en la superficie es algo que cada vez constituye un problema. Pienso que aquello de lo que se trata en lo que se refiere al significante, es de la ligazón recíproca que produce que si por una parte, como se los he mostrado la vez pasada a propósito de la superficie de Moebius, esta linda orejita contorneada de la que les he dado algunos ejemplares, el corte mediano en relación a su campo la transforma en una superficie distinta que no es más esa superficie de Moebius. Si es cierto que la superficie de Moebius -sobre esto tengo mis reservas- es quizás considerada como no teniendo más que un lado, seguramente  aquélla que resulta del corte, tiene dos. De lo que se trata para nosotros, al tomar el sesgo de interrogar los efectos del deseo por el abordaje del significante es percibir como el campo del corte, la apertura del corte, organizandose como superficie hace surgir para nosotros las diferentes formas en las que se pueden ordenar los tiempos de nuestra experiencia del deseo. Cuando les digo que es a partir del corte que se organizan las formas de la superficie de las que se trata, para nosotros, en nuestra experiencia, de ser capaces de hacer venir al mundo el efecto del significante lo ilustro -no lo ilustro por primera vez-: he aquí la esfera, he aquí nuestro corte central tomado por el sesgo invertido del círculo de Euler. Lo que nos interesa, no es al pedazo desprendido necesariamente por la línea cerrada sobre la esfera, es el corta así producido, y, si ustedes quieren, de aquí en más, el agujero. Está claro que todo lo que encontraremos al final debe hebrea sido dado, en otros términos, que un agujero tiene allí ya todo su sentido, sentido hecho particularmente evidente por el hecho de nuestro recurso a la esfera. Un agujero hace aquí comunicar uno con otro el interior con el exterior No hay más que una pequeña desgracia: desde el momento en que el agujero está hecho, no hay más ni interior, ni  exterior, como esto es demasiado evidente, esta esfera agujereada  se da vuelta lo más fácilmente del mundo. Se trata de la criatura universal, primordial la del alfarero universal. No hay nada más fácil de dar vuelta que un bol, es decir, un cacharro. El agujero no tendría entonces mucho sentido para nosotros si no hubiera otra cosa que soporte esta intuición fundamental -pienso que esto les es hoy en día familiar a saber que un agujero, un corte, sufre avatares y el primero posible es que dos puntos del borde se peguen: una de las primeras posibilidades que conciernen el agujero es la de convertirse en dos agujeros.
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Algunos me preguntaron:  ¿no refiere usted sus imagenes a la embriología? Créanme que no están nunca muy lejos. Es esto lo que explico ante ustedes, pero no sería más que una coartada porque referir aquí a la embriología es remitirme al poder misterioso de la vida de la que no se sabe con seguridad por qué cree deber introducirse en el mundo por el sesgo, el intermediario de este glóbulo, de esta esfera que se multiplica, se deprime, se invagina, se traga a si misma, singularmente al menos hasta el nivel del batracio, el blatósforo, a saber ese algo que no es un agujero en la esfera, sino un trozo de la esfera que entró dentro de otro. Hay aquí bastantes médicos que han estudiado un poquito de embriología elemental paga recordar esa cosa que se pone a dividirse en dos para poner en marcha ese curioso órgano que se denomina canal neurentérico completamente injustificable por alguna función, esta comunicación del interior del tubo neural con el tubo digestivo debe más bien considerarse como una singularidad barroca de la evolución, por otra parte prontamente reabsorbida: en la evolución posterior no se habla más de ella.

Pero quizás las cosas tomarían un giro distinto si fueran tomadas como un metabolismo, una metamorfosis guiada por elementos de estructura cuya presencia u homogeneidad con el plano en el que nos desplazamos en la presencia del significante son el término de un aislamiento de alguna manera prevital de la huella de algo que podría tal vez conducirnos a formalizaciones que aún en el plano de la organización de la experiencia biológica podrían demostrarse fecundas; como fuera, esos dos agujeros aislados en la
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superficie de la esfera, son los que reunidos uno con otro y muy prolongados luego íntimamente unidos, nos han dado el toro. Esto no es nuevo. Simplemente yo querría articular el resultado para ustedes; el resultado inicial es que si hay algo que para nosotros soporta la intuición del toro, es esto: un macarrón que se une, que se muerde la cosa; es lo que hay de más ejemplar en la función del agujero. Hay uno en el medio del macarrón y hay una corriente de aire, lo que hace que al pasar a través del aro que forma hay un agujeto que tesos comunicar el interior con el interior, y después hay otro más formidable aún que pone un agujero en el corazón de la superficie que es allí agujero y está al mismo tiempo en pleno exterior. Se introduce la imagen de la perforación, puesto que lo que llamamos agujero es ese pasillo que se hundiría en un espesor, imagen fundamental que no ha sido nunca suficientemente distinguida en cuanto a la geometría del mundo sensible. Y además el otro agujero es el agujero central de la superficie, a saber el agujero que llamaría el agujero corriente de aire; lo que pretendo adelantar para avanzar nuestros problemas es que allí en ese agujero corriente de aire irreductible, si lo circundamos con un corte, propiamente, que se sostiene en los efectos de la función significante, a, el objeto en tanto tal. Esto quiere decir que el objeto se pierde, ya que en ningún caso podría beber allí más que el contorno del objeto, en todos los sentidos que ustedes puedan darle al término contorno. Se abre aún otra posibilidad que vivifica para nosotros da su interés a la comparación estructurante y estructural de esas superficies, y es que el corte puede articularse  en superficie de otro modo. El agujero
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dibujado aquí en la superficie de la esfera, podemos enunciar, formular anhelar que cada punta reúna su punto antipódico, que sin ninguna división de la béance (apertura), ésta se organice en superficie de esta manera que la esboza completamente sin el medium de esta división intermediaria. Se los he mostrado la vez pasada y se los volveré a mostrar: esto nos da la superficie calificada de gorro o cross-cap, a saber algo de lo que no conviene olvidar que la imagen que les he dado no es más que una imagen propiamente hablando distorsionada ya que parece que a todas los que deben  reflexionar en ella por primera vez, lo que constituye el obstáculo, es la cuestión de esa famosa línea de aparente penetración de la superficie a través de ella misma que es necesaria para representara en nuestro espacio. Esto lo dibujo aquí de
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manera sinuosa para indicar que hay que considerarla como vacilante, no fija. En otros términos no tenemos nunca que tener en cuenta todo lo que se pasea aquí de un lado al exterior de la superficie, que no podría pasar al exterior de la superficie, al exterior de lo que constituye el otro lado ya que no hay encuentro real de las caras, sino que al contrario no podría pasar entonces más que del otro lado en el interior de la otra cara, digo la otra en relación al observador ubicado aquí (flecha).

Representar entonces las cosas así en lo que se refiere a esta forma de superficie se debe a una cierta incapacidad de las formas intuitivas del espacio  de tres dimensiones para permitir el soporte de una imagen que da realmente cuenta de la continuidad obtenida bajo el nombre de esta nueva superficie denominada cross-cap, el gorro en cuestión. En otros términos, qué sostiene esta superficie? Lo llamaremos, ya que son estas tesis que avanzo al inicio, y nos permitimos después dar su sentido al uso que les propondré hacer de esas diversas formas, denominar esta superficie, no el agujero -pues como ustedes ven, hay al menos uno que ella escamotea, que desaparece completamente en su forma- sino el lugar del agujero. Esta superficie así estructurada es particularmente propicia para hacer funcionar ante nosotros este elemento más inasible que se denomina el deseo en tanto tal, dicho de otro modo, la falta. Es cierto sin embargo que para esta superficie que colma la apertura (béance)
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a pesar de la apariencia  que hace de todos esos puntos que denominaremos si ustedes aceptan, antipódicos puntos equivalentes, no puedan no obstante funcionar en esta equivalencia antipódica más que si hay dos puntos privilegiados. Estos están representados aquí por esa redondelito sobre el cual me ha ya interrogado la perspicacia de uno de mis auditores: «¿Qué quiere en efecto representar usted con ese redondelito?». Por supuesto no es de ninguna manera algo equivalente al agujero central del toro ya que todo lo que a cualquier nivel que ustedes se ubiquen en este punto privilegiado, todo lo que se intercambia de un lado al otro de la figura, pasará aquí por esa famosa decusación o cruzamiento  que constituye su estructura.
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Sin embargo lo que queda así indicado por esta forma encirculada no es otra cosa que la posibilidad por debajo, si uno puede expresarse de este modo, de este punto para pasar de una superficie exterior a la otra. Es también la necesidad  de indicar que un círculo no privilegiado en esta superficie, un círculo reductible si lo hacen deslizar, si lo extraen de su apariencia de semi-ocultamiento más allá del límite aparente aquí de entrecruzamiento y penetración para llevarlo a extenderse, a desarrollarse así hacia la mitad inferior de la figura, al aislarse así en una forma en el exterior de la figura, deberá siempre contornear  algo que no le permita de ninguna  manera transformarse en lo que seria su otra forma, la forma privilegiada da un circulo en tanto realiza el giro del punto privilegiado y debe figurarse sobre la superficie en cuestión: ésta no podría de ningún modo serle equivalente, porque esta forma es algo que pasa alrededor del punto privilegiado, el punto estructural alrededor del cual está soportada toda la estructura de la superficie así definida. Este punteo doble y simple a la vez alrededor del cual se soporta la posibilidad misma de la estructura entrecruzada del gorro o del cross cap, es por ese punto que simbolizamos lo que puede introducir un objeto a cualquiera en el lugar del agujero. De ese punto privilegiado conocemos sus funciones y su naturaleza: es el falo, el falo en la medida en que es a través de él como operador que un objeto a puede ser puesto en el lugar mismo dónde no aprehendemos en otra estructura (toro) más que su contorno.
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Reside allí el valor ejemplar de la estructura del cross cap que trato de articular ante ustedes: el lugar del agujero, es al principio ese punto de una estructura especial en tanto se trata de distinguirlo de las otras formas de puntos, ejemplo éste, definido por el recorte de un corte sobre sí mismo, primera forma posible a darle a nuestro ocho interior. Por ejemplo, si cortamos algo un papel, un punto será definido por el hecho de que el corte vuelve a pasar por el lugar ya cortado. Sabemos que esto no es en absoluto necesario para que el corte tenga sobre la superficie una acción completamente definible y se introduzca ese cambio del que tenemos que tomar el soporte para ilustrar ciertos efectos del significante. Si tomamos un toro y lo cortamos así tenemos esta forma (ver dibujo) que hemos dibujado aquí: ustedes ven que aún pasando del otro lado del toro, en ningún momento este corte se reúne consigo mismo. Hagan la prueba con cualquier vieja cámara de aire y vean lo que ocurre: obtendrán una superficie continua, organizada de tal manera que se dobla dos veces sobre sí misma antes de reunirse. Si no se hubiera doblado más de una vez, sería una superficie de Moebius. Como se dobla dos veces, constituye una superficie de dos caras que no es idéntica a la que les he mostrado el otro día después de una sección -superficie de Moebius- ya que ésa se dobla dos veces y una vez más de manera diferente, anillo de Jordán.

El interés consiste en ver qué es exactamente este punto privilegiado en tanto que como tal interviene, especifica el fragmento en el que permanece irreductiblemente, dándole el acento particular que le permite para nosotros a la vez designar la función según la cual un objeto desde siempre es allí, aún antes de la introducción de los reflejos, de las apariencias que tenemos bajo la forma de imagenes, el objeto del deseo. Este efecto, no lo toma más que a partir de los efectos de la función del significante y no se hace más que reencontrar en él su destino de siempre como objeto, es el único objeto absolutamente autónomo, primordial en relación al sujeto, decisivo en relación a él, al punto que mi relación a este objeto debe de alguna manera invertirse.

Si en el fantasma el sujeto, por una ilusión en todos puntos paralela a la de le. imaginacion del estadio del espejo, aunque de otro orden, se imagina por el efecto de lo que lo constituye como sujeto, es decir, el efecto del significante, soportar el objeto que viene a colmarle la falta, el agujero del Otro -es esto el fantasma- inversamente se puede decir que todo el corte del sujeto, lo que en el mundo lo constituye como separado, como rechazado, le es impuesto por una determinación, ya no subjetiva, que iría del sujeto hacia el objeto, sino objetiva, del objeto hacia el sujeto, le es impuesta por el objeto «a», en tanto en el centro de este objeto a hay un punto central, este punto torbellino por donde el objeto sale de un más allá del nudo imaginario e idealista, sujeto-objeto que ha constituido hasta aquí desde siempre el impasse del pensamiento, este punto central que desde ese más allá promueve al objeto como objeto de deseo. Es lo que proseguiremos la próxima vez.