Adolescencia: Desarrollo afectivo

Desarrollo afectivo
Tras el período turbulento de la preadolescencia, la conducta de los jóvenes suele sosegarse.
Las relaciones familiares dejan de ser un permanente nido de conflictos
violentos y la irritación y los gritos dejan paso a la discusión
racional, al análisis de las discrepancias y hasta a los pactos y los
compromisos.
Esto significa que el adolescente ha conseguido librar con éxito el postrer combate contra las
exigencias libidinales infantiles, de las que no obtiene ya
satisfacción, y está dispuesto a afrontar las dificultades que conlleva
su nueva condición, por fin plenamente asumida, de joven adulto.
A partir de este momento, el conflicto se desplaza desde la ambivalencia afectiva a la
reivindicación de ciertos derechos personales
, entre los que destacan las exigencias de libertad e independencia, la libre elección de amistades, aficiones, etc.
El adolescente intenta experimentar sus propios deseos más allá del estrecho círculo de las
relaciones familiares y para ello necesita imaginarse reprimido por los padres, lo esté o no. La
fantasía de represión de sus iniciativas es estructurante para su afectividad, que obtiene una base
firme para iniciar experiencias adultas. La represión real, por el contrario, coloca al adolescente en
una situación de desequilibrio, que puede precipitar prematuramente los tanteos del joven en el
mundo de los adultos, o bien –operando en sentido contrario- desacreditarlos por completo.
En resumidas cuentas: en este segundo momento de la adolescencia, los intereses afectivos
de los jóvenes abandonan masivamente el ámbito familiar
, estableciendo nuevas elecciones de objetos afectivos extrafamiliares, como es propio de todo adulto.
El problema reside en que la afectividad va mas allá de la familia, pero el adolescente sigue
viviendo –y tal vez por muco tiempo- en el domicilio paterno.