Adolescencia y violencia: La globalización, poder de control (sufrimiento, frustración)

Actualmente, la globalización, asociada a los poderes de los medios de comunicación y a los económicos, ejerce el mayor control, la mayor esclavitud practicada sobre la mente humana de una manera nunca antes vista. Agréguese a estos ingredientes las intensas y rápidas transformaciones tecnológicas y sociales y así tendremos como resultado la fragmentación
de la relación temporal-espacial, regresiones a estados primordiales de la mente (concretud
del pensamiento, escisión, negación de la realidad, omnipotencia, búsqueda de la satisfacción
inmediata de deseos, poca capacidad de aceptar las frustraciones). Estas condiciones
psicológicas favorecen el paso al acto y contribuyen para aumentar la violencia debido a una
sociedad insuficiente para hacerse cargo de toda la excitabilidad y frustración que provoca
en sus integrantes.
Sigmund Freud, en “El malestar en la Cultura” (1930), resaltó que el precio pagado por la
humanidad, el malestar, impuesto a su vez a cada individuo, bajo la forma de recalques,
represiones y transformaciones de su vida pulsional es, inevitablemente, el causante de
sufrimientos -por medio de frustraciones- exigidos por la vida social, en cualquier cultura.

No existe pedagogía, psicología, filosofía, religión ni psicoanálisis que conduzca al hombre a
la realización de sus deseos nirvánicos (omnipotencia, eternidad, inmortalidad y placer),
fantasías primitivas permanentemente presentes en el inconsciente. Mientras tanto, hay
culturas que fomentan más que otras la expresividad de ciertos aspectos de la vida pulsional.

Durante las transformaciones de la adolescencia, los jóvenes buscan nuevos modelos para la formación de su identidad adulta; período altamente vulnerable y susceptible a las influencias ambientales, constructivas y destructivas. Muchos jóvenes liberan su impulsividad y se
involucran diariamente en accidentes: abuso de drogas, en el tránsito, en las farras,
terminando muchas veces en suicidio o asesinato.

Vivimos una violencia estructural de la sociedad que no tiene en cuenta ni al niño, pobre, adolescente, anciano ni a las minorías. Actos de violencia física y moral son cometidos dentro del propio hogar, siendo muchas veces responsabilidad de un pariente, al que la propia familia, muchas veces, lo protege. En las instituciones, escuelas, en los hospitales
observamos una cualidad relacional impregnada de violencia. Es una falta de consideración
por el prójimo, revelando así la desconsideración por sí mismo, porque mañana se puede
estar en el lugar del otro. Esta calidad de relación demuestra una contracatexis inconsciente
del objeto de amor al cual se está vinculado, con pérdida de sentimiento de solidaridad,
transformando al otro en un extraño amenazador.
Los conceptos psicológicos de moral y democracia vienen de la cuna. O sea, provienen del
tipo de relaciones afectivas, y primeras, entre el bebé y sus padres, asociadas con las
condiciones dignas de vida. La naturaleza de los vínculos iniciales es fundamental en la
formación de las primeras identidades y del superyó. Pero, si a este proceso confluyen
patologías que degradan a estas relaciones tal como: estados de miseria, violencia, pérdida de continuidad, cambios bruscos de los valores éticos y morales, en ese caso, el individuo organiza su yo de manera insegura, con la carencia del sentimiento de confianza básica.
La delincuencia es, muchas veces, el síntoma del rescate de algo que se perdió en la tierna infancia (Levisky, 1997a; Winnicott, 1956). Un grito de socorro pidiéndole ayuda a la
sociedad, como una última apelación antes de la desagregación total. Es necesario que haya
una sociedad que desee oír estas reclamaciones y que quiera promover los recursos para
hacer posible la reintegración interna y social de los individuos. Claro que existen algunos,
desgraciadamente, irrecuperables y por eso necesitan estar alejados de la sociedad. Otros
precisan responder por sus transgresiones y muchos se cristalizan en sus desvíos debido a la
falta de oportunidades, y por el deseo inconsciente -que tiene la sociedad- de que esos
jóvenes problemáticos tienen que morir. Es una forma de librarse de los problemas, de la
culpa y de la reelaboración existencial.
Las perturbaciones patogénicas de los vínculos iniciales comprometen la capacidad de
integración de las partes distintas y paradójicas del self, del yo y de la consecuente
organización del superyó protector y sintónico al conjunto de la personalidad. Pueden
aparecer patologías del espacio, del objeto y de los fenómenos transicionales (Winnicott,
1975), distorciendo la formación del mundo simbólico, del espacio de juego y de la
experiencia cultural. Conceptos tales como moral, ética, democracia y delincuencia están
íntimamente relacionados con la cualidad de los primeros vínculos afectivos (Levisky,
1997c).

Durante el período de la adolescencia el joven vive un conflicto entre la reactivación de esos procesos primitivos y las adquisiciones más evolucionadas de la organización yoica. Las fallas precoces, que por acaso existan en la estructuración de la personalidad, del
sentimiento de SER, de integridad y cohesión del self, aparecen en esta época. Ellas
favorecen los sentimientos de fragilidad, aumentando la sugestionabilidad, dentro del
período en el cual se buscan nuevos modelos identificatorios. Este período es crítico y
susceptible a la incorporación de identidades negativas, como también se corre el riesgo de
incorporar figuras negativas. Son figuras identificadas con la violencia y la marginalidad. Se
corre peligro de que recrudezcan los movimientos radicales como el neonazismo, racismo,
otras formas de fanatismo, grupos de parapoliciales, barras bravas integradas por hinchas
futboleros uniformados que diseminan el terror escudándose en la psicología de masas, en la
que cada uno realiza su ideal primitivo o narcisista en el anonimato de una multitud (Freud,
1921).

FUENTE: ¨ADOLESCENCIA Y VIOLENCIA: EL PSICOANÁLISIS EN LA PRÁCTICA
SOCIAL¨, David Léo Levisky.