Aristóteles Del Sentido Y Lo Sensible

Aristóteles Del Sentido Y Lo Sensible

Este, en efecto, dice que lo blanco y lo negro son respectivamente lo áspero y lo liso, y refiere los sabores a las figuras18 . Sin 18 1 Demócrito, consecuente con sus teorías, reduce la percepción a imágenes materiales que provienen de; las cosas. Ahora bien, dado que sus átomos sólo se diferencian en tamaños, posición, figura y orden, lo que determina las variantes de sensación son preferentemente las figuras diversas. La sensación es entonces sujetiva, en todo sentido embargo, reconocer los sensibles comunes o no es propio de ningún sentido, o lo es preferentemente de la vista. Si atribuimos esta función al gusto, entonces, puesto que es propio del sentido más agudo reconocer en cada género las más pequeñas diferencias, el gusto debe, además de ser el más discriminativo de las figuras, ser también el más apto para percibir los demás sensibles comunes. Por otra parte, todos los objetos sensibles manifiestan alguna contrariedad, por ejemplo, la del blanco respecto del negro, en los colores, o la de lo amargo respecto de lo dulce en los sabores. Pero, ninguna figura parece ser contraria de otra; ¿a qué polígono se contrapone en contrariedad la esfera? Además, igual que las figuras son numéricamente infinitas, también los sabores deben ser numéricamente infinitos; pues, ¿por qué razón había de producir sensación un sabor y no la habría de producir otro? Con esto hemos hablado ya del gusto y del sabor; las demás afecciones o modificaciones del sabor tienen su lugar propio de investigaciones en la Historia o Tratado natural de las plantas – «fisiología de las . . .»19 capítulo V DE la misma manera hemos de considerar los olores; pues, el efecto que lo seco produce en lo húmedo, es también producido por el líquido que tiene un sabor en otra esfera, en el aire y en el agua por igual. Hemos dicho que en éstos la transparencia era una cualidad o propiedad común, pero el objeto es olfateable no en cuanto transparente, sino por ser capaz de lavar o limpiar la sequedad dotada de sabor; ya que el fenómeno del olfato tiene lugar no solamente en el aire, sino también en el agua. Esto es evidente en el caso de los peces y de los animales con caparazones duros; estos seres evidentemente tienen la capacidad de oler, aunque no haya aire en el agua —pues, apenas se produce en el agua, sube hacia la superficie—, y aunque tales seres no que no refleje inmediatamente estas variantes de los átomos mismos. El sujeto receptor traduce a su manera lo que recibe. A estas diversidades de los átomos se refiere Aristóteles, cuando dice que estos autores, Demócrito especialmente, reducen los sensibles propios a los comunes. En realidad lo que hacen es dar sólo valor objetivo a estos últimos, mientras que tos demás son meramente subjetivos. 19 1 No nos ha llegado ningún tratado de Aristóteles que responda a esta cita. La palabra griega «fisiología» equivale quizá más exactamente a la expresión «tratado natural» o «tratado de la naturaleza de». Nuestro término actual «historia» no es exacto. respiren. Si, pues, admitimos que el aire y el agua son húmedos, el olor será la naturaleza que manifiesta lo seco dotado de sabor en un medio húmedo, y lo que posee estas condiciones será un objeto del olfato. Que este efecto se debe a la posesión del sabor resulta, evidente, considerando aquellas rosas que tienen olor y aquellas que no lo tienen. Los elementos, a saber, el fuego, el aire, el agua y la tierra, son inodoros, porque tanto los que son secos, como los que son húmedos, carecen de sabor, a no ser que formen una combinación. Por esta razón el mar huele; porque tiene sabor y un componente seco. La sal común tiene más olor que el nitrato potásico20: lo demuestra el aceite extraído de ella; mientras que el nitrato potásico es más tierra. Por su parte la piedra carece de olor, porque no tiene gusto, mientras que las maderas tienen olor, porque también tienen sabor; las maderas húmedas tiene menos olor que las secas. En el caso de los metales, el oro no tiene olor porque carece de sabor, y en cambio sí tienen olor el bronce y el hierro. Pero, cuando la mezcla de ellos se ha consumido en el fuego, la escoria de todos ellos tiene menos olor. La plata y el estaño tienen más olor que el oro, y menos que el bronce y el hierro; porque contienen agua. Algunos creen que el olor es un vapor humeante, que es en parte aire y en parte tierra. En verdad, todos se inclinan a esta teoría acerca del olfato21. Por esta razón Heráclito dijo que, si todo lo que existe se convirtiera en humo, la nariz sería el órgano apropiado para percibirlo todo. Todos tienden a considerar el olor como vapor, como humo, o como una mezcla de los dos. El vapor es una especie de humedad, pero una emanación humeante es, como hemos dicho, un compuesto de aire y tierra; lo primero, cuando se condensa, resulta agua, mientras que lo otro se convierte en una especie de tierra. Pero, probablemente, el olor no es ninguna de estas cosas; porque el vapor consta de agua, mientras que la emanación humeante no puede producirse en el agua. Sin embargo, los seres acuáticos tiene el sentido del olfato, como se ha dicho antes. Además, las emanaciones humeantes o gaseosas entran dentro de la teoría general de las emanaciones. Si éstas resultan algo ilógico, también 20 1 W. S. Hett traduce «litrón» como carbonato sódico, mientras que varios diccionarios dan también o simplemente el término como equivalente de «nitrón», nitrato. . . En todo caso, la referencia nos habla de un hecho poco explicable hoy día, de no ser por las impurezas que acompañaran a dichas sustancias. 21 2 Algunos comentaristas consideran espuria la frase o inciso que va desde el último punto hasta éste. lo serán las primeras. Es evidente que es posible que la humedad, tanto en el aire como en el agua, absorba la naturaleza de lo seco dotado de sabor y sea modificada o afectada por ello; pues también el aire tiene una naturaleza húmeda. Por otra parte, si lo seco produce en los líquidos y en el aire por igual un efecto como de algo disuelto, evidentemente los olores deben ser algo análogo a los sabores. Por lo demás esto es ciertamente así en algunos casos; pues los olores, igual que los sabores, son picantes, dulces, aperos, acres y ricos u opulentos, y se puede llamar a lo pestilente análogo a lo amargo. De donde, igual que estos sabores son desagradables al paladar, así los olores fétidos son desagradables de respirar. Es, pues, evidente que el olor, en el aire y en el agua, es lo mismo que el sabor, tan sólo en el agua. Por esta razón el frío y las heladas embotan los sabores y son causa de que desaparezcan los olores; porque el frío y el hielo obran en contra del calor, que excita y desarrolla el sabor. Hay dos especies de objetos olorosos; es, en efecto, falso decir, como hacen algunos, que no hay especie alguna de lo oloroso, puesto que las hay. Pero, hemos de distinguir en qué sentido existen tales especies y en que sentido no existen. Hay una especie de olores que es paralela a los correspondientes sabores, como hemos dicho, y para éstos la capacidad de agrado o desagrado son incidentales; pues, dado que son afecciones de las sustancias nutritivas, esos olores son agradables cuando estamos hambrientos, mientras que no lo son para aquellos que están saciados y no necesitan nada; y tampoco es agradable el olor para aquellos para quienes el alimento oloroso es desagradable. Así pues, según hemos dicho, esos olores son agradables o desagradables tan sólo incidentalmente, y así son también comunes a todos los animales. La otra especie de olores es la de los que son agradables en sí mismos, por ejemplo, los de las flores; pues ellos no tienen ningún efecto, ni grande ni pequeño, como incitación a la comida, ni contribuye en nada al apetito, sino más bien lo opuesto. Es, en efecto, verdad lo que dijo Strattis, burlándose de Eurípides, «cuando hagas puré de lentejas, no le eches perfume». Los que mezclan en las bebidas estas cualidades violentan el placer por la simultaneidad, a fin de que el placer nazca de dos sentidos como si fuera uno y a partir de uno solo. Esta especie de percepción olfativa es peculiar al hombre, mientras que las que corresponden a los sabores son perceptibles por todos los demás animales, como se ha dicho antes; los últimos, dado que su agrado es accidental, pueden dividirse en clases de acuerdo con los sabores, mientras que los primeros no admiten en manera alguna esta división, porque su naturaleza es por sí misma agradable o desagradable. La razón de que la primera especie de olores sea peculiar al hombre hay que hallarla en las condiciones o situación prevalente en torno al cerebro. El cerebro, en efecto, es naturalmente frío, y la sangre que lo entorna en las venas es ligera y pura, y corre fácilmente —por esta razón, los vapores de la comida, enfriados por la proximidad de esta región, producen enfermedades reumáticas—. Esta clase de olor, pues, está desarrollado en los hombres para salvaguardar su salud; no tiene, en efecto, otra función más que ésta. Y evidentemente cumple con ella; pues el alimento agradable, tanto seco, como húmedo, es nocivo a menudo, mientras que lo que tiene un olor que es en sí mismo agradable, es ordinariamente beneficioso a las personas, cualquiera sea su estado de salud. Por esta razón el olor es llevado por la respiración, no en todos los animales, sino en los hombres y en algunos animales que tienen sangre, por ejemplo, los cuadrúpedos y aquellos que participan más de la naturaleza del aire; pues, igual que los olores suben hacia el cerebro por la ligereza del calor contenido en ellos, las partes del cuerpo situadas en esta región son más sanas; porque la potencia del olor es, según su naturaleza, caliente. La naturaleza ha hecho uso de la respiración con dos fines: en primer lugar, y como función principal, para ayuda o salvaguarda del pecho, y en segundo lugar, para hacer posible el olfato; pues, cuando un ser respira, el olor estimula las mucosas de la nariz, pero como si procediera de la parte interna. El olor de esta clase es peculiar al hombre, porque éste tiene el cerebro mayor y más húmedo, en proporción a su tamaño, de todos los animales; de aquí que también se pueda decir que solamente el hombre, entre los animales, es consciente y goza del olor de las flores y otros semejantes; porque el calor y el estímulo producido por éstos contrabalancea el exceso de humedad y de frialdad en esta región el cuerpo. Pero la naturaleza ha asignado la sensación de la otra clase de olores a los demás animales que tienen pulmones, por medio de la respiración, a fin de evitar hacer dos órganos de sentido independientes; pues, en la respiración, los animales tienen suficientes medios para la percepción de una de las especies de olores, igual que los hombres los tienen suficientes para la percepción de las dos clases de los mismos. Pero, es evidente que los animales que no respiran tienen percepción de un objeto oloroso; pues los peces y el género todo de los insectos, debido a la especie nutritiva del olor, tienen una percepción exacta, aun a distancia larga, de su propio alimento, aun estando muy lejos de él, como, ejemplo, hacen las abejas (para la miel)22, y la familia de las hormigas pequeñas, que algunos llaman «knipas» 23, y, entre los animales marinos, el múrex24, y muchos otros seres semejantes sienten agudamente su alimento por el olor. Pero, el órgano por medio del cual ellos lo perciben no resulta tan definido. Por eso puede uno sentirse ante el problema de saber por medio de qué órgano perciben el olor, si el oler tan sólo se da en los seres que respiran y cuando lo hacen —lo cual es evidentemente el caso en todos los animales que respiran—, y todos los animales susodichos poseen este sentido, aunque ninguno de ellos respire; a no ser que exista otro sentido, además de los cinco mencionados. Ahora bien, esto es imposible; porque la percepción del olor es el sentido del olfato, y estos animales lo perciben, si bien quizá no de la misma manera; sin embargo, en el caso de los animales que respiran, la respiración aparta algo que hay en el órgano sensitivo, a manera de una especie de membrana cobertora —y así no pueden sentir el olor, si no respiran— mientras que en el caso de los animales que no respiran esta cobertura está ya apartada; exactamente igual que algunos animales tienen párpados en sus ojos, y no pueden ver cuando estos están cerrados, mientras que los animales dotados de ojos duros carecen de párpados, y no necesitan nada que descubra los ojos, sino que pueden ver directamente tan pronto como el objeto entra dentro de la distancia de visibilidad. Semejantemente, ninguno de los animales inferiores soporta de mala gana el olor de las cosas que son por sí malolientes, a no ser que sean actualmente destructivas. Ellos son destruidos por estos olores de la misma manera exactamente que los hombres sufren dolores de cabeza y aun muchas veces son muertos por las emanaciones gaseosas de los carbones de antracita; de esta manera los demás animales son destruidos por la acción del azufre y de las sustancias asfálticas y las huyen o evitan a causa de estos efectos. Pero no prestan atención al olor desagradable en sí mismo —y, sin embargo muchas plantas tienen olores no agradables o molestos—, a no ser que afecte al gusto o a la comestibilidad del alimento. 22 1 Algunos comentaristas creen debe omitirse este inciso. Por esto lo hemos colocado entre paréntesis. 23 2 No nos ha sido posible dar con una equivalencia exacta para la traducción de este término, como tampoco la han hallado otros traductores de varios paises, que respetan la palabra griega, escribiéndola en su grafía propia. 24 3 Es una concha marina o pequeño molusco del que se saca la púrpura. Puesto que el número de los sentidos es impar, y un número impar posee siempre una unidad intermedia, el olfato podría parecer ser un término medio entre los sentidos táctiles, el gusto y el tacto, por una parte, y por otra parte los sentidos que perciben a través de un medio transmisor, la vista y el oído. Así pues, el objeto del olfato es una afección de las sustancias empleadas como alimento, que pertenecen al género de las cosas tangibles, y también de lo audible y lo visible. De aquí que los seres huelen tanto en el aire como en el agua. Así e! objeto del olfato es común a las dos esferas o campos: corresponde a lo tangible, y también a lo audible y lo transparente; y así fue razonablemente descrito como una inmersión o disolución de lo seco en lo húmedo o fluido. Baste con esto acerca de la cuestión de saber hasta qué punto podemos hablar de especies de objetos olorosos y hasta qué punto no. La teoría expuesta por algunos pitagóricos no es lógica; dicen, en efecto que algunos animales se nutren por medio de los olores. En primer lugar, vemos que el alimento debe ser compuesto; porque los animales nutridos no son simples y por esta razón se produce abundante materia de desecho a partir del alimento, o bien en los mismos cuerpos, o bien fuera de ellos, como en las plantas; ni siquiera el agua servirá de alimento, si carece de toda mezcla; pues lo que se adhiere debe ser de alguna manera corpóreo. Es aún menos probable que el aire pueda hacerse corpóreo. Además, es evidente que todos los animales poseen una región o zona del cuerpo que recibe el alimento y en la cual, una vez que ha llegado, el cuerpo lo asimila. Ahora bien, el órgano del olfato está en la cabeza y el olor entra simultáneamente con el aire inspirado, de manera que ha de ir a parar a la región respiratoria. Así pues, es evidente que el olor en cuanto olor no contribuye a la nutrición; pero, resulta igualmente claro, partiendo de nuestra propia experiencia sensitiva y de lo que hemos ya dicho, que contribuye a la salud; de manera que el olor es, en relación con la salud en general, lo que es el sabor en la nutrición, respecto de lo que se nutre. Baste esto como explicación de los varios órganos de los sentidos. capítulo VI PUEDE planteársenos la dificultad de saber si, al ser todo cuerpo susceptible de una división infinita o limitada, sus cualidades sensibles a saber, el color, el sabor, el olor, el peso, el sonido, el calor y el frío, la ligereza, la dureza y la blandura, ¿son también susceptibles de esa división o es esto imposible? Cada una de estas cualidades produce, en efecto, una sensación; de hecho todas ellas se llaman sensibles por su capacidad de excitar la sensación. Así pues, en la hipótesis de arriba, la sensación debe ser capaz de división indefinida, y toda magnitud debe ser perceptible; porque es imposible ver una cosa blanca que no sea una magnitud. De otra manera, sería posible que un cuerpo, que no poseyera ni color ni peso, ni otro cualquier atributo, existiera; de manera que no sería en absoluto perceptible, ya que éstos son los atributos perceptibles. En este caso todo cuerpo perceptible constará de partes imperceptibles. Sin embargo, sus partes deben ser perceptibles; ya que no pueden consistir en abstracciones matemáticas. Además, ¿por medio de qué facultad discerniremos o conoceremos estas partes? ¿Por medio de la mente? No obstante ellas no son aprehendidas por la mente, ni la mente conoce ningún objeto externo que esté desconectado de la sensación. Al mismo tiempo, si es verdadera nuestra hipótesis, parece apoyar la teoría de los que admiten las magnitudes atómicas; nuestra dificultad, en efecto, se solucionaría según su enfoque o punto de vista. Ahora bien, esta teoría es imposible; ha sido ya discutido en nuestro tratado del movimiento 25. La solución de estas cuestiones pondrá en claro por qué las especies de color, sabor, sonidos y otros objetos sensibles son limitadas; pues, donde hay extremos, los estadios intermedios deben estar limitados; y los contrarios son extremos. Todo objeto sensible envuelve una contrariedad, por ejemplo, en el olor, lo blanco y lo negro, en el sabor, lo dulce y lo amargo; y en todos los demás sensibles, los contrarios son extremos. Ahora bien, lo que es continuo puede ser dividido en un número infinito de partes desiguales, pero en un número finito de partes iguales; mientras que lo que en sí mismo no es continuo puede ser dividido en un número finito de especies. Así pues, puesto que los atributos estos de que hablamos deben ser considerados como especies y siempre se halla inherente a ellas la continuidad, hemos de admitir que lo potencial y lo actual son distintos; por esta razón, cuando un grano de mijo es visto, no lo es su diezmilésima parte, aunque la vista lo abarque todo o por más que se acerque a ella, y el sonido de un cuarto de tono nos pasa desapercibido, aunque uno pueda oír toda la escala continua; pero, el intervalo entre los extremos nos pasa inadvertido. Éso mismo es verdadero para todas las cantidades muy pequeñas en los otros objetos sensibles; son potencialmente visibles, pero no actualmente, de no ser que estén aislados del todo. Pues potencialmente también existe la longitud de un pie en la longitud de dos pies, pero actualmente sólo existe luego de su división. Estos 25 l Cfr. Física, lib. VI, caps. 1, 2. pequeños incrementos, al estar separados, podrían con razón disolverse en lo que les rodea, como una pequeña gota de sabor derramada en el mar. Pero, es importante verificar que, igualmente que el incremento del sentido no es perceptible por sí mismo, ni es tampoco separable —ya que existe sólo potencialmente en un todo más distintamente perceptibles—, así tampoco es posible percibir actualmente un objeto igualmente pequeño, cuando está separado del todo, aun ruando el sea perceptible: pues el es así potencialmente ya ahora, y vendrá a ser actualmente tal por adición al todo. Hemos, pues, demostrado que algunas magnitudes y algunas cualidades nos pasan por alto; hemos explicado la razón de esto y el sentido en que son perceptibles y aquel en que no lo son. Así pues, cuando están interrelacionadas de tal manera en un conjunto que son perceptibles actualmente, no simplemente en el todo, sino aun separadas, se sigue que sus colores, sabores y sonidos deben ser limitados en número. Hay aún otra cuestión que tener en consideración: cuando estos objetos sensibles o los movimientos que se producen en ellos —cualquiera sea la manera en que nazca la sensación— están actualizados, ¿llegan ellos primero a un punto medio, como parecen hacerlo el olor y el sonido? Pues el que está cerca del olor lo percibe más pronto, y el sonido del golpe llega a nosotros luego que el golpe se ha dado. ¿Ocurre lo mismo en el objeto visto y en la luz? Empédocles, por ejemplo, afirma que la luz del sol alcanza un punto intermedio, antes de llegar a la vista o a la tierra. Parece ésta una explicación probable de lo que ocurre; porque lo que se mueve es movido desde alguna parte y hacia alguna parte, de manera que es necesario un tiempo en que se mueva de un punto a otro. Ahora bien, todo tiempo es divisible, de manera que existió un intervalo durante el cual la luz todavía no era vista, sino que el rayo de luz se movía aún en el espacio intermedio. Y aun suponiendo que el oír y el haber oído, el percibir y el haber percibido sean simultáneos y no envuelvan ningún proceso de generación, antes existan sin ningún proceso de esta clase, no obstante el intervalo aún existe, como quiera que el sonido no ha alcanzado aún el oído, aunque el golpe que lo causa haya sido dado ya. Prueba también esto la transformación que sufre la palabra oída, por darse una traslación en el espacio intermedio; en efecto, los oyentes parecen no haber captado la palabra dicha, debido a la transformación sufrida por el aire que se mueve hacia ellos 26. ¿Vale eso mismo para el color y la luz? Pues no es 26 1 Aristóteles se refiere a una palabra oída incorrectamente. Parece suponer que el aire a través del cual se transmite la palabra toma una forma definida. Cuando esta forma o verdad que uno vea y el otro sea visto, precisamente porque los dos estén en una cierta relación, por ejemplo, de igualdad; pues en este caso no habría ninguna necesidad de que cada uno de ellos estuviera en un lugar particular; porque cuando las cosas son iguales, no importa ninguna diferencia el que estén la una cerca de la otra o lejos una de otra. Ahora bien, es razonable suponer que ocurre lo mismo con el sonido y el olfato; ya que, igual que sus medios transmisores, el aire y el agua, son continuos, así también son ellos e incluso el movimiento de los dos está dividido en partes. Y así, en un sentido se puede decir que el primero y el último oyen y huelen la misma cosa, y en otro sentido también es verdad que esto no es así. Ahora bien, algunos hallan una nueva dificultad en esto; dicen, en efecto, que es imposible que una persona oiga, vea o huela la misma cosa que otra; y arguyen diciendo que es imposible que varias personas independientes oigan o huelan la misma cosa; ya que, en tal caso, una misma cosa escaria separada de sí misma. La causa original del movimiento, por ejemplo, la campana, el incienso o el fuego, que todos percibimos, es la misma y es numéricamente una, mientras que las percepciones sujetivas, aunque específicamente idénticas, son numéricamente distintas, ya que muchas personas ven, huelen u oyen esos objetos al mismo tiempo. Esas percepciones no son cuerpos, sino una afección o movimiento de una segunda especie— otra manera no ocurriría esto—, y no existe en el cuerpo. Es distinto lo que ocurre con la luz, porque la luz es debida a la existencia de algo, pero no es un movimiento. Hablando en general, cambio de estado y traslación espacial son cosas distintas; porque los movimientos espaciales alcanzan naturalmente en primer lugar el espacio intermedio —el sonido se admite ser un movimiento de algo que se traslada—, pero, respecto de las cosas que cambian de estado, la posición que tomar no es la misma; pues es posible que el tal cambio de estado tenga lugar en una cosa todo de una vez y no primero en su mitad; por ejemplo, el agua puede helarse toda a un mismo tiempo. Debe, sin embargo, admitirse que, cuando se calienta o se hiela un cuerpo grande, cada parte es afectada por la siguiente, mientras que la parte primera debe su cambio a la causa actual del mismo; el todo no necesita cambiar todo el juntamente al mismo tiempo. El gusto sería como el olfato, si viviéramos en el agua, y percibiéramos a distancia antes de establecer contacto con el objeto. Naturalmente, donde hay un medio transmisor entre figura se altera, la palabra llega incorrectamente al oyente. el órgano del sentido y el objeto, las partes no son todas afectadas simultáneamente, de no ser en el caso de la luz y por la razón dada, y en el caso de la vista por la misma razón. La luz en efecto, causa la visión. capítulo VII HAY aún otra cuestión acerca de la sensación, la de saber si es posible percibir dos en un mismo tiempo indivisible o no es posible, suponiendo que el estímulo más fuerte siempre domina al más débil; ésta es la razón por la cual vemos los objetos que se presentan a nuestros ojos, si nos ocurre que pensamos intensamente en algo, estamos dominados por el temor o prestamos atención a un sonido muy fuerte. Concedamos esto, y también que es más posible percibir cada cosa individual cuando se nos presenta sola, que cuando se nos presenta mezclada con otra. Por ejemplo, es más fácil gustar vino solo que vino mezclado con agua, y así ocurre también con la miel o con el color; y la tónica es más fácil de oír por sí misma, que cuando suena con la octava, porque tienden a oscurecerse la una a la otra. Eso mismo ocurre también con las cosas individuales de las que se forma un todo. Si, pues, el estímulo más fuerte predomina sobre el más débil, se deduce que, si ellos tienen lugar juntos, el más fuerte será menos perceptible que si tuviera lugar solo; porque el más débil, al mezclarse con el, le ha sustraído algo, puesto que todas las cosas simples son más perceptibles. Si, pues, los estímulos son iguales y distintos27, no habrá percepción ninguna de ninguno de los dos; pues cada uno de ellos desfigurará de manera semejante al otro. Sino que es imposible, en este caso, percibir ninguno de los dos en su forma simple. De aquí que no habrá en absoluto percepción, o bien una percepción compleja, distinta de la de cada uno de ellos. Esto último parece darse actualmente, cuando dos cosas están mezcladas, cualquiera sea el todo en que ellas se hayan combinado. Algunos estímulos, pues, dan lugar a una sensación compleja, y otros no; a la última clase pertenecen aquellos que entran en el campo de sentidos distintos —ya que la mezcla sólo puede tener lugar entre cosas cuyos extremos son contrarios; de manera que no puede formarse ningún todo único a partir de lo blanco y lo alto, a no ser accidentalmente, como tampoco se forma una consonancia a base de un tono agudo y uno grave—; y así es imposible percibirlos los dos juntos. Los estímulos, si son iguales, se restarán el uno al otro, puesto que no brota de ellos ningún 27 1 Iguales en intensidad y distintas en especie, dentro, claro está, de un mismo sentido genérico. impulso; pero, si no son iguales, el mayor producirá sensación. Además, el alma percibirá más probablemente dos cosas al mismo tiempo con el mismo sentido, si los dos son objetos del mismo sentido, como, por ejemplo, lo agudo y lo grave; porque el movimiento simultáneo de esta sola sensación es mayor de lo que sería en el caso de dos sensaciones, tales como la vista y el oído. Pero, no es posible percibir dos objetos con un sentido, a no ser que ellos estén combinados o mezclados; pues la combinación tiende a ser o formar un solo objeto, y la percepción de un objeto único es una sola, y una sola percepción es simultánea consigo misma. De aquí que la percepción de los objetos combinados es necesariamente simultánea, puesto que nosotros los percibimos con una percepción actualmente una; porque la percepción de lo que es numéricamente uno es actualmente una, mientras que la de un objeto específicamente uno es tan sólo potencialmente una28. Ahora bien, si la percepción actual es una, afirmará que sus objetos son uno solo. De donde ellos deben estar combinados. Así pues cuando no están combinados, las sensaciones actuales serán dos. Pero, en el caso de una facultad singular en un momento indivisible del tiempo, necesariamente la actualización debe ser una; pues el estímulo y el ejercicio de una facultad en un instante único debe ser uno, y la facultad en este mismo caso es solamente una. Así pues no es posible percibir dos objetos a la vez con un sentido único. Además, si es imposible percibir dos cosas en el mismo momento, cuando ambas caen en el campo de un mismo sentido, evidentemente es aún más imposible percibir simultáneamente dos cosas que corresponden a dos sentidos, como serían, por ejemplo, lo blanco y lo dulce. Pues, aparentemente el alma afirma una unidad numérica solamente en virtud de la percepción simultánea, mientras que afirma la unidad específica en virtud del sentido discriminativo y de esta manera. Quiero decir que, verosímilmente, el mismo sentido discierne el blanco y el negro, por ser específicamente distintos; y un sentido idéntico a sí mismo, pero distinto del primero, discierne lo dulce de lo amargo; pero, mientras que estos sentidos difieren en su manera de percibir sus respectivos contrarios, son semejantes en su manera de percibir las cualidades 28 1 Posiblemente es esto lo que pretende decirnos Aristóteles: si miramos dos objetos blancos y tenemos conciencia de ellos como son dos objetos blancos, estamos recibiendo no una sola impresión, sino dos y, por consiguiente, no podemos recibir las dos simultáneamente con una sola facultad sensitiva. En cambio, si los dos objetos blancos nos producen tan sólo una impresión general de blancura o blanco, entonces sí puede ser una nuestra percepción, pero ella es solamente potencial, y no es actualizada. correspondientes; por ejemplo, la visión aprehende lo blanco de la misma manera que el gusto aprehende lo dulce; e igual que el primero aprehende lo negro, el otro aprehende lo amargo.