ALFREDO L. PALACIOS: MAESTRO DE NUESTRA AMÉRICA (En su taller)

ALFREDO L. PALACIOS: MAESTRO DE NUESTRA AMERICA

7. EN SU TALLER

En enero del presente año, tuvimos

la inolvidable experiencia de llegar

hasta la vieja casona en que vivió gran

parte de su vida Alfredo L. Palacios, situada

en Charcas 4741, Buenos Aires;

recuperada por un grupo de amigos y

convertida en la Fundación Alfredo L

Palacios.

Desde el umbral se cruzan las emociones:

el contacto con la fabulosa biblioteca

de 38 mil volúmenes, sus carpetas

de trabajo, las imágenes del maestro

en fotografías y caricaturas, diplomas,

reconocimientos, en fin, el contacto

con lo único que conformó su herencia

porque murió increíblemente pobre

y la angustia de ver cómo el abandono

va dejando el terreno despejado para la

acción erosionadora del tiempo.

-«No hemos querido aceptar ninguna

ayuda de los gobiernos militares

de turno» nos dice con firmeza el escribano

Fernando Punta, quien con conmovedora

devoción ha hecho el salvamento

de la casa de un inminente remate

y hace lo que puede por conservar

tan precioso tesoro.

-«Ahora esperamos que se nos

brinde el respaldo municipal y del Estado

para repararla y organizar técnicamente

la biblioteca de manera que el

fondo quede a salvo de la destrucción y

organizado para que pueda ser utilizado

por los investigadores… «.

La charla se anima. Punta nos ilustra

acerca de la vida privada de uno de

los hombres públicos más prestigiosos

de toda la historia argentina; admirado

y visitado con respeto reverencial por

políticos, escritores y estudiantes de

muchos países y que, sin embargo, llegó

a vivir días en los que se comió en esa

casa gracias a la generosidad de los amigos.

Cuánta razón tiene Gregorio Selser

al sostener que «el anti imperialismo es

la menos remunerativa de las posiciones

políticas en Nuestra América, y la que

más requiere en fortaleza de ánimo y

constancia espiritual, renunciamiento y fe» .

«En esta mesa, nos explica Punta,

se sentaron los hombres más distinguidos

de la república argentina; los jóvenes

lo veneraron como a un maestro; hay

en esta biblioteca muchos libros dedicados

por sus autores en términos tales

que uno piensa que no deben ser muchos

los hombres que en el mundo produjeron

tanta veneración de sus contemporáneos… «.

¿Qué magia irradiaba Palacios hacia

quienes le conocieron? Todos coinciden

en reconocer que había en su figura

ese carisma que suele acompañar a

los grandes hombres; también están ahí

sus 50 libros, sus brillantes alegatos parlamentarios,

sus arengas callejeras, su

pasión por la libertad y la dignidad del

hombre; sí, está ahí esa obra brillante;

pero sin duda, fue la autenticidad moral

de su apostolado laico, la verdadera magia

que conmovía a quienes le conocían.

El ideal como conducta. Esa fue la

grandeza mayor del maestro de ayer y

de hoy, siempre vigente en los anhelos

 

de Nuestra América.

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