Asumir el tabú de la Antropofagia para ensayar una ampliación causal del Filicidio

Asumir el tabú de la Antropofagia para ensayar una ampliación causal del
Filicidio.

Las interpretaciones metapsicoanalíticas del Parricidio y del Filicidio en el origen de la cultura se basan en la represión de los tabúes del homicidio y del incesto, pero ignoran su antecedente ancestral y universal: la Antropofagia, un tabú cultural más poderoso que aquellos.

Las dos hipótesis metapsicoanalíticas del del origen de la cultura sostienen que sus hechos «típicos» son el Parricidio y el Filicidio. Ambas son «culturales», valga la redundancia, porque se basan en la represión del incesto, un tabú reciente que aparece con la constitución de la familia patriarcal, cuando comienza la vida sedentaria en las primeras ciudades euroasiáticas, hace unos 8.000 años.
Ahora bien, antes de la revolución cultural-agrícola-sedentaria y urbana, el hombre había vivido como nómade-cazador-pescador-recolector durante más de 3 millones de años.
En ese lapso, el más extenso de la evolución humana, los estudios antropológicos disponibles demuestran que la antropofagia era una práctica corriente de difusión universal, de la que prácticamente ninguna raza o pueblo estuvo ajeno.
En la especie humana la antropofagia es una herencia del reino animal carnívoro, donde la ingestión de las crías recién nacidas y de la placenta después del parto es un hecho bien conocido.
Antes de constituirse la familia como institución, los varones-cazadores no tenían conciencia de paternidad y las mujeres eran consideradas animales domésticos destinados a la reproducción. Ellas y su producto pertenecían a la horda, y eran sacrificadas y devoradas en las hambrunas con la misma naturalidad con que eran cazados y devorados los animales que sustentaban a la tribu nómade. Si fracasaban las expediciones de caza, las víctimas preferidas eran los niños y las mujeres. No sólo por su indefensión, sino por una razón gastronómica, como sucede hoy con las vacas, terneras, lechones, cabritos y nonatos, este último el bocado más exquisito en áreas rurales. Nótese que el toro reproductor, símbolo de la masculinidad, no es comido, pero sí el novillo castrado, simbólicamente «feminizado».
Abordar el tema de la Antropofagia implica superar el tabú más poderoso y antiguo de la cultura, como ya se ha anticipado. Para nuestra sensibilidad «cultural» es un hecho aberrante que despierta un rechazo visceral. No existen palabras para describir las circunstancias horripilantes y los detalles repugnantes de su práctica, como surgen de las crónicas, informes y cartas de sus testigos presenciales en América de la Conquista. Esos detalles se pueden consultar en las referencias 2 y 3. La realidad supera ampliamente la fantasía más truculenta. Los españoles inmediatamente demonizaron la antropofagia, satanizaron a los verdugos y la calificaron de «infernal» y y de delito gravísimo.
Si se asume que la antropofagia fue una práctica universal y habitual durante 3 millones de años, es lícito sostener que ése es el «pecado original» y el hecho «típico» ancestral más poderoso generador de culpa. Como corresponde, el devenir de la cultura exigió la represión de la antropofagia, que es convertida en un tabú más reprimido que el incesto. La prueba de esta afirmación es que a pesar de los testimonios históricos abrumadores sobre su habitualidad y antiguedad, la historia y la opinión pública silencian la antropofagia, mientras que el incesto y el Edipo son temas habituales.
Actualmente, el incesto es un delito que no sorprende, mientras que la antropofagia es un crimen excepcional que, cuando es descubierto, conmociona profundamente la opinión pública.
Los arqueólogos e historiadores, domina dos por el tabú y ayudados por la fosilización que borra las huellas prehistóricas, en una especie de «pacto de silencio», han ignorado (o tal vez ocultado) la verdader a magnitud de la antropofagia ancestral en Eurasia. Pero en América de la Conquista, a pesar de los esfuerzos por ocultarla, las pruebas son concluyentes y abrumadoras.
La práctica antropofágica era de dos tipos: la directa e indiscriminada,
practicada por las tribus nómades (Caribes y guaraníes) y la sublimada y selectiva, practicada en las incipientes culturas urbanas (Mayas y Aztecas)

Las guerras entre las tribus nómades americanas eran verdaderas cacerías humanas de exterminio con fines alimenticios. Los caribes* en las Antillas fueron los más feroces y castraban a los varones capturados vivos para que engor daran rápidamente.
Una costumbre de millones de años no desaparece bruscamente con el origen de la cultura, se transforma. Y las recaídas en la feroz práctica ancestral deben haber sido constantes en la primera época urbana. Con el agravante que la revolución agrícola que origina la cultura desencadena la primera explosión demográfica en la historia de la evolución. El fenómeno es tuvo impulsado por innovaciones sin precedentes: el abastecimiento alimentario estable, la provisión de agua, el habitat fijo, la familia institucionalizada, las normas de higiene y el cuidado obstétrico y perinatal, entre otras.
Pero el brusco crecimiento de aquellas poblaciones urbanas recién constituidas siempre se complicó por fenómenos climáticos inesperados e inexorables como las catástrofes naturales y, particularmente, los períodos de sequía y hambre.
** La combinación urbana de una demografía en expansión con hambruna constituyó una mezcla explosiva que exacerbó el canibalismo ancestral a niveles alarmantes.
Ante semejante amenaza, las dirigencias teocráticas de las incipientes ciudades se vieron obligadas a: 1) Contener el crecimiento demográfico, lo que se logró mediante la organización de un estado de guerra permanente de exterminio contra las tribus vecinas, y (b) Sublimar el instinto antropofágico ancestral reagudizado y transformarlo, a través de la religión, en una ingestión de carne humana, pero sacralizada, por haber sido ofrendada a los dioses. Ambos designios imperiales, además de someter a la población por el terror, aprovechaban el vital aporte proteico de los cuerpos sacrificados, que se repartían entre la muchedumbre asistente.
En América, la única cultura que no prácticó la antropofagia fue la incaica, porque fue la única que domesticó ganado: llamas, guanacos, alpacas y vicuñas. También era una cultura filicida, pero los niños sacrificados al dios del Sol eran enterrados ritualmente en las cimas de los Andes. En América del Norte la antropofagia no prosperó por la multiplicación y depredación de los búfalos.
Pero en las primeras ciudades mayas y aztecas, donde no existía el ganado, las dirigencias teocráticas sacralizaron ritualmente como ofrenda divina la antropofagia infanto-juvenil (filicida), la práctica ancestral de la era nóma de que habían practicado durante millones de años.
En las culturas agrícolas la antropofagia se practicaba a continuación de los sacrificios a los dioses. Regularmente, cada veinte días, los aztecas celebraban ceremonias en honor a alguna divinidad y en todas ellas se sacrificaban víctimas humanas. Las más numerosas eran jóvenes prisioneros de guerra, pero también se sacrificaban niños comprados a sus madres y esclavos ofrendados por sus dueños. Los prisioneros eran capturados vivos en las continuas «guerras florales» rituales con tribus o etnias vecinas. En estas guerras los instructores y oficiales pertenecían a la casta sacerdotal, y estaba prohibido matar al enemigo. Los dioses exigían víctimas vivas para el sacrificio. Éste se realizaba en las pirámides sagradas de Tenochtitlán, donde se arrancaba el corazón a las víctimas.
*** La astuta exigencia divina de no matar (en combate) aseguraba así el autotransporte **** de cientos (en ocasiones miles) de cautivos al centro ceremonial de la metrópoli donde, una vez sacrificados, su carne era consumida. El número de sacrificios anuales en el apogeo de Tenochtitlán, oscilaba entre 20 y 50 mil personas.
Finalmente, la antropofagia desapareció de América por la introducción y multiplicación del ganado vacuno, ovino, caprino y porcino, inexistente en América, al cual hay que agregar las aves de corral.
Intencionalmente se ha desarrollado in extenso el tema de la antropofagia en América, por varias razones. Ante todo, es un error pensar que los europeos cuando invaden América contemplaron «otras» culturas. En realidad, estaban contemplando los orígenes de «la» cultura, lo mismo que había sucedido en el neolítico euroasiático unos 6 mil años antes. La réplica de lo que habrían sido las costumbres en las primeras ciudades asirias, sumerias y egipcias. Las ruinas de Montealbán, en Oaxaca, son Egipto predinástico, y la ciudad de Tenochtitlán era Egipto casi dinástico.
Tenochtitlán- Tlatelolco, que maravilló a los españoles, era una metrópoli imperial mayor que cualquier ciudad europea de la época y tenía sólo dos siglos de existencia. Antes, los aztecas habían sido tribus errantes y nómades. O sea que los españoles contemplaron allí, «en vivo y en directo», la primera fase de la revolución agrícola-sedentaria-urbana que da origen a la cultura, y también la sublimación religiosa de la antropofagia ancestral.
Hasta ese momento, todas las hipótesis sobre las costumbres en el origen de la cultura urbana habían sido deducciones arqueológicas. A partir de la Conquista americana, fueron testimoniales. De ahí la enorme importancia que tiene la investigación de las costumbres en las incipientes culturas urbanas mesoamericanas. Y entre éstas, una de las más notables es la sublimación religiosa de la antropofagia, a través del sacrificio ritual.
Esta observación debería modificar las interpretaciones evolutivas del inicio de la cultura.
Así como Rascovsky acusa a Freud de usar el parricidio para negar el filicidio previo, se puede acusar a ambos de negar la ancestral antropofagia, un tabú mucho más antiguo y poderoso que el incesto y el filicidio.

Notas:
* “Caníbal” en el sentido de antropófago proviene de “Caribe”, la tribu americana más batalladora contra los conquistadores europeos, a quienes opusieron una resistencia heroica.
Su nombre es perpetuado por el Mar Caribe. Su deformación Caribe/Calibán/caníbal antropófago, ha quedado perpetuado por los europeos de una manera infamante y peyorativa.

** Medio siglo antes del desembarco español, el Imperio azteca en expansión había padecido un lustro de sequía (1450-1454). Cuando ya no hubo semilla para sembrar ocurrió la catástrofe de «la gran hambre»: mortandad generalizada, migraciones desordenadas, la gente y los niños se vendían como esclavos a cambio de maíz, y el sistema imperial estuvo a punto de colapsar. La calamidad tendría enormes consecuencias y de largo alcance. Al volver la lluvia y la prosperidad, comienza la era reactiva de mayor expansión imperial y los sacrificios humanos alcanzan una escala sin precedentes.
Así queda instalado el estado de guerra de conquista permanente que, además, proporcionaba las víctimas necesarias para el sacrificio masivo.
Y también se incuba así el resentimiento de todos los pueblos víctima, que recibirána los españoles como salvadores providenciales y aliados, lo que posibilitó la increíble victoria final sobre el Imperio azteca y su destrucción.
*** El sacrificio era ejecutado por un sacerdote- verdugo mientras otros cinco sujetaban a la víctima de espaldas y en hiperlordosis en la piedra cóncava ceremonial. A través de una incisión en el epigastrio realizada con un cuchillo de obsidiana, el corazón era arrancado y ofrecido al sol. Luego, los cuerpos eran arrojados escaleras abajo, donde la multitud los desollaba y descuartizaba. Parte de los despojos se destinaba a la cocina del Emperador y el resto se repartía entre la multitud y se enviaba a carnicerías públicas de carne humana (sic).
**** La cultura azteca no utilizó la rueda por razones religiosas. Y menos con rayos, porque ambas figuras eran el símbolo del Dios máximo: el Sol. Tampoco existían animales de carga o tracción, y todo el transporte doméstico, comercial y bélico del Imperio se hacía a pie y a pulso.

Fuente: Periódico cultural Logos, Lab Raymos, mayo de 2005 Actualización, abril 28 de 2006