D. Winnicott: Albergues para niños en tiempos de guerra y de paz (1948)

Albergues para niños en tiempos de guerra y de paz (1948)

Una contribución al simposio sobre «Lessons for Child Psychiatry», leída durante una reunión de la sección médica de la British Psychological Societv, el 2 de febrero de 1946..

La evacuación creó sus propios problemas, y la guerra, su propia solución a los problemas: Podemos utilizar, en la paz, los resultados de lo que tan. penosamente se experimentó en momentos de tensión aguda y conciencia del peligro común La experiencia de la evacuación probablemente aportó muy poco de nuevo a la teoría psicológica, pero no cabe duda de que, gracias a ella, llegaron a ser conocidas por gran cantidad de personas cosas que de otra manera habrían permanecido ignoradas. Sobre todo el público en general tomó conciencia del hecho de la conducta antisocial, desde mojarse en la cama hasta provocar el descarrilamiento de trenes.

Se ha dicho con acierto que el hecho de la conducta antisocial constituye un factor estabilizador en la sociedad, que es (en cierto sentido) un retorno de lo reprimido, algo que nos recuerda la espontaneidad o impulsividad individual y la negación social de lo inconsciente a que ha quedado relegado el instinto.

Por mi parte, tuve la fortuna de trabajar con un consejo provincial (entre 1939 y 1946) en conexión con un grupo de cinco albergues para niños que resultaba difícil ubicar en hogares particulares. Durante ese trabajo ( 1 ), que significó una visita semanal al condado, llegué a conocer detalladamente a 285 niños, la mayoría de los cuales fue observada durante varios años. Nuestra tarea consistía en encarar los problemas inmediatos, y tuvimos éxito o fracasamos en la medida en que logramos aliviar o no, a los encargados de la evacuación local de dificultades que amenazaban con hacer fracasar su trabajo. Ahora que la guerra ha terminado, todavía pueden extraerse elementos valiosos de la experiencia por la que pasamos, sobre todo del hecho de que el público tenga ahora conciencia de las tendencias antisociales como fenómenos psicológicos.

Desde luego, no queremos sugerir que los albergues, o escuelas de pupilaje para niños inadaptados, como se los llama oficialmente ahora, constituyen una panacea para los trastornos emocionales infantiles.

Nos inclinamos a pensar en el manejo en albergues, simplemente, porque la alternativa es no hacer nada en absoluto, debido a la escasez de psicoterapeutas. Pero es necesario controlar esta tendencia. Con esta salvedad, puede afirmarse que hay niños que necesitan urgentemente que se cuide de ellos en alguna especie de hogar.

En mi clínica en el Paddington Green Children’s Hospital (una sala de atención médica externa) hay una proporción de casos que necesitan indispensablemente el manejo que se proporciona en un albergue.

Hay dos grandes categorías de estas clases de niños en tiempos de paz: niños cuyos hogares no existen o cuyos padres no pueden establecer un trasfondo estable en el que el niño pueda desarrollarse, y niños con un hogar existente que, no obstante, incluye a un progenitor mentalmente enfermo. Tales criaturas se presentan en nuestras clínicas de tiempos de paz y comprobamos que necesitan exactamente lo mismo que aquellas otras que nos resultó difícil ubicar. Su ambiente familiar les ha fallado. Digamos que esos niños necesitan estabilidad ambiental, manejo personal y continuidad de manejo. Suponemos un nivel corriente de cuidado físico.

Para asegurar el manejo personal, los encargados de un albergue deben ser adecuados, y los custodios deben estar en condiciones de soportar el esfuerzo emocional inherente al cuidado adecuado de un niño, pero sobre todo de niños cuyos propios hogares no han podido soportar esa tensión. Por esa razón, los custodios necesitan del apoyo constante del psiquiatra y el asistente social psiquiátrico ( 2 ). Los niños (no conscientemente) apelan al albergue y, si éste fracasa, a la sociedad en un sentido más amplio, en busca de un marco para sus vidas que sus propios hogares no pudieron darles. Cuando no se cuenta con personas adecuadas, no sólo se torna imposible el manejo personal, sino que también están aquéllas expuestas a la enfermedad y a los colapsos y, por ende, se pone en peligro la continuidad de la relación personal, que es esencial en este trabajo.

El psiquiatra que está a cargo de una clínica desde la que se envían casos a los albergues, debería trabajar en uno de ellos, a fin de mantenerse en contacto con los problemas especiales involucrados en ese trabajo. Lo mismo puede decirse de los magistrados en los tribunales de menores, quienes harían muy bien en formar parte de los comités que dirigen los albergues.

Psicoterapia. En el caso de criaturas antisociales examinadas, en las clínicas resulta inútil limitarse a recomendar una psicoterapia. Lo esencial es ubicar adecuadamente a cada niño, y la ubicación adecuada hace las veces de terapia en un considerable número de casos, siempre y cuando se le dé tiempo. Es posible utilizar además psicoterapia, y es fundamental hacer los arreglos pertinentes con mucho tacto. Si se dispone de un psicoterapeuta, y si los custodios del albergue necesitan realmente ayuda con respecto a un niño, entonces puede utilizarse la psicoterapia individual. Pero surge una complicación que no se puede ignorar: para el cuidado eficaz de un niño de este tipo, el mismo debe llegar a convertirse casi en una parte del custodio, y si alguna otra persona le proporciona tratamiento, el niño puede perder algo vital en su relación con el custodio (o con algún miembro del personal) y al psicoterapeuta no le resulta fácil compensar esa pérdida a pesar de que está en condiciones de ofrecer una comprensión más profunda. Cuando los custodios son eficaces para este tipo de tarea, en general no ven con gran simpatía la psicoterapia de los niños a su cuidado. En la misma forma, a los padres buenos les molesta profundamente que sus hijos se sometan a un psicoanálisis, aun cuando ellos mismos lo soliciten y cooperen plenamente.

En este proyecto, el asistente social psiquiátrico y yo nos mantuvimos en íntimo contacto con los custodios, tanto en lo relativo a sus problemas personales como en lo concerniente a los niños y a los problemas de manejo que se presentaban. Esto contrasta con el trabajo corriente en una clínica, donde el psiquiatra puede resultar particularmente eficaz en una relación personal directa con cada paciente infantil y con los padres.

Provisión de albergues. No debe sorprendernos el hecho de que los ministerios hayan favorecido a los albergues, y tampoco el encontrarnos con niños que necesitan albergues y descubrir que, no obstante, nada ocurre e incluso muchos albergues están cerrando sus puertas por todo el país. El contacto entre la oferta y la necesidad sólo pueden proporcionarlo hombres y mujeres capaces y dispuestos a vivir una experiencia con los niños, dispuestos a permitir que un grupo les robe unos cuantos años de su vida. Aquellos de nosotros que estamos clínicamente comprometidos con esos niños debemos desempeñar en todo momento un papel en el intento de reunir las tres cosas -política oficial, custodios y niños- y no esperar que ocurra nada realmente bueno aparte de nuestros propios esfuerzos voluntarios y personales. Incluso en la medicina estatal, las ideas y los contactos clínicos corresponden al clínico, sin el cual el mejor proyecto resulta ineficaz.

Ubicación. El método que evidentemente debe adoptar una organización grande (como el Concejo Municipal de Londres, o un ministerio) consiste en organizar la distribución de los casos desde una oficina central que se mantenga en contacto con los diversos grupos de albergues. Si tengo en mi clínica un niño que necesita un albergue (y eso siempre es urgente), debo enviar un informe que incluya el cociente intelectual y un informe escolar a la oficina central, desde donde se distribuye cada caso según la rutina . Pero yo no entro en el juego, ni lo hacen los padres, salvo cuando el niño está tan mal que lo único urgente es librarse de él de inmediato. En esta producción en masa falta por completo un manejo algo personal. El hecho es que si tengo un niño a mi cuidado no puedo sencillamente poner su nombre en alguna lista. Se debe permitir a médicos y padres que permanezcan interesados en la ubicación de sus hijos; deben comprobar realmente que lo que se les proporciona es bueno.

Debe haber algún vínculo personal entre la clínica y el albergue; alguien tiene que conocer a alguien allí. Si nadie se conoce entonces surge la desconfianza, porque en la imaginación hay padres malos, médicos malos, custodios malos, albergues malos, incluso ministerios malos. Y por malo entiendo mala intención. Si un médico o un custodio no es conocido como bueno, fácilmente se le atribuyen intenciones malévolas.

Resulta evidente que nuestros hogares para convalecientes no son adecuados para esos niños, que por lo común gozan de excelente salud física y necesitan un manejo a largo plazo por parte de custodios especialmente elegidos y apoyados por el asistente social psiquiátrico y el psiquiatra. Por otra parte, las enfermeras adiestradas en hospitales parecen tornarse inadecuadas para esta tarea por su misma formación profesional; además, muchos pediatras ignoran todo lo relativo a la psicología.

Prevención de la delincuencia. Se trata de una tarea profiláctica para el Ministerio del Interior, cuya principal función consiste en aplicar la ley. Por un motivo u otro, he encontrado oposición a esta idea entre médicos que trabajan para el Ministerio del Interior. Pero los albergues para evacuados en todo el país lograron impedir que muchos niños llegaran a los tribunales, ahorrando así enormes sumas de dinero, al tiempo que producían ciudadanos en lugar de delincuentes; y desde nuestro punto de vista como médicos, lo importante es que los niños han estado bajo el cuidado del Ministerio de Salud, esto es, que se los reconoció como enfermos. Sólo cabe esperar que el Ministerio de Educación, que ahora se hace cargo de todo este problema (escrito en 1945) resulte tan eficaz en épocas de paz como el Ministerio de Salud durante la guerra, en esta tarea profiláctica para el Ministerio del Interior.

Tesis principal. Gracias a mis dos cargos pude estar en contacto con la necesidad de albergues en Londres, al mismo tiempo que me encargaba de la creación de albergues en un área de evacuación. Como médico de un hospital de niños en Londres, me impresionó la forma en que esta solución en tiempo de guerra resolvía el problema relativo al manejo de los tempranos casos antisociales en épocas de paz. En dieciséis ocasiones pude enviar pacientes infantiles externos a los albergues que yo visitaba como psiquiatra. Sucedió por casualidad que tuve ambos puestos, y me parece un arreglo eficaz que podría adaptarse a las condiciones de la paz. Debido a mi posición, pude constituirme en un vínculo entre el niño, los padres o parientes, y los custodios del albergue, y también entre el pasado, el presente y el futuro del niño.

El valor de este trabajo no debe determinarse solamente por el grado de alivio en la enfermedad psiquiátrica de cada niño. Su valor radica también en la provisión de un lugar donde el médico podía ocuparse de niños que, sin ella, degeneran en el hospital o en el hogar, causando honda angustia a los adultos y muchas dificultades a otros niños.

Resulta triste pensar que, muchos de los albergues de la época de la guerra han cerrado, y que ahora no se hace ningún serio intento por proporcionar ese tipo de ubicación tan necesaria para los casos antisociales precoces. En cuanto a los niños enajenados, no se toma para ellos ninguna medida. Oficialmente no existen.

Notas:

(1) Una descripción de este trabajo desde distintos puntos de vista puede encontrarse en: a) Winnicott & Britton, «The Problema of Homeless Children», New Education Fellowship Monograph, 1944, núm. 1, pág. 1; (b) Winnicott & Britton, «Residential Management as Treatment for Difficult Children»: The Evolution of a Wartime Hostels Scheme», Human Relations, 1947, vol. 1, núm. 1, pág. 87.

(2) Parecería que al psiquiatra le incumbe cierta responsabilidad por la elección del personal, ya que el estado mental y físico de las personas que lo integran es esencial en la terapia. Un albergue cuyo personal es elegido y manejado por una autoridad, y cuyos niños están bajo el cuidado de otra, no tiene muchas probabilidades de alcanzar el éxito.