Aristóteles Del Sentido Y Lo Sensible

Aristóteles Del Sentido Y Lo Sensible

capítulo I HEMOS tratado ahora mismo detalladamente del alma en sí misma y de sus diversas facultades. Nuestra labor ha de ser, pues, a continuación, considerar los animales y todas aquellas cosas que poseen vida y descubrir cuáles son sus actividades distintivas o peculiares y cuáles son sus actividades comunes. Hay que presuponer todo lo que se ha dicho ahora mismo acerca del alma, pero hemos de discutir ahora las cuestiones que quedan, relacionadas ante todo con lo que tiene una prioridad natural. Las características más importantes de los animales, sean comunes o peculiares, son evidentemente las que pertenecen al alma y al cuerpo, tales como la sensación, la memoria, la pasión, el deseo y el apetito en general, y junto a ellas, el placer y la pena; estas cosas, en efecto, pertenecen a la gran mayoría de los seres vivos. Además de éstas, hay algunas que son comunes a todos los seres que participan de la vida, y otras que son peculiares a ciertos animales. Las más importantes de éstas son las que constituyen los cuatro pares siguientes: el velar y el dormir, la juventud y la vejez, la inspiración y la espiración, la vida y la muerte; hemos de investigar ahora qué es cada una de estas cosas, y por qué razones tienen lugar. Es, además, el deber del filósofo de la naturaleza estudiar los primeros principios de la salud y la enfermedad; porque ni la salud ni la enfermedad pueden ser propiedades de los seres que carecen de vida. De donde se puede decir que la mayoría de los filósofos de la naturaleza y aquellos médicos que ponen un interés especial en su arte, tienen esto en común: el primero acaba por estudiar medicina, y el último basa sus teoría médica en los principios de la ciencia de la naturaleza. Es evidente que las características que hemos mencionado pertenecen al alma y al cuerpo, conjuntamente. Pues todas ellas aparecen unidas a la sensación o nacen a través de la sensación: algunas, por su parte, son afecciones o modificaciones de las sensaciones y algunas son estados positivos de ellas; algunas, a su vez, tienden a preservar y salvaguardar la vida, mientras que otras tienden a destruirla y extinguirla. Que la sensación, por otra parte, se produce en el alma a través del cuerpo como medio transmisor es evidente en sus rasgos teóricos y también independientemente de la teoría. Ahora bien, hemos ya explicado en nuestra obra Del alma qué son la sensación y el sentir y por qué se da esta afección entre los animales. Todo animal, en cuanto animal debe tener sensación. Es, en efecto, por medio de ella como diferenciamos entre lo que es y lo que no es un animal. En cuanto a los varios sentidos individuales, el tacto y el gusto se hallan necesariamente presentes en todos los animales: el tacto por la razón que hemos dado en nuestro tratado Del alma 1, y el gusto, en orden a la nutrición. El gusto, en efecto, es el sentido que discrimina entre lo agradable y lo desagradable en el mundo del alimento, de manera que lo uno pueda ser evitado y lo otro buscado o perseguido. Y, hablando en general, el sabor es una afección del elemento nutritivo. Mientras que aquellos sentidos que obran gracias a medios externos, como son el olfato, el oído y la vista, pertenecen a los animales que son capaces de locomoción. Para todos aquellos que los poseen, son medios de preservación, a fin de que puedan conocer su alimento, antes de buscarlo o andar tras el, y puedan evitar lo que es inferior o destructivo o incluso engañoso, mientras que en los animales o seres vivos que tienen inteligencia, también existen estos sentidos a fin de que la existencia de los mismos sea mejor; esos sentidos, en efecto, nos aportan muchas diferencias de las cosas, de las cuales diferencias nace la comprensión de los objetos del pensamiento y de los quehaceres de la vida práctica. De todas estas facultades, de cara a las simples necesidades de la vida y en sí misma, la más importante es la vista, mientras que para la mente y de manera indirecta la más importante es el oído. La facultad de la vista, en efecto, nos hace conocedores de muchas diferencias de toda especie, ya que todos los cuerpos participan del color, de manera que es por este medio principalmente como percibimos los sensibles comunes. —Entiendo por éstos la figura, la magnitud, el movimiento y el número—. El oído, en cambio, sólo comunica las diferencias de sonido y, respecto de unos pocos animales, las diferencias de la voz. Pero, de manera indirecta, el oído es el que aporta la más amplia contribución a la sabiduría. El discurso, en efecto, o el razonamiento, que es la 1 l Cfr. Del alma, lib. III, cap. 12. causa del aprender, es así por ser audible; pero, no es audible en sí mismo, sino indirectamente, debido a que el lenguaje se compone de palabras, y cada palabra es un símbolo racional. En consecuencia, entre aquellos que, de nacimiento, se ven privados de uno u otro sentido, los ciegos son más inteligentes que los sordos o los mudos. capítulo II HEMOS hablado ya de la capacidad que posee cada uno de estos sentidos. En cuanto a las partes el cuerpo en que, como en sus órganos, son naturalmente engendrados los distintos sentidos, los pensadores modernos intentan referirlos a los elementos de que los cuerpos están compuestos. Pero, al hallar difícil ajustar los cinco sentidos a los cuatro elementos, se inquietan seriamente en lo que toca al quinto. Todos ellos hacen consistir la visión en el fuego, porque no comprenden la razón de una de las características peculiares de la vista. Cuando el ojo es presionado y puesto en movimiento, parece que brilla en el un fuego2. Esto ocurre naturalmente en la oscuridad o cuando los ojos están cerrados, ya que también entonces hay oscuridad. Pero, esto solamente plantea otra dificultad. Pues, a no ser que supongamos que es posible que un sujeto que siente vea un objeto visible sin conocerlo, el ojo debe, según esta teoría, verse a sí mismo. ¿Por qué, pues, no ocurre esto, cuando el ojo está en reposo? La razón de ello, así como la solución de nuestra dificultad y la causa de la teoría de que la visión es fuego, debe hallarse en las consideraciones siguientes. Siempre las superficies lisas brillan en la oscuridad, aunque ellas no produzcan luz. Y la parte central del ojo, que los hombres llaman el negro del ojo, aparece lisa. Este fenómeno tiene lugar cuando el ojo se mueve, porque entonces se produce el mismo efecto que si una cosa se convirtiera en dos. Esto se debe a la rapidez del movimiento 3, de manera que parece una cosa distinta el que ve y el objeto visto. De aquí que el fenómeno no tenga lugar, a no ser que el movimiento sea rápido y se realice en la oscuridad; pues es en la oscuridad donde una superficie lisa parece 2 1 Es decir, viendo chispas o centellas. 3 1 Aristóteles parece hacer referencia a lo que hoy llamamos persistencia de la visión o la sensación en general. Si el movimiento es suficientemente rápido, como lo es, por ejemplo, en la vibración de una cuerda, nos parecerá ver no una sola cuerda en posiciones sucesivas, sino dos cuerdas, cada una de las cuales parece hallarse estacionaria en cada una de las posiciones extremas. brillar, como, por ejemplo, las cabezas de ciertos peces y el fluido oscuro de la jibia; cuando el movimiento del ojo es lento, es imposible que el órgano que ve y el objeto visto parezcan ser uno y dos al mismo tiempo. Mientras que, en el otro caso, el ojo se ve a sí mismo, exactamente igual que en una reflexión; si el ojo fuera actualmente fuego, como dice Empédocles, y tal como se afirma en el Timeo 4, y si la visión tuviera efecto cuando la luz saliera del ojo como de una lámpara, ¿por qué no sería igualmente posible la visión en la oscuridad? Carece absolutamente de sentido decir, como hace el Timeo5, que, al salir del ojo, la luz es extinguida por la oscuridad; ¿qué sentido, en efecto, podemos dar a esta expresión de «extinguirse la luz?» Lo que es caliente y seco, como se admite que lo es el carbón en brasa o la llama, se extingue por medio de lo húmedo o lo frío; pero el calor y la sequedad no, son evidentemente atributos de la luz. Sí lo son, pero en un grado tan débil que nos es imposible percibirlo, la luz se extinguiría durante el día cuando llueve, la oscuridad se daría más comúnmente en tiempo frío. La llama y los cuerpos que arden muestran este fenómeno; pero no ocurre tal cosa en el otro caso. Empédocles parece, a veces, imaginar que uno ve porque la luz sale de su ojo, según se ha dicho antes; en todo caso, dice: «En cuanto alguien, pensando salir fuera, se prepara una lámpara, una brillantez de fuego llamea a través de la noche tempestuosa, y para protegerlo contra todos los vientos ajusta a ello una pantalla, que esparce el soplo de los vientos que alientan con fuerza; y saltando adelante, por ser más tenue, la luz brilla sobre un umbral con sus infatigables rayos de manera que entonces —el amor6—, rodeó el fuego primigenio cercado de membranas, y también la redonda pupila, con finas membranas; y éstas excluyeron o separaron el abismo de las aguas circundantes y sólo las atravesó el fuego, porque era más tenue». En unas ocasiones, pues, explica él el sentido de la vista de esta manera, mientras que otras veces lo explica por medio de emanaciones de los objetos vistos. 4 2 Cfr. Platón, Timeo, 45 c. 5 3 Cfr. ibíd. 45 d. 6 1 El «amor», es decir, la fuerza creadora de Empédocles, la que une todas las cosas y las unifica, en oposición al principio destructor, la «discordia». Demócrito tiene razón cuando dice que el ojo es agua, pero se equivoca cuando supone que la visión es meramente un fenómeno de reflexión. La imagen es visible al ojo, porque el ojo es listo; no existe en el ojo, sino en el que mira u observa; porque la modificación recibida en el ojo no es más que un fenómeno de reflexión. Sin embargo, no parece haber allí una teoría general clara acerca de los objetos reflejados y la reflexión. Pero, es extraño que nunca se le ocurriera sorprenderse de por qué solamente ve el ojo, mientras que no ve, en cambio, ninguna de las demás cosas en que parece darse así la imagen. Es verdad que el ojo consta de agua, pero tiene el poder y la capacidad de la vista no por ser agua, sino por ser transparente; atributo éste que comparte con el aire. Ahora bien, el agua es más fácilmente delimitada y controlada que el aire; de aquí que la pupila o el ojo se componga propiamente de agua. Esto es evidente por los hechos observados. Cuando el ojo se corrompe, lo que exuda es evidentemente agua, y ésta, en los seres meramente embrionarios, sobresale por su frialdad y su brillo. Y el blanco del ojo, en los animales que tienen sangre, es grasiento y aceitoso; esto es así, a fin de que la humedad pueda mantenerse sin helarse. Por esta razón, el ojo es la parte del cuerpo menos sensible al frío; nadie, en efecto, ha sentido frío jamás dentro de sus párpados. Los ojos de los animales que carecen de sangre tienen una piel muy dura, que les da una protección análoga a ésta. De manera general, es ilógico suponer que la visión tiene lugar por medio de algo ,que emana del ojo; es decir, que un rayo de visión llega hasta las estrellas o hasta un determinado objeto y que allí se funde con el objeto mismo, como algunos piensan. Sería mejor suponer que la fusión se verifica en el centro mismo del ojo. Pero, aun eso es tonto; ¿qué sentido tiene la luz fundiéndose con la luz? ¿Cómo puede realizarse esto? La fusión, en efecto, no se da entre objetos cualesquiera al azar. Y ¿de qué manera la luz de dentro se fundirá con la luz de fuera? Entre ambas está, en efecto, la membrana. En otra parte hemos demostrado la imposibilidad de la visión sin la luz 7. Ahora bien, sea que el medio transmisor entre el objeto visible y el ojo sea la luz o sea el aire, el movimiento a través de este medio es lo que produce la visión. Y es natural que lo que hay dentro sea agua; ya que el agua es transparente. Y exactamente igual que fuera no hay visión sin luz, tampoco la hay dentro; debe haber allí transparencia. Y ésta, puesto que no es aire aquello, debe hallarse en el agua. Porque el alma o el órgano del sentido del alma no reside en la superficie del ojo, sino que debe hallarse de toda evidencia en el interior 7 1 Del alma, lib. II, cap. 7. del ser. En consecuencia, la parte interior |del ojo debe ser transparente y receptiva de la luz. Esto resulta evidente por lo que actualmente ocurre; pues, es un hecho que, cuando en la guerra los hombres han sido golpeados en la sien hasta el extremo de cortar o interceptar los conductos del ojo, parece caer en ellos la oscuridad corno si se hubiera apagado una lámpara, porque la sustancia transparente, llamada la pupila, ha sido arrancada corno una lámpara. Si los hechos son en absoluto como los hemos descrito, evidentemente el único método por el que podemos asignar y adaptar cada uno de los órganos de los sentidos a un elemento es el siguiente. Hemos de suponer que la parte vidente del ojo consta de agua, la que es sensible al sonido de aire, el olfato de fuego —no el órgano del olfato; pues el órgano del olfato es potencialmente lo que el sentido del olfato es en su actualización; ya que, puesto que el sentido es reducido a acto por su objeto, aquel debe preexistir potencialmente—. Ahora bien, el olor es una especie de vapor humeante, y el vapor humeante nace del fuego. De aquí que el órgano sensitivo del olfato tenga su lugar propio cerca del cerebro; porque la materia de lo que es frío es potencialmente caliente. Lo mismo se aplica a la generación del ojo —que se desarrolla a partir del cerebro, que es la parte más llena de agua y más fría de todas las partes del cuerpo—. Finalmente, el órgano del sentido del tacto, consta de tierra. La facultad del gusto es una forma del tacto. Por esta razón, el órgano sensitivo del gusto y del tacto está cerca del corazón. El corazón, en efecto, es la antítesis del cerebro y es la más caliente de todas las partes del cuerpo. De esta manera queda definida o descrita la naturaleza de las partes sensitivas del cuerpo. capítulo III Los sensibles que corresponden a cada uno de los órganos sensitivos, a saber, el color, el sonido, el olor, el sabor y el tacto, han sido estudiados en sus trazos generales en el tratado Del alma, donde se ha explicado su función y el efecto de su actualización respecto de los varios órganos sensitivos; pero, nos toca ahora considerar de qué manera hemos de describir cada uno de ellos, es decir, hemos de responder a la cuestión de qué es el color, el sonido, el olor o el sabor, y análogamente respecto del tacto. Tratemos primero del color: Cada uno de estos términos se emplea en dos sentidos: como actual, y como potencial. Hemos explicado en el tratado del alma el sentido en que el color y el sonido actuales se identifican con las sensaciones actuales o el sentido en que se diferencian de ellas, es decir, del ver o del oir8. Expliquemos ahora cual de cada una de ellas debe existir para producir la sensación en su plena actualidad. En aquel tratado 9 hemos dicho de la luz que es, indirectamente, el color de lo transparente; pues, siempre que hay un elemento ardiente en la transparencia, su presencia es luz, mientras que su ausencia es la oscuridad. Lo que llamamos «transparente o diáfano» no es peculiar al aire, al agua, o a algún otro cuerpo descrito así, sino que es una naturaleza común o potencia común, que no es separable, sino que reside en aquellos cuerpos y en todos los demás, en un grado mayor o menor; de aquí que, así como todo cuerpo debe tener un límite, así también debe tener una transparencia. La naturaleza de la luz reside en lo transparente cuando es indeterminado; pero, evidentemente, lo transparente que se halla en los cuerpos ha de tener unos limites, y esto resulta obvio por el hecho de que este límite es el color; ya que el color o bien está en el mismo límite, o bien es él mismo el límite. Esta es la razón por la que los pitagóricos llamaron color a la superficie del cuerpo. El color yace en la frontera o límite del cuerpo, pero este límite no es una cosa real; hemos de suponer que la misma naturaleza que nos muestra por fuera el color, existe también dentro. El aire y el agua evidentemente tienen color; porque su brillo es de la naturaleza del color. Pero, en este caso, puesto que el color reside en algo indefinido, el aire y el mar no muestran el mismo color de cerca, al alcance de la mano, y a los que se acercan a ellos, que a los que los miran a distancia. En los cuerpos, en cambio, de no ser que la envoltura circundante cause un cambio, incluso la apariencia del color es. definida. De aquí que, evidentemente, sea la misma cosa la que es receptiva del color, en uno y otro caso. Es, pues, lo transparente, en la proporción en que existe en los cuerpos —y existe en todos ellos en un grado mayor o menor—, lo que es causa de que ellos participen del color. Pero, puesto que el color reside en el límite, debe estar en el límite de lo transparente. Y así el color será el límite de lo transparente en un cuerpo definido. Tanto en los objetos actualmente transparentes, el agua, etc., como en todos aquellos que parecen tener como límite un determinado color característico, el color inhiere siempre en la superficie limítrofe. Lo que en el aire es causa de la luz puede estar presente en lo transparente10, o 8 1 Del alma, lib. III, cap. 2. 9 2 Del alma,lib. II, cap. 7. 10 1 Es decir, en lo transparente o en la transparencia que hay en un cuerpo determinado. puede no estar presente, por carecer de ello el cuerpo. Así pues, las mismas condiciones que producen en el aire la luz o la oscuridad, producen en los cuerpos lo blanco y lo negro. Hemos de hablar ahora de los demás colores y explicar las varias maneras en que ellos pueden producirse. Una posibilidad es que las partículas blancas y negras alternen de tal manera que, mientras que cada una sea por sí misma invisible, a causa de su pequeñez, el compuesto de las dos resulte visible. Esto no puede aparecer como blanco o como negro; pero, ya que debe poseer algún color y no puede tener uno de estos dos, debe evidentemente existir alguna especie de mezcla, es decir, alguna otra especie de color. Es, pues, posible creer que hay más colores que el simple negro y blanco, y que su número se debe a la proporción de sus componentes; estos, en efecto, pueden agruparse según las proporciones de tres a dos, o de cuatro a tres, o bien en otras proporciones numéricas —o bien incluso pueden existir en alguna proporción inexpresable, sino en una relación inconmensurable de exceso o efecto—, de tal manera que estos colores vienen determinados de igual manera que los intervalos musicales. Según este punto de vista, los colores que dependen de proporciones simples, igual que las consonancias en música, se consideran como los más atractivos o agradables, como, por ejemplo, el púrpura marino o el púrpura de los fenicios, y algunos pocos más como éstos, mientras que los otros colores son aquellos que carecen de proporciones numéricas; ahora bien, es posible que todos puedan ser expresados en números, pero, mientras algunos realizan una proporción o función regular o exacta, otros no la verifican; y los últimos, cuando no son puros, tienen este carácter a causa de no realizarse en una función o proporción numérica pura. Esta es una manera de explicar los colores. Otra teoría es la de que aparecen unos por medio de otros o a través de otros, igual que los producen algunos pintores, cuando extienden un color encima de otro más vivo, por ejemplo, cuando quieren hacer que algo aparezca en el agua o en la niebla; igual que el sol aparece blanco, cuando se mira directamente, y rojo, cuando se mira a través de la bruma o el humo. Pero, aun con este punto de vista la multiplicidad de los colores se explicará de la misma manera que antes; pues existirá alguna proporción definida entre los colores puestos encima y los que quedan debajo, y otros incluso carecerán de toda proporción expresable. Pero, para decir, como hacen los filósofos antiguos, que los colores son emanaciones de los objetos y son visibles éstos en razón de lo mismo, es algo ilógico; pues, en todos los casos tendrían que explicar la sensación por contacto, de manera que resultaría mejor decir de una vez que la sensación es causada debido a que el objeto sensible pone en movimiento el medio transmisor de la sensación, es decir, que obra por contacto y no por emanación. En la teoría de las partículas alternas hemos de presuponer no sólo unas magnitudes invisibles, sino también un tiempo imperceptible, si hemos de evitar que se advierta la llegada sucesiva de los estímulos y si las partículas han de producirnos una impresión singular y única, apareciéndosenos simultáneamente. En el otro caso, no hay necesidad de esto; el color superior afectará el medio transmisor de distinta manera, según sea él mismo modificado o no lo sea por el color subyacente. De aquí que él aparezca como un color distinto, que no es ni blanco ni negro. Así pues, si ninguna magnitud puede ser invisible, antes toda magnitud es visible desde alguna distancia, esta segunda teoría explicaría la mezcla de los colores. También en la primera teoría las partículas pueden aparecer como un color compuesto, a una cierta distancia, pero solamente así; pues vamos a demostrar más adelante que ninguna magnitud puede ser invisible. Ahora bien, una mezcla de cuerpos tiene efecto no solamente, como alguna gente cree, por la alternancia de sus partículas más pequeñas, sino por una completa interpenetración de todas sus partes, como hemos dicho en nuestras consideraciones acerca de las mezcla en general11. Según cree esta gente a que hemos aludido, solamente es posible la mezcla en el caso de aquellas cosas que pueden ser divididas en partes pequeñísimas, por ejemplo, hombres, caballos o diversas especies de semillas; el hombre, en efecto, es la más pequeña parte o unidad de los hombres, y el caballo de los caballos; de manera que, cuando éstos están colocados alternativamente, el número total viene a ser una mezcla de los dos; sin embargo, no decimos que un hombre esté mezclado con un caballo. Pero, en aquellas cosas que no son divisibles en sus partes más pequeñas no puede haber mezcla ninguna en este sentido, sino tan sólo una completa fusión, que es la forma más natural de la mezcla. De qué manera puede ocurrir esto se ha discutido ya anteriormente en nuestro estudio de la mezcla12. Con todo, es evidente que los colores deben estar mezclados, cuando los cuerpos en que ellos concurren están mezclados 11 1 Cfr. De la generación y corrupción, lib. I, cap. 10. 12 1 Cfr. De la generación y corrupción, lib. I, caps. 6 y 10 sobre todo. y que ésta es la razón real dé que haya multitud de colores; ello no se debe ni a la alternancia ni a la superposición; porque no sólo desde lejos, ni sólo desde cerca, aparece uniforme el color de lo que está mezclado, sino desde cualquier distancia. La multiplicidad de los colores se deberá al hecho de que los componentes pueden combinarse en varias y distintas proporciones, de las que unas expresarán una relación aritmética y otras simplemente una sobreabundancia. Todo lo que hemos dicho acerca de los colores, considerando como causa de los mismos la alternancia o la superposición, se aplica igualmente a los que tienen como causa la mezcla. Por qué razón las distintas formas posibles del color son limitadas y no ilimitadas, cosa que también es verdadera acerca de los sabores y sonidos, lo trataremos más adelante 13. capítulo IV HEMOS explicado qué es el color y por qué razón hay muchos colores. Hemos tratado anteriormente del sonido y la voz, en nuestro tratado Del alma14. Hemos, de someter ahora a nuestra consideración el olor y el sabor. Ambos son, en efecto, casi una misma afección, si bien cada uno de ellos tiene efecto en distintas circunstancias La clase de los sabores es más fácilmente reconocible que la de los olores. El motivo de ello está en que nuestro sentido del olfato es inferior al de todos los demás seres vivos, y también es inferior a todos los demás sentidos que poseemos, mientras que nuestro sentido del tacto es mucho más refinado que el de cualquier otro ser vivo; y el gusto es una forma del tacto. Ahora bien, la naturaleza del agua tiende a ser insípida: de donde hemos de explicar los hechos de una de estas tres maneras: el agua puede poseer intrínsecos a sí misma todos los tipos de sabores, que son imperceptibles a causa de su mínima magnitud, como sugiere Empédocles. O bien, el agua puede contener una materia de tal categoría que contenga o comprenda las semillas de todos los sabores, es decir, que todos los sabores nacen del agua, unos de una parte y otros de otra. O bien, las diferencias en el sabor no 13 2 En el capítulo 6 de este mismo tratado. 14 1 Del alma, lib. II, cap. 8. pueden residir en el agua, sino ser causadas por determinados agentes externos; por ejemplo, se puede sugerir entre ellos el calor o el sol. De estas tres teorías, la primera es evidentemente falsa; porque nos encontramos con sabores que cambian bajo la-acción del calor, cuándo a los frutos con pericarpio, por ejemplo, se los expone al sol o se los asa al fuego; de manera que éstos no pueden proceder del agua, sino que los sabores cambian en el fruto mismo, y cuando los zumos de ellos son extractados y dejados reposar, a lo largo del tiempo, en lugar de dulces se vuelven amargos o toman otros varios sabores, y cuando fermentan, derivan a toda clase de sabores, por así decirlo. De manera semejante, es imposible que el agua sea una materia que comprenda las semillas de todos los sabores; porque vernos distintas especies de sabores producidas a partir de la misma agua, siendo ésta su alimento. La solución restante es la de que el agua cambia al ser modificada de alguna manera. Es evidente que ella no adquiere esta cualidad que llamamos gusto por su potencia de calor; porque el agua es el más sutil o delgado de todos los líquidos, incluso más sutil que el aceite. El aceite, a causa de su viscosidad, ofrece una mayor superficie que el agua; el agua, en cambio, es volátil; en consecuencia, es más difícil sostener en la mano el agua que el aceite. Pero, puesto que el agua, por sí misma, cuando es calentada, no manifiesta ningún signo de condensación, es evidente que debe haber en todo esto alguna otra razón; porque todos los sabores tienden a tener alguna densidad. Con todo, el calor es una concausa. Los sabores que se hallan en los frutos que poseen pericarpio, están también evidentemente presentes en la tierra. Por esto muchos filósofos antiguos que trataron de la naturaleza sostienen que el agua se asemeja a la tierra a través de la cual pasa. Esto es absolutamente evidente en el caso de los manantiales salinos; pues la sal es una forma de la tierra. El agua filtrada a través de cenizas amargas, tiene un sabor amargo. Se dan también muchos manantiales que tienen un sabor amargo o ácido, o de otras varias clases. Como es natural, el género de los sabores se produce de preferencia en las plantas. Lo húmedo, en efecto, es tan sólo modificado, por naturaleza, por su contrario, a saber, por lo seco. Por esta razón es modificado hasta cierto punto por el fuego: porque la naturaleza del fuego es que sea seco. Pero, la propiedad característica del fuego es el calor, siendo la sequedad la característica esencial de la tierra, como se ha dicho en nuestro estudio de los elementos15. Así pues, en cuanto luego y tierra, no pueden estos elementos producir: de manera natural, ni padecer efecto alguno; nada produce o padece algo, sino en la medida en que contiene algún elemento de contrariedad. Igual que los que disuelven en un liquido los colores o los sabores hacen que el agua reciba estos colores o sabores, lo mismo hace la naturaleza con lo que es seco y terrestre: haciendo que el agua, movida por el calor, se cuele a través de lo seco y terrestre, reviste el líquido de una determinada cualidad. Y ésta, a saber, la modificación producida en el líquido por esto seco que hemos dicho, capaz de hacer del gusto potencial un gusto actual, es el sabor. Ya que éste lleva la facultad sensitiva, que ya existe potencialmente, a la actualidad; puesto que la sensación activa es análoga no a la adquisición del conocimiento, sino a su ejercicio 16. Que los sabores no son una modificación ni una privación de todo lo seco, sino solamente del alimento seco, puede deducirse del hecho de que ninguna cosa seca sin humedad, como tampoco ninguna cosa húmeda sin sequedad, es nutritiva; porque ningún elemento por sí mismo, sino solamente los productos compuestos, sirven como alimento a los animales. Ahora bien, de entre los elementos sensibles que se hallan en el alimento asimilado por los animales, los elementos que son tangibles son los que causan el crecimiento y la destrucción; los cuales son causados por el alimento asimilado en cuanto caliente o frío; esto, en efecto, es lo que produce el crecimiento y la destrucción. Pero, el alimento asimilado nutre en cuanto gustable; porque todo es nutrido por lo dulce, solo o combinado con otra cosa. Conviene que definamos esto en nuestro tratado De la generación 17, pero ahora nos referiremos a ello en la medida en que sea necesario. El calor dilata y modifica el alimento, y extrae de él lo que es ligero, dejando en él lo que es acre y amargo debido a su peso. La función llevada a cabo por el calor externo en los cuerpos exteriores, es realizada por el propio calor natural en los animales y las plantas; de esta manera ellos son nutridos por lo dulce. Los demás sabores están mezclados con el alimento, de la misma manera que usamos lo salino o lo ácido como sazón. Esto se hace para contrarrestar la tendencia de lo dulce a ser demasiado nutritivo y a permanecer indigesto en 15 1 De la generación y corrupción, lib. II, cap. 1. 16 1 Del alma, lib. II, cap. 5. 17 2 De la generación y corrupción, lib. I, cap. 5. el estómago. Igual que los colores proceden de una mezcla de blanco y negro, así los sabores proceden de una mezcla de dulce y amargo. Los distintos colores suponen distintas proporciones, tanto si la proporción de su mezcla es exactamente numérica, como si es indeterminada. Aquellos que, una vez mezclados, producen placer, existen todos según proporciones aritméticas. Solamente es rico el sabor de lo dulce, y lo salado y lo amargo son prácticamente lo mismo; entre estos extremos están lo áspero, lo picante, lo acre y lo ácido. Las especies de sabor son aproximadamente las mismas en número que las especies de colores. Hay siete especies de cada uno de ellos, si, como es lógico, se considera el gris o parduzco como una variedad del negro; pues, la alternativa sería catalogar el amarillo con el blanco, igual que lo rico con lo dulce; el rojo, el púrpura fenicio, el verde y el azul son colores intermedios entre el blanco y el negro, y los demás son combinaciones de éstos. E igual que el negro es la privación de lo blanco en la transparencia, así lo salado o amargo es una privación de lo dulce en la mezcla nutritiva. Por esta razón la ceniza de todo lo que ha sido quemado es amarga: la mezcla potable, en efecto, se ha evaporado de ello. Demócrito y la mayoría de los filósofos de la naturaleza que tratan de la sensación sostienen la más irrazonable de las hipótesis; ya que hacen de todos los objetos sensibles objetos del tacto. Sin embargo, es evidente que, de ser esto así, cada uno de los demás sentidos es una especie del tacto. Pero, no hay dificultad alguna en ver que esto es imposible. Por otra parte, tratan los objetos perceptibles que son comunes a todos los sentidos, como si ellos fueran peculiares de uno solo de ellos; en efecto, el tamaño, la figura, la aspereza y la lisura, y también lo agudo y lo obtuso, tal como se dan en los cuerpos sólidos, son comunes, si no a todos los sentidos, al menos sí a la vista y al tacto. De aquí que los sentidos estén expuestos a error acerca de los sensibles comunes, pero no respecto de sus sensibles propios; por ejemplo, la vista no yerra respecto del color, ni el oído respecto del sonido. Ahora bien, estos pensadores y filósofos reducen los sensibles propios a los sensibles comunes, como hace Demócrito.