Obras de S. Freud: Sueños típicos

Sueños típicos

En general, no podemos interpretar el sueño de otro si no quiere revelarnos los pensamientos inconcientes que están tras el contenido onírico, lo cual perjudica gravemente la aplicabilidad práctica de nuestro m todo de interpretación de los sueños. Ahora bien, por directa oposición a la libertad de que en lo demás goza el individuo para imprimir a su mundo onírico un cu o personal y así sustraerlo a la comprensión de los otros, hay una cierta cantidad de sueños que casi todos han soñado del mismo modo y de los que solemos suponer que también tienen en todos el mismo significado. Estos sueños típicos suscitan un interés particular, además, porque puede conjeturarse que en todos los seres humanos brotan de las mismas fuentes, y por tanto parecen particularmente apropiados para procurarnos esclarecimiento acerca de las fuentes del sueño. Por eso procedimos, con muy grandes esperanzas, a ensayar nuestra técnica de interpretación en estos sueños típicos, y muy a nuestro pesar debimos cofesa⁡rnos que nuestro arte no da buenos resultados precisamente en este material. En la interpetación de los sueños típicos fallan, por regla general, las ocurrencias del soñante, que en los otros casos nos encaminaron a la comprensión del sueño; o se vuelven oscuras e insuficientes, de tal modo que no podemos resolver nuestra tarea con su ayuda.

La razón de esto y el modo en que bemol de salvar esta falla de nuestra técnica se expondrán más adelante Entonces comprender el lector que yo pueda tratar aquí sólo algunos sueños del grupo de los típicos y posponga para un contexto posterior la elucidación de los otros. ( a ) El sueño de turbación por desnudez. El sueño de estar desnudo o mal vestido en presencia de un extraño se presenta a veces con el agregado de que eso no produjo vergenza, etc. Pero el sueño de desnudez sólo nos interesa cuando en él se siente vergenza y turbación, queremos escapar u ocultarnos y en eso sufrimos una extraña inhibición: no podemos movernos del sitio y nos sentimos impotentes para modificar la situación penosa. Sólo con esta conexin es típico el sueño; el núcleo de su contenido, en lo demás, puede incluirse en los más variados contextos y combinarse con agregados individuales. Lo esencial [en su forma típica] es la sensación penosa, la vergenza que provoca querer ocultar la desnudez (casi :siempre por la locomoción) y no poder hacerlo. Creo que la mayoría de mis lectores ya se habrán encontrado en sueños en esta situación. Por lo común, la índole de la desnudez es poco clara. Omos contar, por ejemplo, Yo estaba en camisón, pero rara vez es esta una imagen nítida; casi siempre la ausencia de vestidos es tan indeterminada que se la refiere mediante una alternativa: Estaba en camisón o en enaguas. Por regla general, la falta de ropas no es tan grave que parezca justificar la vergenza sobreviniente. En los que llevan uniforme militar, la desnudez es muchas veces remplazada por una contravención a la ordenanza: Voy sin sable por la calle y veo que unos oficiales se me acercan, o estoy sin corbatn, o llevo un pantal n civil a cuadros, etc. Las personas ante las cuales nos avergonzamos son casi siempre extraos cuyos rostros quedan indeterminados. A nadie le sucede en el sueño típico que lo reprendan por ese modo de ir vestido que lo turba, ni aun que se lo hagan notar. Todo lo contrario, las personas muestran completa indiferencia o, como pude percibirlo en un sueño particularmente claro, ponen en su gesto un ceremonioso envaramiento. Esto es sugerente. La turbación por vergüenza del que sueña y la indiferencia de la gente se combinan para formar una contradicción, como es harto común en el sueño. Lo único adecuado a la sensación del soñante ser a que los extraños lo mirasen con asombro y se riesen de él, o le mostrasen indignación. Ahora bien, opino que este rasgo chocante ha sido eliminado por el cumplimiento de deseo, mientras que el otro, mantenido por algún poder, permanece, y as los dos fragmentos armonizan mal entre sí . Poseemos un interesante testimonio de que este sueño, en su forma parcialmente desfigurada {dislocada} por el cumplimiento de deseo, no ha sido bien entendido. En efecto, se ha convertido en la base de un cuento que todos conocemos en la versión de Andersen (El vestido nuevo del emperador) y que hace muy poco L. Fulda reelabor poéticamente en su [cuento de hadas dramático] Der Talisman. Andersen narra que dos impostores tejían un rico vestido para el emperador, que sera visible Sólo para los súbditos buenos y fieles. El emperador se pase con ese vestido invisible y, atemorizados por la virtud reveladora de la tela, todos hicieron como que no reparaban en su desnudez. Ahora bien, esta última es la situación de nuestro sueño. No hace falta mucha audacia para suponer que el contenido onírico no entendido proporcion una incitación para inventar un modo de vestimenta dentro del cual adquiere pleno sentido la situación que se presenta al recuerdo. Así se quita a esta su significado originario y se la pone al servicio de fines ajenos. Pero llegaremos a saber que ese malentendido del contenido onírico se produce las más de las veces por la actividad mental conciente de un segundo sistema psíquico, y ha de verse en él un factor para la configuración definitiva del sueño; sabremos, además, que en la formación de ideas obsesivas y de fobias tales malentendidos -aun dentro de la misma personalidad desempeñan un papel principal. También respecto de nuestro sueño puede indicarse el lugar de donde se tomó el material para la reinterpretación. El impostor es el sueño, el emperador es el soñante mismo, y la tendencia moralizante deja traslucir un oscuro saber de que en el contenido onírico latente están en juego deseos no permitidos, sacrificados a la represión. El contexto en que emergen tales sueños durante mis análisis de neuróticos no me deja duda alguna, en efecto, de que en la base del sueño hay un recuerdo de la primera infancia. sólo nuestra infancia fue el tiempo en que familiares, ni eras, sirvientas y visitas nos vieron sin ropas, y en esa época no nos avergonzábamos de nuestra desnudez. En muchos niños puede observarse, incluso a edad no tan temprana, que su desnudez les produce como una embriaguez en lugar de avergonzarlos. R en, dan saltos en derredor, se golpean el cuerpo, hasta que la madre o quien esté presente los reprende por ello diciéndoles: Epa, eso es un escándalo, no se hace. Es frecuente que los niños muestren apetencia de exhibición; apenas puede irse a una aldea cualquiera de nuestra campa a sin encontrar a un pequeño de dos a tres años que no se levante la camisita frente al que pasa, como en su honor. Uno de mis pacientes ha conservado en su memoria conciente una escena de cuando tena ocho años: despus de quitarse la ropa para irse a dormir, quiso entrar bailoteando en camisa a la habitación de su hermanita, vecina de la suya, y una persona de servicio se lo prohibi. En la historia infantil de ciertos neur ticos el desnudarse frente a niños del otro sexo cumple importante papel; en la paranoia, la obsesión de que a uno lo observan cuando se viste o se desviste ha de reconducirse a esas vivencias; entre los perversos existe una clase, la de los exhibicionistas , en que este impulso infantil se ha elevado a la condicin de s ntoma. Esta infancia desprovista de vergenza nos aparece, cuando después miramos atrás, como un para so; y el paraso mismo no es más que la fantasía colectiva de la infancia del individuo. Por eso También en el paraso los hombres están desnudos y no se avergenzan unos de otros, hasta el momento en que despiertan la vergüenza y la angustia, ellos son expulsados de all y comienzan la vida sexual y el trabajo de la cultura. Ahora bien, a ese para so puede el sueño hacernos retroceder todas las noches; ya he formulado la conjetura de que las impresiones de la primera infancia (del período prehistrico hasta cumplido el tercer año, más o menos), en s y por s, quizá sin que importe ya su contenido, demandan reproducciones y, por tanto, su repetición es cumplimiento de un deseo. Los sueño s de desnudez son entonces sueños de exhibición. El núcleo del sueño de exhibición lo forman la figura propia, no vista como la de un ni o sino tal como es en el presente, y la falta de vestido, que aparece desdibujada por la superposicin de tantos recuerdos posteriores de descuido en el vestir o por obra de la censura. Y a ello se suman las personas frente a las cuales nos avergonzamos. No conozco ning n ejemplo en que reaparezcan en el sueño los espectadores reales de aquellas exhibiciones infantiles. Es que el sueño casi nunca constituye un simple rec uerdo. Y cosa notable: las personas a que se dirigi en la infancia nuestro interés sexual son omitidas en todas las reproducciones del sueño, de la histeria y de la neurosis obsesiva; Sólo la paranoia reinstala a los espectadores y, aunque permanezcan inv isibles, con fantica convicción infiere su presencia. Lo que el sueño pone en su lugar, muchas personas extra as que no hacen caso del espectculo que se les ofrece, es precisamente el opuesto de deseo de aquella nica persona, bien familiar, a quien se ofrece el desnudamiento. Además, es frecuente que aparezcan en los sueños muchas personas extrañas en cualquier otro contexto; siempre significan, en cuanto opuesto de deseo, secreto