El adolescente de la modernidad: Debesse, Peter Blos, Piaget

Si bien es cierto que los adolescentes no pueden en ninguna época ser descriptos como un solo tipo, también es cierto que a través de los autores que estudian la etapa se va configurando un modelo, por lo menos de aquel tipo considerado representativo. Así, hubo un tipo de adolescente moderno descripto como un individuo que vivía una crisis, inseguro, introvertido, una persona en busca de su identidad, idealista, rebelde dentro de lo que el marco social les permitía. Los adolescentes de por sí constituían un grupo marginal, los varones no tenían ya lugar junto a las polleras de las madres ni en la vida laboral de los padres, las mujeres tenían conflictos con las madres y todavía no podían ser dueñas de sus casas o criar sus propios hijos.
Este tipo adolescente no era muy diferente al joven descripto por Aristóteles en su Retórica, descripción rescatada como vigente aún en los años ‘70 por Peter Blos. Decía Aristóteles:
"Los jóvenes tienen fuertes pasiones, y suelen satisfacerlas de manera indiscriminada. De los deseos corporales, el sexual es el que más los arrebata y en el que evidencian la falta de autocontrol. Son mudables y viables en sus deseos, que mientras duran son violentos, pero pasan rápidamente /…/ en su mal genio con frecuencia exponen lo mejor que poseen, pues su alto aprecio por el honor hace que no soporten ser menospreciados y que se indignen si imaginan que se los trata injustamente. Pero si bien aman el honor, aman aún más la victoria; pues los jóvenes anhelan ser superiores a los demás, y la victoria es una de las formas de esta superioridad. Su vida no transcurre en el recuerdo sino en la expectativa, ya que la expectativa apunta al futuro, el recuerdo al pasado y los jóvenes tienen un largo futuro delante de ellos y un breve pasado detrás./…/ Tienen exaltadas ideas, porque la vida aún no los ha humillado ni les ha enseñado sus necesarias limitaciones; además su predisposición a la esperanza les hace sentirse equiparados con las cosas magnas, y esto implica tener ideas exaltadas. Preferirían siempre participar en acciones nobles que en acciones útiles, ya que su vida está gobernada más por el sentido moral que por el razonamiento, y mientras que el razonamiento nos lleva a escoger lo útil, la bondad moral nos lleva a escoger lo noble.
Quieren más que los hombres mayores a sus amigos, allegados y compañeros, porque les gusta pasar sus días en compañía de otros. Todos sus errores apuntan en la misma dirección: cometen excesos y actúan con vehemencia. Aman demasiado y odian demasiado, y así con todo. Creen que lo saben todo, y se sienten muy seguros de ello; éste es, en verdad el motivo de que todo lo hagan con exceso. Si dañan a otros es porque quieren rebajarlos, no provocarles un daño real… Adoran la diversión y por consiguiente el gracioso ingenio, que es la insolencia bien educada."

Apasionados, erotizados, descontrolados, volubles, malhumorados, pundonorosos, competitivos, expectantes del futuro, exaltados, nobles, buenos amigos y amantes, excesivos en  sus afectos, omnipotentes, sedientos de diversión. Estas parecen haber sido las características más notorias de un tipo de adolescente que aparece en diferentes épocas de la historia. Quedan huellas de tal pasaje en diversas obras literarias, en las que se pueden rescatar desde el enamorado Calixto, al valiente D’Artagnan, el apasionado Werther y el solitario Holden Caulfield.
Para estos adolescentes era muy difícil tolerar la disciplina que se le imponía en su formación. El período de formación de los adolescentes de sectores medios estaba signado por grandes exigencias revelándose como una etapa en la cual había gran número de suicidios, los cuales podían adjudicarse a dificultades y frustraciones en ese ámbito. Sin embargo, otros sectores sociales también imponían severas exigencias a sus jóvenes:
"Si el suicidio juvenil no afecta solamente a los alumnos de la escuela media, sino también a aprendices, etc., esa circunstancia por sí sola no aboga en favor de aquella; acaso se la deba interpretar diciendo que la escuela media es, para sus educandos, el sustituto de los traumas que los demás adolescentes encuentran en otras condiciones de vida."
Estas palabras fueron formuladas por Freud en un debate en el marco de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, en 1910, el cual tenía como tema central el suicidio, muy frecuente entre estudiantes de escuela media y Freud le atribuía a ésta un fuerte efecto traumático.

Dentro de esa disciplina y exigencia académica había alguna posibilidad sino de rebeldía, de originalidad. Un investigador francés, Maurice Debesse, publica su tesis de doctorado en 1937 sobre la crisis de originalidad juvenil. En esa preguerra da una imagen de los jóvenes que se preparaban para ser maestros en Francia, sometidos también a grandes exigencias. La rebeldía de los mismos se manifestaba como una necesidad de diferenciarse, de ser originales:
"Cuando los alumnos de Alain Chartier -semejantes en esto a millones de otros alumnos- trataban de peinarse como el maestro, de llevar como él cuellos postizos y ponían dos dedos sobre sus párpados cerrados, aspiraban a distinguirse del conjunto, para ellos mediocre, del cual formaban parte. Imitando a quienes admiraban, rendían homenaje a una personalidad superior y su deseo de originalidad se alimentaba con otra originalidad ya realizada. No importa lo que imitaban: elegían un detalle de la vestimenta o un gesto por su rareza y porque les parecía caracterizar a la persona imitada. La elección por sí misma suponía todo un trabajo previo del espíritu… En sus Lois de l’imitation, Tarde muestra cómo va progresando la imitación entre los hombres y cómo con ella la personalidad individual se refuerza, pues tomando un elemento de miles de personas resulta algo nuevo por combinación. Este es el movimiento que se cumple en el transcurso de la adolescencia."
En las observaciones de Debesse, la rebeldía tenía una forma particular de expresarse a través de la identificación con o de la imitación de figuras admiradas, proceso constitutivo de la propia personalidad. También este autor dejaba en claro que no todos los adolescentes se comportaban así:
"…la observación muestra que todos los adolescentes no atraviesan una crisis de originalidad, que no todos están vivamente preocupados por sí mismos."
Y señalaba que esa necesidad de originalidad de todos modos no impedía la admiración hacia el mundo adulto:
"El adolescente deja el mundo pueril, sus explicaciones, sus admiraciones, sus verdades, sus dioses, por el mundo adulto que tiene su cultura, su moral, su jerarquía de valores, en los cuales desea participar en la medida en que ahí ve una forma de vida superior."

En lo relativo a su desarrollo intelectual, el adolescente fue estudiado y descripto por Piaget de esta manera:
"Al contrario [del niño], lo que resulta sorprendente en él o adolescente es su interés por todos los problemas inactuales, sin relación con las realidades vividas diariamente o que anticipan, con una desarmante candidez, situaciones futuras del mundo, que a menudo son quiméricas. Lo que resulta más sorprendente es su facilidad para elaborar teorías abstractas.
Hay algunos que escriben y crean una filosofía, una política, una estética o lo que se quiera. Otros no escriben, pero hablan. La mayoría de ellos incluso hablan muy poco de sus propias producciones y se limitan a rumiarlas de forma íntima y secreta. Pero todos ellos tienen teorías o sistemas que transforman el mundo de una u otra forma."
Y agrega este autor:
"Por tanto existe un egocentrismo intelectual en la adolescencia, comparable al egocentrismo del lactante que asimila el universo a su actividad corporal y al egocentrismo de la primera infancia que asimila las cosas al pensamiento naciente (juego simbólico, etc.). Esta última forma de egocentrismo se manifiesta mediante la creencia en el infinito poder de la reflexión, como si el mundo debiera someterse a los sistemas y no los sistemas a la realidad. Esta es la edad metafísica por excelencia: el yo es lo suficientemente fuerte como para reconstruir el universo y lo suficientemente grande para incorporárselo. Posteriormente al igual que el egocentrismo sensorio-motor es reducido progresivamente por la organización de los esquemas de acción, y del mismo modo que el egocentrismo del pensamiento característico de la primera infancia finaliza con el equilibrio de las operaciones concretas, de idéntica forma el egocentrismo metafísico de la adolescencia encuentra paulatinamente su corrección en una reconciliación entre el pensamiento formal y la realidad: el equilibrio se alcanza cuando la reflexión comprende que su función característica no es contradecir sino preceder e interpretar a la experiencia. Y entonces este equilibrio es ampliamente superior al del pensamiento concreto puesto que, además del mundo real engloba las construcciones indefinidas de la deducción racional y de la vida interior.
En las observaciones de Piaget, el adolescente era también un idealista romántico, interesado en el pensamiento, en la construcción de utopías. Era alguien profundamente interesado en las humanidades, en su mundo interno, en lo social. Había desarrollado la capacidad de reflexionar y la ejercía en la contradicción del universo de ideas que se le proponía y en la  construcción de otro.
El adolescente apasionado, interesado en la literatura y en la música también fue descripto por Spranger, autor anterior a la segunda guerra mundial quien sostuvo que la producción de la época del Sturm und Drang era la que tenía más afinidad con la estructura psicológica del adolescente, así como la música de Beethoven los identificaba más que la de Mozart. El Sturm und Drang, la tormenta y la ira, había sido el movimiento cultural que surge en los años 1760-80 influido por Rousseau, un movimiento que se oponía al racionalismo de la Ilustración y proclamaba la libertad de los sentimientos.
Un modelo de adolescente moderno que siguió siendo descripto como hegemónico en los años 60 y 70 por diferentes autores, tales como Arminda Aberastury en Argentina y Peter Blos en Estados Unidos de América.
Estos adolescentes tenían padres con los cuales entraban en conflicto y el resultado era una crisis que evidenciaba la “brecha generacional”.