El analista y el adolescente, crisis del adolescente

Encuentro y confrontación (Winnicott, 1972), dos aspectos aparentemente antitéticos pero que a la manera de un péndulo, conforman un par necesario e imprescindible que implica un movimiento de acercamiento y separación que constituye un estilo que es propio de la especificidad de las angustias en juego en la crisis adolescente.

Por un lado, las capacidades y disposición por parte del analista, en cuanto al trabajo con las posibilidades simbólicas que todavía están en desarrollo.
Por otra parte, el adolescente se encuentra en pleno proceso identificatorio y de construcción de sus mecanismos defensivos, lo cual hace al trabajo analítico especialmente difícil.
Las insuficiencias en la simbolización del adolescente, promueven un cortocircuito pulsional que deriva hacia el acto y al soma. Por este motivo, los diversos tipos de actos (compulsivos, repetitivos, sintomáticos o fallidos, juegos, etc.) generan una ambiente muy especial en estos análisis y que contratransferencialmente, el analista desliza su atención al cómo y cuándo interviene, en detrimento de sus posibilidades regresivas de la atención flotante.

La Crisis adolescente como un momento crítico en el que se anuda el narcisismo con sus vergüenzas y fragilidades de la autoestima con el resurgimiento de la conflictiva sexual que a partir de la pubertad, relanza toda una nueva dimensión corporal con nuevos puntos de urgencia con frecuentes estallidos en los vínculos familiares y sociales.
Encuentro y confrontación decíamos, por que en ese doble movimiento, habrá de tener lugar no sólo la crisis adolescente, sino también el propio tratamiento analítico.
El encuentro pone en juego las transferencias positivas con la empatía y la construcción de un espacio analítico donde el analista desde un lugar adulto pero diferente al de los padres, convoca las angustias, el sufrimiento y el deseo de conocerse así como abre la esperanza a un cambio psíquico y al crecimiento personal.
Por otro lado y concomitantemente se abre ese mismo espacio para las diferencias, con sus inevitables consecuencias de confrontaciones  necesarias para un nuevo crisol de identificaciones.