Blanchot y la filosofía: La discontinuidad constitutiva

La pasión de la pregunta. Blanchot y la filosofía

Sergio Espinosa Proa
Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas
Universidad Autónoma de Zacatecas

La discontinuidad constitutiva
Quizá lo más honrado sea comenzar preguntándonos si hablar de Maurice Blanchot en el seno de la institución escolar es un ejercicio saludable — para (la obra de) Blanchot, para la institución o para nosotros (¡para mí!) (1). La pregunta acecha. ¿Qué tiene que ver el pensamiento con la escuela? Estamos tentados a decir: nada.
O algo peor aún: la escuela interrumpe, obstruye, sojuzga el movimiento del pensamiento. Ejemplos de ello los hay hasta el hartazgo. Pero lo cierto es que la filosofía —que en absoluto entenderemos como idéntica al “pensamiento”— y la institución mantienen sus nexos de complicidad y vigilancia en todo el arco de la tradición occidental. ¿Vínculo indestructible? Después de todo, Logos está en el principio de la palabra “lección”.
La invención de la filosofía, su cristalización en Platón y Aristóteles, se confunde con su enseñanza. En la modernidad, la filosofía se cumple en Hegel, y Hegel practicaba filosofía —a semejanza de Kant— encaramado en la relativa altura de una cátedra. Es lógico: el sistema del pensamiento —el discurso de la coherencia, de la continuidad, de la argumentación racional— encuentra en el sistema de las instituciones un correlato ejemplar.
Blanchot es, por encima o por debajo de cualquier otra cosa, un escritor. ¿Podría, por tal decisión, llegar a ser también filósofo? Pensar filosóficamente, ¿es posible desde la cátedra, desde el laboratorio, desde la praxis política? Pensar, ¿es escribir, es hablar, es comunicar, es transmitir, es enseñar? La relación entre estos términos da bastante qué pensar. Blanchot señala una y otra vez la asimetría que se produce en la relación maestro-discípulo: el guión que los separa y aproxima es en realidad el signo de una distancia infinita, de un abismo, de una irrupción —irreductible— de lo desconocido. El maestro “no está destinado a allanar el ámbito de las relaciones, sino a trastornarlo; no a facilitar los caminos del saber, sino, en un principio, a hacerlos no sólo más difíciles, sino propiamente infranqueables” (2). El-que-sabe no tiene por misión borrar la distancia respecto de el-que-no-sabe, sino afirmarla: la distancia es la emergencia de lo desconocido, y sólo es posible conocer (filosóficamente) si lo conocido, lo que llega a volvérsenos habitual, familiar, conserva las huellas de su extrañeza radical.
Si Blanchot es filósofo, si hace filosofía, lo es en virtud de esta interrogación. Su pregunta consiste en buscar cómo lo desconocido se pone en juego en la escritura, en el habla, sin ser disuelto en lo conocido.
Lo desconocido no es ni el objeto del saber, ni el sujeto del conocimiento.
Lo desconocido irrumpe en la relación entre los hombres —en su lenguaje— como un elemento de distorsión del espacio relacional. Impide que el vínculo sea directo, sistemático, reversible, contemporáneo, conmensurable. ¿Podría ser sorteado, sometido, semejante impedimento? ¿Es posible —o, peor, deseable— la absoluta transparencia? La filosofía ha de oscilar entre la afirmación y la negación de la discontinuidad. Pascal- Nietzsche-Bataille-Char frente a Parménides-Platón-Aristóteles-Hegel. El pensamiento de la continuidad es anexionista. El pensamiento de la discontinuidad está quebrado — es la quiebra. Pero no se trata de una verdadera alternativa. Frente al lenguaje-dominio de la dialéctica, un lenguaje-impolítico del fragmento. No.
Maurice Blanchot no “toma partido” entre ambos contrincantes. Lo que intenta pensar es la imposibilidad de un territorio común para que este combate realmente tenga lugar.
¿Qué hay entre los polos opuestos? ¿Qué hay entre el ser y la nada?
Esta pregunta apunta a la posibilidad de un habla plural. Y ella significa a su turno la posibilidad de
una comunicación ni igual ni desigual, ni dominante ni subordinada, ni mutualista ni recíproca, sino disimétrica e irreversible. Un habla que no aplaste lo desconocido, sino que acepte en ello su propio origen — y su destino.
Un habla fuera de la filosofía, un habla que se pondría a sí misma, por su exigencia de salir del ser unitario y de su continuidad profunda, de su fondo continuo, fuera de la ontología.

Continúa en ¨Blanchot y la filosofía: La interrupción de lo incesante¨

Notas:
1- Este texto, que aquí se presenta muy abreviado, sirvió de base para el seminario de filosofía correspondiente al cuarto semestre de la Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas, UAZ, en octubre de 1998.
2- Maurice Blanchot, “El pensamiento y la exigencia de discontinuidad”, en El diálogo inconcluso, Monte Avila, Caracas, trad. Pierre de Place, 1974, p. 31