VIGENCIA. Violencia: Entre historia y estructura

VIGENCIA. Violencia: Entre historia y estructura

Alicia Benjamín

La violencia, como fenómeno propio al lazo social, cabalga
entre historia y estructura. Por un lado, el hombre es un
animal violento, sin dudas el más destructivo de los seres
vivos. La tragedia griega lo muestra. A la vez, es un ser
esencialmente político, inconcebible por fuera del lazo social.
Esta cara “atemporal” si se quiere, remite la violencia a una
problemática mayor que atraviesa la teología, la filosofía y la
política: la de la existencia del mal. Ésta convoca a la cuestión
de la existencia de un Otro divino, toda bondad y justicia.
¿Cómo podrían coexistir Dios y el mal?
Me interesa retomar esta cuestión en nuestra actualidad.
Recurro para ello a una escena de una de las películas
que más me han gustado: Hannah y sus hermanas. En un
momento de fuerte crisis existencial, a partir de confrontarse
con la posibilidad de su muerte, un Woody Allen desorientado,
angustiado, convertido temporariamente al cristianismo,
pregunta a su madre: “Si Dios existe, ¿por qué los nazis?”
La madre, llorando desesperada y oculta tras una puerta,
convoca al padre para que responda. Pero el padre, él, no
sabe. “¿Cómo diablos quieres que lo sepa si ni siquiera sé
cómo se usa el abrelatas?”, grita.
Creo que esta escena magistral condensa varios
elementos sobre los cuales podemos interrogar nuestro
presente, quizás no más violento que otros, pero sin dudas
cualitativamente diferente. Dios en tanto gran Otro, el mal
–en la figura contemporánea del nazismo–, la angustia, un
padre. El psicoanálisis tiene algunas cosas para decir y para
aportar a la cuestión.

La Shoa: entre Milgram, Kant y Lacan
¿Por qué los nazis? ¿Cómo fue posible, en el corazón más
“civilizado” de Occidente, esta empresa de aniquilación?
¿Cómo fue posible la colaboración, por acción u omisión,
de gran parte de la ciudadanía? En Modernidad y
Holocausto, Zygmunt Bauman plantea que en el campo de
la sociología no se han sacado, no se han querido sacar,
más consecuencias teóricas y políticas de este quiebre en
la historia. Por empezar: la oposición “civilización-barbarie”,
de dudosa veracidad y subsidiaria de otra no menos falsa,
entre “razón y pasión”, a partir de la Shoa cae, o mejor dicho,
debiera caer definitivamente por tierra. Al decir de Adorno:
“Se puede escuchar Mozart y torturar”. Un siglo antes, y por
estos pagos, las llamadas campañas al desierto también
apuntaron a una “solución final” (sic.) a partir de una acción
sistemática, programada y racional que aspiraba a que no
quedara resto alguno de un grupo humano determinado –
veremos si la humanidad de la víctima queda o no reconocida
en esta acción aniquiladora.
En ese sentido, muchos pensadores de la actualidad han
recurrido al psicoanálisis –aun críticamente para avanzar en
la cuestión: Agamben, Esposito, Badiou, Baudrillard, Copjec
vuelven a Freud –sobre todo a Psicología de las masas y
Tótem y Tabú–; también, a Lacan.
Pero aun en autores que no han frecuentado la enseñanza
de Lacan, e incluso se encuentran alejados teóricamente de
él, basta con tener honestidad intelectual para llegar, por vías
muy diversas, a algunas conclusiones similares. Me refiero
en especial al psicólogo Stanley Milgram, que en los años
60, y desde el abordaje experimental, buscó responder a la
angustiosa pregunta de cómo fue posible la Shoa. ¿Qué sujeto
y qué Otro son concebibles para que dicha empresa se haga
realidad? ¿Cuáles son las condiciones sociales de posibilidad?
El mencionado experimento de Stanley Milgram se proponía
abordar los efectos posibles de la obediencia a la autoridad
en sujetos que “voluntariamente” se prestaron a una supuesta
investigación sobre el aprendizaje y la incidencia del castigo
en forma de descargas eléctricas de intensidad creciente.
Contra todo lo esperable, en su mayoría llegaron a “aplicar”
los más altos voltajes a las supuestas víctimas, que en
realidad eran actores entrenados para dar signos audibles de
dolor. Personas “normales”, bajo determinadas condiciones
pueden funcionar como sádicos. ¿Qué condiciones? La
primera es la presencia de la autoridad, una que enuncie
repetitiva e impersonalmente la necesidad de continuar con
el experimento y el argumento de que “los tejidos” de los
afectados no sufrirá daño permanente (tejidos, no personas,
referencia al organismo viviente que despersonaliza a la
víctima. Zoe, no Bios). La segunda condición es correlativa
a la primera: el semblante prestigioso de ámbito científico,
aséptico e impersonal, del lugar del experimento. Y la tercera:
la invisibilidad de la víctima[1]. La modificación de una u otra
de las variables fue lo único que hizo descender el nivel de
participación de los sujetos en tanto agentes de tortura (no
otra cosa eran las supuestas descargas).
En su escrito Kant con Sade, también en su Seminario X,
Lacan lee la posición del sádico como agente aparentemente
voluntario, pero que en realidad es instrumento engañado y
al servicio de un goce del Otro. Creyéndose sujeto libre, en
un segundo tiempo se revela a sí mismo como objeto –lo
que el masoquista asume desde el principio. Es Sade quien
da la verdad del sujeto ético de Kant, el cual cree darse
autónomamente la ley sin percatarse del “desdoblamiento”
en juego. Donde el sujeto cree ser uno con la ley simbólica,
sacrificando todo objeto del pathos, desde un ideal de
pureza, es sólo el deseo de muerte el que puede desplegarse.
Sacrificio del objeto patológico que Lacan diagnostica en el
corazón del nazismo y de las empresas totalitarias, que nada
quieren saber del resto y que en su rechazo lo producen
incesantemente: cuerpos calcinados, zapatillas apiladas,
restos nucleares inubicables. Sucumbir a la fascinación por
dicha posición sacrificial daría su fundamento mayor al efecto
de sugestión por el cual se han explicado tantos fenómenos
de violencia de las masas.
Por su parte, Milgram define la esencia de la obediencia en el
llamado “estado agéntico”, que consiste en que “una persona
viene a considerarse a sí misma como un instrumento que
ejecuta los deseos de otra persona y que, por lo mismo,
no se tiene a sí misma por responsable de sus actos” O
sea, la obediencia debida. Pero en realidad, los agentes
sólo se encontraron con su acción libre de obedecer la
autoridad; nadie los obligó. Al final de su vida, Kant plantea la
“Servidumbre de la libertad” como paradoja a la que conduce
el sujeto de la razón: libre como es, su voluntad puede, no
sólo amar la ley, sino querer el mal [2].
Sinrazón y crueldad en el corazón de la voluntad libre del
sujeto de razón, único que puede darse a sí mismo la ley.
Si por un lado, para Kant, es imposible lógicamente que la
libertad se oponga a sí misma, históricamente, ello se verificó
como posible.

Del Panóptico al Inconsciente
La violencia se encuentra inscripta estructuralmente en el
corazón de la ley. Y el mito de Tótem y Tabú no hace más
que darle forma mítica. La sociedad nace de un asesinato, del
parricidio, con la consecuente identificación caníbal –forma
primaria de la interiorización de la ley– y la culpa retroactiva.
Elementos todos ellos que, más que dar cuenta de la incidencia
positiva de la ley en las regulaciones sociales, muestran su
cara más paradójica, propia a la lógica del Superyó: se ejerció
la violencia para acceder a lo deseado, pero la ejecución del
acto condenó, debido al sentimiento de culpa, a una mayor
restricción en el acceso a mujeres y bienes. ¿Entonces? Freud
considera que el sentimiento de culpa es, ni más ni menos, el
mayor problema de la cultura. Y dicho sentimiento se sostiene
del deseo parricida. Así, la muerte del padre no permite, muy
por el contrario, librarse de él para acceder al objeto de deseo,
sino que hace a este padre privador mucho más consistente
en su función de interdicción.
La alternativa de Lacan, respecto de este circuito infernal del
Superyó, será postular, antes que la dialéctica de rivalidad con el
padre de la ley, la dialéctica del deseo como deseo del Otro. Lo
cual instaura el no saber del Otro como condición de posibilidad
de la existencia del sujeto. Esto lleva a Lacan, en su Seminario
dedicado a la Ética del psicoanálisis, y en su abordaje de los Diez
Mandamientos –paradigma de la Ley en Occidente- a priorizar,
no el consabido “No matarás”, sino el quinto mandamiento:
“No mentirás”, que, por la negativa, pone en primer plano la
necesidad de la mentira para existir como sujeto opaco ante
el Otro, que no sabe todo, no puede saber ni ver al sujeto en
su totalidad[3]. El tema pues, no es si el padre está muerto, los
modos más o menos fallidos en que fue interiorizado como ley,
y el circuito superyoico; sino que el padre no sabía, y en ese no
saber se habilita la vía del deseo del sujeto.
Volviendo a la película: W. Allen encuentra no-respuesta en
el padre, que no sabe, y en la religión; eso lo habilita a seguir
su camino propio de recuperación del sentido, de aquello
singular que lo amarra a la vida; encontrándolo, justamente,
en el cine (riendo ante una película de Los hermanos Marx).
Los regímenes totalitarios no soportan no ver o no saber. Las
empresas aniquiladoras realizan, con lamentable éxito, esta
voluntad de dominio; la apelación a la “mano dura”, la llamada
al padre de la ley, la burocracia (siempre kafkiana), responden
a la misma voluntad.
Jean Baudrillard, por su parte, postula que la violencia
contemporánea, en su deslocalización enloquecida, en
su aparente falta de motivación, toma la forma del odio,
y es una reacción desesperada, no para destruir al Otro
como suele plantearse, sino por el contrario para volver
a hacer existir la alteridad en un mundo hiperglobalizado,
donde toda diferencia –incluso o ante todo, la sexual- y
toda negatividad es rechazada desde los discursos de la
tolerancia y el consenso. Toma, entonces, la cuestión por
otro sesgo. Pero en un punto coincide con lo planteado por
Lacan, tanto respecto de los efectos segregativos del Para
todos, como respecto del discurso del capitalismo que se
sostiene en un repudio de la castración. Porque ¿qué más
alteridad que la del sujeto en relación consigo mismo, con
su división irreductible?
El discurso analítico va a implicar un lazo social inédito que
no se sostiene en una voluntad de dominio. Su referente no
es el Otro de la ley sino el Otro que no sabía, condición de
existencia del sujeto; pero también es un Otro vaciado de
goce; de ese goce que el sádico intenta hacer existir sin
saberlo, cada vez que se presta como instrumento. Dios es
Inconsciente será pues, la fórmula del verdadero ateísmo y de
una alternativa subjetiva y política, es decir, ética, respecto de
la voluntad mortífera del Uno.
El artículo anterior está basado en el trabajo presentado
en las Jornadas sobre “El mal, el odio y la violencia, hoy”,
desarrolladas el 21 de mayo de 2011 por la Cátedra I de
Psicoanálisis: Escuela Inglesa (Prof. Titular: Dra. Deborah
Fleischer)

Referencias bibliográficas
BAUDRILLARD, J.: (1995) “Violencia desencarnada: el odio” en
Pantalla total, Barcelona, España, Ed. Anagrama, 2000
BAUMAN, Z.: (1989) Modernidad y Holocausto, España, Ed.
Sequitur, 1998
BENJAMÍN, A.: (2003) Perspectivas éticas en Freud y Lacan, en
www.psicopatologia.com
FREUD, S. Obras completas, Bs.As, Amorrortu Ed, 2ª ed, 2ª
reimp, 1989
FROMM, E.: Sobre la desobediencia y otros ensayos, Bs.As,
Paidós, 1984
LACAN, J.:
(1958-59) Seminario VI: El deseo y su interpretación (inédito).
(1959-60) Seminario VII: La ética del psicoanálisis, Bs.As,
Paidós, 1990
(1962-63) Seminario X: La angustia. Buenos Aires. Ed. Paidós,
2006
(1964) Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis. Bs.As, Ed. Paidós, 1986
(1969-70) Seminario XVII: El reverso del psicoanálisis. Buenos
Aires. Ed. Paidós, 1992
(1963) “Kant con Sade” en Escritos II, México, Siglo XXI, 12ª
ed, 1985
MILGRAM, S.: (1973) Obediencia a la autoridad, España, Ed
Desclee de Brouwer, 1980
MILLER, J-A.: (1973) “La máquina panóptica de J. Bentham” en
Matemas I, Bs.As, Ed. Manantial, 1987
PUJÓ, M.: “Ni Kant ni Sade. Un esfuerzo más” en Psicoanálisis
y el hospital Nº 29, Año 15, Junio 2006
ROSENFELD, D.: (1989) Del mal, México, FCE, 1993
Notas
[1] Sería necesario revisar esta última condición luego de los casi
50 años transcurridos de bombardeo mediático y “educación en la
apatía” (M. Pujó)
[2] E. Fromm, en Sobre la desobediencia, y en referencia al
capitalismo y la burocracia del Siglo XX, resalta que ahora, el
individuo “se hace la ilusión de que actúa voluntariamente” Lo
cual tiene una consecuencia nefasta: “¿Quién puede desobedecer
cuando ni siquiera se da cuenta de que obedece?” Vale la pena leer
este ensayo.
[3] El panoptismo social va, pues, a contrapelo de la constitución del
sujeto del inconsciente. la historia