Trabajos de Jacques Lacan: Radiofonía y Televisión. Segunda Parte

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[El inconsciente, cosa bastante precisa]

-Me parece, estimado doctor, que no estoy aquí para rivalizar en ingenio con usted…, sino solamente para dar lugar a su réplica. De tal modo, no obtendrá de mí sino las preguntas más ligeras -elementales, incluso vulgares. Ahí va: «El inconsciente, ¡vaya palabra!».

El mismo Freud no encontró mejor, y no hay que redundar en ello. Esa palabra tiene el inconveniente de ser negativa, lo que permite suponer cualquier cosa en el mundo, sin considerar el resto. ¿Por qué no? Para cosa inadvertida, el nombre de «en todas partes» conviene tanto como el de «en ninguna parte».

Es sin embargo cosa bastante precisa.

Sólo hay inconsciente en el ser parlante. En los animales, quienes no tienen de ser sino el ser nombrados aun cuando se impongan de lo real, hay instinto, es decir el saber que implica su supervivencia. Aunque no más que para nuestro pensamiento, quizás ahí inadecuado.

Quedan los animales carentes de hombre, por ello llamados domésticos y que por esta razón recorren los sismos, por lo demás bastante breves, del inconsciente.

El inconsciente, ello habla, lo que le hace depender del lenguaje, de lo que sólo se sabe poco: a pesar de lo que yo designo como lingüistería [linguisterie] para reunir ahí a lo que pretende, es nuevo, intervenir en los hombres en nombre de la lingüística. Siendo la lingüística la ciencia que se ocupa de la lengua [la-langue], que escribo en una sola palabra, si he de especificar su objeto, como es de uso en toda otra ciencia.

Este objeto es sin embargo eminente, de ser a él a que se reduce más legítimamente que a cualquier otro la noción aristotélica misma de sujeto. Lo que permite instituir el inconsciente de la existencia de otro sujeto al alma. Al alma como suposición de la suma de sus funciones al cuerpo. Lareferida [Ladite] más problemática a pesar que lo sea por la misma voz desde Aristóteles a Uexkull, y que sigue siendo lo que aún suponen los biólogos, les guste o no.

De hecho el sujeto del inconsciente no toca al alma más que a través del cuerpo, introduciendo el pensamiento: esta vez de contradecir a Aristóteles. El hombre no piensa con su alma, como lo imagina el Filósofo.

El piensa ya que una estructura, la del lenguaje -la palabra lo admite-, ya que una estructura recorta su cuerpo, lo que nada tiene que hacer con la anatomía. La prueba el histérico. Esta cizalla llega al alma con el síntoma obsesivo: pensamiento con que el alma se entorpece, no sabe qué hacer.

El pensamiento es disarmónico en cuanto al alma. Y el (griego). griego es el mito de una anuencia del pensamiento al alma, de una anuencia que sería conforme al mundo, mundo (Umwelt) cuya alma se considera responsable, cuando no es más que la fantasía en que se sostiene un pensamiento, «realidad» sin duda, pero a entender como mueca de lo real.

-No obstante se acude a usted, psicoanalista, para poder vivir mejor en este mundo que usted reduce a la fantasía. ¿Es también la cura una fantasía?

-La cura es una demanda que parte de la voz del sufriente, de alguien que sufre de su cuerpo o de su pensamiento. Lo sorprendente es que haya respuesta, y que desde siempre la medicina haya dado en el blanco por las palabras.

¿Qué ocurría antes de que el inconsciente fuera descubierto? Una práctica no tiene necesidad de ser esclarecida para operar: es lo que se puede deducir.

-¿El análisis no se distinguiría por consiguiente de la terapia más que por «ser esclarecido»? Eso no es lo que usted quiere decir. Permítame formularle de esta manera la pregunta: «Tanto el psicoanálisis como la psicoterapia sólo actúan por medio de palabras. Sin embargo se oponen. ¿En qué?».

-Para los tiempos que corren, no existe psicoterapia de la que no se exija que sea de «inspiración psicoanalítica». Modulo la cosa con las comillas que merece. La diferencia ahí sustentada, ¿consistirá solamente en que no se va a la lona…, al diván quiero decir?

Esto ayuda a los analistas carentes de pase en las «sociedades», iguales comillas, quienes por no querer saber nada, digo: del pase, lo sustituyen por formalidades de grado, bastante elegantes para ubicar permanentemente a aquellos que despliegan más habilidad en sus relaciones que en su práctica.

Por eso voy a presentar aquello por lo cual esta práctica prevalece en la psicoterapia.

En la medida en que interesa al inconsciente, hay dos vertientes que la estructura emite, es decir el lenguaje,

La vertiente del sentido, aquella de la que se creerá que es la del análisis que con el barco sexual nos inunda con olas de sentido.

Es sorprendente que este sentido se reduzca al no-sentido de la relación sexual, patente desde siempre en los decires del amor. Patente hasta el punto de ser aullante: lo que da una alta idea del humano pensamiento.

Y encima hay sentido que se hace tomar por el buen sentido, que encima se pretende sentido común. Es la cima de lo cómico, a diferencia que lo cómico conlleva el saber de la no-relación que está en el golpe, en el golpe del sexo. De ahí que nuestra dignidad asuma su descanso, incluso su relevo.

El buen sentido representa la sugestión, la comedia la risa. ¿Es decir que bastan, aparte ser poco compatibles? Es ahí que la psicoterapia, cualquiera que sea, no alcanza, no que no ejerza algún bien, sino que nos retrotrae a lo peor.

De ahí que el inconsciente, es decir la insistencia donde se manifiesta el deseo, o aun la repetición de lo que ahí es demandado –¿no es ahí que Freud lo dice en el momento mismo que lo descubre?

De ahí que el inconsciente, si la estructura que se reconoce -Por hacer el lenguaje en lalengua, como yo digo, lo exige bien, nos recuerda que a la vertiente del sentido que en la palabra nos fascina -mediante lo cual el ser hace pantalla a esta palabra, este ser del cual Parménides imagina el pensamiento-,

nos recuerda que a la vertiente del sentido, concluyo, el estudio del lenguaje opone la vertiente del signo.

¿Cómo es que el síntoma, lo que se llama tal en el análisis, no señaló ahí el camino? Eso que fue necesario hasta Freud para que, dócil al histérico, llegara él a leer los sueños, los lapsus, incluso los chistes, como se descifra un mensaje cifrado.

-Pruebe que está ahí lo que dice Freud, y todo lo que él dice.

-Que se vaya a los textos de Freud repartidos en tres mayores -los títulos son ahora triviales-, para darse cuenta de que no se trata sino de un descifre de dimensión significante pura.

Es decir que uno de esos fenómenos está articulado ingenuamente: articulado quiere decir verbalizado, ingenuamente según la lógica vulgar, empleo de la lengua simplemente recibido.

Es progresando en un tejido de equívocos, de metáforas, de metonimias, que Freud evoca una substancia, un mito fluidico que intitula libido.

Pero lo que él opera realmente, ahí bajo nuestros ojos fijos en el texto, es una traducción en la que se demuestra que el goce que Freud supone en el linde de procesos primarios, consiste propiamente en los desfiladeros lógicos hacia donde él nos conduce con tanto arte.

No hay más que distinguir, a lo que ya había llegado desde hace mucho tiempo la sapiencia estoica, el significante del significado (para traducir los nombres latinos como Saussure), y se aprehende la apariencia de fenómenos de equivalencia de los cuales se comprende que hayan podido configurar para Freud el aparato de la energética.

Es necesario un esfuerzo de pensamiento para que se funde la lingüística. De su objeto, el significante. No hay lingüística que no se proponga separarlo como tal, y especialmente del sentido.

Hablé de la vertiente del signo para acentuar la asociación con el significante. Pero el significante difiere en que a la batería se la encuentra ya en la lengua.

Hablar de código no conviene, justamente por suponer un sentido.

La batería significante de lalengua no suministra más que la cifra del sentido. Cada palabra adquiere según el texto una gama enorme, disparatada, de sentido, sentido cuya heteroclicidad se comprueba a menudo en el diccionario.

No es menos ciertos para miembros enteros de frases organizadas. Tal esta frase: los no-engañados-erran con la cual yo me armo este año.

Sin duda la gramática hace de obstáculo de la escritura, y por lo tanto da prueba de un real, pero real se lo sabe, que permanece enigma, hasta tanto en el análisis no se zafe el resorte seudo-sexual: es decir lo real que, de no poder sino mentir al compañero, se inscribe neurosis, perversión o psicosis.

«Yo no lo amo», nos enseña Freud, llega lejos por repercusión en la serie.

En realidad, es porque todo significante, del fonema a la frase, puede servir de mensaje cifrado (personal decía la radio, durante la guerra) que él se desliga como objeto y que se descubre que es él quien hace que en el mundo, el mundo del ser parlante, haya Uno, es decir elemento, el (griego) del griego.

Lo que Freud descubre en el inconsciente yo no he podido hace un momento sino invitar a que se vaya a ver en sus escritos si digo justo, es bien diferente que advertir que se puede al por mayor dar un sentido sexual a todo lo que se sabe, por la razón que conocer presta a la metáfora bien conocida de siempre (vertiente del sentido que Jung explota). Es lo real que permite desanudar efectivamente en qué consiste el síntoma, a saber un nudo de significantes. Anudar y desanudar no son aquí más que metáforas, pero a considerar como esos nudos que se construyen realmente para hacer cadena de la materia significante.

Puesto que esas cadenas no son de sentido sino de gozo-sentido, a escribir como usted quiera conforme al equívoco que constituye la ley del significante.

Pienso haber dado alcance diferente de lo que arrastra de confusión corriente, al recurso calificado del psicoanálisis.