La adolescencia y posmodernidad: la identidad sexual (DSM, homosexualidad)

Adolescencia – La identidad Sexual

Adolescere, decían los romanos, ir creciendo. Un verbo cuyo participio es adultum, es decir que el adolescente era alguien en tránsito hacia la adultez. Por lo tanto el punto de llegada debía estar claro. La modernidad tenía un modelo  de adulto que daba una imagen externa clara la cual hoy resulta haberse desdibujado. Pero no interesa tratar solamente la imagen externa sino el concepto psicológico de adulto que se manejaba tradicionalmente y su validez actual.
Desde el campo psicoanalítico, Si bien no aparece en Freud una descripción completa de adulto normal, a lo largo de su obra se encuentran definidas características que resultan ser constitutivas del mismo.
La identidad sexual:
La preocupación por el desarrollo de la identidad sexual cobró gran importancia en la psicología a partir de la obra de Freud. Su teoría sexual exponía claramente el papel que cumplía sobre la posterior normalidad o patología, el haber superado las etapas tempranas de fijación de la libido y el Complejo de Edipo. Este autor definía la normalidad sexual del adulto en estos términos:
«La unión de los genitales es considerada la meta sexual normal en el acto que se designa como coito y que lleva al alivio de la tensión sexual y a la extinción temporaria de la pulsión sexual.»
La genitalidad implicaba una unión heterosexual. Para acceder a la misma el adulto, debía haber resuelto cuando niño el Complejo de Edipo, lo cual implicaba haberse identificado con el padre del mismo sexo y elegir como objeto de amor al contrario. Para el psicoanálisis, entonces, la homosexualidad debía incluirse dentro de las anormalidades sexuales.
La adolescencia fue considerada desde que se la tomó como objeto de estudio, una etapa de búsqueda de la propia identidad sexual, en la cual debía desestimarse alguna experiencia homosexual ya que la misma si no quedaba fijada como conducta formaba parte de la investigación y determinación de la identidad sexual. Tales conductas cobraban otra importancia en cambio en los adultos.
Pero, ¿cómo se presenta este tema en la actualidad? El DSM es el Manual Diagnóstico y Estadístico creado por la Asociación Psiquiátrica Americana que reúne los criterios diagnósticos referidos a los trastornos mentales. En su confección interviene un comité de expertos de los Estados Unidos de América, algunos de los cuales con formación psicoanalítica. Esta clasificación ha sido adoptada por la Organización asimilando sus criterios a otra clasificación en uso en Europa, la ICD.
La primera edición del DSM apareció luego de la Segunda Guerra Mundial como un primer intento de unificación de diferentes nosologías oficiales. A partir de entonces se harían periódicamente revisiones que permitieran incluir conocimientos nuevos. Cada edición reflejó las concepciones de la época. La edición de 1980, DSM-III, incluyó respecto al tema de la sexualidad una novedad interesante. En el apartado de los «Trastornos psicosexuales» se enunciaban varias parafilias (fetichismo, travestismo, zoofilia, paidofilia exhibicionismo, voyerismo, masoquismo, sadismo). En otro apartado denominado «Otros trastornos psicosexuales» se incluía la Homosexualidad egodistónica. ¿Qué significaba esto? Que el manual consideraba a la homosexualidad como trastorno psicosexual solamente en el caso en que la persona se quejara de su situación, que manifestara dificultades en su heterosexualidad y una homosexualidad no querida o provocadora de malestar. Por omisión se deducía que la homosexualidad egosintónica, es decir, aquella que no provocaba angustia en quien la manifestaba, no era considerada un trastorno mental, en particular psicosexual.
Debido a una modificación de esta clasificación hecha en el año 1987 (DSM-III-R), el término «homosexualidad» no aparece. Dentro de los trastornos sexuales no especificados se da como ejemplo:
«malestar notable y persistente acerca de la propia orientación sexual»; es decir, un concepto muy vago que no hace referencia en particular a la homosexualidad. Este cambio en los criterios clasificatorios no parece haber causado el debido impacto sobre las teorías, las cuales o bien deben ser repensadas o bien deben provocar el rechazo de tal clasificación. Toda la teorización freudiana sobre la superación del Complejo de Edipo y sus conceptos acerca del narcisismo así lo sugieren. En Introducción del narcisismo, dice Freud:
«Hemos descubierto que ciertas personas, señaladamente aquellas cuyo desarrollo libidinal experimentó una perturbación (como en el caso de los perversos y los homosexuales), no eligen su posterior objeto de amor según el modelo de la madre, sino según el de su persona propia. Manifiestamente se buscan a sí mismos como objeto de amor, exhiben el tipo de elección de objeto que ha de llamarse narcisista.»
Es decir que el psicoanálisis consideraba anormal tal elección de objeto porque no incluía el reconocimiento del otro como diferente de uno mismo. Para comprender mejor los cambios que han sufrido estos conceptos, es importante destacar el clima en el cual la posmodernidad los enmarca. Esta época incluyó una revolución sexual que llevó a decir a autores como Stone y Church:
«Las enseñanzas freudianas han tenido una consecuencia lamentable, y es la de que muchas personas han llegado a creer que el sexo es, o debería ser, el máximo bien de la vida, y los jóvenes deben aprender que cualesquiera que sean sus placeres, el sexo es solo una de las hebras que hacen el tejido de la vida. No es algo que haya que exaltar casi al modo de una nueva deidad, ni algo que deba ser recluido en las mazmorras de lo inconciente. Para algunas mujeres, la búsqueda de orgasmo ha llegado a ser casi un modo de vida, un exclusivo Santo Grial o Pájaro Azul del Éxtasis hasta el punto de que la mujer que nunca lo ha conocido, o que sólo lo experimenta ocasionalmente se siente biológicamente inadecuada y engañada por sus amantes.»
La revolución sexual de los años ‘60 dio paso a varios cambios. Los sexos dejaron de estar rígidamente establecidos en su aspecto externo y en los roles a cumplir. Al mismo tiempo la ambigüedad sexual se constituyó en una característica propia de la época.
Aberastury sostenía que un cuarto duelo durante la adolescencia se debía a la necesidad de superar la pérdida de la bisexualidad infantil, pero en la actualidad la bisexualidad no sólo no parece requerir duelo sino que aparece como una característica atractiva en figuras del campo artístico, por ejemplo.
El modelo heterosexual exclusivo ha quedado como uno más entre aquellos que muestran los medios masivos como imitables.
Sea como sea, la «clara identidad sexual» que se esperaba que adquiriera el individuo al llegar a la adultez ha perdido mucha claridad.