Trauma (Trauma de guerra – Neurosis de guerra): De Freud a Lacan

EL TRAUMA Y SUS SECUELAS

Disertación psicoanalítica sobre el trauma en el campo de batalla y el estado psíquico
que a partir de él se desencadena.

Autores: Andrea Paola Martínez Mora. Laura Natalia Pérez Pérez. Gloria Elena Gómez Botero (Directora de tesis.)
Facultad de Psicología, Pontificia Universidad Javeriana
Enero de 2005

Capítulo 3. De Freud a Lacan

El pasaje de la teoría freudiana del trauma, a la lacaniana se hará a través de
conceptos como la pulsión de muerte, la repetición, y la angustia.
Tercera Teoría Pulsional Freudiana, Repetición y Trauma. De algunos conceptos
freudianos, específicamente la tercera teoría pulsional y la repetición, partió Lacan para
construir sus propias nociones sobre el trauma.
Después de la Primera Guerra Mundial Freud reestructuró el edificio teórico que
había construido luego de varios años de tratar pacientes neuróticos; los cambios
epistemológicos que realizó le permitieron introducir la segunda tópica y hacer ajustes
en la clínica y técnica analítica (Chemana, 1996). Freud descubrió que la fijación al
trauma, el juego repetitivo del niño, la resistencia a la cura, la transferencia negativa y el
destino fatal autoinducido, entre otros fenómenos, contradecían por completo el
principio rector del aparato anímico, por cuanto su funcionamiento no implicaba placer
alguno para las instancias (ya fuera inconsciente o paradójico), sino la repetición
compulsiva, involuntaria (a diferencia de la reproducción) e indeseada de las experiencias más dolorosas de la vida del sujeto. De los fenómenos clínicos donde se
manifiesta la repetición Freud dedujo que, en el alma existe una fuerte tendencia al principio del placer, pero ciertas otras fuerzas o constelaciones la contrarían, de suerte que el resultado final no siempre puede corresponder a la tendencia al placer. (Freud, 1920/[1978-1985], p.9)
Entonces, la fijación al trauma y la subsiguiente neurosis de guerra son fenómenos
que contradicen el principio de placer -hasta la primera tópica, rector del aparato
anímico- y se anudan a una cuestión perteneciente al campo de la pulsiones que Freud
intentó descifrar. Freud dedujo de sus observaciones y análisis que lo que allí se pone en
juego es un principio que se presenta en la forma de un automatismo y además precede y
va más allá que el del placer. Llamó a este principio compulsión a la repetición
(wiederholungszwang) y lo anudó a la pulsión de muerte en la tercera tópica que
propuso y cuya exposición implicó un viraje total en su teoría. Lo particular de esta
repetición, es que permite retornar experiencias que nunca han suscitado placer alguno a
los sistemas; es un proceso que no tiene en cuenta la cualidad del contenido y sólo se
concentra en hacer un movimiento de vuelta hacia atrás. Según Freud (1920/[1978-
1985]) la compulsión a la repetición es más original, primitiva y pulsional que el
principio de placer; es una propensión de naturaleza conservadora que tiende a
reproducir un tiempo anterior, sea este placentero o no.
“Más Allá del Principio del Placer” (1920/[1978-1985]) fue la obra en la que Freud
concretó la lucha entre la vida (Eros) y la muerte (Tánatos); ésta fue la tercera y última
teoría de lucha pulsional que propuso. Al respecto dijo que las pulsiones de muerte y las
pulsiones de vida se contradicen, pues mientras las primeras son totalmente
conservadoras, o sea que tienden a devolver al organismo a un estado anterior, de reposo absoluto, de reducción completa de tensiones y por lo tanto de no- vida (desintegración),
las segundas se empeñan en unir, crear y hacer progresar al individuo (Freud,
1920/[1978-1985]). Las pulsiones sexuales, son las pulsiones genuinas de vida, por
cuanto contrarían el propósito de llevar al organismo hacia la muerte. Sin embargo,
Freud argumentó que el jalonamiento de la pulsión de vida no es más que aparente, pues
aunque no son expresamente conservadoras, éstas llevan a la muerte por caminos
indirectos. Dice así que,
( … ) el organismo sólo quiere morir a su manera, también estos guardianes de la vida
fueron originariamente alabarderos de la muerte. Así se engendra la paradoja de que
el organismo vivo lucha con la máxima energía contra influencias (peligros) que
podrían ayudarlo a alcanzar su meta vital por el camino más corto (por cortocircuito,
digámoslo así); pero esta conducta es justamente lo característico de un bregar
puramente pulsional, a diferencia de un bregar inteligente. (Freud, 1920/[1978-1985],
p. 39)
En último término la compulsión a la repetición es la característica universal de las
pulsiones. En “Dos Artículos de Enciclopedia” (1923 [1922]/1978-1985) Freud reafirma
que el concepto de pulsión hace referencia a las “tendencias, inherentes a la sustancia
viva, a reproducir un estado anterior; serían entonces históricamente condicionadas, de
naturaleza conservadora, y por así decir la expresión de una inercia o elasticidad de lo
orgánico” (CD-ROM).
De lo anterior, que la pulsión en general tenga que ser reconocida como una fuerza
conservadora, dirigida a la regresión y no tendiente al desarrollo y progreso y cuya meta
es volver a un estado antiguo, inicial. ¿Cuál es este estado?, el que una vez abandonó lo
vivo, pero al que aspira regresar. Radicalizando estas afirmaciones Freud dice que “la meta de toda vida es la muerte; y, retrospectivamente: Lo inanimado estuvo ahí antes
que lo vivo” (Freud, 1920/[1978-1985], p. 38).
Del encuentro entre las pulsiones de muerte y las de vida, resulta “un ritmo
titubeante en la vida de los organismos; uno de los grupos pulsionales se lanza,
impetuoso, hacia delante, para alcanzar lo más rápido posible la meta final de la vida; el
otro, llegado a cierto lugar de este camino, se lanza hacia atrás para volver a retomarlo
desde cierto punto y así prolongar la duración del trayecto” (Freud, 1920/[1978-1985]),
p. 40).
La pulsión de muerte se evidencia clínicamente en fenómenos como la repetición, la
repetición del trauma, el masoquismo, la reacción terapéutica negativa, y en resumen, la
obstinación y constancia del sujeto para sufrir (en Lacan se encuentra la noción de goce
nocivo). El trauma se enlaza a la corriente propiamente conservadora de la pulsión,
aquella que por encima de toda tendencia hacia el placer intenta repetir un estado
anterior, con el fin de reducir todas las tensiones a cero. Se deduce de esto que el trauma,
explicado por el fenómeno de la repetición, se anuda a la pulsión de muerte desde la
óptica freudiana.
Las neurosis de guerra y las neurosis traumáticas fueron un buen punto de apoyo
clínico para la reestructuración conceptual de 1920. Freud se preguntaba por qué si le
causaba tanto dolor al enfermo, seguía éste repitiendo sin cesar a través de cavilaciones,
actuaciones, sueños, etc., las imágenes de la escena traumática. Argumentó, que aquello
que el sujeto no puede recordar en calidad de vivencia pasada gracias al proceso de
represión llevado a cabo por el Yo coherente, lo repite sin saber como vivencia presente
y con fidelidad no deseada, gracias al retorno de lo reprimido inconsciente (Freud,
1920/[1978-1985]). Las experiencias traumáticas funcionan de esta manera en el psiquismo, pues no dejan a su paso una huella que pueda ser rememorada por el sujeto (una huella simbolizada) y sin embargo devienen, despertando las sensaciones de
displacer con que fueron vividas originalmente.
Freud descubrió que el carácter traumático de las experiencias (explicado desde el
punto de vista económico), impide que el sujeto les haga frente, pasando por esta razón a
ser reservorio del inconsciente después de ser supeditadas por el proceso de represión.
Las huellas mnémicas reprimidas subsisten en estado libre dentro del aparato psíquico,
pues son investidas por la energía propia del inconsciente, es decir, la investidura
libremente móvil (la pulsión). Como energía móvil, no pueden ser ligadas y elaboradas a
través del proceso psíquico secundario propio del sistema preconsciente-consciente. El
obstáculo de la defensa no tarda mucho en fracasar, permitiéndole a aquellas huellas
traumáticas retornar y aferrase a la consciencia bajo la forma de la repetición. El
objetivo de mantener alejados los contenidos traumáticos fracasa, pero lo que retorna no
es igual a la huella original sino un recuerdo ulterior que no le es fiel. Las huellas
mnémicas originales nunca retornan a la consciencia sin ser modificadas, lo que retorna
es algo diferente. Esto significa que lo original es realmente inabordable para la
consciencia, es imposible de soportar. De esto puede afirmase que hay un fracaso de la
defensa y al mismo tiempo una defensa frente al fracaso (Kaufmann, s.f.).
Debido a estas circunstancias, permanecen las experiencias traumáticas como
pulsiones que intentan descargarse incesantemente y ocasionan en su repetición una
fuerte sensación de displacer para el sujeto. La repetición de la pulsión es una forma de
intentar la resolución (a costa de sentir un nuevo displacer) de una situación que en el
pasado se vivió de manera pasiva. Obsérvese por ejemplo el juego infantil Fort-da, en el
cual el niño hace desaparecer y aparecer sus juguetes, lanzándolos lejos de sí mismo.
Ese desaparecer y regresar, es semejante al hecho de la renuncia pulsional del niño; esto
es parte del proceso que le permite admitir la partida de la madre, así, por medio de este
juego repetitivo él se apodera de manera activa del hecho doloroso de la separación de
su cuidadora, escenificando lo que en realidad había vivido de manera pasiva y dolorosa
en el momento del nacimiento y posteriores. ¿Cuál es el papel del principio del placer en
este revivenciar el hecho doloroso?, “comoquiera que sea, si en el caso examinado ese
esfuerzo repitió en el juego una impresión desagradable, ello se debió únicamente a que
la repetición iba conectada a una ganancia de placer de otra índole, pero directa” (Freud,
1920). Esta es la ganancia de placer vía la pulsión de muerte, o lo que Lacan llamaría el
goce nocivo.
Tanto para Freud como para Lacan la repetición es universal (estructural) e
inevitable, además de ser lo esencial de la pulsión (recuérdese que toda pulsión es por
naturaleza conservadora).
La repetición nos obliga a encarar otra vía de trabajo, pues, como Freud lo afirma en
uno de sus últimos textos, «Análisis terminable e interminable», es imposible
desembarazarse por completo de esas manifestaciones residuales
(Resterscheinungen). Según Freud, no se puede concebir al sujeto sin pensar en una
entropía psíquica. Siempre existirá lo inevitable de la repetición, constitutiva del
sujeto. Empleando una expresión de Freud, podemos llamarla «los dragones del
tiempo originario». (Kaufmann, s.f., CD-ROM)
Desde esta perspectiva, ha de hablarse de un trauma que estuvo en el origen,
inaugurando el fenómeno de la repetición y así mismo el psiquismo. Un trauma
inaugural, que buscará siempre ser descargado, ¿cual es éste?: “la repetición es
ciertamente la marca del trauma original y estructural y de la impotencia del sujeto para borrarla. Lo que equivale a decir que es la firma de la pulsión de muerte, que se revela
como retorno al origen, y que también es su anuncio: el retorno de lo mismo es lo
contrario de un adelanto, de un paso vital, es el retorno a la muerte” (Chemana, 1996,
CD-ROM).
Entonces, la repetición es consecuencia de un trauma primigenio; es un intento de
anularlo o hacer algo con él, a pesar de que conduzca al sujeto a un lugar distinto al de
placer, por no responder a deseo ninguno (Chemana, 1996, CD-ROM). Dicho trauma se
juega por el lado de la pérdida estructural, en consecuencia, es una pérdida la que
inaugura la repetición y por ende la pulsión. Finalmente, “la compulsión de repetición se
estructura en torno a una pérdida, en cuanto lo que se repite no coincide con lo que la
repetición repite” (Kaufmann, s.f.).
La repetición en la pulsión tiende a alcanzar algo que realmente no existe, se enmarca
entonces en un fracaso. La repetición nunca se consuma, repite interminablemente el
fracaso de encontrar la cosa freudiana, o el trazo unario que ordena la subjetividad,
según Lacan (Kaufmann, s.f.): es decir, el objeto perdido. En este camino, nace el deseo
del sujeto, que se encamina a buscar un objeto irrecuperable e irremplazable,
encontrando sólo objetos sustitutivos que no cumplen con todas las características del
primitivo. La relación con el objeto, incitada por la pulsión, no es más que la búsqueda
repetitiva de un objeto perdido, por eso nunca está en condiciones de satisfacer
completamente al sujeto. En conclusión, la repetición es un hecho de estructura (la
pulsión) que tiende a buscar un objeto imposible de alcanzar y por lo tanto es
insuperable (Kaufmann, s.f.). Lo que se ha expuesto se relaciona con las nociones de
goce y deseo en Lacan, que se retomarán posteriormente.
Lo anterior trae a colación toda la discusión del psicoanálisis acerca de las huellas
primordiales, inadmisibles y perdidas en el psiquismo humano. “Estas huellas iniciales
tienen para Freud las más hondas consecuencias para el desarrollo de las funciones en el
individuo. Ya desde aquí se enmarca una nueva realidad, la ‘realidad psíquica’,
organizada en las representaciones” (Arciniegas, 1996, p. 71).
En “Inhibición, Síntoma y Angustia” (1925), Freud dialoga con Otto Rank sobre la
propuesta de este último según la cual la primera experiencia traumática vivida por los
individuos es el nacimiento. El paso del estado energético más bajo, al de vida, provoca
una sobrecarga energética en el organismo. Dicha sobrecarga tiene las características
económicas necesarias para convertirse en una experiencia fuertemente traumática para
el individuo. Pero en el organismo humano no sólo el carácter económico convierte al
nacimiento en un hecho traumático, también lo hace el advertir la separación del objeto
más preciado. El nacimiento es entonces el paradigma del trauma en el ser humano, y
por tanto representa la condición vital (Freud, 1925/1972).
El nacimiento como metáfora representa una huella traumática inaugural que se
repetirá en adelante, dando inicio a tal fenómeno. Todo trauma posterior vendrá a
asociarse con aquel primordial, engrosándolo. Así mismo, el objetivo de la repetición
será retornar al punto energético mínimo, de homeostasis en el aparto psíquico; este
punto no es otro que lo anterior al nacimiento.
Ahora, hay una relación entre trauma y angustia que merece ser profundizada, pues
así como Freud planteó que el trauma que inaugura el psiquismo es a la vez una
experiencia que suscitará angustia originalmente.
La primera experiencia angustiosa, por lo menos de los hombres, es el nacimiento, el
cual supone, objetivamente, la separación de la madre y puede ser comparado (atendiéndonos a la igualdad: niño = pene) a la castración de la madre. (Freud,
1925/1972, p. 1234)
Se toma al nacimiento como paradigma del trauma por cuanto constituye la
verificación de la separación de la muerte (Freud, 1925/1972). Esta angustia de
separación, anudada a las primeras experiencias traumáticas, se reedita en las
sustracciones que el niño vive en su desarrollo, como el destete, la excreción, la voz, la
mirada y finalmente la amenaza de castración en el complejo de Edipo, es decir, la
representación de la pérdida ligada al órgano genital masculino (Chemana, 1996).
Siendo así, en el sujeto se inscribe una huella primigenia que enmarca el porvenir del
sujeto. En adelante en el individuo se repetirá (más no rememorará) compulsivamente
dicha huella, con objeto de lograr una reducción total de energías similar a la muerte, es
decir, de reproducir el estado anterior al nacimiento. Se profundizará en lo enunciado
haciendo un breve paso por el tema de la angustia.
Perspectiva Freudiana de la Angustia. Hay una diferencia fundamental entre el
miedo, el terror y la angustia. El primero remite a un afecto desencadenado por un objeto
bien definido, el segundo a lo que deriva de la sorpresa ante un evento con
características traumáticas para el cual no estaba preparado el sujeto, y la tercera es
específica para un estado de espera de un peligro no identificado. La defensa contra el
terror es la angustia, ya que permite anticipar el hecho traumático y disponer el
organismo para reaccionar ante él; si se desarrolla suficiente angustia, un evento no será
vivido con terror y por ende no dejará una huella traumática (Kaufmann, CD-Rom).
Hay dos teorías definidas de la angustia en la obra de Freud, una de ellas de
naturaleza económica y la otra dinámica. La económica refiere a un afecto displacentero,
provocado por un aumento excesivo de excitación (energía libidinal) que podría librarse por medio de la descarga, pero no llega a tal fin. Según la dinámica, es aquel afecto el
que indica que el Yo se encuentra frente a un peligro inminente; aquí se supone al Yo
como único lugar de la angustia (Kaufmann, CD-Rom). Según una definición lacaniana,
la angustia es un sentimiento que nace a la espera de algo que no se puede nombrar
(Chemana, CD-Rom). A continuación se profundizará un poco en ambas posturas.
En 1932 con el artículo “Angustia y vida pulsional”, Freud englobó su teoría de la
angustia distinguiendo los tres tipos que se empalman con todas las experiencias que
tiene el individuo; estas serían: la que va dirigida al mundo exterior o angustia real, la
que presagia un peligro interior proveniente del Ello o angustia neurótica, y la que está
dirigida hacia el Súper-yo o angustia de conciencia. Se corresponde esta postura con la
visión dinámica del aparato anímico. El Yo es amenazado por experiencias peligrosas
provenientes del mundo exterior, el Ello o el Súper-yo, y por tanto es el terreno donde se
aloja la angustia. En todos los casos, éste es un afecto que alerta una situación peligrosa
que no ha sido identificada y por consiguiente es inexplicable. Adicionalmente, puede
ser sentida según una escala que va desde el malestar leve hasta el pánico (Kaufmann,
CD-Rom).
Hay pues una relación estrecha entre el trauma, el peligro (interno o externo) y la
angustia, pues gracias a la situación peligrosa, aflora el mencionado afecto. Pero, ¿de
qué índole es este peligro?. En principio no es identificable ni explicable, pues si así
fuese sería miedo y no angustia lo que florecería. Según Freud, tanto el peligro interno
(proveniente del Ello o Súper-yo), como el externo (de lo real concreto) remiten o
reeditan, un mismo acontecimiento arcaico: un trauma primitivo que no pudo ser
evacuado siguiendo el principio del placer. Algo trascendental, de naturaleza arcaica en
el aparato anímico, fue vivido como un trauma, es decir con las características cuantitativas y cualitativas indispensables, estas son: el aumento hipergrande de energía
y la imposibilidad de controlarla y suprimirla, la pasividad con la que fue vivida el
hecho y la perdida irrecuperable de un objeto o mejor, de una parte de sí mismo
sobrevalorada. En adelante, la experiencia peligrosa (sea interna o externa) será la que
porte características semejantes al trauma original.
Hay experiencias contingentes que marcan a un sujeto particular, hay otras que son
imperativas en el desarrollo emocional. En una cadena de asociaciones hacia atrás dentro
del aparato anímico, cabría reconocer los momentos del desarrollo en los que
determinada experiencia peligrosa es inevitable, y por lo tanto, una angustia específica
determina la fase. Que se instauren como traumas depende en gran parte del modo como
el sujeto particular atraviesa por el impasse, en palabras freudianas, depende de si ocurre
o no fijación libidinal (por déficit o exceso de satisfacción). En gran medida corresponde
también a cómo el niño ha vivido las anteriores experiencias peligrosas, cómo las
afrontó y cómo se ha ido construyendo (la estructura subjetiva es directriz).
Conforme la teoría dinámica de la angustia, a medida que el Yo va desarrollándose
experimenta distintas situaciones peligrosas ante las cuales emerge un afecto angustioso
particular y un mecanismo de defensa. Así lo argumentó Freud en la conferencia 32º,
«Angustia y vida pulsional», de 1932.
Al estudiar las situaciones peligrosas, comprobamos que a cada período del desarrollo
le corresponde una angustia propia; el peligro del desvalimiento psíquico coincide
con el primer despertar del yo; el peligro de perder el objeto (o el amor), con la falta
de independencia que caracteriza la primera infancia; el peligro de la castración con
la fase fálica y, finalmente, la angustia ante el superyó -que ocupa un lugar particularcon
el período de latencia.» De modo que la angustia parece basarse en situaciones prototípicas cuya reactivación de orden traumático indicaría una insuficiencia de
elaboración psíquica. (Freud, 1932)
En la obra “Inhibición, Síntoma y Angustia” (1921/!959) Freud argumenta que la
experiencia de angustia prototípica del ser humano es el nacimiento, primera situación
de peligro vivida que se repetirá en toda ocasión donde haya una ausencia del objeto. El
primer nivel es entonces originario y acontece a raíz del desamparo psíquico que
experimenta el lactante cuando su madre está ausente, por ende se relaciona con la
reacción que suscita la separación o pérdida del objeto madre. Los niveles posteriores
vienen a ser repeticiones de la experiencia original. Uno de los más importantes es
cuando la angustia actúa como un afecto señal, alertando sobre el peligro de castración,
en el tiempo en que el Yo intenta evitar los mandatos del Súper-yo, esto sería la fase
fálica. La angustia de castración, junto con la vivencia de amenaza que le corresponde,
se erigen como otro de los núcleos en la conformación del psiquismo.
De modo que la angustia real y la angustia neurótica, según que se atribuya el peligro
al acontecimiento exterior o a las mociones pulsionales interiores, siguen remitiendo
(como Freud lo había ya indicado en la continuidad del trauma del nacimiento y de la
separación de la madre) a otra separación también estructural, la del miembro viril
para el niño, traducida en la vertiente femenina por el miedo a la pérdida de amor. La
angustia de castración reemplaza entonces a la angustia del nacimiento en la fase
fálica. (Kaufmann, CD-Rom)
Entonces, “para Freud, la irrupción de la angustia en un sujeto es siempre
articulable a la pérdida de un objeto fuertemente investido, ya se trate de la madre o del
falo [la cursiva es nuestra]” (Chemana, CD-Rom).
Siguiendo la línea evolutiva se encuentra un pasaje de la angustia de castración, a la
angustia de conciencia en la fase de latencia gracias a la interiorización de la figura
superyóica. De la angustia de conciencia proveniente del peligro que representa para el
Yo la aproximación del propio Súper-yo, se desprende la idea de la muerte.
«Para expresarlo en términos más generales -escribe Freud en Inhibición, síntoma y
angustia-, es a la ira, al castigo del superyó, a la pérdida de su amor, a lo que el yo
otorga valor de peligro, y a ello responde con la señal de la angustia. La forma última
que toma esta angustia ante el superyó, me ha parecido, es la angustia de muerte (la
angustia de supervivencia) (Todes – [Lebens] -Angst), la angustia ante el superyó
proyectado en los poderes del destino.» (Kaufmann, CD-Rom)
Los mandatos del Súper-yo obligan a una renuncia a la satisfacción de las pulsiones
del Ello, a costa de una angustia a la pérdida del amor parental (luego desplazada a la
figura de autoridad). Pero una vez el Súper-yo se ha interiorizado adquiere un carácter
omnipotente gracias al cual se hace imposible ocultarle que los deseos del Ello nunca
fueron aplacados. Es allí donde aparece el sentimiento de culpa y la necesidad del
autocastigo que impone el Súper-yo, haciendo uso de toda la angresividad (Kaufmann,
CD-Rom).
Finalmente, la angustia de muerte resulta de la acentuación económica en la relación
entre el Yo y el Súper-yo. En aquella instancia se asienta la función protectora que antes
era ejercida externamente por los padres. En adelante frente a un evento, en exceso
peligroso para el Yo, el sujeto se siente abandonado por los poderes protectores y
quedando desvalido, se deja morir (Kaufmann, CD-Rom).
Detrás de las conductas de fracaso y de los comportamientos autodestructivos, se
perfila la figura de la Muerte como último recurso que cierra la interrogación sin cesar relanzada por el sujeto hacia lo que se le presenta como la repetición de una
fatalidad desdichada (Kaufmann, CD-Rom).
Freud reconoce un efecto de buclaje de la angustia de muerte sobre la primitiva
angustia de nacimiento (separación de la madre), poniéndola nuevamente en el inicio de
la cadena que en adelante se repetirá (Kaufmann, CD-Rom). De lo anterior, que halla
pues dos fuentes de la angustia:
“una, involuntaria, automática, inconsciente, explicable cuando se instaura una
situación de peligro análoga a la del nacimiento y que pone en riesgo la vida misma
del sujeto; otra, voluntaria, conciente, que sería producida por el yo cuando una
situación de peligro real (interno o externo) lo amenaza. La angustia tendría allí como
función intentar evitar ese peligro” (Kaufmann, CD-Rom)
Sin embargo, cabe añadir que así como las experiencias de peligro posteriores al
nacimiento junto con sus angustias (como la de castración, la de conciencia, la de
muerte) no hacen más que reeditarlo, las experiencias que suscitan angustia real (ante el
mundo exterior) se remiten a la vivencia originaria de angustia y las posteriores.
Los traumas, los eventos peligrosos y la angustia son estrechados por un fuerte nexo.
Frente a un peligro que ha sido vivido traumáticamente, se reactivan viejas angustias y
experiencias traumáticas que se le relacionen. No obstante, el sujeto no tiene acceso al
recuerdo consciente de dichos traumas o experiencias, lo que implica el retorno
exclusivo del afecto. La angustia que resulta de esto es por tanto excesiva, desbordante,
y se corresponde con el déficit habido en la experiencia traumática actual (en la cual
reinó la estupefacción y el terror) (Kaufmann, CD-Rom).
Por último cabe mencionar, que el afecto general, así como la angustia no se pueden
reprimir, andan libremente por el aparato anímico, provocándole al Yo sensaciones de displacer. Esto tiene sus repercusiones, pues el Yo se ve hostigado a lograr un modo de
transacción tanto para sus propias aspiraciones como para las del Ello, encontrándolo en
el síntoma, formación que liga la energía libidinal y vuelve innecesaria la aparición de la
angustia (Kaufmann, CD-Rom). El siguiente es un ejemplo de lo mencionado:
( … ) acerca del ejemplo de los ceremoniales obsesivos de los que no es posible
abstenerse bajo pena de provocar en su lugar un desborde de angustia, Freud formula
la hipótesis siguiente: «En verdad, parece que el desarrollo de la angustia ha
precedido a la formación del síntoma, como si los síntomas hubieran sido creados
para impedir el estallido del estado de angustia». (Kaufmann, CD-Rom)
Por lo tanto no es la represión la que genera angustia, sino la angustia, primera en
aparecer, la que genera represión. Ante la señal de peligro, el Yo se moviliza utilizando
sus mecanismo defensivos, entre ellos, la represión. Esto implica que frente a la señal de
peligro externo o interno – que llega al Yo para que se preserve -, se deben reprimir las
mociones pulsionales (del Ello). De no ser así el peligro puede llegar a realizarse, este
es, la separación de otro objeto de valor para el individuo (Kaufmann, CD-Rom).
¿Cómo se expresan los tipos de angustia? La angustia real se manifiesta desde la
señal, hasta el pánico, según como se confronte el peligro externo. Por su parte, la
angustia neurótica, se expresa mediante ciertos fenómenos destinados a contenerla; los
principales son el proceso de inhibición y el compromiso sintomático (Kaufmann, CDRom).
Perspectiva Lacaniana de la Angustia. Lacan alude a la angustia como el afecto que
aparece en la vacilación que se produce cuando se confronta con el deseo del Otro. Para
Lacan el afecto angustioso no está ligado a la falta del objeto como en Freud, pues el
autor alude a que éste no se perdió del todo y aparece en las formaciones del inconsciente. La angustia emerge en la relación con el objeto aún antes de haber existido
(la cosa) entonces, no es sin éste, sino en relación con lo estructuralmente perdido, esto
es el objeto a, cuyo nombre o características no están dadas a conocer.
La espera del peligro que Freud relaciona con la angustia, lo mismo que la espera «de
algo» (vor etwas), que hace decir a Lacan que «ella no es sin objeto», llevaría sin
duda a pensar en la naturaleza inaccesible del objeto que falta, o incluso en la
presciencia de la irreductibilidad de lo real que en ningún caso puede nombrarse, si
no (para expresar en términos lacanianos el fondo de roca freudiano de la castración y
la muerte) en la evanescencia del falo y la actualización mortífera del goce.
(Kaufmann, CD-Rom)
En lo tocante a Freud, el objeto perdido tiene una íntima relación con la madre, la
cual se perdió en el momento de la separación durante el nacimiento, para Lacan, es la
cosa (no tiene nombre), que se pierde en la Castración, operación simbólica que busca
ordenar la sexualidad de los individuos y permitirles su devenir como sujetos de la
cultura (Chemana, CD-Rom).
No obstante, tras la operación del símbolo no todo el objeto a quedó perdido, de él
permaneció un resto denominado por Lacan lo real. Lo real constituye lo
verdaderamente inatrapable del ser humano, lo que el símbolo no pudo atravesar. La
angustia sería, por tanto, señal de la presencia de lo real que se avecina. Su lugar de
alojamiento es el resto, es decir, lo que queda después del corte que efectúa el
significante sobre el sujeto para organizarlo.
En el resto (lo real) queda el vacío del objeto a causa del deseo (impensable e
irrecuperable, que sólo da cuenta de sí a través de la falta); por lo tanto la angustia
vendría a advertir sobre la proximidad del objeto a, que amenaza con reaparecer.
Entonces, la angustia es generada por la carencia de la falta, “falta de falta” (Kaufmann,
CD-Rom).
Si el objeto a “llega a no faltar” aparece la angustia; esto sería la omnipresencia del
objeto (por ejemplo del seno en el lactante), el colmar, que conduce el sujeto al
encuentro con lo innombrable, lo horrible, en otras palabras, lo ominoso. La angustia se
asocia entonces, a lo que no engaña, a lo certero.
La angustia es la espantosa certidumbre, es lo que nos mira, como el Hombre de los
Lobos, a través de la claraboya, en el colmo de la angustia, se veía mirado por los
cinco pares de ojos de su fantasma. La angustia es siempre lo que nos deja
dependiendo del Otro, sin palabra alguna, fuera de simbolización. (Chemana, CDRom)
Son exponentes de la angustia el goce, la demanda y el deseo, en los que la relación
con el Otro es imperante (Chemana, CD-Rom). El objeto de falta estructural u objeto a,
es soporte y luego causa del deseo. Es en la presencia del objeto a cuando surge la
angustia, pues pone en evidencia la falta fundamental (Chemana, CD-Rom). Por lo
anterior, se verifica la falta como la condición del deseo (estructurado por el fantasma),
la necesidad y la demanda; sin embargo, los objetos a´ a los que empujan parecen nunca
llenar ese vacío. “Es precisamente en esta no-correspondencia entre el deseo y la falta
donde Lacan situará el «punto de angustia»” (Kaufmann, CD-Rom). Así la angustia
apunta a la verdad de la falta.
Para Lacan, la angustia se constituye «cuando algo, no importa qué, viene a aparecer
en el lugar que ocupa el objeto causa del deseo» (ibid.). La angustia siempre es
suscitada por este objeto que es el que dice «yo» en el inconciente y que intenta expresarse a través de una necesidad, de una demanda o de un deseo. (Chemana, CDRom)
Un ejemplo de la angustia desde esta perspectiva es la creación de un doble
(experiencia ominosa). Ésta experiencia se explica porque en un sujeto no esta
preservado el lugar de la falta y su imagen especular se desprende del espejo
convirtiéndose en la imagen de un doble autónomo (Chemana, CD-Rom).