Anna Freud: EL DELICADO EQUILIBRIO ENTRE LA PERMISIVIDAD Y LA AUTORIDAD

Anna Freud. Extensión del alcance del psicoanálisis: la psicología del yo

EL DELICADO EQUILIBRIO ENTRE LA PERMISIVIDAD Y LA AUTORIDAD

Si, como descubría Anna Freud, los problemas neuróticos de

los niños dependían tanto de su relación actual con la gente y

las cosas de su propio mundo, debe deducirse con inevitable

lógica que:

La neurosis infantil no se limita a los conflictos entre el

ello, yo y superyó, sino que incluye las influencias del

ambiente que generan distorsión y marasmo.

• El yo Y el superyó de los niños no son débiles sólo en

virtud del conflicto inconsciente, sino también como resultado

de la falta de maduración.

Como consecuencia de esos factores, los resultados del

análisis infantil parecerían ser frágiles. Cabría preguntar:

«Si el analista logra liberar en el niño las fuerzas instintivas

en conflicto del ello, ¿proporcionará el entorno un contexto

saludable para el crecimiento continuo? Si el superyó y el

yo no están del todo maduros y no tienen suficiente experiencia

para modular esas fuerzas inconscientes liberadas,

brindará el entorno, en especial los padres, aceptación y

apoyo comprensivos para esta transición revoltosa a la salud

emocional?» En el caso de un adulto, el analista no necesita

preocuparse abiertamente por el destino de los impulsos liberados

de la represión, ya que el yo del adulto normal puede

encargarse de ellos, manejarlos y aceptarlos por lo que son.

Sin embargo, en el caso del niño es fácil que los impulsos

liberados se vean traducidos en acción.

Por ejemplo: una niña tratada por Anna Freud había llegado

a una etapa de su análisis en que producía una gran

cantidad de fantasías anales marcadas por e] uso de imágenes

y de un lenguaje particularmente vulgar. La niña veía sus

sesiones de análisis como un periodo de libertad, una «hora

de descanso» durante la cual podía, en el aislamiento del

consultorio, expresar, de manera abierta, todo este material

de fantasías generadoras de ansiedad, que había reprimido y

suprimido. Sin embargo, a la larga empezó a llevar sus fantasías, sus chistes «sucios» y su

lenguaje anal a situaciones fuera

de la «hora de descanso» analítico. Alarmados, los padres

consultaron a Anna Freud, quien tomó el asunto a la ligera y

les sugirió que no rechazaran ni aprobaran la mala conducta,

sino que se limitaran a dejar que pasara inadvertida. ¡El consejo

resultó contraproducente! Sin la repulsa externa la niña

se deleitaba en sus verbalizaciones anales, sobre todo en la

mesa, donde producían el efecto más dramático:

Tuve que reconocer que me había equivocado al atribuir al

superyó de la niña una fuerza inhibitoria independiente que

no poseía. En cuanto las personas importante del mundo

externo relajaron sus exigencias, el superyó de la niña, antes

lo bastante estricto y fuerte para provocar una serie completa

de síntomas obsesivos, de repente se había vuelto dócil .. Yo

había convertido a una niña inhibida y obsesiva en una cuyas

tendencias «perversas» fueron liberadas (A. Freud, 1927, p.63).

Es claro que el analista infantil no puede confiar en la

fuerza del yo de los pacientes para no meterse en problemas.

Los analistas infantiles experimentados aprenden a conducir

con destreza entre dos extremos peligrosos. Por un lado, tienen

que llevar el material inconsciente a la conciencia; por el

otro, el analista infantil debe impedir de alguna manera que

los impulsos liberados ocasionen una completa anarquía en

la vida del niño, una amenaza real a la luz del subdesarrollo

de su superyó. Tienen que enseñar a los niños a utilizar estrategias

saludables para lidiar con sus impulsos, que hasta

ese momento los asustaban. «Por consiguiente, el analista

combina en su persona dos funciones difíciles y diametralmente

opuestas: tiene que analizar y educar; es decir, al mismo

tiempo debe permitir y prohibir, soltar y atar» (A. Freud, 1927, p. 65).

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