S. Freud: ¿Una ironía freudiana?

¿Una ironía freudiana?

Las constantes abordadas en la sección anterior son expresiones que desde el comienzo mismo sugerían sentidos no siempre explicitados. Ahora consideraremos otra característica de la prosa de Freud anticipando algo sobre lo cual volveremos en nuestro capítulo final.

En la Standard Edition hay una nota de Strachey a raíz del título «El sepultamiento del complejo de Edipo», escrito de 1924. Sándor Ferenczi, en carta a Freud, le hizo notar que el título parecía excesivo, y le preguntó si no lo puso influido por la polémica con Otto Rank acerca del «trauma del nacimiento». La respuesta fue que acaso sí, pero que esa influencia no alcanzaba al texto mismo del trabajo. Strachey se ñ ala que, no obstante, en El yo y el ello la expresión «sepultamiento» (Untergang; dissolution, traduce Strachey) aparecía ya dos veces. Agreguemos que en Más allá del principio de placer, algo anterior (1920), hallamos una referencia al «sepultamiento» del florecimiento temprano de la vida sexual infantil. Y en el mismo contexto aparece ahí la expresión zugrunde gehén, irse a pique, perecer, irse al fundamento. Ambas suelen presentarse aparcadas en los textos de Freud. Resulta difícil discernir la intuición básica a que responde el empleo de esos vocablos, de connotación insegura. En nuestro capítulo final veremos que quizá nos ayude una remisión al contexto del pensamiento clásico alemán.

En la anécdota mencionada por Strachey, Freud parece ejercitar cierta ironía. En este sentido: de sus propios escritos se infiere que es para él una verdad profundamente vivida la polisemia, la multivocidad (Vieldeutigkeit) de las palabras, que tiene por correspondiente la «sobredeterminación» überdeterminierung) de los procesos psíquicos (su causación múltiple), La ironía parece consistir en la admisión de una de estas líneas de determinismo (la polémica con Rank, en nuestro caso), bajo reserva mental de otras. Y en efecto, con sorpresa hallamos que en Los orígenes del psicoanálisis (AdA, pág. 247) Freud se pregunta por lo que resulta de la represión normal; y responde: angustia libre, desestimación psíquicamente ligada, vale decir, la base afectiva para una multitud de procesos intelectuales del desarrollo, como la moral, la vergüenza, etc. Pues bien, todo ello se engendra a costa de una «sexualidad sepultada (virtual) ». De faltar ese sepultamiento -prosigue-, puede producirse la insanía moral. Anteriormente había mencionado el zugrunde gehen, el irse a pique o al fundamento de las zonas sexuales iniciales. «Sepultamiento» connota, pues, una virtualidad de una etapa pasada. La expresión cuestionada por Ferenczi es recurrente en la pluma de Freud (a pesar de la parcial disculpa de este), y siempre está referida a un mismo orden de problemas.

De estas consideraciones surge, para nosotros, el compromiso de traducir los vocablos alemanes de manera uniforme (en otros casos, cuando la fluidez del discurso no lo permite, se ñ alamos la expresión del original entre llaves). Ahora podemos aclarar la ya mencionada diferencia de consignas entre nuestro trabajo y el de la Standard Edition: tenemos enfrente al texto mismo, y no obedecemos sin reflexionar a la crítica especializada con respecto a la recepción y comprensión de la obra de Freud; tampoco a las declaraciones del propio autor, pues puede operar ahí la ironía en un trabajo de zapa sobre el sentido.

Un ejemplo de «convocación»

En La interpretación de los sueños, Freud aborda el tema de los sueños típicos de desnudez (GW, 2-3, págs. 247 y sigs.). Son aquellos en que nos vemos desnudos, sentimos vergüenza y quedamos paralizados, no podemos movernos del sitio. «Las personas ante las cuales nos avergonzamos son casi siempre extra ñ os cuyos rostros quedan indeterminados. A nadie le sucede en el sueño típico que lo reprendan por ese modo de ir vestido que lo turba, ni aunque se lo hagan notar. Todo lo contrario, las personas muestran completa indiferencia o, como pude percibirlo en un sueño particularmente claro, ponen en su gesto un ceremonioso envaramiento. Esto es sugerente.

»La turbación por vergüenza del que sueña y la indiferencia de la gente se combinan para formar una contradicción, como es harto común en el sueño. Lo único adecuado a la sensación del so ñ ante sería que los extra ñ os lo mirasen con asombro y se le riesen, o le mostrasen indignación. Ahora bien, opino que este rasgo chocante ha sido eliminado por el cumplimiento de deseo, mientras que el otro, mantenido por algún poder, permanece, y así los dos fragmentos armonizan mal entre sí» (GW, 2-3, pág.248).

Hemos destacado «contradicción» (Widerspruch). Por vía de convocación, sugiere la lucha entre dos fuerzas encontradas, y no como choque puntual, sino como una batalla que se continúa. El libro sobre los sueños presenta una redacción muy particular; debe ser objeto de una muy atenta lectura, al acecho de sobrentendidos, pues no es texto muy elaborado en las transiciones de un tema a otro, pero subterráneamente está recorrido por un tenso hilo intencional. Tomemos, pues, la noción de contradicción. El soñante se pasea desnudo; lo único adecuado sería que los extra ñ os reaccionasen de algún modo; no lo hacen: ese rasgo ha sido eliminado por el cumplimiento (Erfüllung) de deseo. Entiéndase: no porque se desee que los extraños se muestren indiferentes, sino porque el deseo es una de las fuerzas enfrentadas que en la lucha por imponerse arranca a la otra esa victoria parcial. Esta convocación de una fuerza se nos confirma enseguida: «el otro rasgo» (la turbación del soñante) es mantenido por algún poder (Macht). He ahí la segunda fuerza en lucha. En la versión de Strachey hallamos unos leves deslizamientos: no traduce «lo único adecuado», que remarca la contradicción, y pluraliza «los otros rasgos», cuando el texto está en singular, un singular que evoca a la otra fuerza. En estos textos larvados, donde el sentido labora por así decir soterrado, acaso en comunicación directa con el lector (Freud le pide que haga una «trasferencia» sobre él), es preciso extremar el cuidado.

Consideremos la posición del sueño típico de desnudez dentro de la estrategia expositiva de Freud: antes, el sueño del conde Thun había establecido la existencia de una ambivalencia afectiva frente al padre. Después, el sueño de la escalera -soñado, como el anterior, por Freud- permitió redescubrir una prehistoria, una relación afectiva con la nodriza de la infancia: el deseo incestuoso. Y desde los sueños de desnudez, pasando por los sueños de muerte de personas queridas, llegamos a la exposición del «complejo de Edipo», cuyos elementos se habían ido desplegando.

La palabra «contradicción», ahí puesta, no es inocente. El sueño provoca un sentimiento penoso, que es un triunfo del segundo poder. La situación figurada en el sueño tiene un análogo infantil: de ni ñ os nos exhibíamos sin ropas ante la indiferencia de los circunstantes. Esta indiferencia, recordémoslo, era fruto de la primera instancia, el cumplimiento de deseo. Pero lo es también de la segunda; en efecto, el deseo primero era un deseo incestuoso; la segunda instancia trata de minar su poder: lo «desestima» (verwerfen) diciendo que no, que es sólo un deseo de exhibición, como cuando éramos ni ñ os. El deseo primero no ceja, quiere la exhibición ante la persona más familiar, pero la censura convierte a esta en muchas personas extra ñ as. No obstante, como el contenido mismo, el estar desnudo, alcanzó representación (Vorstellung; y no es «expresión», como en la Standard Edition) en el sueño, la segunda instancia adopta su reaseguro, que es el sentimiento penoso. Que alcanzó representación significa que «invistió» restos preconcientes. La «investidura» es actualización y activación de algo en los sistemas psíquicos; si alcanza lo preconciente deviene « representación ». Y actualización convoca «virtualidad»; lo virtual, aquí, sería la escena de exhibición.

Efectivamente, Freud dice que las impresiones de la primera infancia demandan reproducciones (Reproduktion) y, por tanto, su repetición (Wiederholung) es cumplimiento de deseo. La reproducción, a diferencia del recuerdo (Erinnerung), es de trámite más bien automático (es una repetición, como en «compulsión de repetición», de Más allá del principio de placer).

Hemos asistido entonces, destacando la «contradicción» -vocablo y concepto-, a los pasos de contradanza de las dos fuerzas o poderes enfrentados. Es una lucha dramática, como una gigantomaquia que volviera a figurar los combates del Edipo. Parece que ese término, ahí, sería un brusco afloramiento del estrato significativo subterráneo del texto.

Y no para en esto la eficacia de la contradicción; ella alcanza su figuración última en la sensación de parálisis. «De acuerdo con el propósito inconciente, la exhibición debe continuarse, y de acuerdo con la exigencia de la censura, debe interrumpirse» (GW, 2-3, pág. 251). El propósito inconciente no ceja, quiere continuar la exhibición hasta lo que ella querría ser en verdad.

Si la reacción más común frente a las doctrinas psicoanalíticas es, según Freud nos dice, la de la « contradicción », y si los pacientes suelen «contradecir» al analista cuando este les comunica algo acerca de su inconciente, la convocación más inmediata será siempre la de una lucha de fuerzas. Es preciso, pues, mantener el término aun en contextos donde pudiera parecer forzado.

Lo vemos bien: estamos frente a un texto denso que admite varios horizontes de lectura. He ahí una premisa de nuestra labor. Desde ella podemos definir un poco mejor nuestra diferencia de criterio con la Standard Edition. Ya mencionamos la ironía de Freud. Pues bien: Strachey se sitúa en una misma línea de orientación respecto de Ernest Jones, a quien cita a menudo en sus notas de pie de página. Y Jones, en el último volumen de la Vida y obra de Sigmund Freud, se ñ ala el dualismo que recorre el pensamiento freudiano. Ya lo había hecho en el segundo, a raíz de los trabajos de la llamada «Metapsicología». Esto que Jones menciona es un hecho innegable, pero a su juicio debe de haber surgido indirectamente de su complejo de Edipo. Acaso, de preguntársele si era así, Freud habría asentido: hemos visto que el Edipo es, para él, el teatro por excelencia de la contradicción. No obstante, el intento de explicación de Jones parece responder a un extremo reduccionismo: de una característica del pensamiento freudiano pasa a una peculiaridad de su complejo de Edipo. No hay nada mediador, no hay el espesor de una cultura, de una tradición. Queremos decir que Jones, y del mismo modo Strachey, no atienden al nexo entre el texto de Freud y el «texto», por así decir, de la cultura alemana. Pero es el caso que el dualismo de las fuerzas básicas (que puede ser un monismo de la sustancia universal), junto a términos como contradicción, oposición (Gegensatz), contrario (Gegenteíl), polaridad (Polarität), poseen una larga tradición y un horizonte significativo propios, de los cuales Freud no habría podido arrancarlos. De esta manera adquiere mayor perfil nuestra exigencia de «literalidad»; esta es «problemática» en cuanto pretende rastrear y destacar problemas en el texto, hayan sido explicitados o no por el autor.

Esa desatención de la Standard Edition no deja de tener consecuencias. Luego del análisis del sueño de desnudez, Freud explica que «muchas personas extrañas» significa «secreto» como «opuesto de deseo» (Wunschgegensatz). Y también en la paranoia, que restituye aquel estado de cosas infantil, se toma en cuenta esa relación de «oposición»: el enfermo se siente observado por gente ajena. En vez de «oposición», la Standard Edition traduce this reversal into a contrary, expresión que en otros trabajos reserva para Verkehrung ins Gegenteil, trastorno hacia la contraparte o hacia lo contrario, categoría riquísima del análisis freudiano. Acaso Strachey traduce así porque en cierto pasaje de La interpretación de los sueños Freud se refiere al trastorno hacia la contraparte, o parte contraría, que se discierne en sueños donde no se cumple el deseo (Wunsch), sino el «deseo contrario» (Gegenwunsch). Pero cabe suponer que deseo contrario no significa lo mismo que opuesto de deseo, si bien la base de ambos procesos se encuentra en un mismo hecho básico, o supuesto de Freud, a saber, que el alma se compone de polaridades. El deseo contrario parece serlo de la otra instancia en lucha, y el opuesto de deseo sería el deseo primero que recibió la presión de la fuerza contraria, y a raíz de eso fue empujado por un riel que él recorre fácilmente, porque cada cosa se liga así con su opuesta. El opuesto de deseo es el mismo deseo, corrido hacia su opuesto: la fuerza opera sobre una polaridad preexistente, y la polaridad misma no es, como lo sería en el otro caso, expresión de la lucha de las fuerzas polares como tales.

(Esquematizando: un deseo-fuerza A lucha con un deseo-fuerza B, su contrario; uno de los resultados de la lucha puede ser que, bajo la presión de la fuerza enemiga, A se convierta en «opuesto de A», que es su contrafigura dentro de su propio campo. Lo mismo podría ocurrirle a B. Dos fuerzas en lucha, pues, duplicadas cada una en su propio ámbito por las polaridades preexistentes.)

Por vía de atención a ciertos aspectos, o de su omisión, la traducción se inclina hacia matices diversos que imparten un sentido. Psicoanálisis Psicología.