Blanchot y la filosofía: El otro reino

La pasión de la pregunta. Blanchot y la filosofía

Sergio Espinosa Proa
Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas
Universidad Autónoma de Zacatecas

El otro reino
¿Hablar sin poder?
La peculiar onto-antropología de Blanchot describe, en este sentido, tres tipos de relaciones, que responden respectivamente a tres “leyes generales”. La ley de lo mismo exige a los hombres re(con)ducir lo separado y lo otro a lo Uno, a lo Idéntico. Es el reino de la lucha y del trabajo, el trabajo de la mediación: el ámbito de la historia. Reducir lo otro a lo mismo, y darle a lo idéntico la plenitud que exige. Lo otro se absorbe en el Uno-Todo — y la verdad única es ese movimiento de absorción. Hegel, una vez más. La dialéctica es esa relación de instrumentalidad y objetividad que se pone en marcha incluso cuando lo que se está buscando es, más allá de lo útil, el reconocimiento. Sólo cuando el otro me reconoce puedo llegar a ser ego. El trabajo de la historia, que transforma la naturaleza en mundo para tornar la opacidad pura transparencia. El propio Hegel
ha puesto también de manifiesto el precio de semejante proyecto.
El segundo reino se rige por la ley de la identidad inmediata: en la fusión extática, en la beatitud, en el arrebato de la comunicación, en la fruición mística, en la efusión erótica, la unidad es inmediatamente lograda.
El ego y el Otro se pierden entre sí, se mezclan, terminan difuminados sus contornos. Pero en esta pérdida, la soberanía pertenece exclusivamente al Otro, que por ello se convierte en sustituto del Uno. Las vías alternas de la historia y la mística se encuentran una al lado de la otra en esta misma subordinación al Uno. Subordinación que no remite o cesa apelando a una “dulce locura”, porque no se trata de rechazar el trabajo de la unidad real —el trabajo y el habla son los modos de esta unificación—, sino de, además, abrirse a lo Otro sin referencia a lo Uno o a lo Mismo.
La relación con lo Otro, como veremos, es una ausencia de relación. O bien, la ley del “tercer género” es una ausencia de ley. No puede decirse gran cosa de este género; tan sólo que lo Uno no constituye su horizonte. Y tampoco el Ser. Un Ser que, aun en su retirada, se piensa en continuidad con la unidad. El horizonte de lo Otro da miedo. Blanchot no duda en asociar este movimiento con una variante radicalizada del parricidio platónico.
El dialogante sospecha que “aquí ya no se trata sólo de atentar contra el Ser ni de decretar la muerte de Dios, sino de romper con lo que fue, desde siempre, en todas las leyes y en todas las obras, en este mundo y en cualquier otro, nuestra garantía, nuestra exigencia y nuestra responsabilidad” (59). Ese otro reino sólo podría vislumbrarse, mirarlo como de soslayo. Ello no obstante, la remisión a lo otro no exige desembarazarse de la coherencia, del lenguaje-representación; se trata de un desvío, de un juego de movilidad-e-inmovilidad, un juego de indeterminación, un deslizamiento infinito que atrae-y-repele al Yo — a fin de sacarlo de quicio.
Ni conocimiento, ni utilización, ni re-conocimiento: la relación con lo otro no es de exclusión y tampoco de inclusión, sino de extrañeza, de interrupción. Blanchot sugiere que los hombres podrían relacionarse por fuera de la teología, de la historia y de la naturaleza. Relación neutra con lo neutro. En ella el hombre aparece para el hombre como distancia irreductible. Aparece en su indisponibilidad, allí donde el poder humano cesa y se interrumpe. Aparece como (lo) otro de sí mismo: como pura exterioridad. Pero una exterioridad extraña, que no es la del objeto, de la naturaleza, del universo, sino de la ausencia de horizonte: “La verdadera condición de extraño, si me viene del hombre, no viene de aquel Otro que sería el hombre. El solo, entonces es el excentrado.
El solo escapa al círculo de la vista donde se despliega mi perspectiva, y esto no porque constituye a su vez el centro de otro horizonte, sino porque no está orientado hacia mí a partir de un horizonte que le es propio. Lo Otro no sólo no cae bajo mi horizonte, sino que está sin horizonte” (60). Ser sin ser, presencia sin presencia, visible invisibilidad. Cuando hablar no es ver.
En el tercer reino no hay relación sujeto-sujeto, no hay relación sujeto-objeto. Ese reino no es, propiamente, un reino, sino lo que falta para que algo llegue a serlo. Es la fisura, la cesura, la interrupción, el intervalo del ser. Allí —y cuando— éste difiere de sí mismo. Un límite, y en cuanto tal no podría ser “recuperado” ni por el saber ni por la moral. Allí donde no hay sustancias, esencias, naturalezas, tipos, papeles. ¿La nada? Blanchot elude el término. Lo designa por vía negativa: lo inidentificable, lo sin Yo, lo sin nombre, la presencia de lo inaccesible, lo no isomorfo, lo no simétrico, lo no-igual… Finalmente, elige la palabra neutro para referirse a ello. Pero un neutro que no neutraliza esa “infinitud de doble signo, sino que la lleva a manera de enigma” (61).
El tercer espacio, en suma, es el espacio del lenguaje, el espacio literario, el espacio del habla, el espacio de la escritura, el espacio de la huella: “la presencia del hombre precisamente en lo que éste siempre falta en su presencia, como falta en su lugar”; en el lenguaje se experimenta lo otro — mas no porque el lenguaje “exprese” o “refleje” una experiencia que estaría en “otra parte”, sino porque en él se “pone en jaque la idea de origen” (62). Y, en particular, porque se rompe la firmeza del ego como origen: aparece como una “puntualidad no personal y oscilante entre nadie y alguien, una apariencia a la que sólo la exigencia de la relación exorbitante, silenciosa y momentáneamente, inviste del papel o establece en la instancia del Ego-Sujeto con que se identifica para simular lo idéntico, a fin de que a partir de allí se anuncie, mediante la escritura, la marca en lo Otro de lo absolutamente no idéntico” (63).
Lo Otro, hay que decirlo claramente, no es Dios — y tampoco la “naturaleza”. No es “lo otro” del hombre, sino el hombre en cuanto (espacio de lo) Otro.

Continúa en ¨La pregunta más profunda¨

Notas:
59- M. Blanchot, “La relación de tercer género. Hombre sin horizonte”, El diálogo… , o. c., p. 122
60- Ibíd., p. 125
61- Ibíd., p. 127
62- Ibíd., p. 128
63- Ibídem