Obras de S. Freud: Surgimiento de las hipótesis fundamentales de Freud

Surgimiento de las hipótesis fundamentales de Freud

[Con este primer trabajo suyo sobre las neuropsicosis de defensa, Freud dio expresión pública -si no de manera directa, al menos implícitamente- a muchas de las nociones teóricas fundamentales sobre las cuales descansaría toda su obra posterior. Recordemos que fue escrito en enero de 1894, un año después de que apareciera la «Comunicación preliminar» (1893a) y un año antes de que quedara concluida la porción principal de Estudios sobre la histeria ( 1895d) y la contribución teórica de Breuer a ese volumen. Así pues, en la época en que escribió este trabajo, Freud estaba profundamente dedicado a su primera serie de investigaciones psicológicas. De ellas habrían de surgir varias inferencias para la labor clínica, y, por detrás de estas, algunas hipótesis más generales que conferirían coherencia a los hallazgos clínicos. Pero pasarían otros seis meses luego de la publicación de Estudios sobre la histeria (en el otoño de 1895) antes de que Freud hiciera un primer intento de exposición sistemática de sus concepciones teóricas; y ese intento, el «Proyecto de psicología» (1950a [1895]), quedó inconcluso y no fue dado a publicidad por su autor. Vio la luz más de medio siglo después, en 1950. Entretanto, el estudioso interesado en tales concepciones teóricas debió entresacar lo que pudiera de las elucidaciones, discontinuas y a veces oscuras, que ofreció Freud en varios momentos posteriores de su carrera. Por lo demás, la única exposición amplia de sus teorías -los trabajos metapsicológicos de 1915- sólo sobrevivió fragmentariamente, ya que siete de los doce trabajos que la componían se perdieron (cf. AE, 14, págs. 101-4).

En su «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), Freud declaró que la «doctrina de la represión» (o de la defensa, nombre con que también la designó) «es ahora el pilar fundamental sobre el que descansa el edificio del psicoanálisis, su pieza más esencial» (AE, 14, pág. 15). En el presente trabajo aparece de hecho el término «defensa» y encontramos la primera consideración efectiva de esa doctrina, aunque ya le habían sido dedicadas una o dos oraciones en la «Comunicación preliminar» (AE, 2, pág. 36) y en la conferencia sobre el mismo tema .

Sin embargo, esta hipótesis clínica de la defensa estaba, a su vez, forzosamente basada en supuestos más generales, uno de los cuales es explicitado en el penúltimo párrafo. A este supuesto conviene denominarlo teoría de la «investidura» («Besetzung»), si bien este nombre le fue aplicado en una fecha algo posterior. No hay quizá ningún otro pasaje de las publicaciones de Freud en que reconozca tan manifiestamente la necesidad de esta, la más fundamental de sus hipótesis: «en las funciones psíquicas cabe distinguir algo (monto de afecto, suma de excitación) que tiene todas las propiedades de una cantidad [ … ]; algo que es susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga… ». La noción de una «cantidad desplazable» estaba implícita, desde luego, en todas sus elucidaciones teóricas previas. Como él mismo lo señala en algún pasaje, era el sustrato de la doctrina de la abreacción, la base indispensable del principio de constancia (que enseguida examinaremos), y estaba en juego cada vez que Freud empleaba frases tales como «la suma de excitación que sobre ella {la representación} gravita», «provisto de cierto valor afectivo» (1893c), AE, 1, pág. 209, «grupo de representación sexual dotado de energía» (1895b), expresiones antecesoras todas ellas de lo que luego sería el término canónico: «investir», «investidura». Ya en su prólogo a su primera traducción de Bernheim (Freud (1888-89), AE, 1, pág. 90, había hablado de «alteraciones en la excitabilidad» del sistema nervioso.

Este último ejemplo nos recuerda, empero, que existe otra complicación. Unos dieciocho meses después de escribir este trabajo, Freud envió a Fliess el notable escrito fragmentario conocido como «Proyecto de psicología», antes citado. Allí se halla por primera y última vez un examen cabal de la hipótesis de la investidura, y ese examen trae a luz claramente algo que se olvida con excesiva facilidad: durante todo este período, Freud parece haber considerado esos procesos de investidura psíquica como sucesos materiales. En el «Proyecto» se establecen dos supuestos básicos; el primero es el de la validez de un reciente descubrimiento de la histología: que el sistema nervioso consiste en cadenas de neuronas; el segundo estipula que la excitación de las neuronas debía concebirse como «una cantidad sometida a la ley general del movimiento» (AE, 1, pág. 339). Combinándolos a ambos, se obtiene «la representación de una neurona investida, que está llena con cierta cantidad, y otras veces puede estar vacía» (AE, 1, pág. 342). Pero si bien así se definía a la investidura primordialmente como un fenómeno neurológico, la situación no era del todo simple. Hasta poco tiempo atrás, Freud había centrado su interés en la neurología, y ahora, cuando sus pensamientos se iban apartando más y más hacia la psicología, su primer empeño se cifró, como es natural, en conciliar sus dos intereses.

Freud creía posible enunciar los hechos de la psicología en términos neurológicos, y sus esfuerzos en tal sentido culminaron precisamente en el «Proyecto». La tentativa fracasó; el «Proyecto» fue abandonado, y en los años siguientes haría escasa referencia a la base neurológica de los sucesos psicológicos, salvo en relación con el problema de las «neurosis actuales», en su primer trabajo sobre la neurosis de angustia (1 895b). No obstante, esta desestimación de la neurología no entrañó una total revolución. Sin duda, al construir sus formulaciones e hipótesis en términos neurológicos, Freud lo había hecho con la mirada a medias puesta en los sucesos psicológicos, y cuando llegó el momento de desprenderse de la neurología resultó que la mayor parte del material teórico era aplicable (y, en verdad, con más coherencia) a fenómenos puramente psíquicos.

Estas consideraciones incumben al concepto de «investidura», que en todos los escritos posteriores de Freud -incluso en el capítulo VII, teórico, de La interpretación de los sueños(1900a)- tuvo un significado por completo extraño a lo físico. También incumben a una hipótesis ulterior, que apela al concepto de investidura y que dio en llamarse «principio de constancia».

También esta fue aparentemente, en su origen, una hipótesis fisiológica; en el «Proyecto» (AE, 1, pág. 340) se la llama «el principio de la inercia neuronal», según el cual las neuronas procuran aliviarse de 19 cantidad». Veinticinco años más tarde el principio es enunciado en términos psicológicos en Más allá del principio de placer (1920g): «el aparato anímico se afana por mantener lo más baja posible, o al menos constante, la cantidad de excitación presente en él» (AE, 18, págs. 8-9). En el trabajo que nos ocupa no se lo formula expresamente, aunque está tácito en varios puntos. Ya lo había insinuado en la conferencia sobre los mecanismos psíquicos de los fenómenos histéricos (1893h) -aunque no en la «Comunicación preliminar» (1893a)- y en el trabajo en francés sobre las parálisis histéricas (1893c), AE, 1, pág. 209.

Asimismo, lo expuso con toda claridad en un bosquejo póstumo de la «Comunicación preliminar» intitulado «Sobre la teoría del ataque histérico» (1940d), que lleva por fecha «fines de noviembre de 1892»; con anterioridad, Freud se había referido a él en una carta a Breuer datada el 29 de junio de 1.892 (1941a) e, implícitamente, en una nota al pie de su traducción de leçons du mardi, de Charcot (Freud, 1892-94), AE, 1, págs. 171-2). Más tarde, el principio fue expuesto en varias oportunidades; Breuer lo hizo, verbigracia, en su contribución teórica a Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, págs. 208-9, y Freud en «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE, 14, págs. 114-7, y en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 9, 26 y sigs. y 54, donde lo bautiza por primera vez como «principio de Nirvana».

En el presente trabajo se hallará también -aunque, una vez más, de manera implícita- otro principio no menos fundamental que el de constancia en el arsenal psicológico de Freud: el principio de placer. Al comienzo, pensó que ambos estaban íntimamente ligados y eran quizás idénticos. En el «Proyecto» se lee: «Siendo consabida para nosotros una tendencia de la vida psíquica, la de evitar displacer, estamos tentados a identificarla con la tendencia primaria a la inercia. Entonces, displacer se coordinaría con una elevación del nivel de la cantidad [ … ].

Placer sería la sensación de descarga» (AE, 1, pág. 386). No fue sino mucho después, en «El problema económico del masoquismo» (1924c), AE, 19, págs. 165-7, cuando Freud demostró la necesidad de distinguir entre los dos principios. El curso que siguieron sus cambiantes opiniones sobre este asunto se sigue en detalle en una nota al pie que agregué en «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE, 14, págs. 116-7.

Otro interrogante que podría plantearse es hasta qué punto estas hipótesis fundamentales eran originales de Freud y hasta qué punto derivaban de pensadores que influyeron en él. Muchas posibles fuentes se han sugerido: Helmholtz, Herbart, Fechner, Meynert, entre otros. Pero este no es el lugar para abordar un problema de tan vastos alcances. Baste decir que ha sido examinado en forma exhaustiva por Ernest Jones en su biografía de Freud (Jones, 1953, págs. 405-15).

Tal vez debamos añadir unas palabras acerca de un tema que aparece particularmente en el penúltimo párrafo de este trabajo: la aparente equiparación que allí se hace entre las expresiones «monto de afecto» {«Affektbetrag»} y «suma de excitación» {«Erregungssumme»}.

¿Las utiliza Freud como equivalentes? Su elucidación de los afectos en la 25º de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, págs. 360-1, y el uso que da a esta palabra en «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 174-5, así como en otros numerosos pasajes, muestra que en general entendía por «afecto» más o menos lo mismo que por «sentimiento» {«feeling»} o «emoción» {«emotion»}. «Excitación», en cambio, es uno de varios términos que parece emplear para describir la desconocida energía de investidura. En el «Proyecto», como vimos, la llama simplemente «cantidad». En otros sitios utiliza «intensidad psíquica» -cf., p. ej., «A propósito de las críticas a la «neurosis de angustia»» ( 18951 ), y «Sobre los recuerdos encubridores» (1899a), o bien «energía pulsional». La frase «suma de excitación» en sí se remonta a su mención del principio de constancia en su carta a Breuer de junio de 1892 (194la), AE, 1, pág. 184. Así pues, parecería que las dos expresiones no son sinónimas. Lo confirma un párrafo de Breuer en Estudios sobre la histeria en el cual alega que hay razones para afirmar que los afectos «van acompañados de un acrecentamiento de excitación» (AE, 2, pág. 212), con lo cual está diciendo que se trata de dos cosas distintas. Nada habría de irregular en esto, sí no fuese por un pasaje de «La represión» (1915d), donde Freud muestra que la agencia representante de pulsión consta de dos elementos que sufren, por obra de la represión, destinos muy diferentes. Uno de ellos es la representación o grupo de representaciones investidas; el otro, la energía pulsional que las inviste. «Para este otro elemento de la agencia representante psíquica ha adquirido carta de ciudadanía el nombre de monto de afecto» (AE, 14, pág. 147). Más adelante, en ese mismo artículo, denomina a ese elemento «el factor cuantitativo», pero luego vuelve a llamarlo «monto de afecto». A primera vista, se diría que para él afecto y energía psíquica son equivalentes; no puede ser así, empero, puesto que en ese mismo pasaje sostiene que un posible destino de pulsión es «la trasposición de las energías psíquicas de las pulsiones en afectos».

La explicación de esta aparente ambigüedad radicaría en la concepción básica de Freud sobre la naturaleza de los afectos, enunciada tal vez con máxima claridad en «Lo inconciente» (1915e), donde afirma que «los afectos y sentimientos corresponden a procesos de descarga cuyas exteriorizaciones últimas se perciben como sensaciones» (AE, 14, pág. 174).

Análogamente, en la 25º de las Conferencias de introducción se pregunta: «¿Qué es, en sentido dinámico, un afecto?», y responde: «Un afecto incluye, en primer l ugar, determinadas inervaciones motrices o descargas; en segundo lugar, ciertas sensaciones, que son, además, de dos clases: las percepciones de las acciones motrices ocurridas, y las sensaciones directas de placer y displacer que prestan al afecto, como se dice, su tono dominante» (AE, 16, pág. 360). Finalmente, en el trabajo que fue nuestro punto de partida, «La represión», escribe que el monto de afecto «corresponde a la pulsión en la medida en que esta se ha desasido de la representación y ha encontrado una expresión proporcionada a su cantidad en procesos que devienen registrables para la sensación como afectos» (AE, 14, pág. 147).

Probablemente sea acertado conjeturar, pues, que para Freud el «monto de afecto» era una manifestación particular de la «suma de excitación». Sin duda, en los casos de histeria y neurosis obsesiva que más lo preocupaban en sus primeras épocas era el afecto lo que estaba habitualmente en juego, razón por la cual tendía en esa época a describir la «cantidad desplazable» como monto de afecto y no, en términos más generales, como excitación; y este hábito persistió aparentemente aun en los trabajos metapsicológicos, donde una diferenciación más precisa habría contribuido a la claridad de su argumentación.]

«Obsessions et phobies. Leur mécanisme psychique et leur étiologie»

Nota introductoria

Empezaré por poner en tela de juicio dos asertos que a menudo se repiten acerca de los síndromes «obsesiones» y «fobias». Es preciso decir que: 1) no pertenecen a la neurastenia propiamente dicha, puesto que los enfermos aquejados de esos síntomas son neurasténicos con la misma frecuencia que no lo son; y 2) no está justificado hacerlos depender de la degeneración mental, puesto que se los encuentra en personas no más degeneradas que la mayoría de los neuróticos en general, y a veces mejoran y hasta en ocasiones se logra curarlos.

Las obsesiones y las fobias son neurosis separadas, de un mecanismo especial y de una etiología que yo he logrado sacar a la luz en cierto número de casos y que, así lo espero, se mostrarán semejantes en muchos casos nuevos.

En cuanto a la división de la materia, propongo dejar de lado ante todo una clase de obsesiones intensas que no son otra cosa que recuerdos, imágenes inalteradas de acontecimientos importantes. Citaré,. por ejemplo, la obsesión de Pascal, quien siempre creía ver un abismo a su izquierda «después que estuvo a punto de precipitarse en el Sena con su carruaje». Estas obsesiones y fobias, que se podrían llamar traumáticas, pertenecen a los síntomas de la histeria.

Apartado este grupo, es preciso distinguir: a) las verdaderas obsesiones, y b) las fobias. La diferencia esencial es la siguiente:

Hay en toda obsesión dos cosas: 1) una idea que se impone al enfermo; 2) un estado emotivo asociado. Ahora bien, en la clase de las fobias, ese estado emotivo es siempre la angustia {angoisse}, mientras que en las verdaderas obsesiones puede ser, con igual derecho que la ansiedad {anxiété}, otro estado emotivo, como la duda, el remordimiento, la cólera. Intentaré explicar primero el mecanismo psicológico, notabilísimo, de las verdaderas obsesiones, muy diferente del de las fobias.