Biografía Marcuse Herbert (1898-1979)

Biografía Marcuse Herbert (1898-1979)

Marcuse Herbert (1898-1979) Filósofo norteamericano

Nacido en Berlín, Herbert Marcuse fue alumno de Edmund Husserl (1859-1938) y Martin Heidegger (1889-1976) antes de participar en los trabajos del Institut für Sozialforschung, donde conoció a Theodor Adorno (1903-1969), Marx Horkheimer (18951973) y Leo Lowenthal. Núcleo fundador de la futura Escuela de Francfort, en este instituto de investigaciones sociales se elaboró la teoría crítica, doctrina sociológica y filosófica basada a la vez en el psicoanálisis, la fenomenología y el marxismo, para reflexionar sobre las condiciones de producción de la cultura en el seno de una sociedad dominada por la racionalidad tecnológica y pronta a hundirse en la barbarie. Huyendo del nazismo, Marcuse salió de Alemania, y en 1934 emigró a los Estados Unidos, donde enseñó en diversas universidades, antes de ser designado profesor en la de San Diego, California. Contrariamente a Horkheimer, sólo después de su exilio comenzó a prestar una mayor atención al pensamiento Freudiano: «Hubo que aguardar el choque y las cuestiones perturbadoras que suscitaron tanto la guerra civil española como los procesos de Moscú -ha escrito Martin Jay- para que Marcuse comenzara a estudiar seriamente a Freud. Su conciencia cada vez más clara de las insuficiencias del marxismo, incluso en su versión hegeliano-marxista, lo impulsó, lo mismo que a Horkheimer y Adorno antes que él, a reflexionar sobre los obstáculos propiamente psicológicos que se oponen a un verdadero cambio social.» Como sus amigos, Marcuse criticaba el totalitarismo y los fracasos del socialismo, pero no admitía tampoco los supuestos beneficios de una sociedad liberal vuelta hacia la tecnología y el lucro, alienante para el individuo en busca de libertad. De allí la idea de desarrollar un pensamiento crítico, basado en el espíritu rebelde, capaz de despertar las conciencias. Para comprender la posición de Marcuse hay que volver a situarla en el marco de la polémica iniciada por Adorno en 1946 contra el neoFreudismo y el culturalismo, es decir, contra el feudo de quienes -desde Karen Horney hasta Erich Fromm- «revisaban» la doctrina Freudiana, en el sentido de una reducción del ello en beneficio del yo, de un abandono de la teoría de las pulsiones y de un rechazo de la sexualidad. Según Adorno, con esta sobrevaloración de lo cultural, los revisionistas no hacían más que reintroducir el principio de una adaptación social conforme a los ideales de la sociedad industrial. En 1955, en Eros y civilización, Marcuse retomó esta argumentación, invirtiendo la concepción Freudiana de las pulsiones. En lugar de ver en la pulsión de muerte el principal motor del destino humano, sostuvo que el eros (o principio de placer) era la única fuerza capaz de luchar contra el orden establecido (principio de realidad) y contra tánatos, fuente de todas las resignaciones y todos los pesimismos. Exactamente como Jacques Lacan en la misma época, aunque por otros medios, él intentaba restituirle al Freudismo ese estatuto de doctrina subversiva que había perdido a fuerza de edulcorarse en el contacto con las psicoterapias higienistas y pragmáticas de las sociedades industriales normalizadas. De modo que Marcuse preconizaba una teoría de la liberación que lo llevó a imaginar una sociedad basada en la superación de los conflictos y en la posible «pacificación de la existencia». Esa utopía se distanciaba de la teoría crítica de Adorno y Horkheimer, apegada a la tesis Freudiana de la pulsión de muerte. Marcuse logró un éxito mundial entre los jóvenes en el momento de las grandes revueltas estudiantiles de la década de 1960, después de la publicación de El hombre unidimensional. En ese libro profético, y mucho más Freudiano, a pesar de las apariencias, que Eros y civilización, el filósofo, lejos de propugnar la superación de los conflictos, aniquilaba la unificación de las conciencias y el pensamiento. Subrayando que el hombre «unidimensional» de la sociedad industrial había perdido todo su poder de negación a fuerza de someterse a los imperativos de una falsa conciencia, llamaba a las masas a restablecer la ética del gran rechazo y revelarse contra el orden social dominante, en nombre de una nueva estética de la existencia.