Trabajos de Jacques Lacan: Radiofonía y Televisión. Sexta parte

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[Lo que se enuncia bien, se concibe claramente]

-Tirite pues ante la verdad que Boileau versifica como sigue: «Lo que se concibe bien, se enuncia claramente». Vuestro estilo, etc.

-Le respondo con la misma moneda. Bastan diez años para que lo que escribo se torne claro para todos, lo vi con mi tesis en la que sin embargo mi estilo todavía no era cristalino. Por consiguiente es un hecho de experiencia. Con todo no lo remito a las calendas.

Mejoro que lo que se enuncia bien, se lo concibe claramente -claramente quiere decir que anda-. Es incluso desesperante, esta promesa de éxito para el rigor de una ética, de éxito al menos.

Ello nos haría sentir el precio de la neurosis por donde se mantiene lo que Freud nos recuerda: que no es el mal sino el bien, el que engendra la culpabilidad.

Imposible reconocerse ahí adentro sin el atisbo de lo que quiere decir la castración. Y esto nos aclara sobre la historia que Boileau a propósito dejaba difundir, «claramente», para que nos equivoquemos, a saber, que creamos en ella.

El maldicho [médit] instalado en su reputado ocre: «No existe grado de lo mediocre a lo peor», he ahí lo que me cuesta atribuir al autor del verso que humoriza tan bien la frase.

Todo eso es fácil, pero vale más por lo que revela, si se escucha lo que rectifico con pie de plomo, por lo que es: un chiste en quien nadie ve más que artificio.

¿No sabemos nosotros que el chiste es lapsus calculado, aquel que le gana de mano al inconsciente? Es lo que se lee en Freud sobre el chiste.

Y si el inconsciente no piensa, no calcula, etc., es tanto más pensable.

Se lo capturará, si se lo puede, volviendo a oír lo que me divertí modulando en mi ejemplo de lo que puede saberse, y mejor: no tanto servirse de la buena suerte de lalengua como de estar atento a su advenimiento en el lenguaje.

Fue preciso que me dieran una mano para que yo lo advirtiera, y es ahí donde se demuestra el sitio de la interpretación.

Suponer ante el guante dado vuelta que la mano sabía lo que hacía, ¿no es devolver el guante, justamente, a alguno de los aficionados a La Fontaine y Racine?

La interpretación debe estar presta a satisfacer el entreprest.

De lo que perdura a pérdida pura a lo que no apuesta más que del padre a lo peor.