Biografía Eitingon Max (1881-1943)

Biografía Eitingon Max (1881-1943)

Eitingon Max (1881-1943) Psiquiatra y psicoanalista polaco

Como no dejó ninguna obra teórica importante, Max Eitingon está a menudo ausente en la lista de
los autores que contribuyeron a la edificación de la doctrina psicoanalítica. No obstante, el
progreso de los estudios históricos desde mediados de la década de 1970 ha permitido que este
hombrecillo tímido, con aspecto de burócrata altanero, ocupe el lugar que le corresponde, uno de
los más importantes, en la historia del movimiento.
Nacido en Mohilev, Bielorrusia, Max Eitingon era el segundo hijo de una familia judía ortodoxa,
entre cuatro hermanos: dos mujeres (Esther y Fanny) y dos varones (Vladimir y Max). El padre,
Chaim Eitingon, se dedicó al comercio de azúcar antes de convertirse en peletero y establecerse
en 1893 en Leipzig, donde fue mecenas de la comunidad judía, haciendo construir un hospital y
una sinagoga que iban a ser destruidos en 1938. Por razones oscuras, Chaim Eitingon adoptó
durante cierto tiempo la nacionalidad húngara. Sus negocios prosperaron, abrió una sucursal en
Nueva York, pero se encontró arruinado después de la crisis financiera de 1929. Murió en
Leipzig en 1932.
Max Eitingon tenía 12 años cuando su familia se instaló en Alemania. Padecía tartamudeo, lo que
perturbó su escolaridad secundaria. Impedido por ello de cursar el bachillerato, realizó no
obstante estudios superiores de historia del arte y filosofía como oyente libre en las prestigiosas
universidades de Halle, Heidelberg, Marburgo. En 1902 volvió a Leipzig, donde, seguramente
después de haber rendido equivalencias, estudió medicina. A continuación fue a Zurich, y se
empleó como asistente de Eugen Bleuler en la clínica del Burghölzli. Defendió su tesis bajo la
dirección del mismo Bleuler, y conoció a Carl Gustav Jung, quien siempre lo trató con un
desprecio condescendiente y, si hemos de creer en una carta que le dirigió a Freud el 25 de
septiembre de 1907, lo consideraba perfectamente capaz de ser un buen diputado en la Duma.
En Zurich, Eitingon conoció también a Karl Abraham, Ludwig Binswanger y a su compatriota
Sabina Spielrein.
Max Eitingon fue el primero de los miembros del grupo zuriqués que viajó a Viena (en 1907) para
encontrarse con Sigmund Freud. Asistió entonces a algunas reuniones de la Sociedad
Psicológica de los Miércoles: en particular, a la del 30 de enero de 1907, donde intervino con
mucha pertinencia en la discusión sobre la etiología de las neurosis. En esa época también se vio
con Freud para hablarle de un enfermo cuyo tratamiento se presentaba como delicado. Con tal
motivo, primero en 1908, y después en octubre de 1909, realizó un análisis didáctico, uno de los
primeros de la historia, que tuvo por marco insólito las caminatas vespertinas de ambos
hombres. El encuentro con Freud fue para Max Eitingon el momento decisivo de su vida, y marcó
el inicio de una amistad indestructible. Iba a participar en todas las batallas, incluso la relacionada
con la cuestión del análisis profano, en la cual, después de un tiempo de duda, se alineó con el
maestro, contra los psicoanalistas norteamericanos. Freud, por su lado, no le ahorró elogios, y
asumió sistemáticamente su defensa cuando era atacado (sobre todo por Otto Rank). Además
no cesó de recordarle, como se lo dijo en una carta del 7 de enero de 1913, que él había sido «el
primer mensajero que se aproximó a un hombre solitario». Más tarde, en una carta
particularmente cálida del 24 de enero de 1922, volvió a evocar esa prioridad, inolvidable a sus
ojos, añadiendo: «Usted sabe qué papel ha conquistado en mi existencia y en la de los míos».
En noviembre de 1909, Max Eitingon abandonó Zurich para dirigirse a Berlín, donde participó, con
Abraham, quien sería el presidente, en la constitución de la sociedad psicoanalítica. El 20 de abril
de 1913 se casó con la actriz de teatro Mirra JacovIeina Raigorodsky, junto a la cual siguió toda
su vida. Ella le hizo conocer los ambientes artísticos de la capital alemana, y en particular le
presentó a la cantante Plevitskaia, cuyas malandanzas contribuyeron más tarde a dar visos de
verosimilitud a las acusaciones de espionaje de las que Eitingon fue objeto.
Hay quienes lo consideran austríaco, como habría llegado a serlo su padre, y otros, por el
contrario, afirman que eligió esa nacionalidad al principio de la guerra. Las versiones no
concuerdan. Combatiente valeroso, condecorado varias veces, en 1919 optó por la nacionalidad
polaca, como todos los supervivientes del Imperio Austro-Húngaro podían hacerlo en esa época.
Ese mismo año de 1919 volvió a Berlín, donde comenzó a desempeñar un papel importante en el
seno del movimiento Freudiano. De conformidad con las últimas recomendaciones de Anton von
Freund, quien solicitó que se lo considerara heredero de su anillo, Max Eitingon fue nombrado
miembro del Comité Secreto por propuesta de Freud.
En 1920 puso en práctica el sueño Freudiano de un psicoanálisis social, expresado en el
Congreso de Budapest en 1918. Hasta 1929 financió el Policlínico de Berlín, construido según los
planos de Ernst Freud, el hijo de Sigmund. El Policlínico, que Eitingon dirigiría conjuntamente con
Abraham entre 1920 y 1925, y después con Ernst Simmel hasta 1933, fue el primero de ese tipo,
y modelo de los futuros institutos de todo el mundo. Se trataba de asegurar la formación de los
analistas -ése fue el papel reservado al instituto, el Berliner Psychoanalytisches Institut (BPI)- y,
a la vez, de hacer accesible el tratamiento psicoanalítico al mayor número de personas y a los
más carecientes. Max Eitingon hizo de esta empresa su propia obra, asegurando durante cerca
de trece años ayuda, admisión y orientación para pacientes de todos los orígenes. Al mismo
tiempo supervisó la formación de los analistas y, por lo tanto, de la mayor parte de los grandes
nombres de la segunda generación. Él mismo no ignoraba la importancia política de esa posición,
como lo atestigua su famosa declaración de 1922: «Soy yo quien tiene el control en las manos».
Su poder en el seno del movimiento psicoanalítico no cesó de desarrollarse. Dirigió cada vez más
los congresos, se tratara de su preparación o de su desarrollo, y de tal modo, en el Congreso de
Bad-Homburg de 1925, con el acuerdo silencioso de Freud, hizo triunfar las posiciones
berlinesas, contra las vienesas, en materia de formación y supervisión de los analistas, dando
así un impulso decisivo a la burocratización del movimiento Freudiano. Entre 1927 y 1932 fue
presidente de la International Psychoanalytical Association (IPA). En 1925 presidió la International
Training Commission, principal instrumento de poder de la IPA, encargado de la armonización de
las reglas del análisis didáctico en el mundo. Eminencia gris o consejero especial de Freud, el
maestro le encargaba resolver las crisis que sacudían a algún movimiento psicoanalítico (por
ejemplo, en Suiza en 1928), o ayudar al nacimiento o desarrollo de otro. Con tal propósito, Freud
le pidió que viajara a Francia en 1923 para encontrarse con René Laforgue y crear una sociedad
Freudiana en París.
Después de un primer viaje en 1910, nunca dejó de interesarse por la evolución de Palestina,
entonces bajo mandato británico, y por las diversas experiencias realizadas allí en el ámbito de la
educación y de la ayuda a los niños minusválidos. El 13 de junio de 1933, cuando pronunció en
Budapest el elogio fúnebre a Sandor Ferenczi, ya tenía decidido su futuro. Con la llegada de los
nazis al poder, ese gran germanófilo se vio obligado a renunciar a su preferencia cultural. Tomó
entonces el camino del exilio. Sin duda había previsto que ése sería su destino, puesto que abrió
muy pronto una oficina de emigración para analistas.
Freud, a quien fue a ver en enero de 1933 a Viena, lo alentó sin embargo a quedarse en Berlín
todo el tiempo posible. Pero tres meses más tarde, mientras estaba en Menton con su mujer, él
se enteró del decreto del Reich que prohibía a todo extranjero ocupar cargos en una sociedad
médica. Felix Boehm, a quien había otorgado plenos poderes en caso de que la Deutsche
Psychoanalytische Gesellschaft (DPG) tuviera que darse un presidente «ario», se apresuró a
preguntar a las autoridades si el psicoanálisis estaba incluido en el decreto. La respuesta no se
hizo esperar y, a su retorno a Berlín, Max Eitingon renunció a la dirección del Policlínico.
El 31 de diciembre de 1933 abandonó Alemania para siempre. Se dirigió a Palestina y se instaló
en Jerusalén en abril de 1934. Gracias a Freud, que se había entrevistado previamente con el
presidente de la Universidad Hebrea de la ciudad, iba a beneficiarse con un puesto de psicólogo
recientemente creado. Pero, para gran decepción suya (y de Freud), ese cargo fue finalmente
asignado a un psicólogo de una orientación totalmente distinta: Kurt Lewin (1890-1947), quien a
partir de 1945 se convertiría en el teórico y artífice del desarrollo de la psicología social en los
Estados Unidos.
Con Moshe Wulff, Eitingon fundó la primera sociedad psicoanalítica de Palestina, que se convirtió
en la Hachevra Hapsychoanalytit Be-Israel (HHBI), pronto reconocida por la IPA. Eitingon fundó
después el Instituto de Psicoanálisis de Jerusalén, donde hasta el día de hoy, en la biblioteca, se
encuentran algunos de los objetos que formaban parte de su ambiente de trabajo cuando dirigía
el Policlínico de Berlín.
En julio de 1938 asistió en París al XV Congreso de la IPA, y después viajó a Londres para hacer
una última visita a Freud. El 20 de abril de 1939 recibió la última carta enviada por el maestro,
cuya muerte, algunos meses más tarde, lo afectó profundamente.
Max Eitingon está enterrado en el cementerio del Monte de los Olivos.
En 1988 apareció en la New York Times Book Review un artículo que retomaba alegaciones
expuestas por Jones J. Dziak, ex empleado de la CIA, en su libro History of the KGB, aparecido
en los Estados Unidos en 1987. Allí se acusaba a Eitingon de haber sido agente secreto
soviético al servicio de la NKVD y después de la KGB, y de haber estado implicado en el
secuestro del general Miller en París, organizado por un tal Nicolas Skobline, esposo de la
cantante Nadezhda Plevitskaia, que Eitingon había conocido en el pasado. También se le
reprochaba haber participado en el asesinato de un espía ruso disidente. Todas esas
acusaciones se basaban en los dichos de Sandor Rado, según quien Max Eitingon era hermano
de Leonid Eitingon, un espía soviético que había residido en los Estados Unidos, y después en
México, donde lo había reclutado Ramón Mercader, el asesino de León Trotski (1879-1940).
Theodor Praper, en un artículo de la New York Review aparecido un tiempo después, aclaró este
asunto, estableciendo que Max Eitingon no era hermano de Leonid Eitingon, y que nunca estuvo
mezclado en ningún asunto de espionaje. Sólo testimonios malintencionados y una increíble
confusión de identidades, basada en algunas coincidencias (por ejemplo, el sostén financiero
que Max Eitingon aportó durante toda su vida al movimiento psicoanalítico y, más ocasionalmente,
a la cantante Plevitskaia, gracias a su fortuna personal, por cierto muy real), habían podido dar
verosimilitud a esa leyenda que algunos autores (en especial Alexandre Etking en su Histoire de
la psychanalyse en Russie), con cierta ligereza, continúan difundiendo.