El adolescente y su cuerpo: Patologías psicosomáticas como desmentidas del cuerpo

Desde la clínica, la palabra límite es uno de los términos que se asocian con las enfermedades o momentos llamados psicosomáticos. Los pacientes suelen encontrar en la enfermedad un aval para el descanso, el reencuentro con el cuerpo que brinda ese sentimiento de estar vivo (Kohut, 1988).
Como muy acertadamente ha planteado Mc Dougall “las enfermedades psicosomáticas pueden representar una lucha por la supervivencia psíquica” (1996: 94).
El cuerpo dice basta cuando la mente no puede decirlo, cuando las defensas dejan de ser eficaces y la angustia se vuelve intolerable y ya no es posible tramitarla psíquicamente. Hay un exceso de desconsideración hacia el cuerpo que es penalizado por la enfermedad que incorpora desde la exterioridad un límite que el sujeto no puede ponerse a sí mismo.

El cuerpo se disocia y se vuelve ajeno, eso otro que habla un lenguaje que no es simbolizable y que se diferencia del discurso de la histeria, lo que para Winnicott (1993) equivale a la separación entre el cuerpo y la mente.
La patología psicosomática –hoy tan culturalmente frecuente- incorpora un límite desde el afuera, un “freno”, una reconsideración de la fluidez. En Occidente se han ido alejando culturalmente de los rituales de delimitación y marcación del cuerpo. La cultura ha tomado cada vez mayor distancia de los rituales de iniciación de la adolescencia, donde se ponía el cuerpo en juego, a través de la marca, señalando un momento de pasaje (Gil, 1989). Nada marca, nada detiene el fluir, la
velocidad.
En los rituales ciberespaciales no hay un cuerpo a ser marcado, no hay una presencia fìsica real, sino representaciones del mismo variables, dadas las posibilidades que ofrece la red en la producción de un cuerpo fantaseado. En las redes se fluye y no quedan marcas, ni registros, todo se reduce a instantes de acceso.
Las patologías psicosomáticas generan un retorno a un cuerpo reducido, a la vieja corporalidad, limitada.
A su vez, ese estado promueve la vivencia del hipocuerpo relacionada con la multipresencia posibilitada por los avances tecnológicos. Un solo cuerpo resulta poco para individuos acostumbrados a la multipresencia, la velocidad, la alternancia. La cultura “promete y ofrece” multipresencia, no unicidad.
“El biógrafo de von Neumann, Steve Heims, afirma convincentemente que éste veía en las máquinas que construía una “extensión de sí mismo”, que permitía superar los límites humanos” (Breton, 1992: 107).

Esa ilusión -y realidad a la vez- de extenderse, de traspasar los límites corporales, se encuentra en estos momentos alentada por los avances tecnológicos. Las patologías psicosomáticas vienen a denunciar muchas veces esa desmentida del cuerpo, ese "hacer como si no existiera", como si sólo fuera el soporte material del pensamiento cartesiano.
Ese "metahombre" (Piscitelli, 1998: 85), ese hombre más allá del hombre, de su corporalidad material, puede pagar con sufrimiento psicosomático esa ilusión de fusión con los otros, ese borramiento de las fronteras de su cuerpo.
El dolor es parte de la psicosomática, y también de las heridas que se hacen los adolescentes, del piercing, del branding y los tatuajes. El piercing representa algo sólido en un cuerpo a la deriva, en un mundo fluído, líquido. Las patologías psicosomáticas “frenan”, ponen obstáculos a la velocidad y a la disolución del cuerpo en los fluidos. Esa “otredad” característica del síntoma psicosomático, también podría ser pensada como algo que viene de afuera, que delimita, que remarca el adentro/afuera, haciendo tomar conciencia del objeto, humanizando al sujeto.