La adolescencia y posmodernidad: la madurez afectiva (Freud, Erich Fromm, Fredric Jameson)

Adolescencia – Madurez efectiva -Freud, Fromm y Jameson

La madurez afectiva:
La independencia afectiva de los padres también debía considerarse un logro adulto. Suplantar a los objetos primeros de amor por otros y establecer con ellos una relación duradera formaba parte de aquello que caracterizaba al adulto.
Se ha subrayado muchas veces qué importante lugar tiene la sexualidad en la teoría psicoanalítica y qué poco ocupa el amor, el cual aparece como un simple derivado de la primera. Para Freud el estudio de la sexualidad constituía un sustrato concreto, no desdibujado por la subjetividad de los sentimientos, una conducta que podía someterse con mejores resultados a la investigación de una persona formada como él en las ciencias naturales y que esperaba incluir al psicoanálisis entre las mismas. Por otra parte, en la medida en que asentaba sobre lo instintivo del ser humano, era pasible de ser considerado determinante de la patología humana. El victorianismo de la época, gran productor de patología por efecto de la represión sexual, acentuó aún más la importancia que la teoría sexual ocupaba dentro del psicoanálisis al tomarla como blanco de sus ataques. Pero lo cierto es que el amor quedó en un segundo plano de los desarrollos teóricos freudianos.
Erich Fromm cubrió el vacío convirtiendo en un best seller su libro El arte de amar, lo que mostró hasta qué punto se esperaba alguna respuesta sobre el tema.
Comenzaba dicho libro con estas palabras:
«¿Es el amor un arte? En tal caso, requiere conocimiento y esfuerzo.
¿O es el amor una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno ‘tropieza’ si tiene suerte? Este libro se basa en la primera premisa, si bien es indudable que la mayoría de la gente de hoy cree en la segunda.»
Para Fromm el fundamento del amor era la actitud de dar y describió ciertos elementos de este sentimiento que consideró básicos: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.
El cuidado debía entenderse como una preocupación activa, no una simple declaración retórica.
Preocuparse por la vida y el crecimiento de la persona que se ama, ocuparse del otro. Cuidar es dar las condiciones y suplir las necesidades para que un hijo crezca. Este cuidado implica el segundo aspecto, la responsabilidad como acto voluntario, estar dispuesto a responder por el otro. Sólo el respeto por el otro evita que el cuidado y la responsabilidad degeneren en dominación. Respeto como capacidad de ver a una persona tal cual es, reconocerla como otra diferente de uno, no como yo quiero o me conviene que sea. Finalmente, no se puede respetar a quien no se conoce y en particular el conocimiento en el amor es un conocimiento que no se queda en la superficie. Decía Fromm:
«Cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento son mutuamente interdependientes.
Constituyen un síndrome de actitudes que se encuentran en la persona madura; esto es en la persona que desarrolla productivamente sus propios poderes, que sólo desea poseer los que ha ganado con su trabajo, que ha renunciado a los sueños narcisistas de omnisapiencia y omnipotencia, que ha adquirido humildad basada en esa fuerza interior que sólo la genuina actividad productiva puede proporcionar.»
Es decir que el arte de amar se lograba dominar cuando se llegaba a la madurez, cuando se renunciaba a los valores del yo ideal, inundados de omnipotencia y narcisismo. El adulto podía llegar a amar, si se convertía en una persona productiva, entendida como capaz de dar, de comprometerse con otro brindándole cuidado, haciéndose responsable de esa relación afectiva, respetando al otro y ocupando tiempo en conocerle. Y cuando este autor piensa, en los años ‘50, sobre el papel que tiene el amor en su época dice:
«El hombre moderno está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la naturaleza. Se ha transformado en un artículo que experimenta sus fuerzas vitales como una inversión que debe producirle el máximo de beneficios posible en las condiciones imperantes en el mercado. Las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas enajenados en las que cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y en no diferir en el pensamiento, en el sentimiento o la acción. Al mismo tiempo que todos tratan de estar tan cerca de los demás como sea posible, todos permanecen tremendamente solos, invadidos por el profundo sentimiento de inseguridad, de angustia y de culpa que surge siempre que es imposible superar la separatidad humana. Nuestra civilización ofrece muchos paliativos que ayudan a la gente a ignorar concientemente esa soledad: en primer término, la estricta rutina del trabajo burocratizado y mecánico que ayuda a la gente a no tomar conciencia de sus deseos humanos más fundamentales, del anhelo de trascendencia y unidad. En la medida en que la rutina sola no basta para lograr ese fin, el hombre se sobrepone a su desesperación inconciente por medio de la rutina de la diversión, la consumición pasiva de sonidos y visiones que ofrece la industria del entretenimiento; y además por medio de la satisfacción de comprar siempre cosas nuevas y cambiarlas inmediatamente por otras.
A partir del nacimiento, de esa simbiosis total con la madre, el ser humano siente la separatidad, sensación angustiosa que lo vuelca hacia el otro, otro con el cual volverá a sentirse una totalidad. El amor es así proceso que lleva a unirse al otro sexo como modo de no estar sólo, separado, de superar esta angustia básica».
Su época se le aparece a Fromm con ciertas características preocupantes: la actitud de querer ser amado y no de amar; suponer que amar es algo sencillo que depende de encontrar la persona adecuada y no de desarrollar la propia capacidad; creer que conseguir una pareja atractiva es un logro semejante al de poder adquirir un buen producto.
Esto pensaba Fromm en los años ‘50, ¿estas características descriptas y criticadas por él, se perdieron o fueron profundizándose?
Los adulos en la actualidad a aprendido a privilegiar la obtención de placer por sobre la represión que la sociedad pueda provocarles. Han vivido crisis respecto a la estabilidad de la pareja, llegando a pensar que debían considerar a la misma como un bien transitorio. Han desarrollado una afectividad superficial. Fredric Jameson logra un efecto impactante al comparar los «Zapatos de labriego» de Vincent Van Gogh con los «Zapatos de Polvo de Diamante» de Andy Warhol:
«Pero hay otras diferencias notorias entre la época modernista y la posmodernista, entre los zapatos de Van Gogh y los de Andy Warhol en las que hemos de detenemos brevemente. La primera y más evidente es el nacimiento de un nuevo tipo de insipidez o falta de profundidad, un nuevo tipo de superficialidad en el sentido más literal, quizás el supremo rasgo formal de todos los posmodernismos a los que tendremos ocasión de volver en numerosos contextos distintos.»
A esa insipidez y falta de profundidad de los afectos la denomina:
«el ocaso de los afectos en la cultura posmoderna». Por lo tanto, aquél modelo de adulto capaz de mantener una relación, de profundizarla a través del conocimiento y un mayor compromiso con su pareja, parece estar, por lo menos, demodé».