Sobre la psicología de los procesos oníricos contin.9

Sobre la psicología de los procesos oníricos

Enseguida se nota que esta crítica es la que ha excluido todas esas ocurrencias de la comunicación y aun, antes de eso, de su devenir-concientes. Si uno puede mover a la persona en cuestión para que renuncie a esa crítica sobre sus ocurrencias y siga hilando las series de pensamientos que se presentan a raíz de esa atención sostenida, se gana entonces un material psíquico que pronto se anuda nítidamente a la idea patológica adoptada por tema, despeja sus enlaces con otras ideas y, si se lo persigue más adelante, permite sustituir la idea enfermiza por una nueva que se inserta de una manera comprensible dentro de la trama anímica. No es este el lugar para tratar por extenso las premisas en que ese experimento se basa, ni las conclusiones que pueden inferirse de su habitual buen éxito. Baste entonces con este enunciado: a raíz de cualquier idea enfermiza alcanzamos un material suficiente para su solución si dirigimos nuestra atención, precisamente, a las asociaciones «involuntarias» que «perturban nuestra reflexión» y que por lo común la crítica eliminaría como desechos sin valor. Cuando uno practica sobre sí mismo este procedimiento, el mejor modo de procurarse un apoyo para la indagación es poner enseguida por escrito las ocurrencias, incomprensibles al principio, que a uno le vienen. Ahora quiero mostrar adónde llego si aplico este método de indagación al sueño. Para ello serviría de igual manera cualquier ejemplo de sueño; no obstante, por ciertos motivos escojo un sueño propio que en el recuerdo se me aparece falto de nitidez y de sentido, y que es recomendable por su brevedad. Quizá precisamente el sueño de la noche pasada satisfaría esos requisitos. Su contenido, fijado inmediatamente después del despertar, rezaba de la siguiente manera: Una reunión de personas, banquete o «table d’ôhte(325)» … Se come espinaca … La señora E. L. está sentada a mi lado, se me consagra por entero y pone confianzudamente su mano en mi rodilla. Yo le aparto la mano poniéndome a la defensiva. Ella dice entonces: «Pero ha tenido usted siempre unos ojos tan lindos … ». Yo veo entonces de manera no nítida algo como dos ojos a guisa de dibujo o como el contorno de unas galas … Este es el sueño íntegro, o al menos todo lo que yo recuerdo de él Me parece oscuro y sin sentido, pero sobre todo extraño. La señora E. L. es una persona con quien apenas alguna vez cultivé relaciones de amistad, y que yo sepa nunca la he deseado más entrañablemente. Hace mucho tiempo que no la veo, y no creo que en los últimos días se hubiese hablado de ella. Ninguna clase de afectos acompañaron al proceso onírico. El reflexionar sobre este sueño no lo acerca a mi comprensión. Pero ahora anotaré sin propósito deliberado y sin crítica las ocurrencias que la observación de mí mismo me brinden. De inmediato caigo en la cuenta de que para ello es conveniente descomponer al sueño en sus elementos y pesquisar para cada uno de estos fragmentos las ocurrencias que se les anuden. Reunión de personas, banquete o «table d’hôte». A esto se anuda enseguida el recuerdo de una vivencia nimia que puso término a la velada de ayer. Yo partía de una pequeña reunión acompañado por un amigo que se ofreció a tomar un coche y llevarme a casa. «Prefiero un coche con taxímetro -dijo-; eso lo ocupa a uno tan agradablemente, uno siempre tiene algo a lo cual mirar». Cuando hubimos tomado asiento en el coche y el cochero acomodó el disco de suerte que pudieron verse los primeros sesenta céntimos, yo continué la broma: «Apenas hemos subido y ya le debemos sesenta céntimos. El coche con taxímetro me recuerda siempre a la table d’hôte. Me pone mezquino y egoísta, sin cesar me recuerda mi deuda. Se me antoja que esta crece demasiado rápido, y yo temo salir chasqueado, justo como en la table d’hôte no puedo defenderme de una cómica aprensión, la de que me dan demasiado poco, que tendría que afanarme por sacar provecho». En un contexto más alejado a lo dicho, yo cito: «Ihr führt ins Leben uns hinein, Ihr lasst den Armen schuldig werden». Una segunda ocurrencia sobre la table d’hôte: Unas semanas antes, en la mesa de restaurante de un paraje de las montañas del Tirol, me fastidié muchísimo con mi querida esposa porque ella no fue bastante reservada respecto de unos vecinos con quienes yo no quería trabar relación en absoluto. Le rogué que se ocupara más de mí que del extraño. Por cierto, es como si yo en la «table d’hôte» hubiera salido chasqueado. Ahora se me ocurre la oposición entre el comportamiento de mi esposa en aquella mesa y el de la señora E. L. en el sueño, que se me consagra por entero. Y más: ahora reparo en que el proceso onírico es la reproducción de una pequeña escena, semejante punto por punto, que tuvo lugar entre mi esposa y yo en la época en que yo la pretendía secretamente. La caricia bajo el mantel fue la respuesta a una carta mía de serio requerimiento. En el sueño, empero, mi esposa está sustituida por la extraña E. L. ¡La señora E. L. es la hija de un hombre a quien yo he debido dinero! No puedo menos que reparar en que ahí se descubre un insospechado nexo entre los fragmentos del contenido del sueño y mis ocurrencias. Si avanzo por la cadena de asociaciones que parte de un elemento del contenido del sueño, pronto me veo reconducido a otro elemento de él. Mis ocurrencias sobre el sueño establecen conexiones que en el sueño mismo no son visibles. Cuando alguien espera que otro se afane por procurarle provecho sin extraer de ello un provecho propio, ¿acaso no suele preguntársele irónicamente a ese cándido: «Cree usted que esto o aquello le será dado por sus lindos ojos»? Hete aquí, entonces, que el dicho de la señora E. L. en el sueño, «Es que ha tenido usted siempre unos ojos tan lindos», no significa sino esto: «A usted la gente siempre le ha dado todo por amor; usted lo ha tenido todo gratis». Lo contrario es, desde luego, lo cierto: Todo lo más o menos bueno que otros me concedieron, yo lo he pagado caro. Por eso, buena impresión tiene que haberme causado el que ayer yo tuviera gratis el coche en que mi amigo me llevó a casa. Además, el amigo en cuya casa fuimos ayer los huéspedes me ha hecho muchas veces su deudor. No hace mucho dejé pasar, sin aprovecharla, una oportunidad de retribuirle. De mí tiene un único obsequio, un plato antiguo sobre el que se han pintado por doquier unos ojos; es uno de los llamados occhiale para defenderse del malocchio. Además, él es médico oculista. En esa misma velada le pregunté por una paciente que le había enviado para que le recetase gafas. Según observo, casi todos los fragmentos del contenido del sueño se han acomodado dentro de la nueva trama. No obstante, para ser consecuente podría preguntar todavía: ¿Por qué en el sueño se come justamente espinaca? Porque espinaca me recuerda una pequeña escena que ocurrió hace poco en nuestra mesa familiar cuando uno de mis hijos -precisamente aquel de quien con derecho pueden alabarse los lindos ojos- se negó a comer espinaca. Yo mismo, de niño, hacía lo propio; la espinaca fue para mí, durante largo tiempo, un horror, hasta que más tarde mi gusto cambió y esta legumbre se alzó a la condición de plato predilecto. La mención de este plato establece, pues, un acercamiento entre mi juventud y la de mí hijo. «Date por contento de tener espinaca», reconvino la madre al pequeño gourmet. «Hay niños que se darían por bien satisfechos con espinaca». Así me son recordados los deberes de los padres hacia sus hijos. Las palabras de Goethe: «Ihr führt ins Leben uns hineín, Ihr lasst den Armen schuldig werden» cobran en este contexto un nuevo sentido. Haré un alto aquí para echar una ojeada panorámica sobre los resultados obtenidos en el análisis del sueño. Siguiendo las asociaciones que se anudaron a los elementos singulares del sueño, desprendidos de su trama, he llegado a una serie de pensamientos y de recuerdos en que me vi forzado a reconocer importantes exteriorizaciones de mi vida anímica. Este material, hallado mediante el análisis del sueño, está en relación estrecha con su contenido; no obstante, esa relación es de tal índole que lo nuevo que hallé nunca habría podido discernirlo a partir del contenido del sueño. Este era falto de afectos, inconexo e incomprensible; en cambio, mientras yo iba desenvolviendo los pensamientos que había tras el sueño, sentí mociones afectivas intensas y bien fundadas; los pensamientos mismos se compaginan destacadamente en cadenas de conexión lógica en las que ciertas representaciones aparecen repetidas veces como centrales. Así, los opues tos interés-desinterés, los elementos ser deudor y tener gra tis, son representaciones centrales de este tipo, no subrogadas como tales en el sueño. Dentro del tejido que el análisis descubrió, yo podría estirar más los hilos y mostrar entonces que ellos convergen a un único punto nodal; pero miramientos de naturaleza no científica, sino privada, me impiden exhibir en público este trabajo. Tendría que dejar traslucir demasiadas cosas que mejor me guardo en secreto, pues se me pusieron en claro, por el camino hacia esta solución, toda suerte de cuestiones que de mal grado me confieso a mí mismo. Ahora bien, ¿por qué no escogí de preferencia otro sueño cuyo análisis se prestase mejor a ser comunicado, y así despertara mayor convencimiento sobre el sentido y la trama del material descubierto por análisis? He aquí la respuesta: porque todo sueño del que quisiera ocuparme me llevaría a esas mismas cosas de difícil comunicación y me pondría en idéntico caso de forzarme a guardar discreción. Y tampoco evitaría esta dificultad trayendo para el análisis el sueño de otro, a menos que las circunstancias permitiesen, sin perjuicio para quien se ha confiado a mí, dejar caer todos los velos. La concepción que ahora se me impone desemboca en esto: el sueño es una suerte de sustituto de aquellas ilaciones de pensamiento rebosantes de afecto y ricas de sentido que yo he alcanzado tras un análisis completo. Todavía no conozco el proceso que de estos pensamientos ha hecho nacer al sueño, pero bien veo que es equivocado tildarlo como un proceso puramente corporal, falto de significado psíquico, que nacería por la actividad aislada de grupos singulares de células del cerebro despertadas del dormir. Dos cosas he de apuntar todavía: que el contenido del sueño es mucho más breve que los pensamientos de los cuales lo considero el sustituto, y que el análisis ha revelado que el suscitador del sueño fue un acontecimiento nimio de la velada anterior al soñar. Desde luego, no extraeré una conclusión de tan vasto alcance teniendo ante mí un único análisis de sueño. Pero si la experiencia me ha mostrado que, persiguiendo las asociaciones con abandono de toda crítica, desde cualquier sueño puedo llegar a una cadena tal de pensamientos, entre cuyos elementos retornan los ingredientes del sueño, y que están interconectados de manera correcta y plena de sentido, debería resignarse sin dilación la mínima sospecha de que las tramas observadas la primera vez pudieran ser fruto del azar. Me juzgo autorizado, entonces, a fijar la nueva intelección mediante un nombre. Al sueño, tal como se me aparece en el recuerdo, lo contrapongo al material correspondiente hallado por análisis; llamo al primero contenido manifiesto del sueño, y al segundo -para empezar, sin más distingos-, contenido latente del sueño. Me encuentro entonces frente a dos nuevos problemas, no formulados hasta ahora: 1) ¿Cuál es el proceso psíquico que ha trasportado el contenido latente del sueño a su contenido manifiesto, que me es conocido por el recuerdo?, y 2) ¿Cuál es el motivo o los motivos que han requerido esa trasposición? Al proceso de mudanza del contenido latente del sueño en su contenido manifiesto lo llamaré trabajo del sueño. Al correspondiente de ese trabajo, que realiza la trasmudación opuesta, lo conozco ya como trabajo de análisis. En cuanto a los otros problemas relativos al sueño, los interrogantes por sus suscitadores, por el origen del material onírico, por el eventual sentido del sueño y la función del soñar, y por las razones que provocan el olvido del sueño, no los elucidaré en el contenido manifiesto del sueño sino en este nuevo que hemos adquirido, el latente. Puesto que yo atribuyo a la ignorancia del contenido latente del sueño, que sólo puede revelarse mediante análisis, todas las indicaciones contradictorias y todas las equivocaciones que sobre la vida onírica hallamos en la bibliografía, en lo que sigue pondré el máximo cuidado para no confundir el sueño manifiesto con los pensamientos oníricos latentes. III La mudanza de los pensamientos oníricos latentes en el contenido manifiesto del sueño merece nuestra atención plena como el primer ejemplo llegado a nuestro conocimiento de trasposición de un material psíquico de una manera de expresión a otra, de una que nos resulta comprensible sin más a otra en cuya comprensión sólo podemos penetrar con guía y esfuerzo, aunque tiene que admitírsela, también a ella, como operación de nuestra actividad anímica. Atendiendo a las relaciones entre su contenido manifiesto y el latente, los sueños admiten ser clasificados en tres categorías. Podemos distinguir, en primer lugar, los sueños que poseen pleno sentido y son al mismo tiempo comprensibles, vale decir, se dejan insertar sin mayor objeción dentro de nuestra vida anímica. De esos sueños hay muchos; las más de las veces son breves y en general nos parecen poco dignos de nota, pues les falta todo lo que mueva a asombro o a extrañeza. Su ocurrencia es, además, un fuerte argumento en contra de la doctrina que atribuye el origen del sueño a una actividad aislada de unos grupos singulares de células del cerebro; faltan en esos sueños todos los rasgos de una actividad psíquica disminuida o fragmentada y, no obstante, no se da el caso de que les objetemos su carácter de sueños ni los confundamos con los productos de la vigilia. Forman un segundo grupo aquellos sueños que son, por cierto, coherentes en sí mismos y poseen un sentido claro, pero producen un efecto extraño, porque no sabemos colocar este sentido dentro de nuestra vida anímica. Tal es el caso si soñamos, por ejemplo, que un pariente amado ha muerto de peste, cuando en verdad no tenemos razón alguna para una expectativa, una preocupación o una conjetura así, y nos preguntamos maravillados: ¿Cómo he dado con esta idea? Al tercer grupo, por último, pertenecen aquellos sueños a los que ya les falta sentido y comprensibilidad, que parecen incoherentes, confusos y disparatados. La abrumadora mayoría de los productos de nuestro soñar exhiben estos caracteres, que han dado pie al menosprecio por los sueños y a la teoría médica que los considera el producto de la actividad anímica restringida. Sobre todo en las composiciones oníricas más largas y complicadas, rara vez están ausentes las notas más evidentes de la incoherencia. La oposición entre contenido latente y contenido manifiesto sólo tiene importancia, desde luego, para los sueños de la segunda categoría y, con mayor propiedad todavía, para los de la tercera. Aquí se presentan los enigmas que únicamente se desvanecen cuando se ha sustituido el sueño manifiesto por el contenido de pensamientos latentes, y en un ejemplo de esta clase, en un sueño confuso e incomprensible, ejercitamos también el análisis que precedió. Ahora bien, muy a pesar nuestro, tropezamos con motivos que nos movieron a defendernos, a no tomar un conocimiento cabal de los pensamientos oníricos latentes, y por la repetición de idénticas experiencias estaríamos autorizados a formular la conjetura de que entre el carácter incomprensible y confuso del sueño y las dificultades que ofrece la comunicación de los pensamientos oníricos media un nexo íntimo y ajustado a ley. Antes de que exploremos la naturaleza de ese nexo, convendrá dirigir nuestro interés a los sueños de la primera categoría, los que se comprenden con facilidad, en los cuales contenido manifiesto y latente coinciden, y por ende el trabajo del sueño parece no haber intervenido. La indagación de estos sueños es recomendable también desde otro punto de vista. En efecto, los sueños de los niños son de tal índole -plenos de sentido y no extraños- que, digámoslo de pasada, aportan una nueva refutación al intento de reconducir el sueño a una actividad cerebral disociada mientras se está dormido, pues, ¿por qué ese rebajamiento de las funciones psíquicas se contaría entre los caracteres del estado del dormir en el adulto, mas no en el niño? Ahora bien, nos es lícito, con pleno derecho, confiar en que el esclarecimiento de procesos psíquicos en el niño, donde quizás estén simplificados a lo esencial, demostrará ser un indispensable trabajo preparatorio para la indagación de la psicología del adulto. Por tanto, comunicaré algunos ejemplos de sueños que he recopilado de niños. Una niña de diecinueve meses debió guardar ayuno todo un día porque había vomitado por la mañana y, según lo dicho por la niñera, se había indigestado con fresas. La noche que siguió a ese día de hambre se la oyó decir en sueños su nombre y agregar: «Er(d)beer, Hochbeer, Eier(s)peis, Papp». Sueña, entonces, que come, y de su menú destaca precisamente aquello que en los días inmediatos, según supone, le será mezquinado. De parecida manera sueña c on un goce frustrado un varoncito de veintidós meses que, el día antes, se había visto forzado a ofrendar a su tío una cesta rebosante de frescas cerezas, de las que, desde luego, le dejaron probar sólo algunas. Despierta con esta gozosa comunicación: «He(r)mann alle Kirschen aufgessen!». Una niñita de tres años y tres meses había dado durante el día un paseo por el lago que seguramente le pareció corto, pues se echó a llorar cuando debió desembarcar. A la mañana siguiente contó que durante la noche había viajado por el lago; prosiguió, pues, el interrumpido paseo. – Un varón de cinco años y tres meses pareció quedar poco satisfecho de una excursión por la comarca del Dachstein; quería :saber, cada vez que se divisaba un nuevo monte, si ese era el Dachstein, y después se negó a sumarse a una caminata hasta una caída de agua. Su comportamiento se atribuyó a fatiga, pero se explicó mejor cuando, a la mañana siguiente, contó su sueño: Había escalado el Dachstein. Es evidente, había esperado que el escalamiento del Dachstein sería la meta de la excursión y se contrarió al no ver el anhelado monte. En el sueño recuperó lo que el día no quiso brindarle. – Idénticamente procedió el sueño de una niña de seis años cuyo padre, por lo avanzado de la hora, hubo de interrumpir un paseo antes de alcanzada la meta. De regreso le saltó a la vista un cartel indicador que nombraba otro lugar de excursión, y el padre le había prometido que otro día la llevaría también ahí. A la mañana siguiente recibió a su padre con la comunicación de que por la noche soñó que el padre había estado con ella en un lugar y también en el otro. Lo común a estos sueños infantiles salta a la vista. Cumplen cabalmente deseos que se avivaron durante el día y quedaron incumplidos. Son simples, y no disfrazados, cumplimientos de deseo. No otra cosa que un cumplimiento de deseo es, asimismo, el siguiente sueño infantil, a primera vista no del todo comprensible. Una niña que todavía no tenía cuatro años fue llevada desde el campo a la ciudad a causa de una afección poliomielítica y pernoctó en casa de una tía sin hijos, en una cama grande -en extremo grande, desde luego, para ella-. A la mañana siguiente informó que había soñado que la cama le quedaba tan chica que no cabía en ella. La solución de este sueño como sueño de deseo se obtiene con facilidad si se recuerda que «ser grande» es un deseo, a menudo también expreso, de los niños. El grandor de la cama le hacía presente a la agrandada niña su pequeñez, remarcándosela en demasía; por eso corrigió en el sueño esa proporción que le disgustaba, y se hizo tan grande que aun esa gran cama le quedaba demasiado chica. Por más que el contenido de los sueños infantiles se complique y sutilice, es en todos los casos evidente que ha de concebírselos como cumplimientos de deseo. Un muchacho de ocho años soñó que viajaba con Aquiles en el carro de guerra, y Diomedes era el auriga. Pudo demostrarse que días antes se había absorbido en la lectura de unas sagas de héroes griegos; fácil es comprobar que tomó a esos héroes por modelo y lamentaba no vivir en aquella época. De esta pequeña recopilación resalta, de inmediato, un segundo carácter de los sueños infantiles: su nexo con la vida diurna. Los deseos que en ellos se cumplen quedaron pendientes del día, por regla general de la víspera, y en el pensamiento de vigilia estuvieron provistos de una intensa tonalidad de sentimiento. Lo inesencial e indiferente, o lo que al niño tiene que parecerle tal, no ha hallado acogida ninguna en el contenido del sueño. También en adultos pueden recopilarse numerosos ejemplos de tales sueños de tipo infantil, que, empero, como dijimos, las más de las veces son de sucinto contenido. Una serie de personas responden regularmente al estímulo nocturno de sed con el sueño de que beben, que así aspira a quitar del medio el estímulo y a proseguir el dormir. En muchos hombres hallamos tales sueños de comodidad a menudo antes del despertar, cuando se ven requeridos a levantarse. Sueñan entonces que ya están levantados, frente al lavabo, 0 ya se encuentran en la escuela, en la oficina, etc., dondequiera que deban estar a una hora fija. La noche anterior a un viaje proyectado no rara vez se sueña que se ha llegado al lugar de destino; antes de una representación teatral, de una reunión social, no pocas veces el sueño anticipa -impaciente, por así decirlo- el contento esperado. En otras oportunidades el sueño expresa el cumplimiento de deseo en un grado más indirecto; hace falta todavía establecer un vínculo, una relación de consecuencia, y por tanto el esbozo de un trabajo de interpretación, para reconocer ese cumplimiento de deseo. Así, un hombre me cuenta el sueño de su joven mujer: Le ha venido el período. No puedo menos que pensar que el período no llega, y por eso la joven señora espera inquieta un embarazo. Entonces, la comunicación del sueño es un anuncio de embarazo, y el sentido del sueño es que muestra cumplido el deseo de que el embarazo se retrase todavía un tiempo. En circunstancias desacostumbradas y extremas tales sueños de carácter infantil son particularmente frecuentes. El jefe de una expedición al polo, por ejemplo, informa que los hombres de su destacamento, durante el período de invernada en medio de los hielos, con su monótona dieta y sus magras raciones, soñaban regularmente, como los niños, con grandes banquetes, montañas de tabaco, y que estaban en casa. No es inusual que de un sueño largo, complicado y confuso en general, se destaque un fragmento particularmente claro que contiene un inequívoco cumplimiento de deseo, pero está soldado con otro material incomprensible, Si uno hace repetidas veces el experimento de analizar también los sueños en apariencia trasparentes de adultos, averigua, para su sorpresa, que raramente son tan simples como los sueños infantiles, y que tal vez tras cierto [evidente] cumplimiento de deseo ocultan otro sentido. Sería, es claro, una solución simple y satisfactoria del enigma de los :sueños que el trabajo de análisis llegara a posibilitarnos reconducir también los sueños sin sentido y confusos de adultos al tipo infantil del cumplimiento de un deseo que durante el día se sintió con intensidad.