Obras de S. Freud: Un bello sueño

Un bello sueño

En compañía de mucha gente, él viaja por la calle X, en la que se encuentra una modesta posada (lo cual no es cierto). En sus habitaciones se representa teatro; él es por momentos público, por momentos actor. Al final dicen que hay que mudar de ropa para volver a la ciudad.

A una parte del personal se le asignan las habitaciones de la planta baja y a la otra las habitaciones del primer piso. Después se enciende una disputa. Los de arriba protestan porque los de abajo todavía no están listos, por lo cual no pueden bajar. Su hermano está arriba y él abajo, y él se fastidia con su hermano por tales presiones. (Esta parte no es clara.) Ya desde que llegaron, por lo demás, eso estaba determinado y se habían dividido los que debían estar arriba y los que debían estar abajo. Después él marcha solo, cuesta arriba, por la pendiente que la calle X hace allí yendo a la ciudad, y avanza con tanta dificultad, con tanto trabajo, que no se mueve del sitio. Un señor mayor se le reune y echa pestes contra el rey de Italia. Al final de la cuesta marcha él más aliviado,

La fatiga del ascenso era tan nítida que después de cobrar el sentido dudó un rato si era sueño o era realidad.

Por su contenido manifiesto, difícilmente sería elogiable este sueño. Contrariando la regla, empezaré la interpretación por el fragmento que el soñante caracterizó como el más nítido.

La fatiga soñada y probablemente sentida mientras soñaba, la disnea de la subida trabajosa, es uno de los síntomas que el paciente mostró de hecho años atrás; y en ese tiempo, en asociación con otros fenómenos, fue atribuida a una tuberculosis (con probabilidad, simulada por la histeria). Los sueños de exhibición nos han familiarizado ya con esa sensación de movimiento inhibido característica del sueño, y aquí encontramos de nuevo que, en su calidad de material disponible en todo momento, se la aplica a los fines de otra figuración cualquiera. El fragmento del contenido onírico en que se describe que el ascenso era fatigoso al comienzo, y al final de la cuesta se hizo aliviado, me trae a la memoria, cuando me es contado el sueño, la conocida y magistral introducción de Safo, de Alphonse Daudet. Allí un joven carga a su querida escaleras arriba, y al comienzo es como si llevase una pluma; pero a medida que monta, tanto más le pesa en los brazos. La escena es parábola de la trayectoria de la relación amorosa, y pintándola quiere Daudet advertir a los jóvenes que no se enreden con muchachas de ínfima cuna y dudoso pasado, desperdiciando una inclinación más seria. Aunque yo sabía que poco antes mi paciente había mantenido y había roto una relación amorosa con una mujer de teatro, en modo alguno esperaba que mi ocurrencia interpretativa resultase confirmada.

Además, en Safo sucedía lo inverso que en el sueño; en este, el ascenso era al comienzo pesado y después liviano; en la novela el simbolismo sólo era pertinente si lo que al principio se lleva con facilidad resulta a la postre una pesada carga. Para mi asombro, el paciente observó que esa interpretación armonizaba muy bien con el contenido de la pieza que la tarde anterior había visto en el teatro. Era su título Alrededor de Viena y trataba de la peripecia de vida de una muchacha honesta primero, entregada después a un ambiente dudoso, que anudó relaciones con personas de alta posición, con lo cual «trepó a las alturas» pero en definitiva cada vez «cayó más bajo». La pieza le había traído a la memoria otra, representada años atrás, que llevaba el título De escalón en escalón y en los carteles que la anunciaban se veía una escalera con varios peldaños.

Prosigamos la interpretación. En la calle X había vívido la actriz con la cual mi paciente mantuvo su última y muy rica vinculación amorosa. Posada en esa calle no la hay. Sólo que cierta vez que él pasó en Viena buena parte del verano por amor de su dama, se hospedó {abgestiegen, también «descendió»} en un pequeño hotel de las cercanías. Al dejarlo, dijo al cochero: «Estoy contento, al menos no me picaron las sabandijas» (por lo demás, una de sus fobias). Y la respuesta del cochero: «¿Cómo pudo hospedarse allí? En verdad no es un hotel, es sólo una posada».

Con la posada se anuda inmediatamente el recuerdo de una cita:

«En una paradisíaca posada era yo, de joven, el huésped».

El posadero de esta poesía de Uhland es, no obstante, un manzano. Y una segunda cita prosigue la cadena de pensamientos:

«Fausto (bailando con la joven):

Tuve una vez un bello sueño: vi un manzano, y en él dos bellas manzanas relucían; me excitaron y monté ahí.

La bella:

Mucho apetecéis las manzanitas desde los tiempos del Paraíso, y me mueve a regocijo pues yo las tengo en mi jardín».

No puede caber la menor duda sobre lo aludido con «manzano» y «manzanitas». Un hermoso busto era también el principal de los atractivos con que la actriz había cautivado a mi soñante.

Por la concatenación del análisis, teníamos pleno fundamento para suponer que el sueño se remontaba a una impresión de la infancia. De ser esto así, debía referirse a la nodriza de este hombre, próximo a cumplir los treinta años. Para el niño, el pecho de la nodriza es, de hecho, la posada. Y tanto la nodriza cuanto la Safo de Daudet aparecen como alusión a la querida que él abandonó poco antes.

En el contenido onírico aparece también el hermano (mayor) del paciente; el hermano está arriba, y él abajo. He aquí otra inversión de la situación real, pues, según yo sé, el hermano ha perdido su posición social y mi paciente la ha conservado. Al reproducir el contenido onírico, el paciente evitó decir que su hermano estaba arriba y él «par terre». Habría sido una manifestación demasiado clara, pues entre nosotros se dice de una persona que está «par terre» cuando ha perdido su posición y su fortuna, asimilación parecida al usual «caer baío».

Ahora bien, ha de tener un sentido el que en este lugar del sueño algo se figure inver tido. La inversión debe valer también para otra relación existente entre los pensamientos oníricos y el contenido del sueño. Y poseemos el indicio de cómo ha de emprenderse esa inversión. Sin duda se encuentra al final del sueño, donde con el ascenso ocurre de nuevo lo inverso que en Safo. Es que resulta fácil averiguar la inversión aludida: En Safo el hombre carga a la mujer que mantiene con él relaciones sexuales; por tanto, en los pensamientos oníricos se trata, a la inversa, de una mujer que carga al hombre, y como este caso sólo puede ocurrir en la infancia, se relaciona de nuevo con la nodriza que carga al lactante. La conclusión del sueño acierta entonces a figurar a Safo y a la nodriza con la misma alusión.

Así como en la elección del nombre de Safo por el poeta no está ausente la referencia a un hábito lesbiano, los fragmentos del sueño en que las personas hacen su faena arriba y abajo apuntan a fantasías de contenido sexual que atarean al soñante y que, como apetencias sofocadas, no carecen de vínculos con su neurosis. Que lo figurado en el sueño son fantasías y no recuerdos de sucesos reales, eso no lo muestra por sí la interpretación del sueño; esta sólo nos brinda un contenido de pensamiento y deja a nuestro cuidado establecer su valor de realidad. Hechos reales y hechos fantaseados aparecen aquí -y no sólo aquí, también en la creación de formaciones psíquicas más importantes que los sueños- al comienzo como de igual valor.

La numerosa compañía, como ya sabemos significa «secreto». El hermano no es otra cosa que el subrogado, inscrito en la escena infantil por un «fantaseo retrospectivo», de todos los venideros rivales con las mujeres. El episodio del señor que echa pestes contra el rey de Italia se refiere también, por mediación de una vivencia reciente en sí misma indiferente, al ingreso de personas de baja cuna en la alta sociedad. Es como si la advertencia que Daudet dirige a los jóvenes fuese paralelizada por otra del mismo tenor, válida para el niño de pecho.

A fin de ofrecer otro ejemplo para el estudio de la condensación en la formación de los sueños, comunico el análisis parcial de otro sueño, que debo a una señora mayor en tratamiento psicoanalítico. En consonancia con los graves estados de angustia de que padece la enferma, sus sueños contienen abundantísimo material de pensamientos de naturaleza sexual; cuando tomó conocimiento de esto, su espanto no fue menor que su sorpresa. Puesto que no pudo llevar hasta el final la interpretación del sueño, el material onírico aparece dividido en varios grupos sin trabazón visible.