Afecciones psicosomáticas en cuidadores de familiares enfermos.

Afecciones psicosomáticas en cuidadores de familiares enfermos.

Un paciente “psicosomático” es aquel que tiene propensión
a enfermar como modo de reaccionar a los problemas de
la vida y a cualquier situación estresante. En este trabajo
se pretende demostrar como los cuidadores de familiares
enfermos de cáncer, como de otras patologías crónicas,
por estar sometidos al stress constante que significa cumplir
con sus cuidados, tienen mayor predisposición a padecer
enfermedades psicosomáticas.
El comienzo de una enfermedad crónica, como el cáncer,
es un punto de inflexión en la trama del ciclo vital familiar y
de los ciclos vitales individuales de cada miembro. Surgen
pensamientos y sentimientos inesperados y contradictorios
que complican el afrontamiento en la crisis: incertidumbre,
estados de ansiedad, pena, impotencia frente a lo que parece
irreversible y la necesidad de cambiar el estado de vida que
ya no se adapta a los nuevos requerimientos. (Rolland 2001).
Estas nuevas necesidades demandan un desafío para la
familia que está involucrada en la crisis, pero es el cuidador
del enfermo quien se ocupa de tomar las decisiones respecto
de la enfermedad y llevarlas a cabo.
Lo anteriormente mencionado, más las exigencias
incrementadas de la situación de cuidado, generan estados
de sobrecarga y estrés que debilitan el bienestar del cuidador.
Sin embargo, la vivencia subjetiva del cuidador depende del
tipo de relación que se tenga con el enfermo crónico. Para
Biegel (1991) el paciente enfermo o discapacitado representa
un estresor objetivo para los cuidadores. Algunas conductas
de los pacientes como no comer, dormir poco, problemas de
memoria, incapacidad para cuidarse solos son estresores y
producen consecuencias negativas para los cuidadores que
se olvidan de ocuparse de ellos mismos.
El estrés y la activación del eje hipofisosuprarrenal
Biegel (1991) menciona que por el cambio en la epidemiología
de enfermedades agudas a crónicas (se extienden por
un periodo mayor a seis meses con diferentes grados
de incapacidad y con pronósticos diversos), decreció el
índice de mortalidad e incrementó la posibilidad de que los
individuos desarrollen en edad avanzada enfermedades
crónicas. Paralelamente, el sistema de pago a los hospitales
llevó a que la estadía de los pacientes fuera más corta y el
cuidado de los mismos recayera en las familias o en la pareja,
afectando su equilibrio por la irrupción de la enfermedad. El
cuidador familiar principal (mayoritariamente mujeres) no es
plenamente consciente o desconoce totalmente (al igual que
el resto de su familia) los riesgos que conlleva el desempeño
del rol en forma prolongada.
El Dr. Selye (1930), a través de sus investigaciones biológicas,
estableció una definición funcional del stress: “es el estado
que se manifiesta por un síndrome específico, el Síndrome
General de Adaptación (SGA) consistente en todos los
cambios inespecíficos [estimulación suprarrenal, involución de
los órganos linfáticos, úlceras gastrointestinales, pérdida de
peso, alteraciones de la composición química del organismo,
entre otras], inducidos dentro de un sistema biológico”. O sea,
es la suma de todos los efectos inespecíficos (es decir, sobre
muchos órganos, sin selectividad) de factores (actividad
normal, agentes productores de enfermedades, drogas,
etc.) que pueden actuar sobre el organismo. A estos agentes
que pueden producir stress se los denominó alarmógenos
(stressor agents), para diferenciarlos del resultado de su
accionar: stress.[1]
Patrono, R.; Fernández, A. (2010) afirman que al stress que
se encuentra dentro de los fenómenos normales, y por tanto
necesario, se lo denomina eutrés ó stress bueno, cuando
supera ciertos límites se torna nocivo y se denomina distrés
o stress malo. Lazarus (1988) ha desarrollado el concepto
de vulnerabilidad para definir la tendencia de cada individuo
a reaccionar, ante cierto tipo de acontecimientos, con stress
psíquico o con un grado mayor de stress que otro individuo.
El Dr. López Rosetti afirma que “se entiende por estrés
aquella situación en la cual las demandas externas o internas
superan nuestra capacidad de respuesta. Se condiciona así
una alarma orgánica que actúa sobre el sistema nervioso,
cardiovascular, endocrino, e inmunológico, provocando un
equilibrio psicofísico y el consecuente condicionamiento de
la (posible) enfermedad” (Patrono, R.; et al, 2010
Patrono, R.; et al. (2010) afirman que el aparato psíquico debe
autorregularse con el medio. Cuando este funcionamiento
se ve perturbado por causas internas y/o externas, tanto por
su intensidad como por su perdurabilidad en el tiempo, se
manifiesta una falla en el proceso adaptativo, paralelamente
con una serie de fenómenos que dan cuenta de la
vulnerabilidad, entrando en una situación de riesgo somático.
El estado de salud (o el mantenimiento de la homeostasis)
es interpretado como el resultado tanto de una correcta
reactividad ante diferentes estresores internos o ambientales,
como de una armónica secuencia de manifestación de
los ritmos en las funciones psicofisiológicas, tales como el
comportamiento psíquico, neural, endocrino e inmunológico
de forma participada. (Patrono, R.; et al, 2010)
Para dar cuenta de este proceso tomaremos el desarrollo que
propone Selye (1930) como respuesta al stress, dividiéndolo
en tres etapas o fases:
Fase de Alarma: Detección de un evento desestabilizador.
En esta situación se produce una reacción de aviso, durante
la que baja la resistencia por debajo de lo normal. Es la
primera instancia para producir las reacciones instantáneas
y automáticas que se componen de una serie de signos
siempre iguales, aunque de mayor a menor intensidad. Biegel
(1991) afirma que cuando una enfermedad crónica irrumpe
en una familia, las respuestas habituales de los integrantes
dejan de ser funcionales y, por lo tanto, comienza una crisis.
Las tareas de cuidado varían según el tipo y estadio de la
enfermedad. Además, el descubrimiento de que un familiar
padece de cáncer o de alguna otra enfermedad crónica es
en sí mismo una situación cargada de elementos negativos,
que pueden ser sentidos como un arma letal, si se ven en
ellos un peligro inminente. Además, estas circunstancias
pueden despertar diferentes emociones negativas como
rabia, miedo, tristeza, incertidumbre, ansiedad.
Fase de resistencia o adaptación: Este se denomina stress
agudo. En esta etapa se observa evaluación de las estrategias
de afrontamiento. El individuo, de acuerdo a sus recursos,
experiencias previas, historia evolutiva, apoyo social, estado
emocional, etc., ajusta sus posibilidades como un intento
de superar o neutralizar el evento desestabilizador que
percibe como amenaza. Tengamos en cuenta que este es un
proceso exclusivamente subjetivo que puede no coincidir con
la realidad objetiva. El organismo hace frente al estresor. Los
cuidadores familiares a menudo se cargan excesivamente de
tareas, creyendo que pueden con todo, o que no hay otra
forma de afrontar la situación.
La vida entera gira en torno al cuidado y en el camino se
pierde tiempo personal, actividades, fuerza física y emocional.
Cuando esto ocurre hablamos del fenómeno de la sobrecarga
(Biegel, 1991), situación en la que el cuidador familiar siente
que está desbordado, sobrepasado por el cuidado. Es una
variable a ser considerada ya que Biegel señala que el grado
de carga es predictor de depresión e institucionalización.
En términos generales, la medida de carga se obtiene
por dos vías, una objetiva (tiempo, esfuerzos y recursos
objetivamente invertidos en la tarea de cuidado) y una subjetiva
(percepciones del cuidador, sentimiento de sobrecarga,
distress y malestar). Los fenómenos de sobrecarga en el
cuidador familiar generan un deterioro de la salud mental y
física del mismo, por lo que deben ser evaluados. Es común
que los cuidadores se sientan más hábiles para el cuidado
que el resto del entorno familiar, monopolizando, por así
decirlo, las tareas y sobrecargándose, sin saber los costos
reales de tal comportamiento.
Todos estos riesgos suelen ser desconocidos por el familiar
cuidador. Biegel (1991) hace una larga lista con los problemas
que debe afrontar todo cuidador familiar, entre ellos podemos
destacar las crecientes necesidades que hay que cubrir del
enfermo crónico, las conductas disruptivas, la pérdida de
tiempo personal, falta de apoyo del resto de la familia y de
las instituciones pertinentes, desgaste físico y emocional,
entre otras. En resumen, el cuidador familiar está expuesto
seriamente al estrés, y por tanto, se encuentra en situación
de vulnerabilidad.
Sin embargo, hay varios estudios que indican que personas
que se enfrentan al estrés crónico de cuidar a sus parientes
enfermos poseen altos niveles de efectos positivos. Es decir,
que el stress y el afecto positivo no están en un continuo,
pero no son opuestos, pueden ir en líneas paralelas, operar
en formas independientes, coexisten. (Folkman, 1986)
Por ejemplo algún tipo de afrontamiento -“esfuerzos
orientados tanto hacia la acción como intrapsíquicos,
para manejar (tolerar, reducir, minimizar) las demandas
ambientales e internas y los conflictos que surgen entre
ellas” (Folkman, 1999)- permite a las personas mantener un
bienestar positivo dentro del estrés. Por ello, se observa que
muchas de las esposas ancianas que viven con un paciente
están satisfechas con su rol de cuidadoras y no perciben el
distrés emocional que esta tarea les causa.
Fase de desgaste o agotamiento: La persistencia y/o la
intensidad del estímulo estresor, sumadas a la imposibilidad
del organismo para hacer frente a esos requerimientos de
afrontamiento, llevan a una instancia de evaluación negativa.
Se inhibe la acción y se entra en un estado caracterizado por
desarrollar múltiples patologías, pudiendo llegar a poner en
riesgo la vida. Lo que se menciona stress crónico. (Patrono,
R.; et al, 2010)
Tajer (2008) afirma que la reacción de estrés tiene una gran
utilidad si se restringe a periodos breves. Sin embargo, en
estado permanente de alarma se produce una activación
crónica de este mecanismo adaptativo que tiene efectos
nocivos. La persistencia de la activación de un mecanismo
preparado para situaciones breves se asocia con gran número
de enfermedades psicosomáticas como las úlceras de
estrés, las enfermedades cardiovasculares, las alteraciones
hormonales y las psicológicas.

Los cuidadores
Los cuidadores deben estar preparados para los cambios
de roles permanentes y para manejar cierto grado de
incertidumbre. Moos (1989) dice que la enfermedad crónica
genera una gran disrupción en toda la dinámica familiar. Este
autor propone, desde la teoría de las crisis, que la enfermedad
puede pensarse como un punto de ruptura en el sistema
familiar e individual, una suerte de pérdida del equilibrio,
de la homeostasis, donde las respuestas y estrategias que
venían siendo usadas ya no sirven y la crisis exige encontrar
un nuevo equilibrio, nuevas formas de afrontar la situación.
Las respuestas habituales son inadecuadas frente al nuevo
escenario y es preciso que el individuo y la familia emprendan
un reajuste global. Este es sin dudas uno de los grandes
desafíos que plantea el comienzo de una enfermedad crónica
en la familia, en particular del cuidador familiar, definido como
“quien se ocupa prioritariamente de tomar las decisiones
respecto de la enfermedad y de llevarlas a cabo” (Seidmann,
S; Bail Pupko, V.; Acrich; L; Stefani, D, 2001). Sin embargo, el
cuidado de un enfermo crónico supone un gran estrés para
el cuidador e implica costos emocionales, físicos y materiales
(Biegel, 1991). Cuando una enfermedad irrumpe en la familia
de modo agudo, el nivel de alteración es mucho mayor que si
se tratara de una enfermedad de comienzo gradual.
Para explicar lo mencionado en el párrafo anterior, citaré a
Rolland (1988), quien presenta una categorización psicosocial
de la enfermedad crónica usando cuatro variables (comienzo,
curso, consecuencias, grado de incapacidad). El comienzo
puede ser gradual o agudo. Una afección de comienzo
gradual presenta un tipo de factor estresante diferente del
que impone una crisis súbita o grave. La envergadura del
reajuste de la estructura familiar, de los roles, las estrategias
de afrontamiento, pueden ser las mismas para ambos tipos
de enfermedad pero en las que tienen un comienzo agudo, los
cambios emocionales y prácticos se condensan en un breve
tiempo y exigen mayor movilización para manejar las crisis.
Una enfermedad de curso constante se caracteriza por un
acontecimiento inicial y una posterior estabilización de la
condición biológica. Esta fase se caracteriza por algún déficit
bien definido. Tanto el paciente como sus cuidadores se
enfrentan a un cambio semi permanente que es estable y
previsible. Cuando la familia y el paciente ya saben manejar
la enfermedad pueden hacer planes para el futuro sin la
constante incertidumbre de las enfermedades progresivas.
Por último, las enfermedades de curso recurrente o episódico
se distinguen por la alternancia de periodos de estabilidad
de duración variable, caracterizados por un bajo nivel o
total ausencia de síntomas, con momentos de crisis o
agravamiento. Con frecuencia la familia lleva una vida normal
pero con alguna incertidumbre de que pueda volver a ocurrir
alguna recaída. Por su característica de episódica, requiere
una flexibilidad que permita un desplazamiento pendular
entre dos formas de organización familiar: una para los
periodos de crisis y otra para los periodos de remisión. En
cuanto al desenlace de las enfermedades crónicas, Rolland
las distingue en: mortales, no mortales o con reducida
expectativa de vida. La principal diferencia entre estos
desenlaces consiste en la medida en que la familia siente la
pérdida anticipada y los profundos efectos que esto conlleva.
La última variable menciona la incapacidad o no que es
consecuencia de la enfermedad. La discapacidad puede
ser el resultado de un deterioro del funcionamiento mental
o cognoscitivo, de la percepción, del movimiento, de una
disminución de la producción de energía o de la deformidad
u otras causas de estigma social. Los diferentes tipos de
incapacidad implican diferencias en los ajustes específicos que
se necesitan en la familia. Algunas enfermedades crónicas no
son incapacitantes. En algunas enfermedades, la incapacidad
es más grave al comienzo y ejerce su mayor influencia en ese
momento. En las enfermedades progresivas la incapacidad
se vislumbra como un problema que se agravará en fases
posteriores de la enfermedad, lo que le da a la familia más
tiempo para prepararse para los cambios esperados.

Simbiosis
Muchas veces, entre los cuidadores que luego padecen de
enfermedades psicosomáticas y sus familiares enfermos se
observan vínculos del orden de las relaciones narcisistas,
como por ejemplo los lazos simbióticos. Para Bleger (1978), la
simbiosis es una estrecha interdependencia entre dos o más
personas que se complementan para mantener controladas,
inmovilizadas y en cierta medida satisfechas las necesidades
de las partes más inmaduras de la personalidad, que exigen
condiciones que se hallan disociadas de la realidad y de las
partes más maduras e integradas de la personalidad. Las
primeras constituyen en el adulto la parte psicótica de la
personalidad, lo que Bleger ha designado como el núcleo
aglutinado. La parte psicótica de la personalidad se mantiene
fuertemente segregada de la parte neurótica de la personalidad
y de sus niveles más integrados. El núcleo aglutinado está
formado por las identificaciones más primitivas, en las que
no se establecieron una discriminación entre yo y no-yo, y se
caracteriza por una fusión (falta de discriminación) en la pareja
parental y entre esta última y el yo del paciente. O sea que el
núcleo aglutinado no se caracteriza por la confusión sino por
la fusión de sus elementos integrantes. La confusión aparece
cuando el núcleo aglutinado ha invadido el yo más integrado.
El control del objeto aglutinado determina entonces el
establecimiento de una relación simbiótica y la probabilidad
de adquirir enfermedades somáticas. De la amplitud del
objeto aglutinado dependen la subjetivación, el sentido
de realidad y el sentimiento de identidad. Todos estos
procesos van siempre ligados entre sí. La simbiosis es muda,
sólo se hace manifiesta en sus momentos de ruptura. Se
asienta sobre el proceso de identificación proyectiva: hay
un empobrecimiento o vaciamiento del depositante y una
dependencia de lo depositado. Por lo tanto, tenemos que
tener en cuenta que la vivencia subjetiva y el sentimiento de
bienestar del cuidador dependen de que el tipo de vínculo
con el enfermo crónico sea o no simbiótico.
Además, si la meta del cuidador, por medio de sus cuidados
es solo mantener el lazo afectivo, es decir, que el enfermo
viva, mas allá de la sobrecarga que al primero le genere,
las situaciones que ponen en peligro este lazo originan
reacciones específicas en el cuidador. Cuanto mayor es el
potencial de la pérdida, más intensas son estas reacciones
y más variadas. Algunas de las reacciones son las mismas
que se generan cuando persiste la activación del mecanismo
del estrés. O sea, enfermedades psicosomáticas como las
úlceras de estrés, las enfermedades cardiovasculares, las
alteraciones hormonales y alteraciones psicológicas.
Duelo
Teniendo en cuenta la relación que el cuidador conserve con el
enfermo, también será importante (a nivel subjetivo e identitario)
el tema de la pérdida de este ser al que han atendido durante
largo tiempo. El psiquiatra George Engel (1961) explica que la
pérdida de un ser querido es tan traumática psicológicamente
como herirse en el plano fisiológico.
El duelo es una reacción psicológica ante la pérdida de
una persona por fallecimiento, por lejanía, o puede ser el
dolor emocional que se produce por haber perdido algo
significativo en nuestras vidas, como alguna capacidad o
facultad. Por lo tanto, produce una desviación del estado de
salud y bienestar.
Freud (1917), en el artículo “Duelo y Melancolía”, explica que
en el duelo existe un estado de ánimo doloroso, una pérdida
de interés por el mundo exterior, una pérdida de la capacidad
de amar y una inhibición general de todas las funciones
psíquicas (empobrecimiento anímico). La resolución del duelo
implica que el sujeto va comprendiendo gradualmente que el
objeto amado no existe más. Este trabajo de duelo culmina
cuando el yo queda libre y sin inhibiciones, depositando la
libido sobre un nuevo objeto, es decir, es capaz de recatectizar
el mundo. Se necesita de un periodo de tiempo para que
la persona vuelva a un estado de equilibrio psicológico. El
examen de la realidad muestra que el objeto no está más,
que se debe quitar la libido de ese objeto y se va abriendo
camino a la sustitución cuando el objeto va perdiendo el
valor psíquico. Por ejemplo, cuando una persona pasa por
una confitería donde iba con X y piensa ”ya no esta más” o
cuando está esperando el llamado que no llega y dice “ya no
me llama más” (Freud, 1917).
Por su parte, Nasio (1992) afirma que el dolor del duelo no es el
dolor de haber sufrido una pérdida, sino el dolor de reencontrar
lo que se perdió, sabiéndolo uno irremediablemente perdido.
Para algunos autores el dolor surge de la separación, pero
para Nasio lo que duele en el trabajo del duelo no es tanto la
ausencia del ser querido como su reencuentro, la investidura
y la sobreinvestidura de la representación psíquica que
tenemos del ser amado y perdido. Por lo tanto, para este autor,
lo que duele es encontrarse de nuevo con la cosa amada
para al final poder desprenderse de ella definitivamente. Lo
que duele es amar de nuevo, pero sin que esté la persona
imaginaria que sostiene ese amor. Cuando alguien muere
perdemos el armazón imaginario que nos permitía amarlo
mientras vivía. Esto es lo que perdemos, pero no es la pérdida
la que genera el dolor del duelo, es el hecho de encontrarnos
mil veces con la representación del objeto amado y perdido
pero sin el sostén imaginario que el otro significaba cuando
vivía. Este sostén imaginario es mi propia imagen devuelta por
el otro vivo y amado; ahora que ya no está, vuelvo a descubrir
huellas y su amor sin reencontrar por ello mi propia imagen. El
trabajo del duelo consiste en habituarme a estar en el silencio
de la presencia del otro perdido, pero sin el soporte de mis
imágenes. (Nasio, 1992)
Según Lacan, estamos de duelo por aquel para quien
ocupábamos el lugar de su falta. Esto significa ocupar por
momentos, y sin saberlo, el lugar del deseo. Entonces, para
que hagamos el duelo de una persona desaparecida se
necesitan dos condiciones: que esta persona haya contado
para nosotros como sostén imaginario y que hayamos ocupado
para ella el lugar de objeto de deseo. Se tratan de dos niveles
cruzados: el nivel imaginario de reenvío de imágenes y el nivel
fantasmático en que uno de los partinaires toma el lugar de
objeto de deseo. En un vínculo de amor, los miembros de la
pareja se sitúan en uno y otro nivel, cada cual a su manera. Por
lo tanto, con Lacan se podría decir: para que haya duelo de un
ser desaparecido, es preciso que con este ser haya una doble
relación: de amor y de fantasma. (Nasio, 1992)
Según Worden (2004) el duelo en adultos mentalmente
sanos dura alrededor de seis meses y posee diferentes
reacciones patológicas, como por ejemplo, tristeza, culpa,
autorreproche, por no haber sido suficientemente amables,
por no haberse ocupado a tiempo. Otro de los sentimientos
es la ansiedad, que puede oscilar entre la sensación de
inseguridad hasta fuertes ataques de pánico. Algunas de las
reacciones físicas son el vacío en el estómago, presión en el
pecho o en la garganta, sensación de despersonalización,
falta de aire, debilidad muscular, falta de energía. Por lo tanto,
si estas experiencias persisten durante largo tiempo en el
proceso del duelo podríamos estar hablando de lo que se
denomina duelo en psicosomática.
Este es el proceso de enfermar luego del fallecimiento de
un ser querido. El dolor del duelo en estos casos es el dolor
por la ausencia de algo o alguien que nunca se había dado
por perdido antes. Esta ausencia no había sido simbolizada,
como para que su percepción fuera un reencuentro. Es
decir, que esta ausencia se constituye en el dolor y no en el
duelo (Ulnik, 2002).
Según Ulnik (2002), esto quiere decir que el sujeto tiene
siempre presente y actual la pérdida, porque el objeto
nunca se constituyó como perdido irremediablemente, cada
vez que falta provoca en el sujeto la noticia simultánea de
su ausencia y presencia. Ausencia porque ya no está más
y presencia porque como su huella mnémica no ha sido
categorizada como tal (porque no hubo simbolización de la
ausencia primaria) su recuerdo insiste como una percepción
(no del objeto, porque sino estaría alucinado) de un dolor que
lo eterniza. Ese dolor es el dolor del cuerpo, de la enfermedad
que es producto de un desplazamiento del dolor y que ocurre
como consecuencia de una retracción narcisista y un intento
de simbolización.

Conclusión
La aparición de una enfermedad crónica representa un punto
de quiebre en el ciclo vital familiar (Seidmann y otros, 2001).
Además de las demandas usuales, el cuidador familiar o
la persona en proceso de duelo, se enfrenta a conductas
disruptivas que le suponen un gran costo emocional. El
deterioro del enfermo altera su identidad y con ello la relación
que mantenían. Cuidar a un enfermo crónico implica en
muchos casos un estrés con múltiples facetas. El cuidador
o la persona que sufrió una pérdida debe estar preparada
para afrontar sus propios sentimientos y poner en marcha
respuestas adecuadas.
A modo de cierre, citaré algunas frases que plasman los
tres ejes anteriormente mencionados (stress, simbiosis,
duelo). Estas citas son tomadas de un grupo de cuidadores
de enfermos crónicos, al que concurrí hace unos años para
observar el rol del psicólogo en el ámbito comunitario. Las
expresiones son de una cuidadora que asistía al grupo, a la
cual nos referiremos como la Sra. T. En ese momento, ella
tenía 67 años de edad y había sido la cuidadora de Horacio,
con quien convivió durante 40 años. Horacio había quedado
ciego hacía algunos años, mientras ambos estaban viviendo
en Brasil; padecía cáncer de vejiga y murió a los 75 años
a fines de diciembre de 2009. Se habían conocido en el
Teatro Colón, donde Sra. T era bailarina y él realizaba tareas
administrativas. No tuvieron hijos y emigraban a diferentes
países a causa del trabajo de ella. Cuando Horacio quedó
ciego, decidieron regresar a Argentina y se instalaron en la
casa de los padres, ya fallecidos.
Veamos algunas frases que ilustran el cansancio y el stress
de esta señora, provocados por cuidar a su pareja: “Hacía
un montón de cosas así pequeñitas para que él saliera [del
hospital]. Yo tenía un exceso de energía (…) lo cuidaba a
él porque había una conexión (…) Si le estaba dando el té
con leche en la boca, y lo que yo hacía de darle de gotita
en gotita…y yo pensaba que cuando superara ese cuadro
de infección iba a volver a casa conmigo, y como estaba
respondiendo… (…) Era obvio que yo lo iba a acompañar,
como lo había acompañado los últimos 4 meses”.
En el transcurso de los encuentros, esta señora también
describió la relación con su marido como simbiótica e
hizo referencia a su duelo: “¿Quién soy yo? No consigo, no
consigo ser yo. No me encuentro a mí. Perdí mi identidad. Si
yo pudiera, hubiera hecho transfusión de piel, si yo hubiera
podido, le hacía transfusión de energía. (…)¿Vos sabés quién
era Horacio? Yo soy un 20 por ciento de lo que era él. Él era
profesor, director, coordinador, padre. Era un amor inmenso,
éramos como siameses, era una relación muy simbiótica.”
“Nunca fui al cementerio. Tuve un sueño que era en un lugar
intemporal y se me aparecía Hori y yo le decía: ¿qué haces
acá si estas muerto? No, estoy vivo. Estoy acá. Pero si vos te
moriste hace una semana… y con mi propia voz, gritando, me
desperté. Sueño constantemente con él, pero este fue tan
tangible, fue más concreto.”
Un día, la Señora T se levantó de su asiento y nos dijo:
“Perdonen, este pantalón se me cae, tengo que ponerme el
cinturón porque sino se me cae el pantalón y desabrochado
se me cae igual.”. Después, en ese mismo encuentro, afirmó:
“tengo terribles dolores de cabeza, el corazón me galopa
(…) Estoy muy desmejorada de salud. Tengo arritmias,
taquicardia. La cama me tira (…) Adelgacé doce kilos”.
Gracias a estos dichos, podemos repetir que el paciente
enfermo o discapacitado representa un estresor objetivo para
los cuidadores, aunque su ayuda hacia el otro sea altruista.
Algunas conductas de los pacientes, como no comer, dormir
poco, problemas de memoria, incapacidad para cuidarse
solos, son estresores y producen consecuencias negativas
para los cuidadores que se olvidan de ocuparse de ellos
mismos. Muchas veces, estas consecuencias negativas son
las enfermedades psicosomáticas.
Podemos pensar que esto fue porque además de la reactivación
del sistema del estrés, ante la respuesta a los diferentes
estresores (crecientes necesidades que hay que cubrir del
enfermo crónico, las conductas disruptivas, falta de apoyo del
resto de la familia, etc), no tuvo tiempo para situar en el plano
significante el efecto de aquello que impactó. O sea, el impacto
sobre lo imaginario también produce efectos en el cuerpo. Por
eso hay que intervenir rápidamente para que el sujeto pueda
poner en movimiento el simbolismo, para evitar la inscripción
directa en el cuerpo (Guir, J., 1983) de aquello no elaborado
preconscientemente hasta el momento, por ejemplo, los
diferentes estresores antes mencionados y el duelo por un ser
querido, con el cual se mantenía un lazo simbiótico.
Por lo tanto, nosotros como psicólogos tenemos la
responsabilidad especial de ayudar a los cuidadores
de pacientes de enfermedades crónicas a aumentar el
entrenamiento en habilidades de afrontamiento, para
reducir el estrés, la sobrecarga, la ansiedad, la depresión,
aumentar los significados de la vida y los sentimientos de
determinación, tomando una solución acertada. Además,
deberíamos poder prevenir consecuencias graves en la
evolución de las enfermedades, al poder diagnosticar los
factores psicológicos y de stress que las desencadenan, las
predisponen o las empeoran.
El trabajo anterior fue elaborado en el marco de la materia
“Fisiopatología y enfermedades Psicosomaticas”, a cargo del
Dr. Jorge Ulnik.
Sabina Cabariti es recibida en la carrera de Licenciatura
en Comunicación Social en la Universidad de La Matanza.
Actualmente es estudiante de Psicología en la UBA. Colaboró
en la investigación “La relación entre el conocimiento de la
diabetes y sus complicaciones, las actitudes, las creencias
hacia la enfermedad, las estrategias de afrontamiento, el locus
de control y las prácticas de auto atención y auto cuidado
en pacientes diabéticos que concurren a los consultorios
externos de diabetología de hospitales públicos dependientes
del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”, un
estudio cuali-cuantitativo de tipo descriptivo, desarrollado
con el apoyo de la Secretaria de Ciencia y Técnica de la
Universidad de Buenos Aires (UBACyT) 2008-2010. El mismo
se realizó en el marco de la Práctica Profesional en el Ámbito
Comunitario: “Familia y Enfermedad Crónica”, de la Facultad
de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

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Notas
[1] Patrono, R.; Fernández, A. (2010). Stress – Claves para interpretar
su fisiopatología. Publicación interna.