Seminario 9: Clase 9, del 24 de Enero de 1962

En lo que concierne a la continuación de nuestro seminario lo importante es lo que dije ayer a la noche que evidentemente se refiere a la función del objeto, del pequeño a en la identificación del sujeto, es decir algo que no está inmediatamente al alcance de nuestra mano, que no va a ser resuelto enseguida, y sobre lo cual he dado ayer, si puedo decir, una indicación anticipada, sirviéndome del tema de los tres cofrecillos. Este tema de los tres cofrecillos aclara mucho mi enseñanza, porque si ustedes abren lo que extrañamente se llama «Ensayos de psicología aplicada» y leen el artículo sobre los tres cofrecillos, percibirán que al fin de cuentas se quedan un poco con las ganas; no saben muy bien adónde quiere llegar nuestro padre Freud. Creo que con lo que les dije ayer a la noche de que identifico los tres cofrecillos a la demanda, tema con el que pienso están familiarizados desde hace tiempo, de que en cada uno de los tres cofres —sin esto no habría adivinanza, no habría problema— está el pequeño a, el objeto que es, en tanto nos atañe a nosotros, analistas, pero en absoluto forzosamente, el objeto que corresponde a la demanda. En absoluto forzosamente, lo contrario tampoco, ya que sin esto no habría dificultades. Este objeto, es el objeto del deseo, ¿y el deseo dónde está?. Está afuera; y el lugar donde está verdaderamente, el punto decisivo, son ustedes, el analista, en la medida en que vuestro deseo no debe engañarse sobre el objeto del deseo del sujeto. Si las cosas no fueran así no habría ningún mérito en ser analista.

Hay algo que les digo también al pasar, es que de todas maneras puse el acento ante un auditorio supuesto no saber, sobre algo en lo que quizás no puse aquí suficientemente mis grandes y pesados zapatones, es decir que el sistema del inconsciente, el sistema psi es un sistema parcial. Una vez más repudié, evidentemente con más energía que motivos, ya que tenía que ir ligero, la referencia a la totalidad, lo que no excluye que se hable de parcial. Insistí en ese sistema sobre su carácter extrachato, sobre su carácter de superficie, sobre la cual Freud insiste a cada vuelta, todo el tiempo. Uno no puede sino sorprenderse de que esto haya engendrado la metáfora de la psicología de las profundidades. Es totalmente por casualidad que hace un rato, antes de venir, encontré una nota que había tomado de «El Yo y el Ello»: «El Yo es ante todo una entidad corporal, no sólo una entidad en superficie, sino una entidad que corresponde a una proyección de una superficie». Casi nada: cuando se lee a Freud, se lo lee siempre de una cierta manera que llamaré la manera sorda.

Retomemos ahora nuestro bastón de peregrino, retomemos desde donde estamos donde los dejé la última vez, a saber la idea de que la negación, si está en alguna parte en el corazón de nuestro problema que es el del sujeto, no es con sólo tomarla en su fenomenología, enseguida la cosa más simple de manejar. Está en muchos lugares y después sucede que constantemente se resbala entre los dedos. Han visto por un momento un ejemplo de esto la vez pasada, a propósito del «non nullus non mendax»; me vieron poner ese «non», retirarlo, y volverlo a poner; es algo que se ve todos los días. Se me señaló en el intervalo que en los discursos del que alguien en una esquela, mi pobre y querido amigo Merleau Ponty llamaba el Gran hombre que nos gobierna, en un discurso que el susodicho gran hombre pronunció, se oye: «No se puede no creer que las cosas ocurrirán sin mal». Exégesis: ¿qué quiere decir?. Lo interesante no es tanto lo que quiere decir, sino que manifiestamente oímos justamente muy bien lo que quiere decir, y que si lo analizamos lógicamente, vemos que dice lo contrario.

Es una muy linda fórmula en la que se desliza sin cesar para decirle a alguien «Usted no deja de ignorar» («Vous n’êtes pas sans ignorer»). No son ustedes los que se equivocan, es la relación del sujeto al significante lo que cada tanto emerge. No son simplemente menudas paradojas, lapsus que alfileteo al pasar. Reencontramos estas fórmulas en el buen rodeo, y pienso darles la clave de por qué «Vous n’etes pas sans ignorer» quiere decir lo que ustedes quieren decir. Para que ustedes se reconozcan allí, puedo decirles que es al sondearlo que encontraremos el peso justo, la justa inclinación de esta balanza en la que ubico ante ustedes, la relación del neurótico al objeto fálico, cuando les digo que para atrapar esta relación hay que decir: «No es sin tenerlo» («Il n’est pas sans l’avoir» – «No deja de tenerlo»), lo que no quiere decir evidentemente que lo tenga. Si lo tuviera no habría problemas.

Para llegar allí, volvamos a partir de un pequeño repaso de la fenomenología de nuestro neurótico, en lo que se refiere al punto en el que nos encontramos: su relación al significante. Desde hace algún tiempo comienzo a hacerles aprehender lo que hay de escritura, de escritura original, en el asunto del significante. Se les debe haber ocurrido de todas maneras, que es esencialmente con esto con lo que el obsesivo tiene que vérselas todo el tiempo: ungeschehen machon, hacer que esto sea no advenido. ¿Qué quiere decir esto, a que se refiere esto?

Manifiestamente esto se ve en su comportamiento: lo que él quiere apagar es lo que el analista (annaliste) con doble n, escribe a lo largo de su historia, el analista (annaliste) que tiene en él. Son los anales del asunto lo que él querría inventar, raspar, borrar. ¿Por qué sesgo nos alcanza el discurso de Lady Macbeth cuando dice que todo el agua del mar no podría borrar esta manchita sino es por algún eco que nos guía al corazón de nuestro sujeto?. Sólo borrando el significante —es claro que es de esto de lo que se trata—, a su modo de hacer, a su manera de borrar, a su manera de raspar lo que está inscripto, lo que es mucho menos claro para nosotros porque sabemos un poquito más que los otros es lo que él quiere obtener con esto. Es instructivo por esto continuar en esta ruta en la que nos encontramos, por dónde los conduzco en lo que concierne a cómo aparece un significante como tal. Si tiene una tal relación con el fundamento del sujeto, si no hay otro sujeto pensable que ese algo x de natural en tanto marcado por el significante, debe haber de todas maneras un resorte para esto. No vamos a contentarnos con esta suerte de verdad de ojos vendados. Es claro que es necesario que encontremos al sujeto en el origen del significante mismo; «para sacar un conejo de una galera…» —fue así que comencé a sembrar el escándalo en mis charlas propiamente analíticas: el pobre buen hombre difunto, tocado en su fragilidad, estaba literalmente exasperado por ese llamado que yo hacía con mucha insistencia y que son fórmulas útiles en este momento— «para hacer salir un conejo de una galera hay que haberlo puesto allí previamente».

Ha de ser igual en lo que se refiere al significante, y es lo que justifica esta definición del significante que les doy, esta distinción respecto del signo: si el signo representa algo para alguien, el significante está articulado de otra manera, representa al sujeto para otro significante. Ustedes lo verán suficientemente confirmado a cada paso como para que no abandonen la rampa sólida. Y si representa así al sujeto, ¿Cómo es?.

Volvamos a nuestro punto de partida, a nuestro signo, al punto electivo en que podemos aprehenderlo como representando algo para alguien en la huella. Volvamos a partir de la huella para seguir la huella de nuestro asuntito. Un paso, una huella, el paso de Viernes en la isla de Robinson: emoción, el corazón palpitante ante esta huella. Todo esto no nos enseña nada, aún si de este corazón palpitante ante esta huella resulta todo un pataleo alrededor de la huella, lo que puede ocurrir en cualquier cruce de huellas animales, pero si ocurre que encuentro la huella de que se han esforzado en borrar la huella, o si incluso no encuentro más huellas de ese esfuerzo, si volví porque sé —no estoy por ello más orgulloso— que dejé la huella, y encuentro, sin ningún correlativo que permita vincular este borramiento a un borramiento general de los rasgos de la configuración, que han borrado la huella como tal, estoy entonces seguro de tener que vérmelas con un sujeto real. Observen que en esta desaparición de la huella, lo que el sujeto busca hacer desaparecer es su paso de sujeto, la desaparición está redoblada por la desaparición buscada que es el acto mismo de hacer desaparecer.

Esto no es un mal rasgo para que reconozcamos el paso del sujeto, cuando se trata de su relación al significante en la medida en que ustedes ya saben que todo lo que les enseño acerca de la estructura del sujeto tal como tratamos de articularla a partir de esta relación al significante, converge hacia la emergencia de esos momentos de fading propiamente ligados a esa pulsación en eclipse de lo que no aparece sino para desaparecer y reaparece para desaparecer de nuevo, lo que constituye la marca del sujeto como tal.

Dicho esto, si la huella es borrada, el sujeto rodea su lugar con un círculo, algo que desde entonces le concierne. La marca del lugar en el que ha encontrado la huella, y bien, tienen ahí el nacimiento del significante. Esto implica todo ese proceso que comporta el retorno del último tiempo sobre el primero, no podría haber articulación de un significante sin estos tres tiempos. Una vez constituído el significante, hay  forzosamente dos otros antes. Un significante es una marca, una huella, una escritura, pero no se lo puede leer sólo. Dos significante es un pataquès, saltar del gallo al asno. Tres significantes es el retorno de lo que se trata, es decir del primero. Cuando el paso marcado en la huella es transformado en la vocalización de quien lo lee en «pas» (paso – no) que este pas a condición de que se olvide que él quiere decir el paso, puede servir en primer lugar en lo que se llama el fonetismo de la escritura, para representar «pas» y al mismo tiempo, transformar la huella de paso eventualmente en la no huella (trace de pas – pas de trace).

Pienso que oyen al pasar la misma ambigüedad de la que me serví cuando les hablé a propósito del chiste del «pas de sens» (paso de sentido, no sentido), jugando con la ambigüedad de la palabra sentido en ese salto, este franqueamiento que nos toma allí donde nace la broma cuando no sabemos porqué una palabra nos hace reír, esa transformación sutil, esa piedra arrojada, que al ser retomada se convierte en la piedra angular, y haría de buena gana el juego de palabras con el de la fórmula del círculo (pi por radio), porque es también en ella —se los he anunciado el otro día al introducir la raíz de menos 1 (raíz cuadrada de -1) es en ella que veremos se mide, si puedo decir, el ángulo vectorial del sujeto en relación al hilo de la cadena significante.

Estamos allí suspendidos y es ahí que debemos habituarnos un poco a desplazarnos, en una substitución por donde lo que tiene un sentido se transforma en equívoco y reencuentro su sentido. Es en las síncopas mismas de esta articulación incesantemente giratoria del juego del lenguaje, que tenemos que situar al sujeto en sus diversas funciones. Mis ilustraciones no son nunca malas para adaptar un ojo mental donde lo imaginario juega un gran papel. Es por eso que, aún si es un rodeo no considero malo trazarles brevemente una pequeña observación simplemente porque el encuentro a este nivel en mis notas. Les hablé más de una vez, a propósito del significante, del carácter chino, y quiero exorcisarles la idea de que sea en su origen una figura imitativa. Hay un ejemplo que tomé porque era el que más me servía, tomé el primero que está articulado en esos ejemplos, esas formas arcaicas en la obra de Karlgren que se denomina «Grammata serica», lo que quiere exactamente decir  «Los significantes chinos».

El primero que utiliza bajo su forma moderna es
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es el carácter Kho que quiere decir poder. En el Tch’ouen, que es una obra de eruditos, a la vez preciosa por su carácter relativamente antiguo, pero que es ya muy erudita, es decir, muy armada de interpretaciones que nosotros podremos retomar. Parece que no es sin razón que podemos fiarnos de la raíz que nos da el comentador y que es muy linda, es decir que se trata de una esquematización del choque de la columna de aire que empuja en la oclusiva gutural contra el obstáculo que le opone la parte de atrás de la lengua contra el paladar. Esto es tanto más seductor cuanto que si abren un trabajo de fonética, encontraran una imagen que es aproximadamente la misma para traducirles el funcionamiento de la oclusiva:
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Confiesen que no está mal que se haya elegido eso para figurar la palabra para ver la posibilidad, la función central introducida en el mundo por el advenimiento del sujeto en el medio de lo real. La ambigüedad es total porque un gran número de palabras se articulan Kho en chino, en las cuales esto nos servirá de fonética, para completar presentificando al sujeto en la armadura significante, y esto es sin ambiguedad y en todos los carácteres la representación de la boca:
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Pongan este signo
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arriba, es el signo Ka que significa grande. Tiene manifiestamente alguna relación con la pequeña forma humana, generalmente desprovista de manos. Aquí como se trata de un grande tiene brazos. Lo que no tiene nada que ver con lo que ocurre cuando agregan este signo ta al significante precedente, lo que se lee de ahí en más «i» y que conserva la huella de una pronunciación antigua de la que conservamos algunos testimonios gracias al uso en rima de este término en las antiguas poesías, particularmente las del Che King, que es uno de los ejemplos más fabulosos de desventura literaria puesto que tuvo la suerte de convertirse en el soporte de todo tipo de elucubraciones moralizantes, de ser la base de toda la enseñanza retorcida de los mandarines sobre los deberes del soberano, del pueblo y de tutti quanti, cuando manifiestamente se trata de canciones de amor de origen campesino. Un poco de práctica de literatura china —no trato de hacerles creer que la mía es grande, no me tomo por aludido—, cuando hace alusión a su experiencia de China, se trata de un párrafo que ustedes pueden encontrar al alcance de todos, en los libros del padre Wieger.

Como fuera, no fuí yo sino otros quienes esclarecieron este camino, en especial Marcel Granet; no perderán nada al abrir su hermoso libro sobre las danzas y leyendas y las antiguas fiestas de China. Con un poco de esfuerzo podrón familiarizarse con esta dimensión verdaderamente fabulosa que aparece en lo que puede hacerse con algo que reposa en las formas más elementales de la articulación significante. Por suerte, en esta lengua, las palabras son monosilábicas: son soberbias, invariables, cúbicas, no pueden equivocarse. Hay que decirlo, se identifican al significante. Hay grupos de cuatro versos, cada uno compuesto por cuatro sílabas, la situación es simple. Si los ven y piensan que de esto se puede hacer salir cualquier cosa,  hasta una doctrina metafísica que no tiene relación alguna con su significación original, esto comenzará a abrirles el espíritu a los que todavía no se hubieran interesado. Es así sin embargo: durante siglos se ha ejercido la enseñanza de la moral y de la política en base a estribillos que en su conjunto significan «me gustaría cojer contigo»; no exagero, constátenlo.
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Esto quiere decir «i», que se comenta: gran poder, enorme. No tiene por supuesto ninguna relación con esta conjunción. «i» no quiere decir tanto gran poder como esta palabrita para la cual no hay en francés nada que verdaderamente nos satisfaga:
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Me veo obligado a traducirla por impair, en el sentido que esta palabra puede tener de deslizamiento, falta, falla, de algo que no anda, que cojea, tan agradablemente ilustrado en inglés por la palabra «odd» . Y como se los decía hace un rato, es lo que hice que me lanzara sobre el Che King. A través del Che King sabemos que estaba muy próxima al Kho, al menos en esto: había una gutural en la antigua lengua que da la otra implantación del uso de este significante para designar el fonema «i».
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Si agregan
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antes, que es un determinativo, el del árbol, y que designa todo lo que es «de madera», tendrán un signo que designa la silla, lo que se dice «i» y así sucesivamente. Esto continúa, no tiene motivo para detenerse. Si ustedes ponen aquí en el lugar del signo del árbol, el signo del caballo, esto quiere decir instalarse a horcajadas.

Considero que este pequeño rodeo tiene su utilidad para hacerles ver que la relación de la letra al lenguaje no es algo que deba ser considerado en una línea evolutiva. No se parte de un origen espeso, sensible, para despejar a partir de allí una forma abstracta. No hay nada que se parezca a cualquier cosa que pueda ser concebida como paralela al llamado proceso del concepto, incluso el de la generalización. Tenemos una serie de alternancias donde el significante viene a agitar las aguas, si puedo decir, del flujo por las aletas de su molino, su rueda vuelve a subir cada vez algo que fluye para caer de nuevo, enriquecerse, complicarse, sin que podamos en ningún momento aprehender lo que gobierna desde el inicio concreto o el equívoco.

He aquí lo que va a conducirnos hoy al punto en el que voy a hacerles dar un paso, una gran parte de las ilusiones que nos detienen, de las adherencias imaginarias en las que poco importa que todo el mundo permanezca, más o menos con las patas pegadas como moscas, pero no los analistas, que está ligado muy precisamente a lo que llamaré las ilusiones de la lógica formal. La lógica formal es una ciencia muy útil, como intenté esbozarles la última vez la idea, a condición de que perciban que ella los pervierte, ya que como lógica formal debería prohibirles a todo momento darle el menor sentido. Por supuesto es a lo que se llegó con el tiempo. Pero a los grandes serios, los bravos, los honestos de la lógica simbólica, conocidos desde hace cincuenta años, les aseguro que esto les cuesta un enorme esfuerzo porque no es fácil construir una lógica tal como debiera ser si responde verdaderamente a su título de lógica formal, no apoyándose estrictamente más que en el significante, prohibiéndose toda relación y por lo tanto todo apoyo intuitivo en lo que puede sublevarse en significado, en el caso en que cometemos errores en general es allí que se lo observa. Razono mal porque en ese caso resultaría cualquier cosa: mi abuela la cabeza invertida. ¿Qué puede importarnos esto? No es en general con esto que se nos guía porque somos muy intuitivos; si se hace lógica formal, no se puede más que serlo. ……………………………(en blanco en el original)…………………………………

Sin embargo, lo divertido es que el libro de base de una lógica simbólica que encierra todas las necesidades de la creación matemática, los «Principia mathematica» de Bertrand Russell, llegue enseguida a este fin: se detiene considerando. Como una contradicción que pondría en cuestión toda la lógica matemática, esta paradoja llamada de B. Russell, cuyo sesgo conmociona el valor de la teoría llamada de los conjuntos. En lo que distingue un conjunto de una definición de clase, la cosa permanece ambigüa, ya que —lo que voy a decirles y es admitido por cualquier matemático—, lo que distingue un conjunto de una clase es que un conjunto será definido por  fórmulas que se llaman axiomas que se plantean en el pizarrón como símbolos reducidos a letras, a los que se agregan algunos significantes suplementarios que indican las relaciones. …………………………….(en blanco en el original) ………………………………………

No hay absolutamente ninguna otra especificación de esta lógica llamada simbólica en relación a la lógica tradicional sino esta reducción a letras, se los garantizo, pueden creerme, sin necesidad de que me comprometa en más ejemplos. ¿Cuál es entonces su virtud, que está forzosamente en alguna parte para que en razón de esta única diferencia, hayan podido ser desarrolladas un montón de consecuencias cuya incidencia en el desarrollo de lo que se llaman las matemáticas, les aseguro no es poca en relación al aparato del que se ha dispuesto durante siglos y del que el elogio que se ha hecho de no haber cambiado entre Aristóteles y Kant, se invierta?. De todas maneras está bien que las cosas se hayan puesto a cabalgar como lo han hecho pues »Principia mathematica» ocupa dos grandes volúmenes y no tiene más que un interés menor —pero finalmente si el elogio se invierte, es porque el aparato anterior se encontraba por alguna razón singularmente detenido.

Entonces, ¿cómo pueden asombrarse los autores de lo que se llama la paradoja de Russell?

La paradoja de Russell es la siguiente: se habla del conjunto de todos los conjuntos que no se comprenden a sí mismos. Es necesario que aclare un poco esta historia que puede parecerles seca en un primer examen. Se las indico enseguida. Si los hago interesarse en esto, lo espero al menos, es con la idea de que tiene la más estrecha relación —y no solamente homnímica, justamente porque se trata del significante y se trata en consecuencia de no comprender— con la posición del sujeto analítico, en tanto que él también en otro sentido de la palabra comprender (comprendre:comprender, abarcar), y si les digo de no comprender es para que puedan comprender de todas las maneras que él también no se comprende a sí mismo.

Pasar por ahí no es inútil, van a verlo, pues vamos a poder criticar por este camino, la función de nuestro objeto. Pero detengámonos un instante en estos conjuntos que no se comprenden a sí mismos. Hay que partir evidentemente para concebir aquello de lo que se trata de concesiones a referencias intuitivas, ya que no podemos de ninguna manera, no hacerlas en la comunicación, en tanto las referencias intuitivas ya ustedes las tienen. Hay entonces que empujarlas para poner otras en su lugar. Como ustedes tienen la idea de que hay una clase y que hay una clase mamífera, es necesario que trate de indicarles que hay que referirse a otra cosa. Cuando se entra en la categoría de los conjuntos, hay que referirse a la clasificación bibliográfica, cara a algunos, clasificación compuesta de decimales u otros; pero cuando se tiene algo escrito, es necesario ordenar esto en alguna parte, hay que saber cómo reencontrarlo automáticamente. Tomemos un conjunto que se comprende a sí mismo; tomemos por ejemplo el estudio de las humanidades en una clasificación bibliográfica. Es claro que habrá que poner en su interior los trabajos de los humanistas sobre las humanidades. El conjunto del estudio de las humanidades debe comprender todos los trabajos que conciernen al estudio de las humanidades como tales.

Considerando ahora los conjuntos que no se comprenden a sí mismos; esto no es menos concebible, es incluso el caso más ordinario. Y ya que somos teóricos de los conjuntos, y que hay ya una clase del conjunto de los conjuntos que se comprenden a sí mismos no hay verdaderamente ninguna objeción a que constituyamos la clase opuesta —empleo clase aquí porque es aquí que reside la ambigüedad— la clase de los conjuntos que no se comprenden a sí mismos, el conjunto de todos los conjuntos que no se comprenden a sí mismos. Y es allí que los lógicos comienzan a romperse la cabeza, a saber que dicen: este conjunto de todos los conjuntos que no se comprenden a sí mismos, ¿se comprende a sí mismo o no se comprende ?

En un caso como en otro va a caer en la contradicción, pues si, según la apariencia, se comprende a sí mismo, nos encontramos en contradicción con el punto de partida que nos decía que se trataba de conjuntos que no se comprenden a sí mismos. Por otra parte, no se comprende cómo exceptuarlo justamente de lo que da esta definición, a saber, que no se comprende a sí mismo.

Esto puede parecerles bastante infantil, pero el hecho de que esto conmueva hasta el punto de detener a los lógicos que no son precisamente gente de naturaleza a detenerse ante una vana dificultad, y si ellos huelen algo allí que pueden llamar una contradicción que pone en cuestión todo su edificio, es porque hay allí algo que debe ser resuelto y que concierne -si ustedes aceptan escucharme- a ninguna otra cosa más que a esto, que concierne a la única cosa que los lógicos en cuestión no tienen exactamente lista, a saber que la letra que utilizan es algo que tiene en sí mismo poderes, un resorte al que no parecen totalmente acostumbrados. Pues si ilustramos esto en aplicación de lo que hemos dicho de que no se trate de ninguna otra cosa que del uso sistemático de una letra, de reducir, de reservar a la letra su función significante para hacer reposar en ella y solamente en ella todo el edificio lógico, llegamos a algo muy simple, que es entera y simplemente lo mismo que ocurre cuando encargamos por ejemplo a la letra a —si nos ponemos a especular sobre el alfabefo— representar como letra a  a todas las letras del alfabeto.

Una de dos: o enumeramos las otras letras del alfabeto de la b a la z, con lo que la letra a las representará sin ambigüedades, sin por eso comprenderse a si misma. Pero es claro por otra parte que, representando estas letras del alfabeto en tanto que letras, vienen naturalmente no diría a enriquecer, sino a completar en el jugar de donde la hemos extraído, excluido, la serie de las letras, y simplemente en que si partimos de que a —es nuestro punto de partida en lo que concierne a la identificación— esencialmente no es a, no hay allí ninguna dificultad: la letra a, en el interior del paréntesis donde están orientadas todas las letras a las que simbólicamente subsume, no es la misma a y es al mismo tiempo la misma.

No hay allí ninguna dificultad, y debería haber tanto menos como que aquéllos que ven alguna son justamente los mismos que inventaron la noción de conjunto para hacer frente a las deficiencias de la noción de clase, y sospechan en consecuencia que debe haber algo distinto en la función de conjunto que en la función de clase.

Pero esto nos interesa, pues, ¿qué quiere decir esto?

Como se los indiqué anoche, el objeto metonímico del deseo, lo que en todos dos objetos representa esta pequeña a electiva, donde el sujeto se pierde cuando el objeto aparece metafóricamente, cuando lo sustituímos al sujeto que en la demanda viene a colapsearse, a desvanecerse, no hay huella: lo revelamos, el significante de este sujeto, le damos su nombre: el buen objeto. El seno de la madre, la mama, he ahí la metáfora en la que decimos, están capturadas todas las identificaciones articuladas de la demanda del sujeto; su demanda es oral, es el seno de la madre que lo toma en su paréntesis, es el A que da su valor a todas esas unidades que van a adicionarse en la cadena significante: A (+I +I +I).

La cuestión que tenemos que plantear es de establecer la diferencia entre este uso que hacemos de la mama y la función que toma por ejemplo en la definición de la clase mamífera. El mamífero se reconoce en que tiene mamas. Es bastante extraño, entre nosotros, que estemos tan poco informados sobre lo que se hace con esto efectivamente en cada especie. La etología de los mamíferos avanza rudamente a la rastra, ya que estamos en este  tema como en lógica formal, no mucho más avanzados que en el nivel del Aristóteles (excelente la obra «La historia de los animales»). Pero para nosotros es eso lo que quiere decir el significante mama en la medida en que es el objeto alrededor del cual sustantificamos al sujeto en un cierto tipo de relaciones llamadas pregenitales?
Es claro que nosotros hacemos un uso totalmente distinto, mucho más próximo de la manipulación de la letra E en nuestra paradoja de los conjuntos, y para mostrárselos, voy a hacerles ver lo siguiente: A (+I +I +I), entre esos unos de la demanda, cuya significancia concreta hemos revelado, está allí o no el cero mismo?. En otros términos, cuando hablamos de fijación oral, el seno latente, el actual, aquél después del cual vuestro sujeto hace ¡ah! ¡ah! ¡ah!, ¿es mamario?. Es evidente que no porque vuestros orales que adoran dos senos, los adoran porque esos senos son falos. Y es incluso porque es posible que el seno sea también falo, que Melanie Klein lo hace aparecer enseguida como el seno del inicio, diciéndonos que después de todo es un senito más cómodo, más portátil, más delicado.

Ustedes ven que plantear estas definiciones estructurales puede llevarnos a alguna parte, en la medida en que el seno reprimido reemerge, reaparece en el síntoma, o incluso simplemente en un golpe que no hemos calificado de otra manera: en la escala perversa, la función de producir esta otra cosa que es la evocación del objeto falo.

La cosa se inscribe así:          $                  seno (a)

                                          _______    /     ________

                                            seno                falo

¿Qué es la a? Pongamos en su lugar la pelotita de ping-pong, es decir nada, cualquier cosa, cualquier soporte del juego de alternancia del sujeto en el Fort-Da. Ahí ustedes ven que no se trata estrictamente de ninguna otra cosa que del paso del falo de a+ a a- y que por ahí vemos en la relación de identificación, ya que sabemos que en lo que el sujeto asimila es él en su frustración, sabemos que la relación del  $ a ése _1 él, 1 en tanto que asumiendo la significación

A, del Otro como tal, tiene la mayor relación con la realización de la alternancia. (a X -a).

En éste producto de a X -a, que formalmente da un -a², ceñiremos porqué una negación es irreductible: cuando hay afirmación y negación, la afirmación de la negación da una negación, la negación de la afirmación también; vemos allí asomar en esta fórmula misma del -a², reencontramos la necesidad de la puesta en juego de la raíz de este producto de raíz de –I, raíz cuadrada de -1.

No se trata simplemente de la presencia ni de la ausencia del pequeño a, sino de la conjunción de los dos, del corte. Se trata de la distinción de a y de -a, y es allí que el sujeto como tal viene a alojarse, que la identificación debe hacerse con algo que es el objeto de deseo. Es por esto que el punto al que los he conducido hoy, lo verán, es una articulación que les servirá a continuación.