Trauma (Trauma de guerra – Neurosis de guerra): Estructura y Fenómeno: Freud y Lacan. La muerte

EL TRAUMA Y SUS SECUELAS

Disertación psicoanalítica sobre el trauma en el campo de batalla y el estado psíquico
que a partir de él se desencadena.

Autores: Andrea Paola Martínez Mora. Laura Natalia Pérez Pérez. Gloria Elena Gómez Botero (Directora de tesis.)
Facultad de Psicología, Pontificia Universidad Javeriana
Enero de 2005

Capítulo 5. Estructura y Fenómeno: Freud y Lacan.

La muerte
En principio, la muerte es una experiencia que hace parte del registro real, como tal,
se halla en el lugar de lo no simbolizable y no atrapable, por consiguiente, ante ella no
puede aparecer sino angustia o trauma. Esto nos sitúa sobre un terreno, pues en el campo
de batalla la muerte es el fin, el objetivo, la propia vida puede darse por la “causa”, y la
causa es destruir al enemigo; entonces, un campo de batalla sin muerte no deja de ser
ficción. De lo anterior, una primera conclusión: el trauma le es propio a las experiencias
en el campo de batalla, su advenimiento es inminente, pues por lo menos un elemento de
lo real va a estar siempre presente.
En cuanto real, la muerte no tiene sustento en el inconsciente, es decir, nada hay allí
que la simbolice o explique, por consiguiente el sujeto andará por la vida sintiéndose
invencible frente a la muerte. La falta de simbolización de la muerte se expresa en dos
situaciones, la primera es que por faltar símbolos a qué engancharla se genera un trauma
cuando se presenta. La segunda es que como sigue sin resolución dentro del aparato
anímico, flotando, repitiéndose sin poder ser elaborada, crea síntoma. En adelante, el
sujeto hablará de la imposibilidad para comprender por qué los otros murieron alrededor
suyo o por qué se acercó a la muerte sin poder darle una respuesta a su pregunta.
Muchas veces será Dios la figura en la que buscará una contestación a la inquietante
cuestión sobre la muerte, y continuadamente, un alivio a la angustia que le implica
sentirse cerca de algo de lo cual no puede decir nada.
El ideal de inmortalidad es necesario para que el combatiente se pueda enfrentar a
otros y seguir en su expedición sin inmovilizarse frente al terror que produce reconocer
la propia muerte. El derrumbamiento de este ideal implica el encuentro con la ausencia
de significación de la muerte, ante lo cual sólo puede sentirse terror, ominosidad y
asombro. Cuando un sujeto choca con dicha ausencia se genera en él una huella traumática. Ante la admisión de la inminencia de la muerte, sucede un insight: sucumbe
el ideal de inmortalidad del cual estaba convencido el sujeto en su inconsciente.
Estar en combate y ver miles de cuerpo muertos, conocidos o desconocidos, enfrenta
con la mortalidad, situación que puede tomar dos rumbos: o se acepta la muerte y cae el
ideal, o el sujeto se enaltece en su ideal y se siente inmortal y omnipotente por salir bien
librado de una guerra que mató a miles a su alrededor.
En los casos en que se genera un doble, la muerte de este genera una situación muy
particular: por un lado, el sujeto siente que pierde por siempre una persona muy
valorada, despertándole esto una fuerte angustia de separación, y por otro, al ser éste su
doble, su muerte no fue otra cosa que el anuncio de la propia mortalidad y con esto, el
ideal de inmortalidad sucumbe. El sujeto se ve empujado a asumir que él también va a
morir. Se comprueba de esta siniestra forma un presagio: se es mortal. Gracias a esto el
trauma golpea con mayor fuerza y nocividad.
En el campo de batalla el combatiente se ve obligado a asumir el hecho de que él o
sus compañeros pueden morir. En muchos casos, el sujeto ve morir a sus compañeros sin
poder hacer nada para impedirlo, por lo tanto vive la escena de manera pasiva y
traumática. En adelante vengar la muerte o buscar la propia es una manera de vivir
activamente aquella escena pasiva y así evacuar parte del trauma.
Aparece también un debate entre la mortalidad y la inmortalidad. Luego de ver morir
a todos sus compañeros a su alrededor, el sujeto reconoce que igualmente él puede morir
en manos de sus enemigos, siendo así, comienza su huida. Se llega a sentir que la muerte
esta al lado en todo momento, lo que supone que el ideal de inmortalidad sucumbe, por
lo menos parcialmente. Finalmente, si el sujeto sale bien librado de su hazaña,
sintiéndolo como un “acto divino o milagroso”, se enaltece de nuevo como inmortal y refuerza finalmente su ideal. Es así como volver a la guerra es en adelante un acto de
soberanía frente a la muerte.
Además de lo precedente, la muerte supone otras cuestiones. En ella está inmersa la
separación, el abandono, la pérdida, la partida. Cuando alguien preciado por nosotros
muere, se produce una intensa angustia de separación que reedita todas las experiencias
semejantes vividas anteriormente, entre ellas la inaugural: el nacimiento, luego, el
destete, el excremento, la voz, la mirada y la castración. Así como no hay ningún objeto
que llene el vacío dejado por la ausencia del primer objeto, no hay nada que reemplace
la persona que se pierde por muerte; deja esta otro vacío que se perpetúa. La pérdida por
muerte de una persona importante, también denota la pérdida de una parte de sí mismo
que se fue con ella, y más profundamente, refiere una pérdida inaugural que dejó un
trauma y un objeto vetado hasta la muerte. La pulsión continuara buscando, pero el
encuentro nunca se dará; otro objeto estará perdido y lo que retornará nunca será igual a
lo primero.
Se busca el suicidio por varias razones: para aniquilar una parte dentro de sí que se
concibe mala; por la angustia de muerte, que proviene de la amenaza de castigo del
Súper-yo y lleva a pasar al acto; por llevar a su fin las ideas más arraigadas de fracaso y
desvalimiento; para lograr el alivio que supone descargar la energía estancada; o, por
goce nocivo.
El suicidio para aniquilar algo malo dentro de sí se entiende desde el punto de vista
del enemigo interno y del Yo parasitario que toma casa dentro del psiquismo, usurpando
al Yo original y contradiciendo toda ley del Súper-yo. Hay entonces un conflicto entre el
Yo y el Súper-yo que lleva a la muerte; esto se profundizará a continuación.
Según Freud la angustia de muerte, desprendida de la angustia de conciencia, se sitúa
en la etapa de latencia cuando el niño introyecta la figura del padre y asume la ley. Esto
supone que efectivamente hay un desarrollo (afortunado o desafortunado) hasta la etapa de latencia.
La angustia de muerte se produce por la amenaza de perder la vida que promulga el
Súper-yo; a esta amenaza el sujeto está expuesto cuando comete actos prohibidos por la
instancia castigadora. La muerte sería pues el castigo, pero este es un castigo
autoimpuesto, pues ahora proviene de una instancia interna y no del padre externo, como
en la amenaza de castración: es precisamente lo anterior lo que produce angustia. Es
comprensible que el sujeto busque su propia muerte como modo de autocastigo, para
lidiar con la culpa que le produce el haber matado a otros, o el haber utilizado su goce
para destruir al prójimo, es decir, por haberle dado rienda suelta a sus pulsiones ellóicas
en el campo de batalla. La riña en la que entra el Ello y el Súper-yo gracias a lo vivido
en el campo de batalla es magna, pues uno quiere darle libre camino a la pulsión y el
otro intenta retenerlo, mientras tanto, el Yo no hace más que sentir culpa porque los
actos que se cometieron bajo el influjo del Ello provinieron de él. En adelante busca
suicidarse, guiado por su culpa, la paradoja es que lo hace utilizando la pulsión que
precisamente intentaba rechazar: la pulsión de muerte.
La idea de muerte, también esta detrás de las creencias u conductas más arraigadas de
fracaso y desvalimiento. El destino desdichado no tiene otra manera de concluir que en
la muerte. De esta manera el sujeto se acerca hacia ella, como lo hace el destino fatal autoinducido.
La pulsión de muerte tiene dos vertientes, una es la agresividad que surge cuando la
pulsión se pone en el exterior haciendo uso de la musculatura y otra es cuando se dirige hacia la propia persona procurando su autodestrucción. Parte de esta pulsión necesita
gratificarse, por lo contrario se genera un estancamiento del que ebullen síntomas.
En el campo de batalla este no era el problema, pues allí puede desfogarse la pulsión
de muerte sobre los otros; cuando el sujeto sale del combate, crea, por lo general (y si es
neurótico), un conflicto entre su Yo y su Súper-yo, esté último lo castiga por lo actos de
agresión que realizó en el campo. En adelante, la agresividad e ira causaran temor y por
tanto todo lo cometido bajo su influjo se reprimirá (por la retaliación que pueda obtener),
por lo tanto se generará un embotellamiento de pulsión, que conllevará a dirigir la
pulsión hacia sí mismo a fin de darle algún trámite. Es posible que el atrapamiento en el
trauma, genere en el paciente una sensación fuerte de encierro.
Respecto a la exuberancia de los síntomas de agresividad en estos casos, puede
decirse que, en cuanto vías arcaicas de descarga, revelan a un sujeto sumido en la
regresión. Por otro lado, el paciente estaría obligado a dejar de cometer estos actos por
su temor a ser retaliado por el Súper-yo, pero esto no es lo que sucede pues el sujeto
parece más agresivo que nunca, y para reparar el daño y no sentir culpa pone la
agresividad sobre la parte escindida de su Yo (Yo de guerra), o simplemente hace una
selección del material relacionado con esta y lo reprime fuertemente.
Finalmente, la búsqueda de la muerte por el goce que supone, se entiende por la
noción de placer en el displacer, proporcionado por la pulsión de muerte. Hay pues una
relación entre el goce y la muerte dada por la pulsión de muerte. Por goce el sujeto
puede: buscar el suicidio como intento final de goce absoluto en el propio cuerpo en un
masoquismo más arduo, o buscar el asesinato como intento final de goce a través del
otro, pasando por el sadismo más puro.
El cuerpo del sujeto se supone vacío de goce, el paso por el campo de batalla ya
supone llenar el cuerpo de goce, de placer en el displacer de la guerra, pero el suicidio es
el rebosar completo del goce dentro del cuerpo mismo, en el camino de la autoaniquilación.
En el campo de batalla el sujeto pudo hacer de su goce algo nocivo para el otro, una
vez fuera del campo, esto le queda prohibido; el sujeto no encuentra otra manera de
seguir perpetuando su goce nocivo, que en sí mismo. Busca por ellos la muerte y el sufrimiento.
También hay un goce en el asesinato del otro, que hace emerger a un sujeto lleno de
poder. Pero asesinar, implica otras cosas además del goce. Por ejemplo, la muerte del
superior viene a significar sentimientos contradictorios, pues se juega por el lado del
goce, el deseo y la culpa. El asesinato del superior no es otra cosa que la puesta en acto
de las fantasías que dominan al niño en su fase edípica, es decir, el parricidio, para la
obtención del objeto más preciado, la madre. La obtención de eso objeto no sólo implica
lograr la satisfacción sexual deseada, sino la toma del poder, ser el Falo en cuanto se
derrota el máximo rival. En otras palabras volver al goce perdido. Por otro lado, gracias
a la actuación del Súper-yo real, que no es más que la introspección de la ley del padre,
la culpa comienza a jugar su papel.

Continúa en «La Ley y el Goce«