Anna Freud (sobre las 4 Conferencias)

Anna Freud – 4 Conferencias
Anna Freud, 4 conferencias
Klein sostiene que toda perturbación del desarrollo anímico o mental de un niño podría ser eliminada o al menos mejorada por el análisis. Éste ofrece también grandes ventajas para el desarrollo del niño normal y con el tiempo llegaría a convertirse en complemento indispensable de la educación moderna.
La mayoría de los analistas vieneses defienden otro punto de vista: opinan que el análisis del niño solo se justifica frente a una verdadera neurosis infantil.
A. Freud cree el análisis con niños parece a veces un recurso difícil, costoso y complicado; en algunos casos se hace con él demasiado y en otros (la mayoría) el análisis genuino no rinde lo suficiente.
Tratándose de niños es posible que necesite ciertos cambios y modificaciones, o que solo sea aplicable con determinadas medias de precaución (al punto que quizás convenga contraindicarlo cuando no exista la posibilidad técnica de respetarlas).

El analista es pagado y autorizado por los padres de modo que siempre queda en posición ambigua cuando se dirige contra estos, aunque lo haga en su propio interés. La decisión de analizarse nunca parte del pequeño paciente sino de sus padres o de las personas que los rodean.
Mientras que el adulto es por lo menos en gran medida, un ser maduro e independiente; el niño es un ser inmaduro y dependiente. Es natural que ante objetos dispares el método no pueda ser el mismo. Muchos de los elementos importantes-esenciales en el caso del adulto, pierden importancia en la nueva situación, se desplaza también el papel de los distintos recursos y lo que allí es una intervención necesaria-inofensiva, quizás se convierta aquí en una medida peligrosa.
En muchos casos ni siquiera es el niño quien padece, al punto que el mismo, con frecuencia no percibe ningún trastorno; solo quienes le rodean sufren por sus síntomas o arrebatos de maldad. Así en la situación del niño falta todo lo que consideramos indispensable en la del adulto: la conciencia de enfermedad, la resolución espontánea y la voluntad de curarse.

Freud considera que vale la pena tratar de alcanzar en el caso del niño, la situación favorable que demostró ser tan conveniente para el análisis del adulto.
“logré hacer analizables en el sentido del adulto a mis pequeños pacientes, es decir: pude establecer en ellos la conciencia de su enfermedad, infundirles confianza en el análisis y en el analista y convertir en interior la decisión exterior de analizarse”. Esta finalidad exige, en el niño, un período de introducción no necesario en el adulto. Lo emprendido en este periodo nada tiene que ver con la verdadera experiencia analítica (en esta fase no se puede pensar en hacer conciente lo inconsciente ni en ejercer influencia analítica sobre el enfermo).
Este período de preparación, de entrenamiento para el análisis, durará más cuanto más discrepe el estado original del niño del de un paciente adulto ideal.

La manera de proceder de Freud presenta puntos de contradicción con las reglas técnicas del psicoanálisis.
“Cautivo cuidadosamente la confianza de los niños, imponiéndome a estos seres convencidos de poder arreglárselas perfectamente sin mi ayuda”.
Destacó la necesidad de establecer en el niño una sólida fijación en el analista y de llevarlo a una verdadera relación de dependencia, “propósito que no trataría de alcanzar con tanta energía y tan múltiples recursos si considerase posible analizar al niño sin contar con semejante transferencia”. Cree en cambio que la vinculación cariñosa-transferencia positiva es la condición previa de todo trabajo ulterior. El niño solo cree en las personas amadas y solo es capaz de hacer algo cuando lo hace por amor a alguien.
En el adulto podemos llegar muy lejos con una transferencia negativa, siempre que logremos utilizarla para nuestros fines interpretándola consecuentemente y reduciéndola a sus orígenes. En el niño, impulsos negativos pueden ser sumamente incómodos, por más esclarecedores que puedan ser en múltiples sentidos. Tratará de eliminarlos-atenuarlos cuanto antes. Toda labor realmente fructífera deberá realizarse mediante la vinculación positiva con el analista.
El niño no llega a formar una neurosis de transferencia. Esto por la misma estructura infantil y por el analista mismo.
El pequeño paciente no esta dispuesto como el adulto, a reeditar sus vinculaciones amorosas, porque sus primitivos objetos amorosos, los padres, todavía existen en la realidad y no solo en la fantasía, como en el neurótico adulto. El niño mantiene con ellos todas las relaciones de la vida cotidiana y experimenta todas las vivencias reales de la satisfacción y el desengaño. El analista representa un nuevo personaje y compartirá con los padres el amor y el odio del niño.
Por esto no se siente compelido a colocarlo inmediatamente en el lugar de los padres porque en comparación con estos objetos primitivos no le ofrece todas las ventajas que encuentra el adulto cuando puede trocar sus objetos fantásticos por una persona real.
Solo si el niño siente que la autoridad del analista sobrepasa la de los padres estará dispuesto a conceder a este nuevo objeto amoroso el lugar mas elevado en su vida afectiva
El analista debe ser para el niño una persona interesante, dotada de todas las cualidades imponentes y atractivas. Desgraciadamente una personalidad tan definida y nueva quizá sea un mal objeto para transferencia.
El niño sigue desplegando sus reacciones anormales donde ya lo ha venido haciendo: en el ambiente familiar. De ahí la condición técnica fundamental de que el análisis infantil en lugar de limitarse al esclarecimiento analítico de lo producido en las asociaciones y los actos bajo los ojos del analista, dirija su atención hacia el punto en que se desarrollan las reacciones neuróticas: hacia el hogar del niño.
Condiciones del análisis del niño establecidas en la 4ta conferencia: la debilidad del ideal del yo infantil, la subordinación de sus exigencias y con ello de su neurosis bajo el mundo exterior, su incapacidad de dominar por si mismo los instintos liberados y la consiguiente necesidad de que el analista domine pedagógicamente al niño.
Es preciso que el analista ocupe durante todo el análisis el lugar del ideal del yo infantil y no inicia su labor de liberación analítica antes de cerciorarse de que podrá dominar completamente al niño.
El analista reúne en su persona 2 misiones difíciles y diametralmente opuestas: la de analizar y educar a la vez, permitir y prohibir, librar y volver a coartar simultáneamente.

El niño nos permite alcanzar modificaciones de carácter mas profundas que el adulto. El niño que haya emprendido el camino hacia el desarrollo anormal del carácter bajo la influencia de su neurosis solo deberá retroceder un poco para volver a la vía normal y más adaptada a su verdadera naturaleza. Si quisiéramos alcanzar verdadero éxito en los análisis de carácter del adulto, deberíamos aniquilar toda su vida y cumplir lo imposible: deshacer lo hecho y anular todos los efectos producidos además de llevarlos a la conciencia.

En cuanto a los medios para realizar el análisis infantil propiamente dicho:
En el adulto se evita recurrir a la familia en busca de cualquier información y se confía exclusivamente en los datos que el mismo pueda ofrecer. Mientras que el analista de niños recurre a los padres de sus pacientes para completar la historia, no quedándole más recurso que el tomar en cuenta posibles inexactitudes y deformaciones surgidas por motivos personales.
La interpretación de los sueños en cambio es un terreno donde nada nuevo hay que aprender al pasar del análisis del adulto al del niño.

Hug Hellmuth trató de reemplazar los datos recogidos a través de las asociaciones libres del adulto, recurriendo a los juegos con el niño observándole en su propio ambiente y tratando de averiguar las circunstancias íntimas de su vida
Klein sustituye la técnica asociativa del adulto por una técnica lúdica con el niño, basándose en la hipótesis de que al niño pequeño le  es más afín la acción que el lenguaje.
Pretende que todas estas asociaciones lúdicas del niño equivalen exactamente a las asociaciones libres del adulto, y en consecuencia, traslada continuamente cada uno de esos actos infantiles a la idea que le corresponde, es decir procura averiguar la significación simbólica oculta tras cada acto del juego. Su intervención consiste primordialmente en traducir e interpretar los actos del niño a medida que se producen.
Es difícil resolver con argumentos teóricos el problema de si es justificado o no equiparar las asociaciones lúdicas infantiles con las intelectuales del adulto. Esta cuestión solo puede decidirse por la experiencia práctica.