ALFREDO L. PALACIOS: MAESTRO DE NUESTRA AMERICA
4. LA OBRA EDUCATIVA
En 1910 se abrió para el joven
abogado otro frente de trabajo y lucha:
La cátedra universitaria. Aquí, también
se distinguió tempranamente por su espíritu
innovador; introdujo grandes novedades
académicas: la sociedad argentina
fue incorporada como objeto de estudio
y los seminarios de investigación
sustituyeron a las clases expositivas tradicionales.
En 1916 funda la cátedra de Legislación
del Trabajo, recogiendo el reclamo
de una clase social que transitaba
de su existencia en sí a clase para sí.
En la esfera del derecho laboral
sus aportes han sido reconocidos por
los analistas y a esos afanes pertenece
El nuevo derecho, J. Lajouane, Buenos
Aires, 1920, 444 pp.; y que tuvo varias
ediciones.
Ese mismo año, crea en la Universidad
de La Plata cursos de Política
Económica, materias que no interesaban
hasta entonces a la cultura dominante
en las aulas.
Pero el maestro no sólo enseña
desde la cátedra; desde la misma alza su
voz para apoyar y liderar el Movimiento
reformista universitario de Córdoba
de 1918 que opuso a la vieja torre de
marfil una concepción científica y social
universitaria de frente y comprometida
con la nación.
A esa vida universitaria, de la que
en vigor nunca estuvo demasiado distante,
regresó como Rector de la Universidad
de La Plata al término de su segundo
período en el Senado. AII í, ofrecerá
nuevos testimonios de su vocación
académica al impulsar importantes tareas
y también al renunciar cuando el
régimen militar de turno quiso imponer
en la vida académica sus patrones de
cuarteles. Salió al exterior y se asiló en
Uruguay, donde dictó clases en la Universidad
de la República.
Regresa al país, reasume su cátedra
y debe enfrentar las difíciles relaciones
de Perón con el mundo universitario.
Entre 1947 y 1955 está ausente
de las aulas, donde arrecian las presiones
oficiales. Renuncia y asume la pobreza
con increíble dignidad: se niega a jubilarse para conservar distancia con un régimen
que detesta. Es recluido en la Penitenciaria
Nacional por poco tiempo:
se le acusa como peligroso opositor.
Sus escritos universitarios se convirtieron
en libros que ocupan una relevante
significación en la historia universitaria
de América Latina: La universidad
nueva, Glizer, Buenos Aires, 1925,
255 pp.; Por la universidad democrática,
revista de Ciencias Económicas,
Buenos Aires, 1928, 270 pp.; Acción
universitaria, Universidad de La Plata,
La Plata, 1929, 175 pp.
Pero además, Palacios se ocupó de
la educación general y en otros niveles
del país: Enseñanza secundaria, Universidad
de La Plata, La Plata, 1929, 115
pp.; Y la democratización de la enseñanza,
Universidad de Buenos Aires,
Buenos Aires, 1930, 120 pp.
Su labor como maestro desbordó
con creces las aulas universitarias, orientando
a la juventud argentina y latinoamericana,
no sólo en relación con la
nueva misión de la universidad, sino
también acerca de los deberes de la juventud
como ciudadanos.
En este alto oficio legó a la juventud
latinoamericana un ideario y un
ejemplo que le valió el reconocimiento
como maestro de la juventud, por el
Congreso Iberoamericano de Estudiantes,
realizado en 1925 en Méjico.
El 25 de noviembre de 1924, entregó
su Mensaje a la juventud iberoamericana:
«Al emprender la reforma universitaria,
dijo, habéis contraído un grave
deber ante el porvenir, con vuestra propia
conciencia. No basta haber reformado
los estatutos. Hay que transformar
el alma de las universidades. Conseguir
que, en vez de máquinas de doctorar,
se conviertan en crisol de. hombres. Deben
ser laboratorios de humanidad. Focos
de pensamiento renovador y de
fuerzas espirituales. Corazón y cerebro
de los pueblos y guía de las futuras generaciones.
«La renovación de la enseñanza
universitaria implica la incorporación a
sus estudios de las modernas ideologías
y los problemas sociales. Debe salir de
las universidades unét nueva concepción
social y un espíritu nuevo. Los universitarios
deben solidarizarse con el alma
del pueblo y proponerse la elevación y
la redención de la masa humana. Deben
reintegrarse al pueblo para que surja de
todos la conciencia social. ..
«Para realizar esta obra debe ser la
primera condición la de hacer efectiva
la solidaridad espiritual entre los pueblos
de América Latina. labor tan vasta
no puede emprenderla un pueblo solo.
Debemos elaborar una nueva cultura,
concordante con nuestros ideales, que
permanecen latentes en la raza. Debemos
ir a la acción. la cultura sin acción
deriva en bizantismo. Por lo contrario,
la acción’ renovadora, suscitará la creación
de una cultura nueva. Por eso la tarea
más inmediata sería la de trazar las
líneas directivas de la Confederación
Iberoamericana. Esa empresa debe ser obra de la juventud que se halla libre de
compromisos con el pasado y de mezquinas
rivalidades. Tal labor es también
de imperiosa urgencia para contener la
expansión arrolladora y envolvente del
capitalismo yanqui.
«El destino os ha impuesto esa misión
que no es menos gloriosa y trascendente,
aunque sí menos ardua, que la
llevada a término por nuestros próceres
de la gesta libertadora.
«Emprendamos resueltos el camino
de la nueva era de América Latina».
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