El agotamiento relacionado con el trabajo, una forma de estrés

El agotamiento es una forma de estrés. Es un proceso definido
como una sensación de deterioro y cansancio progresivos con
eventual pérdida completa de energía.
También va acompañado
a menudo por una falta de motivación, un sentimiento que
sugiere “ya basta, no más”. Es una sobrecarga que tiende, a lo
largo del tiempo, a afectar a las actitudes, al estado de ánimo y a
la conducta general (Freudenberger 1975; Freudenberger y
Richelson 1981). Se trata de un proceso sutil, que se desarrolla
lentamente y que a veces evoluciona por fases. Muchas veces no
es percibido por la persona más afectada, que es la última en
creer que el proceso se está produciendo.
Los síntomas del agotamiento se manifiestan a nivel físico
como molestias psicosomáticas difusas, alteraciones del sueño,
fatiga excesiva, trastornos gastrointestinales, dolores de espalda,
cefaleas, distintos procesos cutáneos o dolores cardíacos vagos
inexplicables
(Freudenberger y North 1986).
Los cambios mentales y del comportamiento son más sutiles.
“El agotamiento se manifiesta a menudo por una facilidad para
la irritación, problemas sexuales (p. ej., impotencia, frigidez),
empeño en encontrar defectos, ira y un bajo umbral de frustración”
(Freudenberger 1984a).
Otros signos afectivos y del estado de ánimo pueden ser un
distanciamiento progresivo,
pérdida de la confianza en sí mismo
y menor autoestima, depresión, grandes oscilaciones del estado
de ánimo, incapacidad para concentrarse o prestar atención,
mayor cinismo y pesimismo, y una sensación general de futilidad.
A lo largo del tiempo, la persona contenta se hace malhumorada,
la afectiva se vuelve silenciosa y distante y el optimista
se convierte en pesimista.
Las alteraciones más frecuentes de los afectos parecen ser la
ansiedad y la depresión.
La primera se asocia sobre todo al
rendimiento laboral. Las características de las condiciones de
trabajo que parecen más importantes en el desarrollo de esta
forma de ansiedad son la ambigüedad de rol y la sobrecarga de
rol (Srivastava 1989).
Wilke (1977) indicó que “un campo en el que existe una oportunidad
especial de conflicto para el sujeto con trastornos de
personalidad es la naturaleza jerarquizada de la organización
del trabajo. El origen de estas dificultades puede estar en el
propio individuo, en la organización o en alguna combinación
interactiva de ambos”.
Los rasgos depresivos forman parte a menudo de los síntomas
de presentación de los problemas relacionados con el trabajo.

Los cálculos realizados a partir de datos epidemiológicos
sugieren que la depresión afecta al 8 a 12 % de los varones y al
20 a 25 % de las mujeres. La esperanza de vida de las reacciones
depresivas graves garantiza prácticamente que los aspectos laborales
de la vida de muchas personas se verán afectados por la
depresión en algún momento (Charney y Weissman 1988).
La gravedad de estas observaciones quedó validada en un
estudio realizado por la Northwestern National Life Insurance
Company, “Employee Burnout: America’s Newest Epidemic”
(1991), efectuado en un total de 600 trabajadores de todo el país
y en el que se identificaron la extensión, causas, costes y soluciones
relacionados con el estrés del lugar de trabajo. Los
hallazgos más llamativos de esta investigación fueron que, en
1990, uno de cada tres norteamericanos pensaba seriamente en
dejar su trabajo a causa del estrés, y que una proporción similar
preveía experimentar agotamiento laboral en el futuro. Casi la
mitad de los 600 entrevistados consideraban sus niveles de estrés
“muy altos o extraordinariamente altos”. Los cambios laborales,
como los recortes de las prestaciones de los trabajadores, el
cambio de propiedad, la frecuente necesidad de horas extraordinarias
o la reducción de plantilla tienden a acelerar la aparición
del estrés.
MacLean (1986) ha estudiado con mayor detalle los factores
de estrés laboral, como las condiciones de trabajo incómodas o
inseguras, la sobrecarga cuantitativa o cualitativa, la ausencia de
control sobre el proceso y el ritmo de trabajo, y también la
monotonía y el aburrimiento.

Además, las empresas informan de que un número creciente
de sus trabajadores padecen problemas de abuso de alcohol o
sustancias psicoactivas (Freudenberger 1984b). Entre los factores
de estrés más comunes se encuentran el divorcio o los problemas
matrimoniales, junto a otros de carácter familiar agudos o
crónicos, como la necesidad de cuidar de un pariente anciano o
discapacitado.