Trauma (Trauma de guerra – Neurosis de guerra): Abordaje Lacaniano del Trauma

EL TRAUMA Y SUS SECUELAS

Disertación psicoanalítica sobre el trauma en el campo de batalla y el estado psíquico
que a partir de él se desencadena.

Autores: Andrea Paola Martínez Mora. Laura Natalia Pérez Pérez. Gloria Elena Gómez Botero (Directora de tesis.)
Facultad de Psicología, Pontificia Universidad Javeriana
Enero de 2005

Capítulo 4. Abordaje Lacaniano del Trauma

La Repetición. Hay un anudamiento entre Freud y Lacan a partir de la repetición y la
pulsión de muerte (no sólo con respecto al trauma, sino en otros puntos fundamentales
de la teoría); Lacan da importancia a estos conceptos al punto de afirmar que la
repetición es la verdadera novedad freudiana (Chemana, 1996, CD-ROM). En su
seminario de 1964, Lacan sustenta que la repetición, el inconsciente, la transferencia y la
pulsión, son los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. La repetición liga
estos conceptos, pues define al inconsciente además de ser su punto de obstáculo, es el
pivote de la transferencia, y lo característico de la pulsión (Chemana, 1996, CD-ROM).
En general, la repetición domina al sujeto, lo sume en su propia tragedia y lo ubica como
efecto de los significantes (Kaufmann, s.f.).
Lacan retoma toda la perspectiva de la pulsión de muerte y da renovada importancia
al fenómeno de la repetición, desarrollándolo en dos ejes distintos según una perspectiva
aristotélica; dichos ejes son el automaton y la tuché. El primer eje es el de lo simbólico,
que explica la repetición de los significantes, gracias a la existencia de un trauma
estructural cuya huella está perdida. Éste es más cercano a la compulsión a la repetición
freudiana y su relación con la pulsión de muerte, puesto que remite al origen mismo del
sujeto y los lugares que habrá de ocupar gracias a la repetición de ciertos trazos primitivos (Roudinesco y Plon, s.f.). A partir de estas ideas se entiende la relación del
sujeto con el lenguaje y la razón de su atadura a los significantes.
La repetición, expone, está, en resumen, en el principio del orden simbólico en
general y de la cadena significante en particular. El seminario sobre «La carta
robada», pronunciado en 1954-55 (Escritos, 1966), detalla esta proposición. El
funcionamiento de la cadena de los significantes, en la que el sujeto tiene que
reconocerse como tal y abrir el camino de su palabra, reposa en la operación de la
repetición; y si los significantes retornan sin cesar, lo que en definitiva es un hecho de
estructura de lenguaje, esto sucede porque dependen de un significante primero, que
ha desaparecido originalmente y al que esta desaparición en cierto modo da el valor
de trauma inaugural. (Chemana, 1996, CD-ROM).
En el inicio de la cadena de significantes – lo que inaugura el orden simbólico – se
encuentra el trazo unario (Uno), o sea, el acto inaugural del sujeto. El objetivo de la
repetición es hacer surgir ese Uno, es decir, aquello que sumergió al sujeto en el
universo simbólico y lo ordenó. Sin embargo la repetición evoca siempre algo diferente,
por lo tanto no es una mera reproducción; el Uno realmente no deviene nunca de la
misma manera. “(…) la «repetición demanda lo nuevo». Repetir no es volver a encontrar
la misma cosa” (Kaufmann, s.f. , CD-ROM).
Según Lacan, la insistencia de la cadena de significantes es lo que sustenta la idea de
la compulsión a la repetición. El significante soporta la repetición y por tanto los lugares
que ha de ocupar el sujeto. El sujeto es el resto de la repetición de una cadena de dos
significantes primitivos ubicados en serie: el S1/S2. Es en esta serie donde se opera la
pérdida, la función del objeto perdido.
La repetición es también un concepto que permite imponer cierto orden, definir
ciertos límites, atribuir «sentido» a un conjunto de elementos. En El malestar en la
cultura, Freud vuelve a esta idea del orden y nos dice que es una especie de
compulsión de repetición (die Ordnung ist eine Art Wiederholungszwangen) Es
sumamente interesante subrayar esta idea del orden, puesto que remite al concepto de
serie, tal como se lo encuentra en matemática. (Kaufmann, s.f., CD-Rom)
El segundo eje de la repetición, o tuché, enfrenta con lo real y su característica es
estar dominado por el azar. Lo definitorio del trauma es su naturaleza imprevisible e
indominable (Roudinesco y Plon, s.f.); a diferencia del automaton, que es inevitable para
el sujeto, el tuché define un trauma del lado de la contingencia. Este eje se relaciona más
directamente con el trauma que se trabaja en el estudio.
( … ) en cuanto a la tujé, dice, se trata de lo que está en el origen de la repetición, lo
que desencadena esta insistencia -en suma, el trauma-, es el encuentro, que no ha
podido ser evitado, de algo insoportable para el sujeto. A esto insoportable que Freud
intentaba tomar en cuenta con la pulsión de muerte, Lacan va entonces a
conceptualizarlo bajo el término real: lo imposible, lo imposible de simbolizar, lo
imposible de enfrentar para un sujeto. O sea que la repetición, para él, está en el nudo
de la estructura: indicio e índice de lo real, ella produce y promueve la organización
simbólica y permanece en el trasfondo de todas las escapatorias imaginarias.
(Chemana, 1996, CD-Rom)
El Registro de lo Real. Se van introduciendo términos lacanianos que merecen una
aclaración. Así como Freud pretendió explicar los fenómenos psíquicos a través de los
puntos de vista metapsicológicos, Lacan con su enseñanza apuntó a tres registros
fundamentales que organizan toda la realidad humana: lo real, lo imaginario y lo simbólico enlazados por el metafórico nudo borromeo. Lacan, “en la categoría de lo
simbólico ubicó toda la refundición derivada de los sistemas de Saussure y Lévi-Strauss;
en la categoría de lo imaginario situó los fenómenos ligados a la construcción del yo
(anticipación, captación, ilusión); finalmente, en lo real colocó la realidad psíquica, es
decir, el deseo inconsciente y sus fantasmas conexos, pero también ‘un resto’: una
realidad deseante, inaccesible a cualquier pensamiento subjetivo” (Roudinesco y Plon,
s.f., CD-ROM).
Al final de su enseñanza, Lacan propuso que la estructura está constituida por los tres
órdenes, materializados por redondeles que se anudan por un cuatro redondel. Las
distintas estructuras clínicas (neurosis, psicosis, perversión) se entienden por el modo en
que los órdenes se anudan entre sí (Rabinovich, 1995).
Desde este punto de vista, el trauma actúa sobre los registros de la siguiente manera:
lo traumático es un hecho que ha sido expulsado del dominio de lo simbólico, por lo
tanto, es del corte de lo imposible a ser simbolizado, lo imposible a ser dicho que
trastorna a un sujeto, desbaratando su realidad imaginaria y presentándose crudamente
desde lo real (Repetto, 1997).
Los hechos traumáticos, que para Freud no logran una abreacción por medio de la
descarga motriz o por el proceso de elaboración consciente, para Lacan no hacen nexo
con un significante y por consiguiente quedan suspendidos en un sin sentido que los
obliga a volver y ejercer su efecto.
Su retorno incesante – en forma de imágenes, de sueños, de puestas en acto – tiene
precisamente esa función: intentar dominarlo integrándolo a la organización
simbólica del sujeto. La función de la repetición es por lo tanto recomponer el trauma
(«recomponer una fractura», como se dice). Pero, por otra parte, a menudo se evidencia que esta función es inoperante. De hecho, por lo general la repetición es
vana: no llega a cumplir su misión, su tarea es renovada sin cesar, siempre por
rehacer. Así manifiesta su carácter de automatismo y termina perpetuándose al
infinito. (Chemana, 1996, CD-Rom)
El trauma es entonces irreductible, pero además es inevitable. Esta afirmación se
entiende en parte por lo que dice Gómez (2003) a continuación:
“Lo que hace trauma es un auténtico encuentro con lo real, para un sujeto que hasta
allí no había tenido sino falsos encuentros con lo real, gracias al fantasma que lo
había preservado de un encuentro abrupto con dicho real” (Gómez, 2003, pp. 36 –
37).
Para entender estas afirmaciones se hará un breve abordaje del registro de lo real. Lo
real proviene del vocabulario filosófico – especialmente de lo denominado por Bataille
“heterología” o ciencia de lo irrecuperable – y del término freudiano “realidad psíquica”,
y es “introducido para designar una realidad fenoménica, inmanente a la representación
e imposible de simbolizar” (Roudinesco y Plon, s.f., CD-ROM). Remite en primer
término a la estructura que forma con lo imaginario y lo simbólico, allí donde lo real es
un abierto neutro, amorfo, isótropo y orientable. Es una orientación que forcluye el
sentido y a la vez posibilita la existencia del sentido (Rabant, 1993).
Se han dado tres definiciones de lo real: como lo imposible, lo resistente y el objeto
del rechazo. Lo real como lo imposible, hace referencia a lo que es reencontrado, y no a
lo que es encontrado. Se anuda al problema de la primera insignia o marca psíquica de
satisfacción, cuyo objeto se haya perdido. Entonces, lo real es imposible, en tanto busca
el reencuentro inalcanzable con un objeto perdido. De allí que lo real sea aquello que
esta fuera de la realidad, pero a la vez es su marco y sostén. Por lo tanto, lo real,En tal carácter, además, en su posición tópica se caracterizará como ex-sistente
(situado más allá de todo campo asignable). Finalmente, y en cuanto le es de este
modo conferido el estatuto de un vacío, se articulará en una representación
«borromea» con los vacíos constitutivos de lo simbólico y lo imaginario. (Kaufmann,
s.f., CD-ROM)
Lo real es primigenio, es lo inaugural en el individuo. Aunque el mundo imaginario y
simbólico lleguen más tarde a ordenar la realidad excluyendo gran parte del caos de lo
real, éste es irreductible e insiste en retornar. Lo real es aquello que automáticamente se
repite y vuelve al mismo lugar donde el sujeto no lo encuentra, y tampoco lo puede
captar por el pensamiento. Tal lugar es el de lo simbólico: lo simbólico va a generar una
realidad para el sujeto, expulsando de aquella todo lo imposible a ser ordenado.
El significante, soporte de lo simbólico, permite inscribir la castración simbólica, que
constituye el marco de la percepción de la realidad. El lugar de lo real siempre es
pifiado por el sujeto, y lo imposible, en tanto real, ya no es, como lo era en la filosofía
aristotélica, lo que no puede ser. Con el discurso psicoanalítico, deviene aquello que
existe para un sujeto y que sólo puede ser registrado por él, porque lo simbólico, al
inscribirse para un sujeto, ha instalado al mismo tiempo a lo real. (Chemana, 1996, p.
374 -375).
Con respecto a lo simbólico, lo real es aquello que no puede ser atrapado por el
lenguaje (hablado o escrito), y por tanto no para de no ser escrito o hablado (Chemana,
1996). Lo real porta un significante que opera precisamente porque no tiene sentido y
por tanto intenta ser llenado con otras significaciones que quieren sustituir la falta que
deja.
Lo real también es lo que la intervención de lo simbólico expulsa –rechaza- de la
realidad (Chemana, 1996). Desde el rechazo mismo, lo real retorna a la realidad, vuelve
a ella, y despierta a un sujeto ubicándolo en un estado diferente al ordinario. Lo real
aviva en los sujetos una sensación de encuentro con algo conocido e íntimo (reprimido o
forcluído) y a la vez desconocido, es decir, algo siniestro. Lo siniestro es característico
de la experiencia psicótica, especialmente de los fenómenos elementales, precursores de
la crisis (Chemana, 1996).
La pulsión es la puerta teórica de entrada al registro de lo real (Chemana, 1996), por
cuanto es aquello que se repite por carecer de medio alguno para expresarse a través del
lenguaje. La pulsión pertenece al campo de lo real, lo imposible, insimbolizable e
inatrapable. Las pulsiones son siempre parciales; el sujeto es producto de su lucha,
siendo en última instancia, producto del encuentro entre el sexo y la muerte.
Ahora bien, en el plano de la clínica, lo que insiste y se repite es el síntoma. Esto es lo
que intrigó a Freud en su reflexión sobre la compulsión de repetición. Pero abordar la
cuestión del síntoma significa entrar en el campo del lenguaje, porque Freud nos
indica que es en ese nivel donde hay que encararlo. Como lo recuerda en Estudios
sobre la histeria, el síntoma tiene su palabra que decir. El sujeto dice mediante el
síntoma, por no poder decir de otro modo. De ello se puede deducir que el síntoma,
en tanto que palabra que decir, pide ser escuchado. La repetición del síntoma es el
signo de la insistencia de ese «llamado». Como subraya Freud, en esta insistencia se
encuentra la persistencia obsesiva de reminiscencias cuyo retorno pide una
liquidación. (Kaufmann, s.f., CD-Rom)
Entonces, del sin-sentido de lo real surge el síntoma. El síntoma es una expresión
directa de lo real, y por consiguiente desde allí se explican los fenómenos que aparecen en el despertar de distintas estructuras, por ejemplo los elementales (alucinación y
delirio) característicos de la psicosis. En todo sujeto, aquello que no ha devenido
simbólico retorna en lo real, por lo tanto, para que lo real no irrumpa, es necesaria la
inclusión de lo simbólico ordenador: la afirmación inaugural, que supone la castración y
la asunción de la función paterna. En el caso de la psicosis, “La castración (…) cercenada
por el sujeto de los límites mismos de lo posible, pero también sustraída así a las
posibilidades de la palabra, va a aparecer en lo real, erráticamente” (Chemana, 1996, p.
373). Es decir, que el significante que ha sido rechazado –forcluído- del orden simbólico
va a reaparecer en lo real, y aquello que ha sido abolido en lo interior vuelve en lo
exterior a modo de alucinación (Chemana, 1996). Lo real de la alucinación incurre sobre
la realidad, generando gran angustia para el sujeto. En últimas, desde el punto de vista
clínico lo real sería el lugar de la locura (Roudinesco y Plon, s.f.).
En efecto, si los significantes forcluídos de lo simbólico retornan en lo real sin estar
integrados al inconsciente del sujeto, esto quiere decir que lo real se confunde con un
«otro lugar» del sujeto. Habla y se expresa en lugar del sujeto mediante gestos,
alucinaciones o deseos que el sujeto no controla. (Roudinesco y Plon, s.f., CD-ROM)
De lo revisado, surge fácilmente la entramadura entre lo real y el trauma. Lo
imposible, lo que escapa a lo simbólico, retorna operando como trauma para un sujeto.
Sin embargo, el efecto que tiene este encuentro con lo real es relativo, ya que el trauma
está íntimamente vinculado con la historia del sujeto, con su organización y estructura
subjetiva. Un trauma entra a remover la organización del sujeto y lo hace a través del
punto más débil en su estructura. En el punto de falla de la estructura psíquica viene a
encajarse el trauma, provocando el colapso o la ruptura de dicha estructura. En últimas, es la estructura y sus puntos de falla los que determinan cómo reaccionará un sujeto ante
un acontecimiento traumático.
En el psicótico el trastoco producido por el encuentro con lo real ha de ser aún más
devastador que en el neurótico. Teniendo dispositivos simbólicos con los que ayudar a
hacerle frente a lo real, el neurótico puede digerir mucho más fácil las experiencias que
desde allí acontecen y por tanto operan como trauma; en el peor de los casos el neurótico
pondrá en uso mecanismos psicóticos para enfrentar lo real. El caso del psicótico ha de
ser mucho más grave, pues carente de las herramientas simbólicas ha de quedar
desprovisto de cualquier protección contra lo real; actuará entonces lo real en el
psicótico con toda la fuerza con que le es propia, no dejándole otra salida que la
explosión de su propia estructura.
Pero no se debe creer que el trauma es la causa material del síntoma. Lo que produce
el efecto traumático, es decir, la causa, es lo que el acontecimiento moviliza en una
estructura. En palabras de Mejía y Ansermet (1999),
El trauma hace irrupción en el aparato psíquico desbordando las posibilidades de
ligazón, produciendo un agujero en el plano simbólico: en esa hiancia vendrá a
perderse todo lo que está represado, en el lugar de lo que es sustraído por el trauma.
Es así que lo represado en sus diversas dimensiones deviene causa. Está primero el
fantasma del sujeto que viene a alojarse allí como causa de eso que el sujeto va a
presentar posteriormente, sin que se pueda organizar la conflictividad propia del
síntoma. El efecto traumático resulta también del fracaso de la constitución de un
síntoma. Pasar de la irrupción traumática al fantasma, luego al síntoma, será ya para
el sujeto una cierta manera de tratar el trauma. (Mejía, Ansermet, 1999).
Según Mejía y Ansermet, en su texto “Trauma y Lenguaje” (1999), el efecto
traumático evoluciona en el sujeto en varias fases. En un primer tiempo sobreviene el
terror, inasimilable psíquicamente porque nace del encuentro con lo que será el núcleo
del trauma: lo real. Este tiempo de la estupefacción es el que se repite en el sujeto,
abriendo cada vez más la fractura traumática. En un segundo tiempo, lo precedente se
represa en la hiancia traumática –en el momento de la estupefacción-, permitiéndole al
fantasma entrar a jugar como causa.
Es ya una primera tentativa de asimilar subjetivamente lo real transformándolo en
historia a través de la puesta en acto de un escenario fantasmático. Ese tiempo va del
terror hacia la angustia. [la cursiva es nuestra] El sujeto da un sentido a lo real
traumático, según el modo de su fantasma. Es así que ese efecto de sentido puede
igualmente representar un señuelo para el sujeto, una manera de eternizar el trauma.
Se pasa del fantasma al síntoma: síntoma del cual el sujeto no podrá ya deshacerse.
Resultando una fijación traumática. El trauma deviene una nueva identidad, un
segundo nacimiento. La historia anterior se borra. El sujeto, atrapado en un efecto de
fascinación, goza paradojalmente del trauma. Todo sucede como si el sujeto viniera a
fijarse a su fantasma por efecto del trauma. El trauma puede también evolucionar de
un no-sentido hacia un sentido engañoso, un sentido «para todo uso». (Mejía y
Ansermet, 1999)
En el segundo tiempo, se pasa del fantasma al síntoma. En un tercer tiempo, podría
ubicarse el tratamiento psíquico del trauma. Éste, apunta a ligar un sentido al trauma y
librar con eso la repetición a la que se sume el sujeto, es decir, la fascinación por el
trauma. Este momento de corte podría devolverle al sujeto su lugar como autor de su
vida, de su porvenir.
El lenguaje tiene un papel protagónico en el tratamiento del trauma. Pero aún, luego
de la intervención terapéutica, de lo real siempre quedan núcleos inasequibles.
Ante lo real, todas las palabras se detienen, pues el es el objeto de angustia por
excelencia, sin embargo, las palabras mismas que no alcanzan a lo real, sirven para
apaciguar la angustia que le suscita al sujeto, le da una suerte de estructura a este
mundo caótico (Chemana, 1996).
Esto no le resta importancia al lenguaje, pues lo único que puede hacer evacuar el
trauma o domarlo, es atravesarlo, reducirlo con la palabra; intentar buscarle una
significación. La repetición es una búsqueda de simbolización, de trasformar el trauma
de lo acontecido a lo significado, es decir, de acotar lo real (Repetto, 1997). “Es en el
acto de la palabra que el sujeto puede esperar reabsorber lo real puesto en juego por el
trauma y encontrar un pasaje sobrepasando la detención del pensamiento y
reapropiándose de su experiencia a través de la singularidad de un decir que pueda ser
escuchado y tratado” (Mejía y Ansermet, 1999).
En últimas, el trauma es “la insistencia de cierta verdad en mostrarse como imposible
de ser dicha a menos que sea a través de la locura o el síntoma” (Repetto, 1997, p. 36),
es decir a través de lo repetitivo de la pulsión que se expresa como síntoma. El síntoma
en su repetición demanda ser escuchado, pues aquello que el sujeto no puede decir, lo transforma en síntoma.

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