Trabajos de Jacques Lacan: Radiofonía y Televisión. Tercera parte

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[Ser un santo]

Los psicólogos, las psicoterapeutas, los psiquiatras, todos los trabajadores de la salud mental – es desde abajo, y a la dura, que ellos se cargan al hombro toda la miseria del mundo-. Durante todo ese tiempo, ¿qué del analista?

-Es cierto que cargarse la miseria al hombro, como usted dice, es entrar en el discurso que la condiciona, así no fuera más que a título de protesta.

Por sólo decirlo, me pone en posición -que algunos entenderán como de rechazo de la política-. Lo que en cuanto a mí, sean quienes fueren tengo por excluido.

Por lo demás los psico -cualesquiera ellos fueran- que se dedican a vuestro supuesto acarreo, no están para protestar, sino para colaborar. Que lo sepan o no, es lo que hacen.

Es bien cómodo, hágome yo retorsión demasiado fácil, bien cómoda esta idea de discurso, para reducir el juicio a lo que lo determina. Lo que me asombra, es que de hecho no encuentran mejor que oponerme, se dice: intelectualismo. Lo que carece de peso, si se trata de saber quién tiene razón.

Lo es tanto menos que al referir esta miseria al discurso capitalista, yo lo denuncio.

Indico solamente que no puedo hacerlo seriamente, porque al denunciarlo lo refuerzo -lo normativizo, a saber lo perfecciono.

Interpolo una observación. No fundo esta idea de discurso sobre la existencia del inconsciente. Es el inconsciente que ahí sitúo -de no existir más que a un discurso.

Usted lo comprende tan bien que a ese proyecto que declaro ensayo vano, usted anexa una pregunta sobre el porvenir del psicoanálisis.

El inconsciente existe tanto más que por sólo revelarse claramente en el discurso del histérico, en cualquier otra parte no hay más que injertos: sí, por sorprendente que parezca, hasta en el discurso del analista donde lo que se hace, es cultura.

Aquí paréntesis, ¿el inconsciente implica que se lo escuche? A mi entender, sí. Pero él no implica, seguramente no sin el discurso en que él existe, que se lo evalúe como saber que no piensa, ni calcula, ni juzga, lo que no le impide trabajar (en el sueño por ejemplo). Digamos que es el trabajador ideal, aquel de quien Marx hizo la flor de la economía capitalista con la esperanza de verlo tomar el relevo del discurso del amo: lo que ocurrió en efecto, bien que bajo forma inesperada. Hay sorpresas en estos asuntos de discurso, es eso precisamente el hecho del inconsciente.

El discurso que digo analítico, es el lazo social determinado por la práctica de un análisis. Merece ser puesto a la altura de los más fundamentales entre los lazos que permanecen para nosotros en actividad.

-Pero de lo que constituye lazo social entre los analistas, está usted mismo, ¿no es así?, excluido…

La Sociedad -llamada internacional, aun cuando ello sea un poco ficticio, habiéndose reducido el asunto a no ser más que familiar-, yo la conocí en manos aún de la descendencia directa y adoptiva de Freud: si yo me atreviera -pero prevengo que aquí soy juez y parte, luego partidario-, diría que actualmente es una sociedad de asistencia mutua contra el discurso analítico. La SAMCDA.

¡Sacra SAMCDA!

Ellos no quieren saber nada pues del discurso que los condiciona. Pero eso no los excluye: lejos de ahí, puesto que funcionan como analistas, lo que quiere decir que hay gente que se analiza con ellos.

A este discurso, por consiguiente satisfacen, aunque algunos de sus efectos son para ellos desconocidos. En conjunto la prudencia no les falta; y aun si no es la verdadera, puede ser la buena.

Por lo demás, es para ellos que existen los riesgos.

Volvamos entonces al psicoanálisis y no busquemos subterfugios. Nos conducirían de todas maneras ahí donde voy a decir.

No podría situársele mejor objetivamente de lo que en el pasado se llamó: ser un santo.

Un santo durante su vida no impone el respeto que le vale a veces una aureola.

Nadie lo nota cuando sigue el camino de Baltasar Gracián, no ponerse de manifiesto -por donde Amelot de la Houssaye presumió que había escrito el Homme de cour.

Un santo, para hacerme entender, no practica la caridad. Más bien se pone a desperdiciar [faire le dechet]: él descarida [décharite]. Eso para realizar lo que la estructura impone, a saber, permitir al sujeto, al sujeto del inconsciente, tomarlo por causa de su deseo.

Es por la abyección de esa causa en efecto

7. El conocimiento temprano de Baltasar Gracián en Francia se debió a AmeIot de la Houssaye, traductor de El Príncipe de Machiavello, quien en 1639 traduce el Oráculo Manual de Gracián bajo título de L’Homme de cour (El cortesano).

Que el sujeto en cuestión tiene oportunidad de localizarse al menos en la estructura. Para el santo no es divertido, pero imagino que, para algunas orejas de esta tele, confirma bien las rarezas de hechos de santos.

Que eso tenga efecto de goce, ¿quién no tiene el sentido con el goce? Sólo el santo permanece seco, nada que hacer para él. Es precisamente lo que sorprende más en el asunto. Sorprende a aquellos que se aproximan y no se equivocan: el santo es el desperdicio [rebut] del goce.

A veces sin embargo hay un relevo, del que se contenta como todo el mundo. ]Él goza. Él no obra durante ese tiempo. No es que los vivillos no lo acechen entonces para sacar consecuencias y alentarse a sí mismos. Pero el santo se burla, tanto como de aquellos que ven ahí su recompensa. Lo que es para desternillarse.

Puesto que frecuentemente partió de burlarse también de la justicia distributiva.

En verdad el santo no se cree meritorio, lo que no quiere decir que carezca de moral. El único fastidio para los otros, que no se ve a dónde lo conduce.

Yo cogito desvariadamente para que haya de nuevo otros así. Sin duda por no conseguirlo Yo mismo.

Cuanto más santos hay, más se ríe, es mi principio, véase la salida del discurso capitalista -lo que constituirá un progreso-, si solamente es para algunos.