Melanie Klein: Amor, culpa y reparación (1937), segunda parte

Amor, culpa y reparación (1937), segunda parte

Elección del compañero de amor

El psicoanálisis nos muestra que profundos motivos inconscientes participan en la elección de la pareja y determinan la atracción sexual y el placer de la mutua compañía. Los sentimientos de un hombre hacia una mujer sufren la influencia de su vínculo temprano con la madre. Pero tal situación puede ser más o menos inconsciente y presentar manifestaciones muy enmascaradas. Quizás un hombre elija como compañera a una mujer que tenga algunas características completamente opuestas a las de su madre: tal vez la apariencia de la amada sea muy distinta, pero su voz o ciertos rasgos de su personalidad que le resultan especialmente atractivos, concordarán con las primeras impresiones que él recibió de su madre. O tal vez, precisamente con el propósito de desligarse de un vínculo demasiado fuerte con la madre, venga a elegir una compañera que presente un contraste absoluto con aquélla. Muy a menudo, a medida que se produce el desarrollo del niño, una hermana o una prima ocupan el lugar de la madre en sus fantasías sexuales y en su amor. Es obvio que la actitud basada en estos sentimientos será distinta de la del hombre que busca fundamentalmente rasgos maternos en la mujer. Con todo, la elección resultante de sentimientos experimentados hacia una hermana, puede tender también a la búsqueda de aspectos de índole maternal en la compañera. La temprana influencia que sobre el niño ejercen las personas de su ambiente, crea una gran variedad de posibilidades: una niñera, una tía, una abuela, pueden desempeñar un papel muy importante. Naturalmente, al considerar la influencia de las primeras relaciones sobre la elección posterior, no debemos olvidar que lo que el hombre desea recrear en sus relaciones amorosas es su impresión infantil ante la persona amada y las fantasías que tuvo con ella. Además, el inconsciente establece asociaciones sobre bases muy distintas de las que rigen en la mente consciente. Toda suerte de impresiones completamente olvidadas -reprimidas- contribuye así para que una persona resulte para determinado individuo, más atractiva que las demás, en el terreno sexual y en otros. Factores similares actúan en la elección femenina. Las impresiones que conserva de su padre, sus sentimientos hacia él -admiración, confianza, etc.-, pueden desempeñar un papel predominante en la elección del compañero. Pero quizá su temprano amor hacia su padre haya sufrido serias alteraciones. Tal vez se haya alejado de él muy pronto debido a fuertes conflictos o graves decepciones. En este caso, un hermano, un primo o un compañero de juegos puede haber asumido gran importancia, tomándose en el receptáculo de sus deseos y fantasías sexuales, así como de sus sentimientos maternales. Buscará entonces un amante o un marido que configure la imagen de ese hermano, de preferencia el que tenga cualidades de tipo paterno. En una relación de amor feliz el inconsciente de la pareja se corresponde. En el caso de la mujer que tiene marcados sentimientos maternales, las fantasías y los deseos del hombre que busca una mujer predominantemente maternal corresponderán a los suyos. Si permanece muy ligada a su padre, inconscientemente buscará a un hombre que necesite desempeñar ante la mujer el papel de un buen padre. Aunque los vínculos amorosos de la vida adulta están fundados en las primeras relaciones emocionales con los padres, hermanos y hermanas, los nuevos lazos no son necesariamente meras repeticiones de la temprana situación familiar. Los recuerdos, sentimientos y fantasías inconscientes entran en la nueva ligazón de amor y amistad en formas completamente disfrazadas. Pero además de las primeras influencias, muchos otros factores actúan en los complicados procesos que cimentan una relación amorosa o amistosa. Las relaciones normales adultas siempre contienen nuevos elementos derivados de la nueva situación: las circunstancias, la personalidad del otro, y su respuesta a las necesidades emocionales y a los intereses prácticos del adulto.

Logro de independencia

Hasta aquí me he referido principalmente a las relaciones íntimas entre los seres. Entraremos ahora en las manifestaciones más generales del amor y las formas en que éste participa de intereses y actividades de todo tipo. El vínculo primario del niño con el pecho y la leche de su madre constituye la base de todas las relaciones de amor en la vida. Pero si consideráramos la leche materna simplemente como un alimento saludable y adecuado, concluiríamos que seria fácil reemplazarlo por otro igualmente conveniente. Sin embargo, la leche de la madre, la primera que aplaca los tormentos del hambre en el niño y que proviene del pecho que llega a amar cada vez más, adquiere para él un inestimable valor emocional. El pecho y su producto, primeras gratificaciones de su instinto de autopreservación y de sus deseos sexuales, se erigen en su mente en símbolos de amor, placer y seguridad. Es por lo tanto de suprema importancia el saber hasta qué punto puede «psicológicamente» reemplazar este primer alimento por otros. La madre logra, con mayor o menor dificultad, que el niño se acostumbre a ingerir otras sustancias. Con todo, quizás él no abandone su intenso deseo del alimento primitivo; quizá no olvide sus quejas y su odio por haber sido privado de él, ni se adapte, en el verdadero sentido, a esta frustración; y si ello ocurriera, no podrá adaptarse a ninguna frustración de su vida futura. Si llegamos a comprender, mediante la exploración del inconsciente, la fuerza y profundidad del primer apego a la madre y a su alimento así como la intensidad con que éste persiste en el inconsciente del adulto, nos sorprenderá ver que el niño logre paulatinamente desprenderse de ella y conquistar independencia. Es cierto que ya en el lactante existe un agudo interés por lo que ocurre a su alrededor, una creciente curiosidad y placer en aumentar su ámbito de personas, cosas y realizaciones, todo lo cual parece facilitarle nuevos objetos de amor y de interés. Pero esto no basta para explicar su posibilidad de desligarse de la madre con quien tiene un vínculo inconsciente tan fuerte. La índole misma de este intenso apego lo impulsa a separarse de ella porque (dada la inevitabilidad de la avidez frustrada y del odio) despierta en él el miedo de perder a esta persona tan importante y, por lo tanto, el temor a depender de ella. Existe así, en el inconsciente, la tendencia a abandonarla, contrarrestada por el apremiante deseo de tenerla para siempre. Estos sentimientos contradictorios, juntamente con el crecimiento emocional e intelectual del niño, que le permite encontrar otros objetos de interés y placer, conducen a la capacidad de transferir el amor, reemplazando al ser amado por otras personas y cosas. Precisamente la cantidad de amor que el niño experimenta hacia su madre le proporciona una gran disponibilidad para sus vínculos futuros. El proceso de desplazar amor es de suma importancia para el desarrollo de la personalidad y para las relaciones humanas y podríamos decir, incluso, para el desarrollo de la cultura y de la civilización. Junto con el proceso de desplazar el amor (y el odio) de la madre a otras personas y cosas, distribuyendo así estas emociones en un círculo más amplio, hay otra manera de manejar los primitivos impulsos. Las sensaciones sensuales que el niño experimenta en relación con el pecho materno se transforman en amor hacia la madre como persona integral; los sentimientos de amor se funden desde el comienzo con los deseos sexuales. El psicoanálisis ha subrayado el hecho de que los impulsos sexuales hacia los padres, hermanos y hermanas no sólo existen, sino que pueden ser observados en cierta medida en los niños muy pequeños. Con todo, sólo la exploración del inconsciente permite aquilatar su fuerza y su enorme importancia. Ya hemos visto que los deseos sexuales están íntimamente ligados a impulsos y fantasías agresivas, a la culpa y al temor de que mueran las personas queridas. Todo ello impulsa al niño a disminuir su apego hacia los padres. El tiene, además, tendencia a reprimir estos sentimientos sexuales, que se vuelven inconscientes y quedan enterrados en las profundidades de la mente. Los impulsos sexuales se deslizan también de los primeros objetos de amor y el niño adquiere así la capacidad de amar a otros de modo predominantemente afectuoso. El proceso descripto arriba, consistente en reemplazar a la persona amada por otras, en disociar parcialmente la sexualidad y la ternura y reprimir los impulsos y deseos sexuales, viene a integrar la capacidad del niño para establecer relaciones más amplias. No obstante, para lograr un desarrollo total exitoso es esencial que la represión de los deseos sexuales hacia los primeros seres queridos no sea demasiado fuerte 7 , ni demasiado completo el desplazamiento de los sentimientos de los padres a otras personas. Si el niño conserva bastante amor para los que se hallan próximos, si sus deseos sexuales hacia ellos no están muy reprimidos, amor y deseo sexual podrán, más tarde en la vida, revivir, unirse y desempeñar una parte vital en sus relaciones amorosas. En una personalidad realmente bien desarrollada, el amor por los padres subsiste, pero se le sumará el amor por otros seres y objetos, no como mera extensión del primero, sino, como lo he señalado, mediante una difusión de las emociones que disminuye el peso de los conflictos y de la culpa derivada del apego y dependencia en relación con las primeras personas que ama. Al volcar sus conflictos en otras personas, el niño no los suprime, sino que los transfiere en forma menos intensa: de los primeros y más importantes, a nuevos objetos de amor (y odio) que parcialmente representan a los antiguos. Como sus sentimientos hacia estas nuevas personas no son tan fuertes, sus impulsos de reparación, que una culpa excesiva hubiera obstaculizado, pueden manifestarse ahora más plenamente. Es bien sabido que la existencia de hermanos y hermanas favorece el desarrollo. El crecer juntos ayuda al niño a desprenderse más de los padres y elaborar con sus hermanos un nuevo tipo de relación. Sabemos, con todo, que no sólo los ama, sino que también tiene hacia ellos fuertes sentimientos de rivalidad, odio y celos. Por esta razón las relaciones con los primos, compañeros de juego y otros niños más alejados de la situación familiar permiten nuevas alternativas a la relación fraterna, variaciones éstas que son de gran importancia como fundamento de los futuros vínculos sociales.

Relaciones en la vida escolar

La escuela brinda la oportunidad de desarrollar la experiencia ya adquirida en materia de relaciones humanas y proporciona campo propicio para nuevos experimentos en este terreno. Entre un gran número de chicos el niño puede congeniar con uno, dos o varios mejor que con sus hermanos. Estas nuevas amistades le dan, entre otras satisfacciones, la posibilidad de corregir y mejorar, por así decirlo, las primeras relaciones con aquéllos, que tal vez hayan sido insatisfactorias. El niño puede haber sido realmente agresivo con un hermano más débil o menor; o quizá su sentimiento inconsciente de culpa debido al odio y a los celos fuera la causa principal que perturbó la relación, con trastornos susceptibles de persistir en la vida adulta. Este desagradable estado de cosas puede ejercer más adelante una profunda influencia sobre sus actitudes emocionales respecto de la gente en general. Sabemos que hay niños incapaces de hacerse de amigos en la escuela. Esto ocurre porque trasladan al nuevo ambiente sus primitivos conflictos. Entre los que logran liberarse suficientemente de sus primeras dificultades afectivas y hacer amistades entre los compañeros de escuela se observa a menudo una mejoría en la relación con sus hermanos. El nuevo compañero prueba al niño que es capaz de amar y ser amado y que el amor y la bondad «existen», lo que también inconscientemente significa que puede reparar el daño que en su imaginación o de hecho ha infligido a otros. Así las nuevas amistades colaboran para la solución de las primeras dificultades emocionales, sin que se tenga conocimiento de la naturaleza exacta de los primitivos trastornos o del modo como van siendo allanados. Todos estos medios proporcionan otras tantas válvulas a las tendencias de reparación, el sentimiento de culpa disminuye, y aumenta la confianza propia y en los demás. La vida escolar también da oportunidad de establecer entre el odio y el amor una separación mayor que lo que es posible en el pequeño círculo familiar. En la escuela algunos niños son detestados o simplemente no gozan de simpatía, mientras que otros son queridos. En esta forma las emociones de amor y odio, reprimidas debido al conflicto que surge al odiar a la persona amada, pueden encontrar plena expresión en cauces más o menos aceptados socialmente. Los niños se unen de varias maneras y desarrollan ciertas normas que regulan hasta dónde pueden llevar sus manifestaciones de odio o disgusto por los demás. Los juegos y el espíritu de compañerismo implícito en ellos constituyen un factor moderador en estas alianzas y en el despliegue de la agresión. Aunque los celos y la rivalidad por el amor y el aprecio del maestro pueden ser muy fuertes, se desarrollan en un marco distinto al de la vida de hogar. Los maestros están más alejados de los sentimientos del niño, aportan a la situación menos emoción que los padres y además reparten sus afectos entre varios niños.

Relaciones en la adolescencia

A medida que el niño avanza hacia la adolescencia, su tendencia al culto del héroe frecuentemente se expresa a través de sus relaciones con algunos maestros, mientras que otros le inspiran aversión, odio o desprecio. Aquí de nuevo se manifiesta el proceso de separar el odio del amor que proporciona alivio, porque permite preservar a la persona «buena» y brinda además la satisfacción de odiar a alguien que a nuestro juicio se lo merece. El padre amado y odiado, la madre odiada y amada son originariamente, como ya lo he expuesto, los objetos tanto de admiración como de odio y desvalorización. Pero estos sentimientos que mezclados resultan, como sabemos, demasiado contradictorios y gravosos para la mente del niño y son, por lo tanto, probablemente soterrados, encuentran expresión parcial en las relaciones con otras personas: niñeras, tíos y parientes en general. Más tarde, en la adolescencia, la mayoría de los niños tiende a alejarse de sus padres. Esto se debe en gran parte a que sus deseos sexuales y conflictos en relación con aquéllos están reforzándose una vez más. Los primeros sentimientos de rivalidad y odio contra el padre o la madre, según el caso, reviven y adquieren todo su vigor, aunque su origen sexual permanezca inconsciente. Los jóvenes suelen ser muy agresivos y desagradables con sus padres y con otras personas que se presten a ello, tales como sirvientes, un maestro débil o compañeros de escuela por los que sientan aversión. Pero cuando el odio ha llegado a esa intensidad, la necesidad de preservar el bien y el amor en el mundo interno y externo se hace muy urgente. El joven agresivo se siente, por lo tanto, impulsado a buscar seres a quienes pueda idealizar y reverenciar. Los maestros admirados pueden servir para ese fin y los sentimientos de amor, admiración y confianza hacia ellos le dan seguridad interior. Entre otras razones, porque para el inconsciente parecen confirmar la existencia de padres buenos con los cuales hay una relación positiva, lo que refuta así el odio intenso, la ansiedad y la culpa, que en este período se han vuelto muy fuertes. Hay, por supuesto, niños que pueden sentir amor y admiración por los propios padres mientras atraviesan estas dificultades, pero no son muy comunes. Creo que lo que se ha dicho explica en parte la posición especial que suelen ocupar en la mente las figuras idealizadas, como hombres y mujeres famosos, autores, atletas, aventureros, personajes imaginarios recogidos de la literatura, seres sobre quienes se vuelca la admiración y amor, sentimientos sin los cuales todo se matizaría de odio y desamor, lo cual se experimenta como peligroso para el yo y para los demás. Simultáneamente con la idealización de ciertas personas se produce el odio hacia otras que son vistas bajo un cristal muy oscuro, especialmente seres imaginarios, como algunos villanos del cine o de la literatura, o bien individuos reales pero algo remotos, como los caudillos políticos del partido opositor. Odiar a la gente irreal o lejana resulta mucho menos peligroso para todos los interesados que odiar a los que nos son muy próximos. Hasta cierto punto esto es aplicable también al odio hacia algunos maestros o directores: la disciplina escolar y el conjunto de la situación interpone entre maestro y alumno una barrera mayor que la que existe entre padre e hijo. La división entre amor y odio está dirigida hacia los menos íntimos; sirve también para salvaguardar mejor a las personas amadas, tanto en la realidad como en la mente. No sólo aquéllas se hallan físicamente lejos y son por lo tanto inaccesibles, sino que la división entre la actitud de amor y odio fomenta el sentimiento de que se puede conservar incólume el amor. El sentimiento de seguridad que proviene de la capacidad de amar está íntimamente ligado en el inconsciente al de conservar sana y salva ala persona amada. Parecería que la creencia inconsciente rezara así: «puedo mantener intactos algunos de los seres que amo, por lo tanto no he dañado a ninguno, y los conservo a todos para siempre en mi mente». En último análisis, el inconsciente preserva la imagen de los padres amados como la posesión más preciosa, porque protege a su poseedor del dolor de la desolación total.

El desarrollo de las amistades

Las primeras amistades del niño cambian de índole durante la adolescencia. La fuerza de los afectos e impulsos, tan característica de esta etapa de la vida, favorece amistades intensas entre la gente joven, principalmente entre los del mismo sexo. Las tendencias y sentimientos homosexuales están subyacentes a estas relaciones, que frecuentemente conducen a verdaderas actividades homosexuales. Estos vínculos constituyen en parte una huida del impulso hacia el sexo opuesto, que en este período es a menudo ingobernable por varias razones internas y externas: sus deseos y fantasías se encuentran aún muy conectados con su madre y hermanas, y la lucha por alejarse de ellas y encontrar nuevos objetos de amor está en su punto culminante. Tanto las niñas como los muchachos en esta etapa sienten cargados de tantos peligros los impulsos hacia el otro sexo, que intensifican los que se dirigen hacia el mismo sexo. El amor, la admiración y la lisonja que puedan entrar en estas amistades constituyen también, como lo he señalado antes, una salvaguardia contra el odio, y por todos estos motivos los jóvenes se apegan más a tales vínculos. En este período del desarrollo las tendencias homosexuales intensificadas, sean conscientes o inconscientes, desempeñan también un papel importante en la adulación al maestro del mismo sexo. Las amistades de la adolescencia son, como sabemos, frecuentemente inestables; una de las razones es que la fuerza de los sentimientos sexuales (inconscientes y conscientes) las invaden y perturban. El adolescente aún no se ha emancipado de las fuertes ligaduras emocionales de la infancia y está todavía -más de lo que se imagina- dominado por ellas.

Las amistades de la vida adulta

Aunque en la vida adulta las tendencias homosexuales inconscientes tienen su parte en la amistad con el mismo sexo, ésta se caracteriza, a diferencia del vínculo homosexual 8 , por la disociación parcial entre los sentimientos afectuosos y los sexuales, que pasan a segundo plano, y aunque activos en cierta medida en el inconsciente, en la práctica desaparecen. También en la separación entre sentimientos sexuales y afectivos. Pero como este amplio sector es sólo una parte de mi tema, me limitaré a hablar de las amistades entre personas del mismo sexo, y aun entonces sólo haré unas pocas observaciones generales. Tomemos como ejemplo la amistad entre dos mujeres que no dependen demasiado una de otra. A favor de las circunstancias, una u otra puede necesitar protección o ayuda. La capacidad de dar y recibir afectivamente es esencial en la verdadera amistad. Aquí los elementos de situaciones tempranas se expresan en forma adulta. Inicialmente, protección, ayuda y consejo nos fueron proporcionados por nuestras madres. Si logramos madurez emocional y autosuficiencia, no dependeremos demasiado del apoyo y consuelo maternal, pero el deseo de recibirlos en los momentos difíciles y penosos perdura hasta la muerte. En la relación con una amiga podemos a veces recibir y dar algo del amor y cuidado de una madre. Una combinación exitosa de actitud maternal y filial parece constituir una de las condiciones de una personalidad femenina emocionalmente rica y capaz de amistad. (Una personalidad femenina completamente desarrollada involucra la capacidad de mantener buenas relaciones con los hombres en lo que concierne a sentimientos afectuosos y sexuales. Pero al hablar de la amistad entre mujeres me refiero a las tendencias y sentimientos homosexuales sublimados). Quizás en las relaciones con nuestras hermanas hayamos tenido oportunidad de experimentar y expresar a la vez cuidados maternos y respuestas filiales. Podremos entonces fácilmente trasladarlos a la amistad adulta. Pero tal vez no existió una hermana o alguien con quien viviésemos estos sentimientos. En este caso, si llegamos a desarrollar una amistad con otra mujer, ésta traerá la realización, modificada por las necesidades adultas, de un fuerte e importante deseo de la niñez. Con una amiga compartimos intereses y placeres, pero también somos capaces de alegrarnos por su felicidad y éxitos, aun cuando carezcamos de ellos. Los sentimientos de envidia y celos pueden permanecer soterrados si nuestra capacidad de identificarnos con ella y compartir así su felicidad es bastante fuerte. El elemento de culpa y reparación no está ausente nunca en tal identificación. Si hemos manejado con éxito nuestros odios, celos, insatisfacciones y resentimientos contra nuestra madre; si hemos logrado ser felices al verla feliz, al sentir que la hemos agraviado o que podemos reparar el daño hecho en la fantasía, seremos capaces de una verdadera identificación con otra mujer. Los sentimientos posesivos y reivindicatorios que originan grandes exigencias son elementos perturbadores de la amistad. En realidad, todas las emociones exageradamente intensas pueden socavarla. Cuando esto ocurre, la investigación psicoanalítica revela que han interferido las tempranas situaciones de deseos insatisfechos, rencor, voracidad o celos, o sea, que aun cuando los episodios actuales hayan desencadenado la perturbación, un conflicto infantil no resuelto desempeña un papel importante en la ruptura de una amistad. Un clima emocional equilibrado, lo cual no excluye para nada la fuerza del sentimiento, constituye la base del éxito de una amistad. No es muy probable que lo logremos si esperamos demasiado de ella, es decir, si esperamos que el amigo compense nuestras primeras privaciones. Tales exigencias son, en su mayor parte, inconscientes y, por lo tanto, no pueden ser manejadas de manera racional. Nos exponen necesariamente al desengaño, al dolor y al resentimiento. Si las exageradas demandas inconscientes ocasionan trastornos en la amistad, han acaecido repeticiones exactas -por muy distintas que sean las circunstancias- de situaciones tempranas, cuando la voracidad intensa y el odio perturbaron el amor hacia los padres, causándonos sentimientos de insatisfacción y soledad. Si el pasado no pesa demasiado sobre el presente seremos más capaces de hacer una adecuada elección de amigos y de satisfacernos con lo que ellos nos den. Mucho de lo que he dicho sobre la amistad entre mujeres se aplica al desarrollo de las amistades entre hombres, por más que también haya desemejanzas derivadas de la diferencia entre la psicología masculina y la femenina. La separación entre los sentimientos afectuosos y los sexuales, la sublimación de las tendencias homosexuales y la identificación constituyen igualmente la base de la amistad entre hombres. Aunque los elementos y las nuevas gratificaciones que corresponden a la personalidad adulta entran renovados en la amistad masculina, también los hombres, en parte, buscan la repetición de sus relaciones con el padre o los hermanos, o tratan de hallar una nueva afinidad que satisfaga deseos pasados, o mejorar las relaciones insatisfactorias que antaño mantuvieron con quienes los rodeaban. Aspectos más amplios del amor

El proceso por el cual desplazamos el amor de los primeros seres queridos hacia otros se extiende, desde la primera infancia en adelante, a todas las cosas. De este modo desarrollamos intereses y actividades en los que penemos algo del amor que originariamente se dirigía a las personas. En la mente infantil una parte del cuerpo puede representar otra, y un objeto puede representar partes del cuerpo o personas. De esta manera simbólica, cualquier objeto redondeado puede en su inconsciente representar el pecho de su madre. Por un proceso gradual, todo lo que emana bondad y belleza, todo lo que causa placer y satisfacción en sentido físico o más amplio, vendría a tomar en el inconsciente el lugar de este seno generoso y el de la madre como persona total. Así, al referirnos a la patria la llamamos «la madre tierra», porque en el inconsciente el país natal puede simbolizar a nuestra madre, y por lo tanto, ser amado con sentimientos matizados por nuestro vínculo con ella. Para ilustrar la forma en que la primitiva relación invade intereses que parecen serle muy ajenos tomemos el ejemplo de los exploradores que parten en busca de nuevos descubrimientos, sobrellevando las más penosas privaciones y encontrando a su paso grandes peligros y quizá la muerte. Además del estímulo de las circunstancias externas, muchos elementos psicológicos se hallan detrás del interés y el atractivo de la exploración. No mencionaré aquí más que uno o dos factores inconscientes específicos. En su voracidad el niño pequeño desea atacar el cuerpo de su madre, al que considera como una extensión de su pecho bueno. También tiene fantasías de robarle el contenido de su cuerpo, entre otras cosas, los hijos, preciosa posesión, que también ataca por celos. Estas fantasías agresivas de penetrar en su cuerpo pronto se enlazan con sus deseos genitales de tener un coito con ella. El trabajo psicoanalítico ha descubierto que las fantasías de explorar el cuerpo de la madre, que surgen de los deseos sexuales y agresivos del niño, de su voracidad, curiosidad y amor, contribuyen a fomentar el interés del adulto en explorar nuevos países. Al discutir el desarrollo emocional del niño pequeño he señalado que sus impulsos agresivos dan lugar a fuertes sentimientos de culpa y al temor de que la persona querida muera, todo lo cual forma parte del amor, lo refuerza e intensifica. En el inconsciente del explorador, un nuevo territorio representa una nueva madre que compensará la pérdida de la madre real. Busca la «tierra prometida», la «tierra de la que mana leche y miel». Y hemos visto que el temor a la muerte de la persona más amada lleva al niño a alejarse de ella en cierta medida; pero al mismo tiempo lo conduce también a re-crearla y encontrarla nuevamente en cualquier tarea que emprenda. De ese modo, tanto el impulso de apartarse como el de mantener el vínculo original encuentran plena expresión. La temprana agresión del niño estimula la tendencia a restaurar y compensar, a devolver a su madre los bienes robados en su fantasía, y estos deseos de resarcimiento se unen más tarde a la vocación de explorador: encontrar una nueva tierra es dar algo al mundo en general y a algunas personas en particular. Su actividad expresa tanto su agresión como su deseo de reparar. Sabemos que al descubrir una nueva tierra la agresión se utiliza en la lucha con los elementos y con toda suerte de dificultades. Pero a veces se manifiesta más abiertamente. Ocurría en otras épocas, cuando los exploradores, que además conquistaban y colonizaban, dieron muestras de despiadada crueldad contra las poblaciones nativas. Con esta actitud concretaban los tempranos ataques fantaseados contra los niños imaginarios en el cuerpo de la madre y el odio real contra los hermanos recién nacidos. El deseo de restauración, sin embargo, encontró plena expresión al repoblar el país con elementos de su propia nacionalidad. Podemos ver cómo, a través del interés por la exploración, varios impulsos y emociones -la agresión (manifiesta o no), los sentimientos de culpa, el amor y el impulso de reparar- pueden transferirse a otra esfera, alejada de su objeto original. La vocación de explorar no tiene que manifestarse necesariamente a través de la exploración física del mundo, sino que puede extenderse a otros campos, como cualquier tipo de pesquisa científica. Los primeros deseos y fantasías de explorar el cuerpo materno forman parte de la satisfacción que el astrónomo, por ejemplo, deriva de su trabajo. El anhelo de redescubrir a la madre de los primeros tiempos, real o afectivamente perdida, es también de gran importancia en el arte creador y en la forma de apreciarlo y disfrutar de él. Para ilustrar algunos de los procesos que acabo de exponer transcribiré la conocida composición de Keats, On First Looking into Chaprnan’s Homer 9 (Primera ojeada al Homero de Chapman). Much have I travell’d in the realms of gold,and many goodly states and kingdoms seen;round many western islands have I been which bards in fealty to Apollo hold. Oft of one wide expanse had I been told that deep-brow’d Homer ruled as his demesne: yet did I never breathe its pure serene till I heard Chapman speak out loud and bold: then felt I like some watcher of the skies when a new planet swims into his ken; or like stout Cortez, when with eagle eyes he stared at the Pacific – and all his men look’d at each other with a wild surmise- silent, upon a peak in Darien. Mucho viajé por comarcas de oro, y he visto países y reinos esplendentes; muchas islas recorrí del occidente donde los poetas guardan lealtad a Apolo. Frecuentemente oí de una vasta extensión donde ejerce su imperio el soñador Homero, pero jamás respiré su pura exaltación hasta escuchar de Chapman el verbo altanero. Entonces fui como un explorador del cielo inmenso cuando un nuevo planeta nada en las alturas o como el fue Cortés, cuyos ojos de halcón contemplaron el Pacífico, y su tripulación se miraba con salvaje conjetura sobre una cima del Darién, en profundo silencio. Keats habla aquí con el enfoque del que goza ante una obra de arte. Compara la poesía con «países y reinos esplendentes» y «comarcas de oro». Al leer a Homero traducido por Chapman se siente al principio como un astrónomo que observa los cielos cuando «un nuevo planeta nada en las alturas». Pero luego se vuelve el explorador que descubre «con salvaje conjetura» nuevas tierras y mares. En este perfecto poema de Keats el mundo representa el arte, y es evidente que para él el goce y la exploración científicos y artísticos provienen de la misma fuente: del amor por las hermosas tierras, las «comarcas de oro». La exploración del inconsciente (precisamente, un continente desconocido descubierto por Freud) demuestra que, como lo he señalado antes, las hermosas tierras representan a la madre amada y el anhelo hacia ésta. Volviendo al poema, se puede sugerir, sin llegar al análisis detallado, que el «soñador Homero» que gobierna la tierra de la poesía representa al padre admirado y poderoso, cuyo ejemplo sigue el hijo (Keats) cuando penetra, él también, en el país de su deseo (arte, belleza, el mundo: en esencia, su madre). Del mismo modo el escultor que da vida a su objeto de arte, ya sea que éste represente una figura humana o no, inconscientemente está restaurando y re-creando a las personas a quienes amó primero y a las que destruyó en su fantasía.

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