Obras de Winnicott: Sobre ejercer y sufrir las influencias

Sobre ejercer y sufrir las influencias

No cabe duda de que el gran obstáculo para la investigación científica de los asuntos humanos es la dificultad que tiene el hombre para reconocer la existencia y la importancia de los sentimientos inconscientes. Desde luego, la gente ha demostrado desde hace mucho su conocimiento del inconsciente; sabe que significa, por ejemplo, sentir que una idea va y viene, recuperar un recuerdo perdido, o poder recurrir a la inspiración, sea benigna o maligna. Pero existe una enorme diferencia entre esos destellos intuitivos en el reconocimiento de hechos, y la apreciación intelectual del inconsciente y su lugar en el esquema de las cosas. Se necesitó mucha valentía para descubrir los sentimientos inconscientes, un descubrimiento que siempre estar vinculado al nombre de Freud.
Se necesitó valentía porque, una vez que aceptamos el inconsciente, nos encontramos en un camino que tarde o temprano nos conduce a algo muy penoso: el reconocimiento de que por mucho que intentemos considerar la maldad, la bestialidad y las malas influencias como algo ajeno a nosotros, o que incide sobre nosotros desde afuera, al final comprobamos que, cualesquiera sean las cosas que hace la gente y las influencias que la mueven, estn en la naturaleza humana misma, de hecho, en nosotros mismos. Sin duda, puede saber lo que se llama un ambiente nocivo, pero, siempre que hayamos tenido un buen comienzo, las dificultades que encontramos para manejar ese ambiente surgen sobre todo de la existencia de conflictos básicos en nuestro interior. También de esto, el hombre tiene desde hace mucho destellos intuitivos; se podría decir que los tiene desde que el primer ser humano se suicidó.
Tampoco le resulta fácil al hombre aceptar como provenientes de su propia naturaleza las influencias y las cosas buenas que atribuye a Dios.
Por lo tanto, nuestra posibilidad de reflexionar sobre la naturaleza humana en general está bloqueada por nuestro temor a las consecuencias de lo que encontramos.
Partiendo de un reconocimiento del inconsciente, tanto como de lo consciente en la naturaleza humana, es posible estudiar provechosamente los detalles de las relaciones humanas. Un aspecto de este vastísimo tema está indicado con las palabras: sobre ejercer influencias y sufrirlas.
El estudio sobre el lugar que ocupa la influencia en la relación humana ha sido siempre de enorme importancia para el maestro, y de especial interés para el estudioso de la vida social ví la política moderna. Dicho estudio nos lleva a una consideración de los sentimientos que son más o menos inconscientes.

Hay un tipo de relación humana, cuya comprensión contribuir a elucidar algunos de los problemas de la influencia. Ese tipo de relación humana tiene sus raíces en los primeros días de vida, cuando uno de los principales contactos con otro ser humano tiene lugar en el momento de alimentarse. Junto con la alimentación fisiológica común, hay un ingerir, digerir, retener y rechazar relativo a cosas, personas y hechos en el ambiente del niño. Aunque el niño crece y se torna capaz de desarrollar otros tipos de relación, esa relación temprana persiste durante toda la vida en mayor o menor grado, y en nuestro lenguaje encontramos muchas palabras o frases que pueden utilizarse para describir una relación con el alimento o bien con personas y cosas no comestibles. Teniendo esto en cuenta, podemos encarar el problema que estamos considerando y ver quizás un poco más allá o un poco más claramente.
Sin duda, puede haber bebs insatisfechos, y también madres que deseen imperiosamente, y en vano, que su alimento sea aceptado, y resulta posible describir personas adultas, igualmente insatisfechas o que se sienten frustradas en sus relaciones con la gente.
Por ejemplo, est la persona que se siente vacía y que teme sentirse vacía, y que tiene miedo de esa cualidad particularmente agresiva que la sensación de vacío agrega a su apetito. Es posible que esa persona esté vacía por una razón conocida: la muerte de un buen amigo, la pérdida de algo valioso, o alguna causa más subjetiva que lo deprime. Esa persona necesita encontrar un nuevo objeto con el que llenarse, una persona nueva que pueda ocupar el lugar de la pérdida, un nuevo conjunto de ideas o una nueva filosofía en reemplazo de los ideales perdidos. Se observa que esa persona es particularmente susceptible a las influencias. A menos que pueda soportar esa depresión, esa tristeza, esa desesperanza, y esperar a que se produzca la recuperación espontnea, debe salir en busca de una nueva influencia o sucumbir ante cualquier influencia poderosa que se le presente.
También resulta fácil imaginar a una persona con una gran necesidad de dar, de llenar a la gente, de metérsele bajo la piel, con el fin de comprobar fehacientemente que lo que tiene para dar es bueno. Desde luego, existe una duda inconsciente con respecto a eso. Una persona de este tipo siempre tiene que estar enseñando, organizando, haciendo propaganda o saliéndose con la suya de una u otra manera mediante la influencia que ejerce sobre los actos ajenos. Como madre, esa persona tiende a sobrealimentar o a manejar a sus hijos de alguna otra manera, y existe una relación entre esta ansiosa avidez por llenar y el hambre ansioso que he descrito. Hay un temor al hombre ansioso en los demás.
No hay duda de que el impulso normal de enseñar, sigue estas mismas líneas. En alguna medida, todos necesitamos de nuestro trabajo para nuestra propia salud mental, y el maestro no menos que el médico o la enfermera. La normalidad o anormalidad de nuestro impulso es, en gran medida, una cuestión de grados de ansiedad. Pero, en general, creo que los alumnos prefieren sentir que los maestros no experimentan esta urgente necesidad de enseñar, esta necesidad de enseñar para mantener a distancia sus propias necesidades personales.
Ahora bien, resulta fácil imaginar que ocurre cuando estos extremos se tocan, y el dador frustrado se encuentra con el receptor frustrado. Se trata aquí de una persona que se siente vacía y busca ansiosamente una nueva influencia, y otra que anhela meterse dentro de alguien y ejercer influencia. En el caso extremo en que una persona se traga entera a la otra, por as decirlo, el resultado puede ser una personificación ridícula. Tal incorporacin de una persona por otra explica esa madurez espórea que encontramos a menudo, o el hecho de que una persona de permanentemente la sensación de estar actuando. Un niño que encarna a un héroe puede ser bueno, pero su bondad parece en cierto sentido inestable. Otro niño tiene una conducta mala, en la que encarna a un villano admirado y temido, pero uno siente que la maldad no es genuina, que parece compulsiva, como si el ni o estuviera representando un papel. Es comn encontrar criaturas con una enfermedad que constituye una imitación de la dolencia de otra persona que acaba de morir y por la que experimentaba profundo amor.
Se verá que esta íntima relación entre el que influye y el que sufre una influencia es una suerte de relación amorosa que fcilmente puede confundirse con algo genuino, sobre todo en el caso de las personas mismas.

Entre ambos extremos se dan la mayor a de las relaciones maestro-alumno. En ellas, al maestro le gusta ensear, y obtiene seguridad de su éxito, pero no necesita fundamentalmente de ese éxito para su propia salud mental; también el alumno puede disfrutar al recibir lo que el maestro tiene para ofrecer, sin que la ansiedad lo obligue a actuar como el maestro, a retener todo tal como le fue enseñado o a aceptar todo lo que el maestro enseña. El maestro debe poder tolerar que el alumno ponga en duda sus palabras o desconfíe de él, tal como la madre tolera las diversas manías alimenticias de sus chicos, y el alumno debe estar en condiciones de tolerar el hecho de no obtener en forma inmediata o segura lo que considera aceptable.
De todo esto se deduce que algunos de los miembros más ansiosos de la profesión docente podrían verse limitados en su trabajo práctico con sus alumnos precisamente a causa de su intensidad, pues ésta puede tomarlos incapaces de tolerar que los chicos analicen o pongan a prueba lo que se les ofrece, o su reacción inicial de rechazo. En la práctica, estas cosas resultan inevitablemente irritantes y no es posible eliminarlas, excepto por medio de una malsanía actitud dictatorial.
Idénticas consideraciones se aplican a la forma en que los padres educan a sus hijos; de hecho, cuanto antes aparece en la vida de un niño, más serio ser el efecto del sufrir y ejercer influencia cuando se lo utiliza como sustituto del amor.
Si una mujer aspira a ser madre sin tener que enfrentar jamás la necesidad infantil de defecar en el momento mismo en que el niño experimenta el agudo deseo de hacerlo, si confía en que nunca tendrá que manejar los problemas originados en el conflicto entre su conveniencia y la espontaneidad del niño, cabe pensar que su amor es muy superficial. Puede ahogar los deseos del niño, pero el resultado, aunque fuera exitoso, debera considerarse deslucido, y el éxito de este tipo puede transformarse fácilmente en fracaso, ya que la protesta inconsciente del niño podría aparecer inesperadamente en la forma de una incontinencia intratable. No ocurre lo mismo con la enseñanza?
Una buena enseñanza exige del maestro tolerancia para la frustración de su espontaneidad al dar, o al alimentar, frustración que puede experimentarse muy intensamente. Mientras aprende a comportarse de una manera civilizada, el ni o también experimenta intensas frustraciones, y lo que lo ayuda a lograr un comportamiento civilizado no son tanto los preceptos del maestro como la capacidad de aquel para soportar las frustraciones inherentes a la enseñanza.
La frustración del maestro no termina con el reconocimiento de que la enseñanza siempre es imperfecta, de que los errores son inevitables y de que a veces cualquier maestro puede mostrarse mezquino o injusto o incluso hacer cosas que están realmente mal. Mucho más difícil de soportar es el hecho de que a veces lo que se rechaza son las actitudes más pedagógicas del maestro. Los niños llevan a la situación escolar dudas y sospechas que corresponden a sus propios caracteres y experiencias, que son parte esencial de las distorsiones emocionales del desarrollo; asimismo, los niños siempre pueden deformar lo que encuentran en la escuela, porque esperan encontrar allí una repetición de su ambiente hogareño, o bien lo opuesto a éste El maestro debe soportar estas decepciones y, a su vez, el niño debe tolerar los estados de ánimo, las dificultades caracterológicas y las inhibiciones del maestro. También los maestros se levantan con el pie izquierdo algunas mañanas.
Cuanto más observamos, nos convencemos de que si los maestros y los alumnos conviven armoniosamente es porque aceptan un mutuo sacrificio de la espontaneidad y la independencia, y eso constituye una parte tan importante de la educación como la enseñanza y el aprendizaje de las materias establecidas. De cualquier modo, la educación no vale gran cosa, aun cuando las materias sean bien enseñadas, si falta esa lección, «dar y recibir», o si queda anulada por el predominio de una personalidad sobre otra. Que conclusión podemos extraer de todo esto?
Nuestras reflexiones nos han llevado, como ocurre a menudo cuando se trata de la educación, a la conclusión de que nada es más equívoco en la evaluación de m todos educativos que el simple hecho del éxito o el fracaso académico. El éxito puede significar simplemente que un niño ha descubierto que la manera más fácil de manejar a un maestro, una materia particular, o la educación en conjunto, consiste en someterse, en estar con la boca abierta y los ojos cerrados, o en tragárselo todo sin una inspección crítica. Esto es falso, porque significa que hay una negación total de dudas y sospechas muy reales. Tal estado de cosas es insatisfactorio en lo relativo al desarrollo individual, pero muy deseable para un dictador.
En nuestro análisis de la influencia y del lugar que le corresponde en la educación, hemos llegado a
comprender que la prostitución de la educación consiste en el uso erróneo de lo que casi podría considerarse el atributo más sagrado del niño: dudas sobre el yo. El dictador lo sabe muy bien, y obtiene poder ofreciendo una vida libre de toda duda. Que aburrido!.