Art. 50. No hay alma tan débil que no pueda, bien conducida, adquirir un poder absoluto sobre sus pasiones

RENÉ DESCARTES

Tratado de LAS PASIONES DEL ALMA (1649)

PRIMERA PARTE

DE LAS PASIONES EN GENERAL Y ACCIDENTALMENTE DE TODA LA NATURALEZA DEL HOMBRE

Art. 50. No hay alma tan débil que no pueda, bien conducida, adquirir un poder absoluto sobre sus pasiones.

Y
conviene aquí saber que, como queda dicho antes, aunque cada movimiento
de la glándula parece haber sido unido por la naturaleza de cada uno de
nuestros pensamientos desde el comienzo de nuestra vida, se pueden, sin
embargo, unir a otros por hábito, como lo prueba la experiencia en las
palabras que suscitan movimientos en la glándula, las cuales, según lo
establecido por la naturaleza, no presentan al alma más que su sonido
cuando son proferidas por la voz, o la figura de sus letras cuando
están escritas, y que, sin embargo, por el hábito adquirido al pensar
en lo que significan cuando se ha oído su sonido o visto sus letras,
hacen concebir este significado más bien que la figura de sus letras o
el sonido de sus sílabas. Conviene saber también que, aunque los
movimientos, tanto de la glándula como de los espíritus del cerebro,
que presentan al alma ciertos objetos, vayan naturalmente unidos a los
que suscitan en ella ciertas pasiones, pueden no obstante, por hábito,
separarse de estos y unirse a otros muy diferentes, e incluso este
hábito puede adquirirse por una sola acción y no requiere un largo uso.
Así, cuando se encuentra inesperadamente algo muy sucio en un manjar
que se come con apetito, la sorpresa de este encuentro puede cambiar de
tal modo la disposición del cerebro que, en lo sucesivo, la vista de
este manjar nos cause siempre horror, aunque antes lo comiéramos con
sumo gusto. Y lo mismo se puede observar en los animales; pues aunque
carezcan de razón y acaso de todo pensamiento, hay en ellos todos los
movimientos de los espíritus y de la glándula que suscitan en nosotros
las pasiones, y en ellos sirven para mantener y fortalecer, o no, como
en nosotros, las pasiones, sino los movimientos de los nervios y de los
músculos que habitualmente las acompañan. Así, cuando un perro quiere
una perdiz, tiende naturalmente a correr hacia ella; y cuando oye
disparar una escopeta, este ruido le incita naturalmente a huir; sin
embargo, se adiestra a los perros de caza de tal suerte que el ver una
perdiz les hace detenerse, mientras que el ruido que oyen después,
cuando se dispara a la perdiz, les hace correr a buscarla. Ahora bien,
es conveniente saber estas cosas para que cada cual adquiera el valor
de estudiar y vigilar sus pasiones; pues, si se puede, con un poco de
industria, cambiar los movimientos del cerebro en los animales
desprovistos de razón, es evidente que mejor se puede conseguirlo en
los hombres y que incluso los que tienen las almas más débiles podrían
adquirir un dominio muy absoluto sobre todas sus pasiones sabiendo
adiestrarlas y conducirlas.