Blanchot y la filosofía: La otra muerte

La pasión de la pregunta. Blanchot y la filosofía

Sergio Espinosa Proa
Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas
Universidad Autónoma de Zacatecas

La otra muerte
Como en Bataille, el de Blanchot es una especie de hegelianismo del que se ha erradicado el momento de la reconciliación. El hombre es negatividad, pero ese susurro incesante al que se opone y del que se destaca nunca termina integrándose en un mundo, en su mundo. Si el lenguaje es aquella potencia que lleva la muerte en sí misma y en ella se sostiene, no es sin embargo tan poderosa que anule la nada que le circunda. A la muerte se le puede cancelar, escamotear, y, hasta cierto punto, engañar, pero no es posible ponerla íntegramente de nuestro lado. La alegría ante la muerte no es lo mismo que su justificación.
La gratuidad de la muerte escapa limpiamente a las compulsiones del proyecto.
Ahora bien, ¿qué significa mantener una relación libre con la muerte? Para Blanchot, el arte siempre es —o procede de— la posibilidad de abrir un agujero en el (sofocante) tejido del mundo. La obra de arte no se crea para vencer a la muerte, para guarecerse de ella o para anularla. Por la muerte, el arte es posible. Sólo por ella. La literatura muestra que la muerte es la (condición de la) libertad. Merced a ella nos liberamos del ser, nos liberamos de ser (lo que somos). Por lo mismo, es la posibilidad más alta del hombre, a la cual se encuentra íntimamente asociada la experiencia estética. Por el arte es dable apartarse de la historia, impedir que sucumbamos a su régimen. Los creadores que por su obra quisieran ponerse al abrigo de la muerte se encuentran en el otro extremo de aquellos que, como Kafka, como Rimbaud, como Mallarmé, como Lautréamont, buscan aprehenderla.
Aprehender la muerte — o mantenerla a distancia: formas simétricas de entablar una relación libre con la muerte (37).
Errancia, exilio, separación, dispersión, exclusión… Tales son las notas características de la experiencia estética, de la escritura. El mundo del arte no es otro que la ausencia de mundo — y la infructuosa, siempre fallida búsqueda de una morada en lo innominable. “Fuerza es dormir”, resume Blanchot, “tanto como es fuerza morir, no de esa muerte inconclusa e irreal con que nos contentamos en nuestro hastío cotidiano, sino de otra muerte, desconocida, invisible, innombrable y además inaccesible” (38). Una muerte real pero desconocida, una alteridad impenetrable que no obstante permite acceder a esa otra irreal realidad de las palabras, a ese reino donde aparece lo inmortal para transformar nuestra imposibilidad de morir, nuestra impotencia para reducir la muerte a un dato, a ese espacio de visibilidad en donde la palabra muestra que toda presencia reposa en una ausencia radical.
¿Cómo, para qué penetrar en ese espacio? (39). El espacio de la escritura no es, en rigor, ni real ni irreal: pero en esa no-realidad aparece lo inmortal, lo que no está en la vida, aquello que hace ver el poder que tiene la palabra de convertir la ausencia en (fugaz, extraña, inaprehensible) presencia. “El precio de habitar en ese espacio”, explica Juan García Ponce, “es tener la irrealidad de lo imaginario; pero si lo imaginario nos lleva hacia la otra cara de la vida que es la muerte, si nos hace por una vez entender, sentir y percibir ese lugar de la radical otredad, tal vez valga la pena habitar, como las obras literarias nos lo proponen, en el espacio de lo imaginario. Ésa es la posibilidad que nos brinda la gran literatura y así hace nuestra la imposibilidad de morir, que, en términos de gran literatura, de lenguaje que ha encontrado su independencia, se expresa como un puro movimiento sin principio ni fin, movimiento semejante al de la vida, que se constituye como el espacio, como el lugar de la muerte y que, llevando la muerte a la vida, tal vez hace nuestra la verdadera vida”.
Esa vida verdadera que consiste en admitir la alteridad absoluta de la muerte — y de esa manera llegar, paradójicamente, a hacerla “propia”.

Continúa en ¨Imposibilidad recuperada, imposibilidad irrecuperable¨

Notas:
37- M. Blanchot, “La muerte contenta”, loc. cit., p. 181
38- Ibíd., p. 201
39- Cf. Juan García Ponce, “La imposibilidad de morir”, en loc. cit., p. 184