Seminario 9: Clase 26, del 27 de Junio de 1962

Hoy, en el cuadro de la enseñanza teórica que hemos logrado recorrer juntos, les indico que debo elegir mi e eje, si puedo decir, y que pondré el acento en la fórmula soporte de la tercer especie de identificación que lee he señalado hace mucho tiempo, desde la época del grafo bajo la forma del $ que ustedes saben leer ahora como corte de a ($(a). No en lo que está implícito allí, nodal, a saber el Φ, el punto gracias al cual la eversión de uno en el otro puede realizarse, gracias al cual los dos términos se presentan como idénticos, a la manera del derecho y el revés, pero no cualquier derecho ni cualquier revés, Sin esto no habría tenido necesidad de mostrarles en su lugar lo que es, cuando representa el doble e corte sobro esta superficie particular cuya topología trate de mostrarles en el cross-cap.

Este punto aquí designado es el punto Φ gracias al cual el círculo indicado por este corte puede ser para nosotros el esquema mental de una identificación original; este punto -creo haber acentuado bastante en mis ultimas charlas su función estructural- puede hasta cierto punto, encerrar para ustedes demasiadas propiedades satisfactorias: ese falo, helo ahí con esa función mágica que es la que todo nuestro discurso le implica desde hace mucho tiempo. Seria demasiado fácil encontrar allí nuestro punto débil.

Es por lo que hoy voy a poner el acento en este punto, es decir sobre la función de «a», a minúscula, en tanto es a la vez, hablando con propiedad, lo que puede permitir concebir la función del objeto en la teoría analítica, a saber este objeto que en la dinámica psíquica es lo que estructura para nosotros todo el proceso progresivo-regresivo, aquel con el que tenemos que vérnosla en nuestras relaciones del sujeto a su realidad psíquica, pero que es también nuestro objeto, el objeto de la ciencia analítica.

Y lo que quiero poner de relieve en lo que voy a decirles hoy, es que si queremos calificar este objeto en una perspectiva propiamente lógica, acentúo: logicisante, no tenemos nada mejor que decir sino que es el objeto de la castración. Lo entiendo, lo especifico, en relación a las otras funciones definidas hasta aquí del objeto. Pues si se puede decir que el objeto en el mundo, en la medida en que se discierne allí, es el objeto de una privación, ce puede igualmente decir que el objeto es el objeto de la frustración. Y voy a tratar de mostrarles justamente en qué este objeto que es el nuestro, se distingue.

Es claro que si este objeto es un objeto de la lógica, no podría haber estado hasta aquí completamente ausente, indescubrible en todas las tentativas realizadas para articular como tal lo que se denomina la lógica.

La lógica no ha existido desde siempre bajo la misma forma. La que nos ha satisfecho perfectamente, nos ha colmado hasta Kant, que se complacía aún, esta lógica formal, nacida alguna vez bajo la pluma de Aristóteles, ha ejercido esa cautivación, esa fascinación, hasta el punto de que en el siglo pasado se hayan apegado a lo que podía retomarse allí en detalle. Se percibió que faltaban por ejemplo, muchas cosas del lado de la cuantificación. No es ciertamente lo que se agregó, lo más interesante, sino aquello por lo cual nos retenía. Y muchas cosas que se creyó había que agregar ahí, no van más que en un sentido singularmente estéril.

De hecho, es sobre la reflexión que el análisis nos imponen lo que se refiere a los poderes desde hace mucho tiempo insistentes de la lógica aristotélica, que puede presentarse para nosotros el interés de la lógica. La mirada de aquél que despoja de todos sus detalles fascinantes a la lógica formal aristotélica, debe -se los repito abstraerse de lo que ella aportó de decisivo, de corte en el mundo mental, para comprender aún verdaderamente lo que la ha precedido, por e ejemplo, la posibilidad de toda la dialéctica platónica que se lee siempre como si la lógica formal estuviera ya allí, lo que la falsea completamente para nuestra lectura, pero dejemos.

El objeto aristotélico -pues es así que hay que llamarlo justamente como propiedad, si puedo decir, el poder tener propiedades que le pertenecen en propiedad: sus atributos. Y son estos los que definen las clases.

Pero ésta es una construcción que no se debe más que a la confusión de lo que denominaré -falto de algo mejor- las categorías del ser y del tener. Esto merecería largos desarrollos, y para hacerles dar ese paso, me veo obligado a recurrir a un ejemplo que me servirá de soporte.

Esta función decisiva del atributo se las he ya mostrado en el cuadrante: es la introducción del trazo unario lo que distingue la parte fálica en la que será dicho por ejemplo que todo trazo es vertical, lo que no implica en sí la existencia de ningún trazo, de la parte léxica en la que puede haber trazos verticales, pero en la que puede no haberlos. Decir que todo trazo es vertical debe ser la estructura original, la función de universalidad, de universalización propia de una lógica fundada sobre el trazo de la privación.
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(escritura en griego) es el todo, evoca no sé que eco del dios Pan; hay allí una de esas coalescencias mentales que les pido hagan por favor el esfuerzo de rayar de sus papeles. El nombre del dios Pan no tiene absolutamente nada que ver con el todo, y los efectos pánicos a los cuales se entrega  a la tarde ante espíritus simples del campo, no tienen nada que ver con una efusión, mística o no.

El rapto alcohólico llamado por los autores antiguos panofóbico, está bien llamado en el sentido de que a él también sigo lo acosa, lo perturba, y pasa por la ventana. No hay nada más que meter adentro, es un error de los espíritus demasiado helénicos agregar ese retoque sobre el cual uno de mis antiguos maestros , no obstante querido por mi, nos aportaba esa rectificación: «se debe decir rapto pantofóbico». En absoluto, (escritura en griego) es en efecto el todo, y si eso se refiere a algo, es a (escritura en griego), la posesión. Y quizás podría hacerme retomar si aproximo ese ‘pas’ (no) del pos de possidere y de possum; pero no dudo en hacerlo.

La posesión o no del trazo unario, del trazo carácterístico, he ahí alrededor de lo que gira la instauración de una nueva lógica clasificatorio explícita de las fuentes del objeto aristotélico. Este término «clasificatoria», lo empleo intencionalmente ya que es gracias a Claude Levi-Strauss que ustedes tienen de aquí en más el corpus, la articulación dogmática de la función clasificatoria de lo que él mismo denomina -le dejo la responsabilidad humorística- «el estado salvaje», mucho más próxima de la dialéctica platónica que de la aristótelica, la división progresiva del mundo en una serie de mitades, cuplas de términos antipódicos que lo encierran en tipos. Lean entonces sobre -este tema «El pensamiento salvaje», y verán que lo esencial está aquí: lo que no es erizo, sino lo que ustedes quieran: muzaraña o marmota, es otra cosa.

Lo que carácteriza la estructura del objeto aristotélico, es que lo que no es erizo es no-erizo. Es por lo que digo que es la lógica del objeto de la privación.

Esto puede llevarnos mucho más lejos, hasta esa suerte de efusión por la cual el problema se plantea siempre agudamente en esta lógica de la función verdadera del tercero excluido, que ustedes saben constituye un problema hasta en el corazón de la lógica más elaborada, la lógica matemática.

Pero nosotros estamos ante un comienzo, un núcleo más simple quiero ilustrar para ustedes, como se los he dicho, con un ejemplo. Y no iré a buscarlo lejos, sino en un proverbio que presente en la lengua francesa una particularidad que no salta a la vista sin embargo, al menos no para los francófonos. El proverbio es el siguientes «Tout ce qui brille n’est pas or» («Todo lo que brilla no es oro»).

En la coloquialidad alemana, por ejemplo, no crean que pueda contentarse con transcribirlo crudamente «alles was glänzt ist kleine Gold». No sería una buena traducción. Veo a la Srta. Uberfreit asentir al escucharme; aprueba lo siguiente: «nicht alles was glänzt ist Gold». lo que puede dar mayor satisfacción en cuanto al sentido aparente, al poner el acento en «alles», gracias a una anticipación del «nicht» que no es en absoluto habitual, que fuerza el genio de la lengua y que, si reflexionan, marca el sentido, pues no se trata de esta distinción.

Podría emplear los círculos de Euler, los mismos que empleamos el otro día a propósito de la relación del sujeto a un caso cualquiera: todos los hombres son mentirosos. ¿Significa simplemente eso? Para repasarme, es que una parte de lo que brille está en el círculo del oro y otra parte no. ¿Es ese el sentido?

No crean que soy el primero entre los lógicos que me he detenido en esta estructura. En verdad más de un autor que se ocupó de la negación se detuvo en efecto en este problema, no tanto desde el punto de vista de la lógica formal, que, ustedes lo ven, no se detiene allí sino para desconocerlo, sino desde el punto de vista de la forma gramatical, insistiendo sobre el hecho de que las vueltas se ordenan de manera tal que nunca cuestionada la «auridad» ni puedo expresarme así, la cualidad de oro de lo que brilla. Lo auténtico del oro va entonces en el sentido de un cuestionamiento radical: el oro es aquí simbólico de lo que produce brillo, y si puedo decir, para hacerme entender, acentúo: lo que al objeto el color fascinatorio del deseo.
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Lo que es importante en tal fórmula, si puedo expresarme así, perdónenme el juego de palabras, es el punto de «ORage» alrededor del cual gira la cuestión de saber lo que hacer brillar y para decirlo, la cuestión de lo que hay de verdad en ese brillo.

Y a partir de allí, por supuesto, ningún oro será suficientemente verdadero para asegurar este punto alrededor del cual subsiste la función del deseo.

Tal es la carácterística radical de esta especie de objeto que llamo a : es el objeto cuestionado, en tanto se puedo decir que es lo que nos interesa, a nosotros analistas, como lo que interesa al auditor de toda enseñanza. No por nada he visto surgir la nostalgia en la boca de tal o cual que quería decir: «¿Por qué no dice -como se expresaba alguien- la verdad de la verdad?». Es verdaderamente un gran honor que se le hace a un discurso que se mantiene cada semana en esta posición insensata de estar aquí detrás de una mesa ante ustedes para articular esta especie de exposición de la que de ordinario se contentan con que eluda siempre una cuestión semejante.

Si no se tratara del objeto analítico, a saber del objeto del deseo, nunca una cuestión semejante habría siquiera pensado en surgir, salvo de la boca de un hurón que se imaginaría que cuando uno viene a la Universidad es para saber «la verdad de la verdad». Es de eso de lo que se trata en el análisis. Se podría decir que estamos turbados por hacer eso; a menudo a pesar de nosotros: brillar el espejismo en el espíritu de aquéllos a los que nos dirigimos. Nos encontramos -he bien dicho- turbados, tal como el veneno de la proverbial manzana; y sin embargo es ella la que está allí, es con ella que tenemos que vérnosla, es sobre ella en tanto está en el corazón de la estructura, es sobre ella que cae lo que llamamos la castración.
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Es justamente en tanto hay una estructura subjetiva que gira alrededor de un tipo de corte -el que les he representado así- que está en el corazón de la identificación fantasmática este objeto organizador, este objeto inductor. Y no podría ser de otro modo de todo el mundo de la angustia que tenemos que afrontar, que es el objeto definido como objeto de la castración. Quiero recordarles aquí de que superficie está tomada esta parte que les he denominado la última vez, enucleada, que da la imagen misma del círculo se la cual este objeto puede definirse. Quiero ilustrarles cuál es la propiedad de este círculo de doble vuelta. Agranden progresivamente los dos lóbulos de este corte de manera que los dos pasen, si puedo decir, detrás de la superficie anterior. Esto no es nada nuevo, es la manera que les he ya mostrado de trasladar este corte. Basta en efecto desplazarla y se hace aparecer muy fácilmente la parte complementaria de le. superficie, en relación a lo que es aislado alrededor de lo que se puede llamar las dos hojas centrales o los dos pétalos, para hacerlos reunir es la metáfora inaugural de la tapa del libro de Claude Lévi-Strauss, con esta imagen misma, lo que queda es una superficie de Moebius aparente.
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Es la misma figura que encuentran allí. Lo que se encuentra en efecto entre los dos polos así desplazados de los dos bucles del corte, en el momento en que esos dos bordes se aproximan, es una superficie de Moebius. Pero lo que quiero mostrarles aquí, es que para que este doble corte se reúna, se cierre sobre sí mismo, lo que aparece implicado en su estructura misma, ustedes deben extender poco a poco el bucle  interno del 8 interior. Es eso lo que ustedes esperan, que se satisfaga de su propio recubrimiento por sí mismo, qué entre en la norma, que se sepa con qué uno tiene que vérselas,  lo que está afuera y lo que está adentro, lo que les muestra este estado de la figura, pues ven bien como hay que verla.

Este lóbulo se ha prolongado del otro lado, ha avanzado sobre la otra cara 2; nos muestra visiblemente que el bucle externo va, en esta superficie, a reunirse con el bucle interno a condición de pasar por el exterior. La superficie de los planos proyectivos se completa, se cierra, se acaba. El objeto definido como nuestro objeto, el objeto formador del mundo del deseo no reúne su intimidad sino por una vía centrífuga.

¿Qué quiere decir?. ¿Qué encontramos allí? Retomo de más arriba. la función de este objeto está ligada a la relación por donde el sujeto se constituye en su relación al lugar del Otro, con O mayúscula, que es el lugar donde se ordena la realidad del significante. Es en el punto en el que toda significancia falta, se abole, en el punto nodal llamado el deseo del Otro, en el punto llamado fálico, en la medida en que significa la abolición como tal de toda significancia, que el objeto a, objeto de la castración viene a tomar su lugar.

Tiene entonces una relación al significante, y es por eso que aún aquí debo recordarles la definición de la que he partido este año, en lo que se refiere al significante: el significante no es el signo; y la ambigüedad del atributo aristotélico, es justamente querer naturalizarlo, o realizar el signo natural: «toda gata tricolor es hembra». El significante, les dije, contrariamente al signo que representa algo para alguien, es lo que representa al sujeto para otro significante. Y no hay mejor ejemplo que el sello.

¿Qué es un sello? El día siguiente a aquél en que les entregué esta fórmula, la casualidad quiso que un anticuario amigo pusiera en mis manos un pequeño sello egipcio que, de una manera no habitual pero tampoco rara, tenía la forma de una lámina, con, en la parte de arriba, los dedos del pie y la espalda dibujados. El sello, como ustedes  lo entendieron, lo encontré en los textos, es justamente esos una huella si se puede decir -y es verdad que abundan en la naturaleza-, pero no puede devenir significante más que, si esta huella, la contornean y la cortan con un par de tijeras. Si extraen después la huella, puede devenir un sello. Y pienso que el ejemplo lo esclarece ya suficientemente: Un sello representa al sujeto,  el remitente no forzosamente para el destinatario; siempre puede quedar una carta sellada; pero el sello esta allí: para la carta, es un significante.

Y bien, el objeto a, el objeto de la castración participa de la naturaleza ejemplificada de ese significante. Es un objeto estructurado así. De hecho, ustedes perciben que al término de todo lo que los siglos han podido soñar sobre la función del conocimiento, no nos queda en mano más que esto. En la naturaleza está la cosa, si puedo expresarme así, que se presenta con un borde. Todo lo que podemos conquistar allí, que simule un conocimiento no es nunca más que despegar ese borde y no utilizarlo, sino olvidarlo para ver el resto que, cosa curiosa, de esta extracción se encuentra completamente transformado, exactamente como el cross-cap se los ilustra, no lo olviden.
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¿Qué es un cross-cap? Es una esfera; ya se los he dicho: es necesario, no se puede prescindir del culo de esta esfera. Es una esfera con un agujero, que ustedes organizan de cierto modo, y pueden muy  bien imaginar que tirando de uno de sus bordes hacen aparecer, más o menos reteniéndolo, ese algo que a venir a cerrar el agujero a condición de realizar el hecho de que cada uno de puntos se une al punto opuesto, lo que crea dificultades intuitivas naturalmente considerables, y que nos han aún obligado a toda la construcción que he detallado ante ustedes, bajo la forma del cross-cap ilustrado en el espacio.

¿Pero qué? ¿Qué es lo importante? Es que, por esta operación que se produce en el nivel del agujero, el resto de la esfera es transformado en superficie de Moebius por la enucleación del objeto de la castración. El mundo entero se ordena de cierta manera que nos da, si puedo decir, la ilusión de ser un mundo. Y diría incluso que, de cierta manera, de hacer un intermediario entre este objeto aristotélico en el que esta realidad está de algún modo oculta y nuestro objeto que intento promover aquí, para ustedes, introduciré en el medio de este objeto que nos inspira a la vez la mayor desconfianza en razón de prejuicios heredados de una educación epistemológica, pero que constituye por supuesto nuestra gran tentación -nosotros, en el análisis, si no hubiéramos tenido la existencia de Jung para exorcizarlo, tal vez no hubiéramos siquiera percibido hasta qué punto creemos en el objeto de la Naturwissenchaft, el objeto giethico si se puede decir, el objeto que en la naturaleza lee sin cesar como en un libro abierto todas las figuras de una intención que habría que llamar casi divina si el término de Dios no hubiera sido por otro lado tan bien preservado.

Esta demónica -digámoslo- más que divina intuición goethica que le hace leer en el cráneo encontrado en el Lido la forma de Werther completamente imaginaria o forjar la teoría de los colores, deja en fin para nosotros las huellas de una actividad de la que lo menos que puede decirse es que es cosmógena engendradora de las más viejas ilusiones de la analogía micromacrocósmica, y sin embargo cautivante aún en un espíritu tan cercano al nuestro.

¿A qué se debe eso? ¿A que debe el drama personal de Goethe la fascinación excepcional que ejerce sobre nosotros, sino al roce, como central del drama, en él, del deseo. «Warum Goethe liess Frederik?» escribió, como ustedes saben, uno de los sobrevivientes de la primera generación en un artículo: Theodor REIK.

La especificidad y el carácter fascinante de la personalidad de Goethe, consiste en que en él leemos en toda su presencia, la identificación del objeto del deseo a aquello a lo que hay que renunciar para que nos sea dado el mundo como mundo.

He recordado suficientemente la estructura de este caso al mostrarles la analogía con aquélla desarrollada por Freud en la historia del Hombre de las ratas, en «El mito individual del neurótico». O más bien, se lo ha hecho aparecer sin mi consentimiento en alguna parte, ya que este texto no lo he visto ni corregido, lo que lo vuelve casi ilegible; no obstante corre por allí o por allá y se pueden reencontrar sus líneas mayores.

En esa relación complementaria de a, el objeto de la castración constitutiva, en la que se sitúa nuestro objeto como tal, con ese resto y dónde no podemos decir todo, y especialmente nuestra figura i(a), es esto que he intentado ilustrar esto año en la punta de mi discurso.

En la ilusión especular, en el desconocimiento fundamental con el que tenemos que enfrentarnos, $ (A) toma función de imagen especular bajo la forma de idea, cuando no tiene, si puedo decir, nada de semejante. No podría de ningún modo leer allí su imagen por la buena razón de que, si es algo, ese $, no es el complemente de i factor de a, podría muy bien ser su causa, diremos nosotros -y empleo este término intencionalmente pues desde hace algún tiempo, justamente, desde que las categorías de la lógica hacen trastabillar un poco la causa -buena o mala- no tiene en todo caso buena reputación y se prefiere evitar hablar de ella.

Y en efecto somos casi los únicos que podemos reencontrarnos en esta función a la que no se puede aproximar la antigua sombra después del progreso mental recorrido, más que a ver allí de algún modo lo idéntico de todo lo que se manifiesta como efectos, cuando están aún velados. Y por supuesto, esto no tiene nada de satisfactorio, salvo tal vez si justamente no es el estar en el lugar de algo, de cortar todos los efectos, que la causa sostiene su drama. Si hay por otra parte una causa que sea digna de que nos apeguemos a ella, al menos por nuestra atención, no es siempre y por adelantado una causa perdida.

Podemos entonces articular que si hay algo sobre lo que tenemos que poner el acento, lejos de eludirlo, es que la función del objeto parcial no podría para nosotros de ninguna manera ser reducida, si lo que denominamos el objeto parcial es lo que designa el punto de represión por el hecho de su pérdida.

Y es a partir de allí que se enraíza la ilusión de la cosmicidad del mundo Ese punto acósmico del deseo en tanto es designado por el objeto de la castración, es lo que debemos preservar como el punto pivote, el centro de toda elaboración de lo que tenemos que acumular como hechos referidos a la constitución del mundo objetal. Pero este objeto a que vemos surgir en el punto de desfallecimiento del Otro, en el punto de pérdida del significante porque esta pérdida es la pérdida de este objeto mismo, del numero nunca encontrado de Horus desmembrado, este objeto, cómo no darle lo que denominarla paródicamente, su propiedad reflexiva, si puedo decir, ya que es de el que parte, que es en la medida en que el sujeto es en primer lugar y únicamente esencialmente corte de este objeto que algo puede nacer que es este intervalo entre cuero y carne, entre Wahrnemung y Bewusstsein, entre percepción y conciencia que es la Selbstbewusstsein. Es aquí que es mejor decir lugar en una ontología fundada sobre nuestra experiencia. Verán que reúne aquí una fórmula largamente comentada por Heidegger, en su origen presocrática.

La relación de este objeto a la imagen del mundo que la ordena constituye lo que Platón ha denominado hablando con propiedad la díada a condición de: que percibamos que en estaciada el sujeto $ y a están del mismo lado: (escritura en griego). Esta fórmula que ha servido ampliamente para confundir lo que no es sostenible, el ser y el conocimiento, no quiere decir otra cosa.

En relación al correlativo a, a lo que queda cuando el objeto constitutivo del fantasma se separó, ser y pensamiento están del mismo lado, del lado de a, a es el ser en tanto falta esencialmente al texto del mundo. Y es por eso que alrededor de a puede deslizarse todo lo que se denomina retorno de lo reprimido, es decir, que se rezuma y traiciona allí la verdadera verdad que nos interesa y que es siempre el objeto del deseo, en tanto toda humanidad, todo humanismo es construido para hacérnosla perder.

Sabemos por experiencia que no hay nada que pese en el mundo verdaderamente más que lo que hace alusión a este objeto del que el Otro, con O mayúscula, toma el lugar para darle un sentido.

Toda metáfora, incluida la del síntoma, busca hacer salir este objeto en la significación pero toda la pululación de sentidos que puede engendrar no llega a taponar aquello de lo que se trata en ese agujero de una pérdida central.

He ahí lo que regula las relaciones del sujeto con el Otro, con O mayúscula, lo que regula secretamente pero de una manera de la que es seguro no es menos eficaz que esa relación del a la reflexión imaginaria que la cubre y la supera. En otros términos, en la ruta, la única que no es ofrecida para reencontrar la incidencia de ese a, encontramos primeramente la marca de la ocultación del Otro, bajo el mismo deseo.

Tal es en efecto la vía: a puede ser abordado por esta vía que es lo que el Otro desea en el sujeto desfalleciente, en el fantasma, el $. Es por lo que les he enseñado que el temor del deseo es vivido como equivalente de la angustia, que la angustia es el temor de lo que el Otro desea en sí del sujeto, este «en sí» fundado justamente en la ignorancia de lo que es deseado en el nivel del Otro. Es del lado del Otro que el a aparece, no tanto como falta sino como a ser.

Es por lo que llegamos a plantear aquí la cuestión de su relación con la cosa, no sagrada, sino lo que les he denominado das Ding. Ustedes saben que llevándolos hasta este limite no he hecho más que indicarles que aquí al invertir la perspectiva, ese i de a que envuelve ese acceso al objeto de la castración, es aquí la imagen misma que hace obstáculo en el espejo, o que más bien a la manera de lo que ocurre en esos espejos oscuros hay que pescar siempre en esa obscuridad cada vez que en los antiguos autores vean intervenir la referencia del espejo, algo puede aparecer más allá de la imagen que da el espejo claro. La imagen del espejo claro, es a ella que se engancha esta barrera que en su tiempo he denominado la de la belleza. Es que la revelación de a más allá de esta imagen, incluso aparecida en su forma más horrible, guardará siempre su reflejo.

Y aquí querría hacerles parte de la dicha que pude obtener al encontrar esos pensamientos bajo la pluma de alguien que considero simplemente como el poeta de nuestras retrae, que ha ido indiscutiblemente más lejos que cualquier otro presente o pasado en la vía de la realización del fantasma, nombro a Maurice Blanchot, cuya condena a muerte era desde hace mucho tiempo para mí, la segura confirmación de lo que dije durante todo el año en el seminario sobre La Etica en lo que se refiere a la segunda muerte.

No había leído la segunda versión de su obra primera «Thomas l’Obscur». Pienso que ninguno de ustedes, después de lo que voy a leerles, dejara de experimentar un volumen tan reducido. Se encuentra allí algo que encarna la imagen de esto objeto a, a propósito del cual he hablado de horror; es el termino que emplea Freud cuando se trata del Hombre de las ratas. Aquí es de la rata de lo que se trata.

Georges Bataille ha escrito un largo ensayo que gira alrededor del fantasma central bien conocido por Marcel Proust, que concernía también una rata: «Histoire de rat». Pero tengo necesidad de decirles que si Apolo acribilla al ejército griego con flechas de peste, es porque, como lo percibió muy bien M. GREGOIRE, si Esculapio, como se los he señalado hace mucho tiempo, es un topo -no hace mucho reencontraba el plano de la madriguera en un tolos, otro, que visité recientemente- si Esculapio es un topo, Apolo es una rata.

Helo aquí. Anticipo, o más exactamente tomo un poco adelantado «Thomas l’Obscur» -no es por casualidad que se llama así-:

«Y en su pieza, los que entraban, viendo su libro siempre abierto en la misma página, pensaban que fingía leer. Leía. Leía con una minuciosidad y una atención insuperables. Se hallaba ante cada signo en la situación en que se encuentra el macho cuando la mantis religiosa va a devorarlo. Uno y otro se miraban. Las palabras, salidas de un libro, tomaban una potencia mortal, ejercían en la mirada que las tocaba una atracción suave y afable. Cada uno, como un ojo semicerrado, dejaba entrar la mirada viva en exceso que en otras circunstancias no hubiera padecido. Thomas se deslizaba entonces hacia esos corredores a los que se aproximaba sin defensa hasta el momento en que fue percibido por lo íntimo de la palabra, No era aún horroroso, al contrario, era un momento casi agradable que le hubiera gustado prolongar. El lector consideraba felizmente esa pequeña chispa de vida que no dudaba haber encendido. Se veía con placer en ese ojo que lo vela; su placer mismo se hizo grande, tan grande, tan implacable, que lo padeció con una especie de horror, y, al pararse,  momento insoportable; sin recibir de su interlocutor un signo cómplice, percibió la extrañeza que había en ser observado por una palabra como por un ser viviente. Y no sólo por una palabra, sino por todas aquéllas que la acompañaban y que contentan a su vez en sí mismas otras palabras, como una serie de ángeles abriéndose hacia el infinito, hasta el ojo de lo absoluto … «

Paso de largo estos párrafos que van desde ese «mientras que encaramados sobre sus espaldas la palabra él y la palabra yo comenzaban su carnicería…» hasta la confrontación que me proponía al evocarles este pasaje:

«… Sus manos buscaron tocar un cuerpo impalpable e irreal. Era un esfuerzo tan horrible que esa cosa que se alejaba de él y que al alejarse trataba de atraerlo, le pareció la misma que indeciblemente se aproximaba. Cayó al piso. Tenía la sensación de estar cubierto de impurezas, cada parte de su cuerpo sufría una agonía, su cabeza estaba forzada a tocar el mal, sus pulmones a respirarlo. El se hallaba allí sobre el parquet, retorciéndose y después entrando en sí mismo, luego saliendo. Trepaba pesadamente, apenas diferentemente de la serpiente que hubiera querido ser por creer en el veneno que sentía en su boca. Fue en ese estado que se sintió mordido golpeado, no podía saberlo, por lo que le pareció era una palabra, pero que se parecía más bien a una rata gigantesca de ojos penetrantes, dientes puros y que era un animal todopoderoso. Al verla a pocos centímetros de su rostro, no pudo escapar al deseo de devorarla, de llevarla a la intimidad más absoluta consigo mismo; se arrojó sobre ella, y hundiéndole las uñas en las entrañas, trato de hacerla suya.»

«Llegó el fin de la noche. La luz que brillaba a través de los postigos se apagó. Pero la lucha contra el monstruoso animal, que se habla revelado finalmente de una dignidad, de una magnificencia incomparables, duró un tiempo que no se puede medir. Esta lucha era horrible para el ser acostado en el piso que chirriaba los dientes, desgarraba el rostro, se arrancaba los ojos para hacer entrar allí al animal, y que hubiera parecido un demonio si no hubiera parecido un hombre. Era casi bella para esa especie de ángel negro, cubierto de pelos rojos, cuyos ojos brillaban.»

«Ya uno creía haber triunfado y veía descender en él, con una náusea incoercible, la palabra inocencia que lo deshonraba; ya el otro lo devoraba a su vez, lo arrastraba. por el agujero de dónde había venido, lo soltaba luego como un cuerpo duro y vacío.»

«Cada vez, Thomas era empujado hasta el fondo de su ser por las palabras mismas que lo habían embrujado y que proseguía como una pesadilla y como la explicación de su pesadilla. Se encontraba cada vez más vacío y más pesado, no se movía más que con una fatiga infinita. Su cuerpo, después de tanta lucha, se puso completamente opaco y a los que lo miraban, daba la impresión reposada del sueño, aún cuando no hubiera cesado de estar despierto…».

Lean lo que sigue.

Y el camino de lo que Maurice Blanchot nos descubre, no se detiene allí. Si me he tomado el trabajo de indicarles ese pasaje, es que en el momento de dejarlos este año quiero decirles que a menudo tengo conciencia de no hacer aquí ninguna otra cosa más que permitirles transportarse conmigo al punto al que en torno a nosotros, múltiples, ya están llegando los mejores.

Otros han podido observar el paralelismo que hay entre tal o cual. investigación que se prosigue actualmente y las que elaboramos juntos. No tendré dificultades para recordarles que en otros caminos, las obras y las reflexiones sobre las obras por el mismo, de un Pierre Klossowski convergen con ese camino de la búsqueda del fantasma tal como lo hemos elaborado este año.

i de a y a, sus diferencias, su complementariedad, y la máscara que uno constituye para el otro, he ahí el punto al que los habré llevado este año. i de a, su imagen, no es entonces su imagen; no representa a este objeto de la castración. No es de ninguna manera ese representante de la pulsión sobre el que recae electivamente la represión. Y por una doble razón: es que esta imagen no es ni la Vorstellung, ya que ella misma es un objeto, una imagen real -remítanse a lo que escribí al respecto en mis «Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache»- ni un objeto que sea el mismo a, que no es tampoco su representante.

El deseo, no lo olviden, ¿dónde se sitúa en el grafo? Apunta hacia $ corte de a ($(a), el fantasma, hado un modo análogo al de m en el que el yo se refiere a la imagen especular. ¿Qué quiere decir sino que hay una relación de ase fantasma al deseante mismo?

¿Pero podemos hacer de ese deseante pura y simplemente el agente del deseo ? No olvidemos que en el segundo piso del grafo, d, el deseo, es un quién, el que responde a la pregunta, que no apunta a un «quién» sino a un: «Che voui ?». Ante la pregunta «Che voui?» , el deseante es la respuesta, la respuesta no designa el quien de «¿quién quiere?», sino la respuesta del objeto. Lo que quiero en el fantasma determina al objeto, de dónde el deseante que contiene debe confesarse como deseante.

Búsquenlo siempre, ese deseante, en el seno de cualquier objeto del deseo, no vayan a objetar la perversión necrofílica, ya que justamente está allí el ejemplo que prueba que más acá de la segunda muerte, la muerte física deja aún a desear, y que el cuerpo se deja percibir allí como enteramente tomado en una función de significante, separado de sí mismo y testimonio de lo que abraza el necrofílico: una verdad inaprehensible.

Esa relación del objeto al significante, antes de dejarlos, regresemos al punto donde esas reflexiones reposan, es decir a lo que Freud mismo marcó de la identificación del deseo (en la histérica, entre paréntesis) al deseo del Otro. La histérica nos muestra bien, en efecto, cuál es la distancia de este objeto al significante, pero que implica su relación al significante. En efecto, a que se identifica la histérica cuando, nos dice Freud, es el deseo del Otro en el que se orienta y lo que la ha puesto en coto. Y es sobre lo que las afecta, nos dice, las emociones consideradas aquí bajo su pluma como embrolladas, si puedo expresarme así, en el significante, y retomadas como tales. Es a este respecto que nos dice que todas las emociones confirmadas, las formas, si puedo decir, convencionales de la emoción, no son sino inscripciones ontogenéticas de lo que él compara, de lo que revela como expresamente equivalente de los  accesos histéricos, lo que es recaer en la relación al significante.

Las emociones son de alguna manera caducados del comportamiento, sus partes caídas, retomadas como significantes. Y lo más sensible, todo lo que podemos ver de eso, se encuentra en las formas antiguas de la lucha. Los que hayan visto «Rashomon», recuerden esos extraños intermedios que repentinamente suspenden los combatientes, que separadamente hacen cada uno tres vueltitas, para hacer en no sé qué punto desconocido del espacio, una paradójica reverencia. Eso forma parte de la lucha, del mismo modo que en la parada sexual Freud nos enseña a reconocer esa especie de paradoja interruptiva de incomprensible escansión.

Las emociones, si algo de eso nos es mostrado en la histérica, es justamente cuando se encuentra tras la huella del deseo, es ese carácter netamente imitado como se dice, fuera de época, en el uno se engaña y de donde sale esa presunción de falsedad. Qué quiere eso decir, sino que la histérica no puede por supuesto hacer otra cosa que buscar el deseo del Otro allí donde está, donde deja su huella en el Otro, en la utopía, por no decir atopía, el infortunio, incluso la ficción: en suma, es por el camino de la manifestación, como se podría esperar, que se muestran todos los aspectos sintomáticos. Y si esos síntomas encuentran esta vía facilitada, es en ligazón con esa relación que Freud designa el deseo del Otro.

Tenía otra cosa para indicarles en referencia a la frustración. Por supuesto, lo que les he aportado este año concerniente a la relación al cuerpo, lo que está sólo esbozado en la manera en la que he entendido en un cuerpo matemático darles el esquema de todo tipo de paradojas concernientes a la idea que podemos hacernos del cuerpo, encuentra sus aplicaciones seguramente bien hechas para modificar profundamente la idea que podemos tener de la frustración como una carencia referida a una gratificación concerniente a lo que sería una supuesta totalidad primitiva tal como se querría verla designada en las relaciones de la madre y el niño.

Es extraño que el pensamiento analítico no haya encontrado nunca nada en ese camino, salvo en los rincones como siempre de las observaciones de Freud -y designo aquí el termino Schleier ese velo con el que el niño nace peinado y; que se arrastra en la literatura analítica sin que se haya nunca siquiera imaginado que estaba allí el esbozo de una vía muy fecunda: los estigmas.

Si hay algo que permita concebir como implicando una totalidad de no sé qué narcisismo primario -y aquí no puedo menos que lamentar que esté ausente alguien que me hizo la pregunta- es seguramente la referencia del sujeto, no tanto al cuerpo de la madre parasitado, sino a sus envoltorios perdidos, en donde se lee tan bien esa continuidad del interior con el exterior que es aquello a lo que los ha introducido mi modelo de este año, sobre el que tendremos que volver.

Simplemente quiero indicarles, porque lo encontraremos a continuación, que si hay algo en lo que deba acentuarse la relación al cuerpo, a la incorporación, a la Einverleibung, es del lado del padre dejado enteramente de lado que hay que mirar.

Lo he dejado enteramente de lado porque habría sido necesario que lo introduzca, pero, ¿cuando lo haré?- hay toda una tradición que se puede denominar mística y que seguramente, por su presencia en la tradición semítica, domina toda la aventura personal de Freud.

Pero si hay algo que se demanda a la madre,¿ No les parece sorprendente que sea la única cosa que no tiene, a saber el falo? Toda :La dialéctica de estos últimos años, inclusive la dialéctica kleiniana que se aproxima mucho sin embargo, permanece falseada porque el acento no es puesto sobre esta divergencia esencial. Es también imposible corregirla, imposible comprender nada de lo que constituye el impasse de la relación analítica, y especialmente en la transmisión de la verdad analítica tal como se realiza, el análisis didáctico. Es que es imposible introducir la relación al padre, no se es el padre de su analizado. He dicho bastante y realizado bastante para que nadie se atreva, al menos en un entorno vecino al mío, a arriesgarse a aventurar que se puede ser la madre. Sin embargo, se trata justamente de eso.

La función del análisis tal como se inserta allí donde Freud nos ha dejado abierta su prosecución, la huella abierta se sitúa allí donde su pluma cayó a propósito del artículo cobre la aplitting del ego en el punto de ambigüedad donde lo conduce lo siguiente: el objeto de la castración es ese término suficientemente ambigüo para que en el momento mismo en el que el sujeto se emplea a reprimirlo lo instaure más firme que nunca en un Otro.

Hasta tanto no hayamos reconocido que este objeto de la castración es el objeto mismo por el que nos situamos en el campo de la ciencia, quiero decir que es el objeto de nuestra ciencia como el número o el tamaño pueden ser el objeto de la matemática, la dialéctica del análisis, no sólo su dialéctica, sino su práctica, su relación misma y hasta la estructura de su comunidad permanecerán en suspenso.

El año próximo trataré para ustedes, prosiguiendo estrictamente el punto en el que los he dejado hoy, la angustia.

Final del Seminario 9.