VIGENCIA: El trabajo universitario como acto de pensamiento

VIGENCIA: El trabajo universitario como acto de pensamiento

Por Verónica Scardamaglia

La lógica de un pensamiento es una ráfaga soplando sobre
nosotros. Como decía Leibniz: cuando creíamos haber llegado
a puerto, nos encontramos de nuevo arrojados en alta mar.”
Gilles Deleuze
Algo los convoca
Están allí, soportando sometimientos, imprimiendo en sus
cuerpos horas y horas de silencio ante discursos, muchas
veces, arrogantes. Algo los sujeta allí y el histórico dispositivo
pedagógico opera. Los enreda, los captura, los clona, los
disuelve.
Muchos vienen de muy lejos. Muchos, de un largo día
de trabajo. Muchos están ansiando irse pero se quedan.
Muchos creen que permaneciendo allí, serán alguien. Insisten,
perseveran, persisten en otorgar algún valor al estar allí.
Se los ve inmovilizados. Parecen freezados en sus posibilidades
de pensar hasta que algo los detona. O no. “Es que no
estamos acostumbrados”, “No te lo esperás” explican como
excusándose. “Sabemos repetir”, parecieran decir. “Fuimos
enseñados”, podrían justificar.
Saben del éxito de repetir lo esperado, de vender lo leído, de
ponerse el cassette para decir lo que se cree que se espera,
de suspenderse en instantes eternos para disolverse en alguna
cita de autoridad.
Hasta aquí podría tratarse de estudiantes, podría tratarse de
docentes, podría tratarse de funcionarios. Podríamos situar
algo de esta escena en algunas aulas, en algunas oficinas, en
algunas reuniones de cátedra, en algunas jornadas…
Quienes hayan aprendido a anestesiar sus cuerpos y cuya
situación socioeconómica lo permita, llegarán a la universidad.
Pareciera ser condición de llegada para la pertenencia
académica, dejar atrás las inquietudes adolescentes[1] y
entregarse a las quietudes que los claustros académicos
ofrecen. Largas horas sentados en bancos que incomodan
los cuerpos para mantenerlos erguidos. Cuerpos en atención
silenciosa, apoltronados allí, arrinconados.
Pareciera raro pensar en la universidad. Que el pensamiento
acontezca en las aulas. Que el pensamiento irrumpa e
interrumpa en el dispositivo pedagógico.
En el libro Conversaciones (1995), Gilles Deleuze dedica un
capítulo completo a su amigo Michel Foucault. Deleuze y
Foucault mantuvieron una amistad filosófica durante largos
años. Compartieron las aulas universitarias como compañeros
y como profesores. Fue, por supuesto, una amistad política, y
justamente una mínima diferencia política, los distanció. Aún
así se elogiaban, se leían, se admiraban.
Poco antes de su muerte, Foucault no ocultaba sus intenciones
de reencontrarse con Deleuze. Y será Deleuze el elegido para
hablar en las honras fúnebres de Foucault. Además, le dedicará
un libro a su obra, llamado sobriamente “Foucault” que fuera
escrito “por necesidad propia, por admiración hacia él, por
conmoción ante su muerte, ante su obra interrumpida”.
Tanto en los reportajes compilados en Conversaciones como
en el libro sobre su obra, Deleuze comparte con Foucault las
formas de situar el pensamiento.
“Pensar ni consuela ni hace feliz. Pensar se arrastra
lánguidamente como una perversión; pensar se repite con
aplicación sobre un teatro; pensar se echa de golpe fuera del
cubilete de los dados. Y cuando el azar, el teatro y la perversión
entran en resonancia, cuando el azar quiere que entre los tres
haya esta resonancia, entonces el pensamiento es un trance;
y entonces vale la pena pensar.” escribe Foucault enTheatrum
philosophicum, prólogo al libro Repetición y diferencia
(1968) de Gilles Deleuze.
¿Cómo invocar al azar? ¿Cómo entregarse a él? ¿Cómo crear
condiciones para que algo del deseo pueda desplegarse en
las aulas?
La maquinaria de la estupidez
Foucault sitúa al pensamiento como aquello que lucha contra
la estupidez. Estupidez que es considerada por el historiador
Ignacio Lewkowicz como una de las producciones del
neoliberalismo.
Algo de esta época, algo del dispositivo pedagógico actual
pareciera dar lugar a la estupidez y, muchas veces, pareciera
dejarse atrapar por ella. Decía Lewkowicz que las prácticas
sociales del neoliberalismo producen insensatez inlocalizable,
es decir, sin sentidos dispersos en circulación.
Con ello se refería a que en época de capitalismo cognitivo
se trata solamente de la organización disciplinaria de las
sociedades, ya no se trata solamente de la búsqueda de
ruptura con lo establecido como aquello que oprime, aplasta,
coacciona. Hoy las sujeciones son otras. Hoy, lo establecido
está dibujado en otra clave, nos encontramos en otro suelo.
Los regímenes disciplinarios intentan operar en sociedades de
control, hoy la fluidez es nuestro medio y hacer pie en ella no
es tarea sencilla. Nuestras fórmulas acusan recibo de su fecha
de vencimiento.
Podríamos interrogarnos entonces sobre el sentido de la
operatoria de las prácticas disciplinarias modernas en estos
tiempos. De la posibilidad que ellas tienen hoy, en otras
condiciones de posibilidad. Podemos afirmar que aquellas
prácticas en este suelo, son otra cosa. Si bien hoy se repiten
algunas formas con aspiraciones disciplinarias, ya no son lo
mismo, ya no sucede lo mismo. Pareciera que lo alienante hoy
asume otras formas. Podría decirse con Lewkowicz que hoy
lidiamos “con la estupidez -que nos impide pensar de cualquier
manera-.” Estupidez que no está territorialmente localizada
sino que está virtualmente presente. Estupidez que muchas
veces nos hace actuar, que nos encuentra diciendo aquello
que no soportábamos escuchar, que a veces nos transforma
en aquello que no queríamos ser.
Dice Foucault: “La inteligencia no responde a la estupidez: es
la estupidez ya vencida, el arte categorial de evitar el error. El
sabio es inteligente. Sin embargo, es el pensamiento quien se
enfrenta a la estupidez, y es el filósofo quien la mira. Durante
largo tiempo están frente a frente, su mirada hundida en este
cráneo hueco. Es su cabeza de muerte, su tentación, tal vez
su deseo, su teatro catatónico. En última instancia pensar sería
contemplar de cerca, con extremada atención, e incluso hasta
perderse en ella, la estupidez; y el cansancio, la inmovilidad,
una gran fatiga, un cierto mutismo terco, la inercia forman la
otra cara del pensamiento —o más bien su acompañamiento,
el ejercicio cotidiano e ingrato que lo prepara y de súbito lo
disipa.”
¿Cómo evitar, en algunos momentos, las capturas de la
maquinaria estupidizante? ¿Cómo no dejarse tomar por
ciertas prácticas si hemos sido producidos por ellas?
¿Cómo desactivar la operatoria intimidante del miedo, de la
transacción, de la obligación vacía? ¿Cómo no enamorarse del
poder[2]? ¿Cómo evitar la indignidad de hablar por otros[3]?
Quizás la posibilidad de situar los dispositivos a través de
los que esta maquinaria opera, nos permita, por instantes,
desmontarlos. Quizás en el trabajo con otros podamos
alertarnos de nuestras capturas.
En el reportaje “La vida como obra de arte” (1987) Deleuze,
a través de Foucault, trabaja el pensamiento como archivo
audiovisual. Archivo audiovisual en tanto que se trata de las
palabras y las cosas, de las dimensiones de lo visible y lo
enunciable. Se evita reducir la lectura de los discursos sólo a
su dimensión de palabras, de no dejarse atrapar por el juego
binario que algunas teorías proponen: verbal-no verbal, verbalcorporal,
implícito-explícito, manifiesto-latente. Se trata de
situar la necesidad de “abrir las cosas para extraer de ellas su
visibilidad”, “de hender las palabras para extraer de ellas los
enunciados”. Nos desafían a “que el ojo no se quede en las
cosas y se eleve hasta las visibilidades. (…) a que el lenguaje no
se quede en las palabras y alcance los enunciados.”
Sabemos que ambas dimensiones son mutuamente
irreductibles, sabemos de la disyunción entre ver y hablar, pero
también sabemos que ver y hablar se abrazan entretejidos por
una dimensión que, al mismo tiempo, se encuentra fuera de
ellos. Es así que Foucault y Deleuze nos interpelan: “¿qué es
lo que somos hoy capaces de decir, qué somos capaces de
ver?” Nos desafían a ir más allá de nosotros mismos.
Es posible introducir aquí la discusión que se abre en torno a
la interpretación. Y tener en cuenta que “Si la interpretación no
puede acabarse nunca es, simplemente, porque no hay nada
que interpretar.” O quizás estarse alerta ya que “La vida de la
interpretación (…) es creer que no haya sino interpretaciones.”
Sabernos atrapados en una interminable red de interpretaciones
puede habilitarnos a inventar otros sentidos provisorios para
esa red o para otra. En las prácticas pedagógicas, las modas
teóricas nos hacen hablar, nos invitan a conjugar nuevos
verbos, a intentar nuevas acciones.
Quizás la sospecha pueda transformarse en nuestra aliada.
Quizás la compañía de los pensamientos que Foucault
despliega acerca de los filósofos de la sospecha nos aventure
en ensayar posibilidades, sabiendo del riesgo de las rigideces,
de la infinidad de sentidos fijos, poderosos, llenos. Quizás el
temblor del abrazo entre ver y hablar nos acompañe en un viaje
hacia algunas sensibilidades.
Si algo se corporiza en los trabajos de Michel Foucault es
la estética de la existencia. Un modo de vivir, de escribir, de
investigar desde dónde buscó perderse cada vez en la potencia
de nuevos pensamientos, desde donde la impaciencia de la
libertad[4] se hizo escritura.
En la Introducción a La arqueología del saber (1969)
ironiza y discute con algunos intelectuales que lo increpan
interpretándolo como estructuralista, que buscan fijarlo en
una tradición francesa que lo atravesó y a la que él ha logrado
atravesar: “¿No está usted seguro de lo que dice? ¿Va usted
de nuevo a cambiar, a desplazarse (…)? ¿Se prepara usted
a decir una vez más que nunca ha sido lo que se le reprocha
ser? Se está preparando ya la salida que en su próximo libro
le permitirá resurgir en otro lugar y hacer burla como la está
haciendo ahora: “No, no, no estoy donde ustedes tratan de
descubrirme, sino aquí, desde donde los miro, riendo”. (…)
¿Se imaginan ustedes que me tomaría tanto trabajo y tanto
placer al escribir, y creen que me obstinaría, si no preparara
(…) el laberinto por el que aventurarme, (…) el laberinto donde
perderme y aparecer finalmente a unos ojos que jamás volveré
a encontrar? Más de uno, como yo sin duda, escriben para
perder el rostro. No me pregunten quién soy, ni me pidan que
siga siendo el mismo: es una moral de estado civil la que rige
nuestra documentación. Que nos deje en paz cuando se trata
de escribir”.
Perderse en la posibilidad vital de dejarse sostener por un
pensamiento artista para “superar el saber y resistir el poder
(Deleuze, 1995)
Algo insiste
En la historia de la carrera de psicología de la UBA han existido
muchos docentes, muchos estudiantes que han encarnado
compromisos éticos, estéticos y políticos. Muchas veces
pareciera que la fuerza de los dispositivos pedagógicos
pudiera ir contra esta historia, pero “algo anda por ahí”, en
algunas aulas, en los pasillos, en algunas discusiones. Algo
insiste.
Cuenta la historia que Fernando Ulloa realizaba reuniones
plenarias con los más de 80 alumnos anotados en el
Seminario sobre grupos operativos, a principios de los ‘60.
Cuentan que “promovía que, en determinados momentos, nos
quedáramos en silencio, pensando en algo que había sido
particularmente interesante.” En una de estas oportunidades,
entró al aula Risieri Frondizi, el rector de la Universidad,
los vio a todos callados, sin hojas en los bancos, sin estar
en situación de examen y preguntó: “¿Qué está haciendo,
profesor?”. “Estamos pensando”, contestó Ulloa. Y el rector, al
irse, irónicamente dijo: “¿En la universidad?”.

Notas
[1] Si bien preferimos la categoría juventud, aprovechamos la
carga imaginaria que conlleva el concepto de adolescencia
para posibilitar la diferenciación entre aquellas/os jóvenes que
transitan las escuelas secundarias respecto de las/ os jóvenes
universitarias /os. No es motivo de este escrito sostener
justificaciones y discusiones respecto de estas dos categorías
conceptuales.
[2] Foucault, M. “Introducción a una vida no fascista”, prefacio
a la edición en inglés de “El Anti-Edipo. Capitalismo o
esquizofrenia” de Gilles deleuze y Félix Guattari, fue publicado
en el Magazine Litteraire de setiembre de 1988.
[3] Foucault, M. (1972) “Los intelectuales y el poder”. Ed. La
piqueta.
[4] Expresión usada por Michel Foucault en el año 1984.
Fuente: Suplemento Clarín Cultura Edición especial a 10 años
de la muerte de Foucault, 9 de Junio de 1994.
Referencias bibliográficas
DELEUZE, G. (1995) Conversaciones, Editorial Pre textos.
Valencia
DELEUZE, G. (1987) Foucault. Paidos, Buenos Aires.
ERIBON, D. (1989) Michel Foucault, Editorial Anagrama.
Barcelona, 1992.
FOUCAULT, M. (1964) Nietzsche, Marx, Freud. Editorial
Anagrama y Editorial La Página. Buenos Aires, 2009.
FOUCAULT, M. (1969) La arqueología del saber. Siglo XXI,
Madrid 1997.
FOUCAULT, M. (1972) Theatrum philosophicum, Anagrama,
Barcelona. 1995.
LEWKOWICZ, I.: (2004) Pensar sin Estado. La subjetividad en
la era de la fluidez. Paidós, Buenos Aires.
ULLOA, F. (2007) “La ética del deseo debe balancearse con la
ética del compromiso” Reportaje por Pedro Lipcovich. Edición
23 de abril, Página 12, Buenos Aires.